(333) El Estado Nominalista, o la insoportable levedad del derecho
Introducción.— Le es urgente al católico recuperar un sentido tradicional de la política. Pero no podrá hasta no desencantarse del Estado Moderno, y empezar a pensar de otra manera, la tradicional, siendo voz crítica del Gran Teatro del Mundo, y nunca su palmero.
Es urgente que en todas las áreas de su apostolado adopte el lenguaje de la tradición, rinda su mente al pensamiento clásico, de valor perenne; y viva una auténtica metanoia antiliberal, una vuelta a los primeros principios de la política, la católica, cuya máxima prioridad, en este tiempo, es vacunarse contra el personalismo constitucionalista de tercer grado.
—El Estado Nominalista, surgido de la Modernidad post-luterana, es como una gran máquina de vacío; ha extraído los universales de la vida social y política, dejando el bien común como una cáscara de subjetivismo personalista. En su lugar, para calmar su horror vacui, ha inventado un sistema de derechos subjetivos montados sobre la sola voluntad de poder.
—Y lo ha hecho mediante un sistema de compensaciones jurídicas positivistas, con que apaciguar la tormenta de reclamaciones y contrarreclamaciones (Turgot) que alteran permanentemente su (des)orden político artificial.
1ª.- Sin Dios no hay ley natural. Si no hay ley natural no hay deberes. Si no hay deberes no hay derechos.
—Luego los derechos que se declaran sin declarar primero a Dios no tienen sustento ninguno, salvo la sola voluntad del gobernante. Sin Dios no hay justicia, sino una insoportable levedad del derecho.
2ª.- El orden natural de la política es el orden de la ley natural.
3ª.- Fuera del orden de la ley natural no hay orden natural de la política, sino sólo un orden político antinatural.
4ª.-Todo orden político antinatural ha de recurrir a la potencia absoluta para garantizarse.
5ª.- Sin derecho natural, que es lo justo por naturaleza, no hay orden justo natural, sino orden antinatural, es decir, un ordenamiento convencional sustitutivo.
6ª.- Todo ordenamiento artificial tiene su ordenanza ética, que no su orden. Precisa de normas de reglamento interno, no propiamente leyes, sino impropiamente leyes, meras normas generales. Este conjunto de normas responde al ethos del ordenamiento.
—Corolario.- Cuando este ordenamiento antinatural pretende alcance mundial, precisa un ethos mundial, una ética global, que lo sostenga y justifique. Por ser antinatural no puede ser universal, porque lo universal reposa en lo común.
Tampoco puede ser bueno, porque por no ser común no es comunicable, y el bien ordenado es bien comunicable, porque se ordena a Dios, al todo y a cada parte. Por no ser ni natural ni bueno no puede, en definitiva, ser político. Su último recurso es ser plutocrático. Por ser incapaz de constituir una comunidad política, se configura como sujeto de poder. Y así llegamos, por pura lógica, a los poderes sinárquicos de este mundo.
David Glez. Alonso Gracián
(305) Séptimas morales y políticas, I: cosas que hacen falta
(306) Séptimas morales y políticas, II: Asaltar la Bastilla
(308) Séptimas morales y políticas, III: Principios y contraprincipios de sana política católica
(310) Séptimas morales y políticas, IV: Personalismo jurídico y libertad religiosa
(330) Séptimas morales y políticas, V: La Causa Política (la católica)
(331) Séptimas morales y políticas, VI: Los Principios de nuestra Causa y el Estado Mundial
(333) Séptimas morales y políticas, VI: El Estado Nominalista, o la insoportable levedad del derecho
6 comentarios
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A.G.:
Muchas gracias, Chico. El silencio que se cierne sobre esta doctrina viene de hace cincuenta años. No ha sido predicada, ha sido ignorada, y por eso se la sigue ignorando. No tienen medios conceptuales para refutarla, porque ni siquiera los han estudiado.
Lo cual no pasa en la democracia, donde les leyes se dictan olvidando (o a veces, contradiciendo abiertamente) a la Ley de Dios, por lo cual esas leyes son "legales", obvio, pero no legítimas.
Es por ello que la democracia es un régimen deslegitimado desde su raíz, ya que sólo Dios puede legitimar.
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A.G.:
Es un concepto importante, que cito y comento a menudo. Significa que Dios, en la perspectiva luterana, puede hacer el mal. Que el bien no es el bien sino lo que emana de la autoridad, sea bueno o sea malo.
Aplicado al estado, el estado se convierte en una voluntad que puede legislar para el mal, porque tiene poder legítimo para ello, y con sólo legislarlo ese mal se convierte en "bien".
Aún anda el personal, igual que sus pastores, alabando el espíritu de la Transición, y abominando de la T/tradición.
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A.G.:
Jeje, hay que iluminar las tinieblas, a tiempo o a destiempo.
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O sea que estamos ante la justificación teológica de la tiranía, que ha servido de excelente abono para todos los absolutismos y totalitarismos que han venido después.
Totalitarismo democrático incluido: la "voluntad popular" cohonestaría de por sí todo lo que se le ocurriese legislar, aún el mal más evidente.
Ejemplo: el aborto, una aberración convertida en "bien", o derecho.
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