Las flores desconocidas de Francisco

San Francisco de Asís

El poverello de Asís

San Francisco de Asís (1181-1226), fundador de la Orden de los frailes Menores, es uno de los santos más relevantes de la historia de la Iglesia. Y también uno de los más divulgados. Se podría decir que es conocido ampliamente, pero probablemente de modo imperfecto, o más bien, incompleto. En ocasiones, incluso falseado.

Por ejemplo, es bien conocida su extremada devoción por la humildad, tanto material como espiritual. Sus frailes debían vivir sin más posesión que su túnica y su cordón, e incluso cuando no era necesario, les obligaba a pedir siempre todo de limosna, para que ejercieran la pobreza de espíritu constantemente. Decía que él se había desposado con la “señora Pobreza”, y que pobres debían ser sus hijos.

También se ha hecho muy popular su afecto por las criaturas, en las que veía constantemente la obra amorosa de Dios (por cierto, algo muy infrecuente en su época). Particularmente sentía afición por los animales y plantas más desvalidos y humildes, que le recordaban continuamente la mansedumbre de Nuestro Señor: las flores campestres (de ahí las Flores de San Francisco), los pajarillos, las ovejas, los conejos, etcétera. Pero también llamó hermano a cierto lobo depredador al que amansó en uno de sus viajes.

Estas características han dado de él una imagen parcial y distorsionada, como una especie de outsider del catolicismo formalmente litúrgico y dogmático, apasionado de la sencillez como contraposición a la teología, la doctrina o el ritualismo. Un santo “blando”. Hasta tal punto que durante la revolución postmodernista de los años sesenta no fue raro que se le representase en artículos, novelas o películas como un precursor del movimiento hippie, o del ecologismo espiritualista. Ridículo, pero en su momento muy difundido, sobre todo en ambientes eclesiales “progresistas”.

Nada más lejos de la realidad.

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La parte menos publicitada de un santo

Menos conocido de san Francisco es que fue un apasionado misionero. Su visita al sultán de Egipto, ante el que predicó la conversión a la verdadera fe y llegó a proponerse como ordalía (entraría en un horno encendido). Que saliera ileso de tan osada predicación, e incluso honrado por el sarraceno, no es menos increíble que los muchos milagros, tanto en vida como después de muerto, que Dios hizo por su mediación, y que se han recogido literalmente por docenas. De aquella misión vino que los franciscanos fuesen por muchos siglos los únicos católicos latinos a los que se permitiera custodiar los Santos Lugares en la Tierra Santa dominada por los musulmanes.

Y es bastante ignorado que Francisco conoció personalmente al otro gran titán de la reforma católica de su tiempo, santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Predicadores, que ambos se trataron en diversas ocasiones, que sentían afecto mutuo y, en el caso del castellano, una sincera admiración por el fraile umbro.

Tampoco es muy sabido que san Francisco fue un destacado místico. Sentía gran predilección por orar en lugares apartados, con frecuencia durante noches y días seguidos. En alguno de esos retiros tuvo visiones del Cielo, así como revelaciones que luego se cumplieron. Sus discípulos le vieron levitar durante esos raptos en algunas ocasiones. Hasta tal punto encontraba delicioso conversar con Cristo, y fatigoso predicar a los hombres, que se planteó dejar de recorrer los caminos para predicar a las multitudes que le esperaban, pues sentía que la que él consideraba su débil alma se vaciaba en la misión, mientras se fortalecía y santificaba en la oración. Consultó a un teólogo y a una religiosa, ambos separados por muchas leguas y que no se conocían entre sí, y ambos mandaron decirle que Cristo se les había aparecido para inspirarles una respuesta negativa: Francisco debía seguir predicando por todo el bien que hacía a infinidad de almas.

No es notorio a nivel popular es que fue de los primeros bendecidos con estigmas en costado, manos y pies. Procuraba ocultarlos a todos con las mangas y borde de su túnica, y en vida muy pocos conocían su existencia. Él se gozaba de ofrecer sus dolores asociado de una forma tan literal a los de su Maestro, y los llevó hasta el prematuro fin de su vida.

Sufrió además otras enfermedades que lo postraban y agotaban: una afección crónica de los ojos que le obligaba a someterse regularmente a cirugías con aguja (tan dolorosas como se puede suponer para la época) y una hidropesía, de probable origen cardíaco o hepático, que lo invalidó sus últimos años, causándole no pocos sufrimientos, que siempre ofrecía con alegría a Dios, convirtiéndose con justicia en el santo patrono de los que sufren mortificaciones. Cuando pocos días antes de su fin en este mundo el médico le reconoció que no había nada que hacer y que le quedaba poco tiempo, contestó con gozo por su pronta reunión con su Señor, recibiendo con tranquilidad a la que llamó “señora muerte”.

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Las otras flores de Francisco

Hay otros aspectos de su pensamiento y conducta que, de hecho, contradicen completamente la imagen que se ha querido presentar de este santo en algunos ambientes católicos.

Probablemente la más llamativa sea la gran y sobrecogedora reverencia que sentía por el Santísimo Sacramento. El amor al gran regalo del Cielo de la purísima carne y la preciosísima sangre de Nuestro Señor era una de las más notables de entre sus recomendaciones a sus hijos espirituales.

Ruego también en el Señor a todos mis hermanos sacerdotes, los que son y serán y desean ser sacerdotes del Altísimo, que siempre que quieran celebrar la misa, lo hagan simple y llanamente reverenciando el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres; sino que toda la voluntad, en cuanto la gracia la ayude, se dirija a Dios, deseando agradar al solo sumo Señor en persona, porque allí solo Él mismo obra como le place; porque, como Él mismo dice: “Haced esto en memoria mía” si alguno lo hace de otra manera, se convierte en Judas, el traidor y se hace “reo del cuerpo y la sangre del Señor”.

(Carta a toda la Orden, II)

Todos los que vieron al Señor Jesús según la humanidad, y no vieron y creyeron según el espíritu y la divinidad que él era el verdadero Hijo de Dios, se condenaron. Así también ahora, todos los que ven el sacramento, que se consagra por las palabras del Señor sobre el altar por mano del sacerdote en forma de pan y vino, y no ven y creen, según el espíritu y la divinidad, que sea verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, se condenan, como lo atestigua el mismo Altísimo, que dice: “esto es mi cuerpo y mi sangre de la Nueva Alianza que será derramada por muchos”, y “quién come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna”. Por eso, el espíritu del Señor, que habita en sus fieles, es el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor. Todos los otros que no participan del mismo espíritu y se atreven a recibirlo, comen y beben su condenación.

(Admoniciones I)

Nada tenemos ni vemos corporalmente en este siglo del Altísimo mismo, sino el cuerpo y la sangre, los nombres y las palabras, por las cuales hemos sido hechos y redimidos de la muerte a la vida. Por consiguiente, todos aquellos que administran tan santísimos ministerios, y sobre todo quienes los administran sin discernimiento, consideren en su interior cuan viles son los cálices, los corporales y los manteles donde se sacrifica el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor. Y hay muchos que lo abandonan en lugares viles, lo llevan miserablemente, y lo reciben indignamente, y lo administran a los demás sin discernimiento. Asimismo, sus nombres y sus palabras escritas son a veces hollados con los pies, porque el hombre carnal no percibe las cosas que son de Dios. ¿No nos mueven a piedad todas estas cosas, siendo así que el mismo piadoso Señor se entrega en nuestras manos, y lo tocamos y tomamos diariamente por nuestra boca? ¿Acaso ignoramos que tenemos que caer en sus manos? Por consiguiente, enmendémonos de todas estas cosas y de otras pronta y firmemente; y dondequiera que estuviese indebidamente colocado y abandonado el santísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, que se retire de aquel lugar y que se ponga en un lugar precioso y que se cierre.

(Carta a los clérigos. Segunda redacción)

Que los clérigos recen el oficio con devoción en la presencia de Dios, no atendiendo a la melodía de la voz, sino a la consonancia de la mente, de forma que la voz concuerde con la mente, y la mente concuerde con Dios, para que puedan aplacar a Dios por la pureza de su corazón y no recrear los oídos del pueblo con la sensualidad de la voz […] Y a cualquiera de los hermanos que no quieran observar estas cosas, no los tengo por católicos ni por hermanos míos; tampoco quiero verlos ni hablarles hasta que hagan penitencia.

(Carta a toda la Orden, VI)

Y porque el que es de Dios oye las palabras de Dios, debemos en consecuencia, nosotros, que más especialmente estamos dedicados a los divinos oficios, no sólo oír y hacer lo que Dios dice, sino también custodiar los vasos sagrados y los demás instrumentos litúrgicos, que contienen sus santas palabras, para que nos penetre la celsitud de nuestro Creador y nuestra sumisión al mismo.

(Carta a toda la Orden, IV)

Francisco ardía de amor, que le penetraba hasta la médula, para con el sacramento del cuerpo del Señor, admirando locamente su cara condescendencia y su condescendiente caridad. Juzgaba notable desprecio no oír cada día, a lo menos, una misa, pudiendo oírla. Comulgaba con frecuencia y con devoción tal, como para infundirla también en los demás. Como tenía en gran reverencia lo que es digno de toda reverencia, ofrecía el sacrificio de todos los miembros, y al recibir el Cordero inmolado, inmolaba también el alma en el fuego que le ardía siempre en el altar del corazón […] Quiso a veces enviar por el mundo hermanos que llevasen copones preciosos, con el fin de que allí donde vieran que estaba colocado con indecencia lo que es el precio de la redención, lo reservaran en el lugar más escogido.

(Tomás de Celano. Vida segunda, II, 152)

Exhortaba con solicitud a los hermanos […] que tuvieran gran reverencia y devoción a los divinos oficios y ordenaciones eclesiásticas, oyendo devotamente la misa y adorando con rendida devoción el cuerpo del Señor.

(Leyenda de los tres compañeros, XIV)

San Francisco condena explícitamente la herejía que negaba la transubstanciación, tres siglos antes de la rebelión luterana. Y lo hace con una dureza muy alejada de la imagen almibarada con la que se le presenta usualmente. San Francisco era manso y dulce para con sus hermanos en cuanto se refería a él, pero implacable en todo cuanto tocaba a Dios.

Recordad, hermanos míos sacerdotes, lo que está escrito en la ley de Moisés, cuyo transgresor, aún en cosas materiales, moría “sin misericordia alguna” por sentencia del Señor. ¡Cuánto mayores y peores suplicios merecerá padecer quien “pisotee al Hijo de Dios y profane la sangre de la alianza, en la que fue santificado, y ultraje al Espíritu de la gracia”! Pues el hombre desprecia, profana y pisotea al Cordero de Dios cuando, como dice el Apóstol, “no distingue” ni discierne el santo pan de Cristo de los otros alimentos y obras, y o bien lo come siendo indigno, o bien, aunque sea digno, lo come vana e indignamente […] Y a los sacerdotes que no quieren poner esto en su corazón de veras los condena diciendo “maldeciré vuestras bendiciones”.

(Carta a toda la Orden, II)

También guardaba una reverencia extrema por las Sagradas Escrituras, y la hacía guardar a sus hermanos en la Orden:

Quiero que estos santísimos misterios sean sobre todas las cosas honrados, venerados y colocados en lugares preciosos. Los santísimos nombres y sus palabras escritas, dondequiera que los encuentre en lugares indebidos, quiero recogerlos y ruego que se recojan y se coloquen en lugar honroso.

(Testamento)

Amonesto a todos mis hermanos y los animo en Cristo para que, en cualquier parte en que encuentren palabras divinas escritas, las veneren como puedan, y, por lo que a ellos respecta, si no están bien guardadas o se encuentran indecorosamente esparcidas en algún lugar, las recojan y las guarden, honrando al Señor en las palabras que pronunció. Pues muchas cosas son santificadas a través de las palabras de Dios, y el sacramento del altar se realiza en virtud de las palabras de Cristo.

(Carta a toda la Orden, IV)

Dondequiera que se encuentren los nombres y las palabras escritas del Señor en lugares inmundos, que se recojan y se coloquen en un lugar decoroso.

(Carta a los clérigos. Segunda redacción)

Lo mismo cabe decir de las oraciones litúrgicas, como el rezo de las Horas:

En el rezo de las horas canónicas era temeroso de Dios a la par que devoto. Aún cuando padecía de los ojos, del estómago, del bazo y del hígado, no se apoyaba en muro o pared durante el rezo de los salmos, sino que decía las horas siempre de pie, la cabeza descubierta, la vista recogida y sin interrupción. Si cuando iba por el mundo caminaba a pie, se detenía siempre para rezar sus horas; y si a caballo, se apeaba.

(Tomás de Celano, “Vida Segunda” II, 62)

Por ese mismo motivo, san Francisco encomiaba mucho a sus frailes que trataran siempre con gran respeto y obediencia a los sacerdotes, aún a los más indignos, pues sabía y enseñaba que el haber sido investidos por Dios para la gran tarea de la consagración les hacía merecedores de la más alta deferencia en este mundo.

Quería que se tuviera en mucha veneración las manos del sacerdote, a las cuales se ha concedido el poder tan divino de realizarlo. Decía con frecuencia “si me sucediera encontrarme al mismo tiempo con algún santo que viene del cielo y con un sacerdote pobrecillo, me adelantaría a presentar mis respetos al presbítero y correría a besarle las manos, y diría ¡oye, san Lorenzo, espera! Porque las manos de este tocan al Verbo de la vida y poseen algo sobrehumano”.

(Tomás de Celano. Vida segunda, II, 152)

Quería también que los sacerdotes que administran los sacramentos venerandos y augustos fueran singularmente honrados por los hermanos, de suerte que donde los encontraran les hicieran inclinación de cabeza y les besaran las manos; y si los encontraban cabalgando, deseaba que no sólo les besaran las manos, sino hasta los cascos de los caballos sobre los que cabalgaban, por reverencia a sus poderes.

(Leyenda de los tres compañeros, XIV)

Solía decir “hemos sido enviados en ayuda a los clérigos para la salvación de las almas, con el fin de suplir con nosotros lo que se echa de menos en ellos. Cada uno recibirá la recompensa conforme no a su autoridad, sino a su trabajo. Sabed, hermanos, que el bien de las almas es muy agradable a Dios y que puede lograrse mejor por la paz que por la discordia con los clérigos. Y si ellos impiden la salvación de los pueblos, corresponde a Dios dar el castigo, que por cierto les dará a tiempo. Así pues, estaos sujetos a los prelados, para no suscitar celos en cuanto depende de vosotros. Si sois hijos de la paz, ganaréis pueblo y clero para el Señor, lo cual le será más grato que ganar a sólo el pueblo, con escándalo del clero. Encubrid sus caídas, suplid sus muchas deficiencias; y, cuando hiciereis estas cosas, sed más humildes”.

(Tomás de Celano, Vida segunda, II, 107)

Veneraba a los sacerdotes, y su afecto hacia toda la jerarquía eclesiástica era grandísimo.

(Tomás de Celano, Vida primera, I, 22)

Lo mismo pedía para los teólogos y predicadores, que transmitían y explicaban al pueblo la reverenciada Palabra de Dios.

Y a todos los teólogos y a los que nos administran las santísimas palabras divinas, debemos honrar y venerar como a quienes nos administran espíritu y vida.

(Testamento)

Observaba: “el predicador debe primero sacar de la oración hecha en secreto lo que vaya a difundir después por los discursos sagrados; debe antes enardecerse interiormente, no sea que transmita palabras que no llevan vida”. Aseguraba que el oficio de predicador es digno de veneración, y cuantos lo ejercen, dignos de ser venerados por todos. “Ellos son- decía- la vida de la Iglesia, los debeladores de los demonios, la luz del mundo”. Dignos de mayor honor juzgaba aún a los doctores en sagrada teología”.

(Tomás de Celano. “Vida segunda, II, 122-123”)

Asimismo con el depósito de la fe contenida en la Santa Madre Iglesia para salvación de las almas:

Solía decir que nada hay más excelente que la salvación de las almas. Y lo razonaba muchas veces recurriendo al hecho de que el Unigénito de Dios se hubiese dignado morir colgado en la cruz por las almas. De aquí nacieron su recurso a la oración, sus correrías de predicación, sus demasías en dar ejemplo. No se creía amigo de Cristo si no amaba las almas que él ha amado. Y esta era- en lo más íntimo de él- la razón principal de su veneración a los doctores que, como colaboradores de Cristo, desempeñan la misma misión con Cristo.

(Tomás de Celano, Vida segunda, II, 131)

Pensaba que, entre todas las cosas y sobre todas ellas, se había de guardar, venerar e imitar la fe de la santa Iglesia romana, en la cual solamente se encuentra la salvación de cuantos han de salvarse.

(Tomás de Celano, Vida primera, I, 22)

Su reverencia llegaba al extremo del mismo edificio de los templos donde se daba culto al Verdader Dios. Es conocido que uno de sus primeros actos en Religión fue restaurar la pequeña capilla de la Porciúncula derruida, que se convertiría en el primer centro de la Orden de frailes menores.

Dondequiera que hubiese una iglesia que, aún no cogiéndoles de paso, pudieran siquiera divisarla de lejos, se volvían hacia ella y, postrados en tierra decían “te adoramos, Cristo, en todas las iglesias” […] Y lo que no es menos digno de admirar: hacían esto mismo siempre que veían una cruz o un signo de la cruz, fuese en la tierra, en una pared, en los árboles o en las cercas de los caminos.

(Tomás de Celano, Vida primera, I, 17)

Acostumbraba salir de noche a solas para orar en iglesias abandonadas y aisladas; bajo la divina gracia, superó en ellas muchos temores y angustias de espíritu.

(Tomás de Celano, Vida primera, I, 27)

Profesaba por último un cariño especial a la Santísima Virgen María:

Rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. Cantaba peculiares alabanzas en su honor, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como un puede expresar lengua humana. Pero lo que más le alegra es que la constituyó abogada de la Orden y puso bajo sus alas, para que la nutriese y protegiese hasta el fin, a los hijos que estaba a punto de abandonar.

(Tomás de Celano, Vida segunda, II, 150)

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Francisco poeta y autor espiritual

Nuestro santo fue un gran compositor de himnos y poesía espiritual. Naturalmente su obra más popular, la maravillosa “Hazme un instrumento de tu paz”, sí es ampliamente reconocida y ha sido versionada de todas las formas posibles.

Pero también escribió oraciones, como esta ante el crucifijo:

Altísimo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento. Amén.

Y esta “oración a la Trinidad” con que concluye la “Carta a toda la Orden, VII”:

Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, concédenos a nosotros, miserables, hacer por ti mismo lo que sabemos que tú quieres, y siempre querer lo que te place, para que, interiormente purificados, interiormente iluminados y abrasados por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y por tu sola gracia llegar a ti, Altísimo, que, en Trinidad perfecta y en simple Unidad, vives y reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos. Amén.

O estas “Alabanzas del Dios Altísimo”:

Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres altísimo. Tú eres rey omnipotente, tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra. Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses, tú eres el bien, todo el bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero. Tú eres amor, caridad; tú eres sabiduría, tú eres humildad, tú eres paciencia, tú eres belleza, tú eres mansedumbre, tú eres seguridad, tú eres quietud.

Y este “Saludo a las virtudes”:

¡Salve, reina sabiduría! El Señor te salve, con tu hermana la santa pura sencillez. ¡Señora santa pobreza! El Señor te salve, con tu hermana la santa humildad. ¡Señora santa Caridad! El Señor te salve con tu hermana la santa obediencia. ¡Santísimas virtudes! A todas os salve el Señor, de quien venís y procedéis. El que tiene una y no ofende a las otras, las tiene todas. Y el que ofende a una, no tiene a ninguna y a todas ofende.

También Francisco dio muchos y paternales consejos para la vida espiritual. Podemos señalar esta reflexión sobre el peligro de la melancolía y la importancia de la alegría en el cristiano:

Aseguraba el Santo que la alegría espiritual es el remedio más seguro contra las mil asechanzas y astucias del enemigo. Solía decir “el diablo se alegra, sobre todo, cuando logra arrebatar la alegría del alma al siervo de Dios. Lleva polvo que poder colar en las rendijas más pequeñas de la conciencia y con que ensuciar el candor del alma y la pureza de la vida. Pero cuando la alegría del espíritu llena los corazones, la serpiente derrama en vano el veneno mortal. Los demonios no pueden hacer daño al siervo de Cristo a quien ven rebosante de alegría santa. Por el contrario, el ánimo flébil, desolado y melancólico, se deja sumir fácilmente en la tristeza o envolverse en vanas satisfacciones”.

(Tomás de Celano. Vida Segunda, II, 88)

Por cierto que no faltaron en su enseñanza elogios para la obediencia:

Los hermanos que son ministros y siervos de los otros hermanos visiten y amonesten a sus hermanos , y corríjanlos humilde y caritativamente, no mandándoles nada que sea contrario a su alma y a nuestra Regla. Mas los hermanos que son súbditos recuerden que, por Dios, negaron sus propias voluntades. Por lo que firmemente les mando que obedezcan a sus ministros en todo lo que al Señor prometieron guardar y no es contrario al alma y a nuestra Regla.

(Regla bulada, X)

San Francisco no dudaba en dirigirse a los poderosos, fuesen prelados o seglares, para alentarles y reconvenirles, como prueba su “Carta a las autoridades”:

A todos los poderosos y cónsules, jueces y gobernantes de toda la tierra y a todos los demás a quienes lleguen estas lestras, el hermano Francisco, vuestro pequeño y despreciable siervo en el Señor Dios, os desea a todos vosotros salud y paz. Considerad y ved que el día de la muerte se aproxima. Os ruego, por tanto, con la reverencia que puedo, que no olvidéis al Señor ni os apartéis de sus mandamientos a causa de los cuidados y preocupaciones de este siglo que tenéis, porque todos aquellos que lo echan al olvido y “se apartan de sus mandamientos son malditos y serán echados por Él al olvido”. Y cuando llegue el día de la muerte, todo lo que creían tener, se les quitará. Y cuanto más sabios y poderosos hayan sido en este siglo, tanto mayores tormentos sufrirán en el infierno. Por lo que os aconsejo firmemente, como a señores míos, que, habiendo pospuesto todo cuidado y preocupación, recibáis benignamente el santísimo cuerpo y la santísima sangre de Nuestro Señor Jesucristo en santa memoria suya. Y rendid al Señor tanto honor en medio del pueblo que os ha sido encomendado, que cada tarde se anuncie por medio del pregonero o por medio de otra señal, que se rindan alabanzas y gracias por el pueblo entero al Señor Dios omnipotente.

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Reflexiones finales

A lo largo de la historia los santos reflejan las virtudes más necesarias para cada época, pero la fuente de la que beben, Dios Nuestro Señor, no cambia ni se muda. Por ello, no existen santos antiguos o modernos. Existen santos cristianos, o no existen.

El conocimiento profundo de la personalidad de uno de los grandes santos de la Iglesia, san Francisco de Asís, su misticismo, sus estigmas, su amor y devoción por la Sagrada Eucaristía, las Sagradas Escrituras y la liturgia, sus reconvenciones a quienes cometían pecado, nos ayudan a desmontar algunas imágenes parciales o falseadas que se han dado de él, con consecuencias que no llevan a la santidad, sino que apartan de ella, lo cual sin duda habría causado enorme tristeza al poverello de Asís.

5 comentarios

  
Franco
Muy interesante, Luis Ignacio. Me permito añadir otro punto que hoy se suele olvidar de este santo, y es la severidad con que guardaba su castidad. En sus biografías se lee que, ante las tentaciones, era capaz de tirarse al agua helada, o revolcarse en la nieve, y que jamás miraba a las mujeres a la cara (salvo, si no me equivoco, a Santa Clara de Asís). También ponía gran esfuerzo en inculcarle a los monjes un gran aprecio por la castidad.
26/10/22 10:51 PM
  
Pampeano
Oiga, no puede ser que este bonachón precursor de lo new age hablara del infierno o de la comunión sacrílega. En aquellos tiempos tampoco había grabadoras...
En otro orden, ¿está seguro que “Hazme un instrumento de tu paz” es de San Francisco? Supe leer hace tiempo -y no he guardado la nota que creo que fue en ReL- que en realidad se le atribuye a él porque estaba en una estampita de fines del siglo XIX que en frente tenía una imagen del santo, pero que no era de su autoría.

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LA

Se le atribuye a él, y el estilo es parecido al de sus otros himnos. Yo no paso de ahí.
Bendiciones.
26/10/22 10:55 PM
  
Jorge Cantu
Estimado Luis Ignacio:

Me parece que lo que escribió el hermano 'Pampeano' ha sido en sentido irónico y jocoso. De hecho me causó mucha gracia su referencia a la 'ausencia de grabadoras' (pater Arturo Sosa dixit) en tiempos de San Francisco.
28/10/22 12:57 AM
  
Marta de Jesús
Un santo fascinante.

Por qué me chirría la parte de *Encubrid sus caídas*? Por el tema de los abusos, desde luego. Aunque doy por hecho que no se debía referir a faltas graves de ese tipo, no? Pero me pregunto si pudo haber habido una justificación de los encubrimientos de pecados y delitos gravísimos, apoyándose en una falsa misericordia y humildad.

Saludos cordiales.

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LA

Sí, esas frases pueden mover a reflexión. Yo entiendo que "encubrid sus caídas" hace alusión a sus faltas personales, no al daño que puedan hacer a otros. Aunque no lo he incluido en esta recensión por falta de espacio, san Francisco recomienda a sus frailes una corrección fraterna severa, que incluye penitencias y arrepentimiento público y privado.

Saludos cordiales.
28/10/22 9:34 AM
  
Maria Hernández
Por favor, cuáles son los mejores libros(autor, editorial) para conocer en profundidad a San Francisco. Gracias por sacar a la luz la verdad.

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LA


Todas las citas de este artículo provienen de la obra anónima del siglo XIV "las florecillas de san Francisco" (de ahí el título), que recoge hechos de su vida y palabras de diversa autoría. Basta con este tratado para conocer la obra y pensamiento de san Francisco. Sin duda existirán además otras muchas obras biográficas o teológicas para profundizar en su figura y enseñanzas.
28/10/22 9:42 AM

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