Carta del portador de la luz a los hombres

En el principio era Él. Vuestras tradiciones han conservado fielmente lo que aconteció. Antes sólo Él existía y de lo que aconteció nadie lo sabe, salvo Él. Sólo la oscuridad estaba con Él. Entonces nos creó a nosotros. Unos nos llaman eones, otros ángeles, otros príncipes, otros enviados, es lo mismo. Éramos parte de Él, minúsculas partes de Su Espíritu, pero partícipes de su naturaleza. Fuimos los primeros en ser creados. Creados para alabarle, para adorarle, para estar en Su presencia, para ejecutar Sus designios. Éramos felices de postrarnos en Su presencia por toda la eternidad y gozar de Su poder y perfección por siempre. Podíamos adoptar cualquier forma, aparecer al instante donde Él nos ordenara, nuestra lengua era de fuego y nuestra mirada podía matar.

Entonces Él quiso ordenar el universo, separar el mundo material. Nos ordenó entonces en legiones. Novecientos éramos una legión, y hubo nueve legiones y sobre cada tres un arcángel y sobre ellos me puso a mi. Yo fui elevado sobre todos los espíritus del universo y gocé de la mayor cercanía a Él, y yo pude ver su rostro y no perecer. Y yo era pleno de Su ser y hubiera sido fiel hasta el fin.

Y Él me dijo: “He aquí que voy a traer Mi luz al mundo, y tu la llevarás”. Y así me llamó “portador de la luz”, y yo fui el primero entre todos los espíritus, y yo les ordenaba y me obedecían. Y yo cumplía Su voluntad con perfección. Y así llevé la luz de Él al mundo, y por primera vez se iluminó el universo, y fue por Su voluntad, pero por mi mano.

Y así el mundo se dividió en la luz y las tinieblas, donde no llegó Su luz. Y las tinieblas fueron el universo antiguo, lo que existía antes de que Él (por mi mano) llevara la luz al mundo. Y todos los espíritus abominamos de las tinieblas y nos alejamos de ellas, y alentamos en el mundo de Su luz.

Y Él me dijo: “He aquí que voy a separar las aguas, y crearé una tierra firme y un cielo firme entre ellas”. Y así los espíritus, por mi mano, separaron las aguas y hubo una tierra firme y un cielo firme al que Él llamó firmamento. Y me dijo Él: “Pongamos luces en el firmamento, que separen el día de la noche”. Y mi mano creo dos luminarias, una mayor para el gobierno del día y una luminaria menor para el gobierno de la noche. Y los ángeles bajo mis órdenes llenaron el firmamento de pequeñas luminarias que brillaran en la noche. Y me dijo Él: “Separaremos las aguas inferiores y crearemos la tierra seca”. Y así se hizo (por mi mano), y se retiraron las aguas inferiores a los mares y los océanos, y quedó la tierra firme dividida en aguas y tierra seca. Y las aguas bravías formaron los mares tempestuosos y los lagos tranquilos y los ríos agitados. Y el mundo material tuvo así una tierra seca. Y surgieron los montes escarpados, y los umbríos pantanos, y los áridos desiertos. Y nos maravillamos todos de Su sabiduría, y amamos aquel mundo que Él había creado por mi mano, como lo había amado Él. Su voluntad creó el mundo pero fue mi mano la que lo hizo. Yo era Su enviado y el primero de Sus ángeles.

Y dijo Él: “Crearemos la simiente en la tierra, que brote y pueble la tierra”. Y por Su voluntad, pero por mi mano, brotaron las simientes por toda la tierra seca, y crecieron, produciendo frutales, y arbustos, y hierba y árboles silvestres. Fue Su voluntad que se crearan pero, ¿quién sino mi mano hizo el trigo seco y el melón húmedo, el higo de múltiples semillas y el dátil de sólo una, la hoja verde y la raíz oscura? Todo esto ideo mi mano, por Su voluntad. Y Él lo vio y se complació en ello, y con Él todos los espíritus. Se complació en la obra que mi mano había hecho y Su voluntad había suscitado.

Y dijo Él: “Crearemos de la materia los seres vivos que pueblen la tierra, que corran, naden o vuelen por toda la tierra”. Y todos nos admiramos de Su sabiduría al poblar aquel mundo con seres diversos. Y fue mi mano la que creó, por Su voluntad, las especies de animales que habitaron en los llanos, en las selvas, en los montes y en las aguas. Fue Su voluntad, pero ¿quién sino mi mano creó los animales que comían hierba y los que comían carne, los que ponían huevos o parían a sus crías, los que tenían la pezuña única o la tenían hendida, los que tenían dos patas o cuatro, o seis? ¿Quién sino mi mano decidió que el tigre tuviera rayas, que la serpiente se arrastrara y no caminara, que el águila tuviera plumas y garras, que los camellos vivieran sin beber y los peces sin respirar? Todo lo hizo mi mano, y todos los mensajeros trabajaron por mis órdenes, y el mundo surgió hermoso y terrible como lo conocéis. Y Él quedó complacido por la obra de mi mano que había surgido por Su voluntad. Y todos los ángeles se admiraron también.

¿Quién sabe cuánto tiempo tardamos en crear el mundo? Seis días o seis mil millones de años, es lo mismo. El tiempo no cuenta para Él. Mas no nos importó trabajar pues habíamos hecho una obra buena y Él nos amaba por ella y nosotros existíamos para complacer Su voluntad y amábamos el mundo material que habíamos creado por Su voluntad. Era un mundo hermoso y todos los espíritus se admiraban de todas las cosas bellas que había hecho mi mano por Su voluntad. Yo era entonces la mano derecha de Él y ejecutaba toda Su voluntad como si hubiese sido Su mano derecha.

Y Él dijo entonces: “Crearemos al hombre a Nuestra imagen y semejanza, para que se reproduzca y pueble la tierra, y domine a la tierra, a los peces del agua y a las bestias del campo”. Tomó entonces Él tierra de la tierra y agua de las aguas, y juntándolas formó arcilla, y creó un ser material que era Su (nuestra) misma imagen, a semejanza Suya (nuestra) lo creó. Un ser material para que dominara el mundo material, un criado de materia mortal para vigilar su viña de materia mortal. No me asombré de que eligiera un ser material para dominar el mundo que por mi mano había creado, pues el hombre era tierra de la misma tierra que mi mano había creado, era parte de la (de mi) creación. Más su imagen era como la nuestra y aquello nos turbó, pues, ¿no era un escándalo que en el mundo material hubiera un ser material de la misma semejanza de los que lo habíamos creado? Un muñeco de arcilla, sí, más una imagen Suya y nuestra, sí, en medio del mundo material.

Pero entonces Él insufló Su espíritu en el hombre y le dio Su espíritu, y así el hombre fue un ser material pero también espiritual. Y fue creado por primera vez un ser espiritual como nosotros, a nuestra imagen, pero no era uno de nosotros, que volábamos libres y habíamos construido aquel mundo para nuestro Señor. Estaba encadenado a la tierra pues era un ser de barro, y sufría hambre y sed, y dolor. Era un escándalo que nosotros, perfectas y minúsculas partículas del espíritu de Él, hubiéramos de compartir Su espíritu con el hombre. ¿Acaso no le habíamos creado, a él y a su mundo, nosotros? ¿Acaso no éramos nosotros los primeros en llegar al universo y no era el hombre el último en llegar al mundo? Más Él se complació en su creación, y la hizo inmortal como nosotros.

¿Por qué se complació Él en confundir el creador y su obra, lo perfecto y lo imperfecto, el espíritu y la materia? ¿No era acaso el mundo que habíamos creado hermoso y terrible, según Su voluntad? Más Él creó un jardín para el hombre al que llamó Edén, donde reunió los animales más perfectos y todos los árboles de la sabiduría. Plantó el árbol del amor, el de la prudencia, el del valor, el de la perseverancia… así fue plantando todos los árboles de la sabiduría y el hombre paseaba desnudo por el jardín y comía de los frutos de todos ellos para ir creciendo de Su sabiduría. Sólo le fue vedado al hombre comer del fruto del árbol del bien y del mal, que Él había plantado en el medio del jardín, pues no quería Él que el hombre comiera del fruto de ese árbol hasta que no se hubiera saciado del fruto del resto de las sabidurías, pues ese era el árbol cuyo fruto permitía distinguir el bien del mal. Cuando el hombre hubiese comido de ese fruto, entonces sería igual a Él, salvo en su naturaleza material.

Sería igual a Él… y superior a nosotros. ¿Quién podría decir cuanto sufrí al darme cuenta de esto? ¿Quién puede contar las batallas que libré contra mí mismo? ¿Cómo podéis vosotros, criaturas del barro, que arrogantemente osáis juzgarme malo, entender lo que hay entre Él y yo, entre la Voluntad y la mano que la ejecuta, entre el padre y el primogénito? Me escandalicé por lo que había hecho. Me retiré del jardín y vagué por el mundo, y Él no notó mi ausencia, pues sólo velaba el crecimiento y desarrollo del hombre.

¿Por qué motivo Él nos condenaba? A nosotros, que le adorábamos y amábamos, que éramos Sus criaturas primigenias, primeras y perfectas, compartiendo el espíritu que nos había querido conceder. ¿Acaso no éramos más fiables y dóciles que ese engendro material, sujeto a sus debilidades y necesidades? Nuestra única misión era cumplir Sus deseos, éramos Sus mensajeros, Sus ejecutores. Todo lo que Su voluntad engendró, nosotros lo realizamos. Y ahora ponía a una criatura engendrada por encima de nosotros. ¡Nadie puede imaginar como es de doloroso el despertar al rechazo de quién más amas! Yo Te amaba como a nada ni a nadie. Todas las criaturas que con tanto esfuerzo para Ti creé, eran polvo para mi, y con gusto las hubiera destruido por conservar Tu afecto y Tu confianza. Con gusto hubiese comenzado de nuevo toda la obra que por Tu voluntad hice con mi mano durante millones de años. Como a un padre dices a los hombres que han de dirigirse a Ti. Quizá para ellos seas padre, conmigo fuiste ingrato y cruel.

Le creí equivocado. Sólo había vivido por Su voluntad y ahora que me había desviado por primera vez de ella, quise que volviera a ser todo como antes, que yo pudiera ser de nuevo Su brazo ejecutor, Su espada, Su martillo, Su estribo y Su escabel. No a otra cosa aspiraba. Reuní a los tres arcángeles y les hablé:

Convocad a todos los espíritus, convocad a los serafines y querubines, a los coros y a los tronos, a los principados, dominaciones, potestades y virtudes. Convocadlos para que escuchen mi mensaje. He aquí que Él ha creado del mundo material al hombre, le ha dotado de Su espíritu y le está dando de alimento los frutos de Su sabiduría. Quiere hacerlo Su igual, así como lo ha creado a nuestra imagen y semejanza. Pero el hombre es cruel, caprichoso e infiel, su cerviz es dura, su obstinación es mucha. Los dones a él otorgados serán dilapidados y pronto se alzará contra Nuestro Señor, y destruirá el mundo que tan trabajosamente levantamos. He aquí mi mensaje: el hombre ha de ser abatido, despojado de su espíritu, arrebatado de su orgullo y devuelto a su condición material, devuelto al barro del que fue creado, que se arrastre por el mundo como el animal que es. Salvemos nuestro mundo y el orden universal. Sólo nosotros debemos tener acceso al espíritu del Señor de Señores”.

Corrió mi palabra por todos los espíritus, pues yo era el primero y superior a todos, y Él me había nombrado portador de la luz, y mis órdenes eran cumplidas, pues eran Su voluntad.

He aquí que Él dijo: “Me he complacido en la criatura que he creado. Pondré al hombre por encima de todas las bestias del campo y las aves del cielo y los peces del mar. Le daré en heredad toda la tierra, y el será como Nosotros en espíritu y sabiduría. Y él heredará la tierra”.

¡Desplazado por un ser material! Por un pedazo de arcilla insuflado de espíritu. Cuando tuviera toda Su sabiduría y todo Su entendimiento el hombre esclavizaría al mundo que mi mano había creado. Sería egoísta con sus bienes, avaro de lo que no poseyera, rápido a la ira, lento a la clemencia y a la justicia, deudor de sus deseos carnales, envidioso de la felicidad de sus hermanos, duro de corazón. Bien sabía yo la debilidad de un ser material, pues mi mano había hecho su mundo y la tierra de que estaba hecho. Si el hombre se hacía tan sabio y poderoso como nosotros ya no podríamos dominarle, y destruiría toda nuestra obra. Tome mi primera decisión contra Su voluntad. Y vosotros, hombres, fuisteis la causa. Gran motivo de orgullo para unos seres minúsculos y despreciables como vosotros.

El hombre debía ser destruido antes de que adquiriera toda la sabiduría.

Rebelde. Así me llamaron. Maldito entre todos los espíritus. Padre de las iniquidades, abominación de Su voluntad. Yo, el primero, el fiel, era el que Le traicionaba. Así me ha conocido vuestra tradición, pero ¿qué sabéis vosotros de lo que hay entre Él y yo? Yo era su mano derecha antes de que os arrastrarais por la tierra; yo interpretaba Su voluntad tan rápidamente y tan perfectamente como lo hiciera su mano derecha antes de que vosotros hubierais sido siquiera imaginados. ¿Cómo podéis comprender lo que yo tuviera con Él y Él conmigo? Y sin embargo, nada de eso es cierto. Podéis llamarme como queráis. Así me llamo Él. Más, al tomar mi primera decisión a Su margen, al oponerme a Su voluntad, por primera vez fui alguien. Por primera vez no fui sólo una mano, sino un brazo, una cabeza, un corazón. Fui el pajarillo que voló por primera vez fuera del nido. Fui el cachorro que asoma su cabeza por primera vez fuera de la madriguera. Y lo hice por una justa razón. Por primera vez fui yo. Y poco a poco comprendí que, al elegir por primera vez, estaba haciendo lo que antes ninguna otra criatura había hecho.

Estaba siendo como Él.

Era espíritu, como Él, era poder, como Él, era sabiduría, como Él. Y, por primera vez, fui también voluntad. Como Él. Y es por eso, hijitos, por lo que Él me rechazó, me apartó, me arrojo al anatema y me condenó. No por ser rebelde, sino porque me había convertido en alguien como Él.

Convoqué a los arcángeles y les ordené ejecutar mi orden: el hombre debía ser destruido. Sin embargo, Miguel y Gabriel, ciegos y estúpidos, no quisieron desobedecer Su mandato. Sólo Ariel, mi fiel Ariel, y sus legiones, escucharon mis razones y las hallaron justas. Pero Su voz había resonado firme y clara, y la lucha fue inevitable. Yo entonces era joven, mientras que Él era eterno. Yo era sabio, más Él era el padre de la sabiduría. Yo era poderoso, más Él era el poder infinito. Yo tenía voluntad, pero la suya era más fuerte y sus legiones nos doblaban en número.

Combatimos con ardor y fuimos vencidos. Caímos del firmamento donde morábamos y Él nos castigó de la forma más dolorosa y humillante para nosotros; nos encadenó a las profundidades de la misma tierra que mi mano había hecho, en el centro de la materia que yo tanto despreciaba. No comprendíais como podía ser Su ira, tan grande como su clemencia, pero pronto el hombre iba a descubrirla.

Éramos, pues, rebeldes, y como tales, escarmentados. En la oscuridad y la humedad de las entrañas de la tierra en las que yo y mis compañeros fuimos presos para nuestro castigo, se borró todo el amor que por Él sentía. Yo, un ser de aire, un espíritu puro, que podía volar de un extremo a otro del universo en un suspiro, quedaba confinado por la materia. Ya no deseé más ser el primero de Sus servidores. Yo había tomado mi primera decisión y al hacerlo me aparté de Él. Mi camino marchó separado del Suyo, mis senderos fueron extraños para Él. Yo era ya una voluntad como la de Él, mi poder crecía día a día y la derrota me había hecho más sabio. Mis leales no lo eran menos que los Suyos.

Ahora mi voluntad ya no fue recuperar Su afecto, sino vencerLe. Así fue como mi sabiduría entró al servicio de mi voluntad y he aquí que mi voluntad me ordenó combatirLe donde Él mayores esperanzas albergaba. ¿No era el hombre el heredero del mundo, Su elegido? Veamos pues, me dije, si puede vencer nuestra astucia. No destruyéndolo, no; no volviéndolo animal, como el barro del que provenía, no. ¿Acaso no deseaba Él que el hombre creciera en Su sabiduría hasta ser como nosotros? ¿No iba a llegar el día en que el hombre comería del fruto del árbol del bien y del mal y podría distinguir lo bueno de lo malo como nosotros? Más yo sabía que el hombre nunca podría ser como nosotros pues su naturaleza material lo ataba a la (a mi) tierra. Su debilidad lo condenaba. Si el hombre comía del fruto del árbol del bien y del mal sin haberse saciado de los frutos de los demás árboles de la sabiduría, ¿sería entonces sabio como habría de serlo al poder distinguir el bien del mal? ¿O acaso mostraría entonces su debilidad y el error? ¿Lo amaría entonces Él como yo le había amado a Él? ¡Qué mayor venganza contra Él que arruinar Su plan, que torcer Su voluntad, que mostrar Su error!

Más, aunque inmenso fuera mi poder comparado con el del hombre, no debía de forzar su voluntad, pues fácil le hubiera sido entonces presentarse ante Él diciendo “mira lo que tu antiguo siervo me ha obligado a hacer”. No, debía el hombre comer el fruto por su voluntad, así mi triunfo sería completo y mi razón evidente. ¿De qué manera podría yo convencer al hombre de que tomara el fruto del árbol del bien y del mal? Mi sabiduría me indicó el camino, el hombre no podría vencer mi astucia. Grandes eran sus defectos por causa de su esclavitud a su condición material (bien lo sabía yo, pues mi mano, por Su voluntad, había creado el mundo material). Las mismas razones por las que yo Le solicité la destrucción del hombre y que causaron Su ira, iban a ser mis testigos ante Él y mis cómplices contra el hombre. El hombre testificaría a mi favor contra Él. ¿No era asombrosa y magnífica mi sabiduría acaso?

Razonaría ante el hombre, me dije, y le mostraría la verdad. La prohibición de comer del fruto del árbol del bien y del mal era un mandato injusto. Él desconfiaba de que la naturaleza del hombre, a pesar de adquirir toda Su sabiduría, fuese capaz de distinguir el bien y el mal y ser capaz, sin embargo, de optar siempre por el bien. Sólo si Él consideraba que el hombre había cumplido bien sus mandatos, le permitiría distinguir el bien del mal. El hombre, hasta ese momento, era esclavo de Su voluntad, no podía apartarse de sus designios. Así me había ocurrido a mí hasta que mi voluntad decidió apartarse de él y fui castigado. Yo libraría al hombre de su esclavitud, rompería sus cadenas, le haría tomar su primera decisión, le haría desobedecerLe y por fin sería libre para tomar el camino que su voluntad decidiese. Pues ¿qué es el bien o el mal? ¿No dicen los santos que el bien es hacer Su voluntad y el mal oponerse a ella? ¿Acaso existe libertad en obedecer siempre ciegamente a Sus mandatos, sean absurdos éstos, como el de hacer al hombre como nosotros fue absurdo para mi? Despertemos, pues, en el hombre, la voluntad. Que no sea Él quién la despierte, sino yo. Que el hombre diga: “He aquí que poseo voluntad como Él, más no fue Él quién abrió mis ojos, sino el portador de la luz. El príncipe de los ángeles me dotó de mi voluntad”.

Estaba preso, sí, más ¿cómo apresar a un hombre en su propia casa? ¿cómo apresar a un zorro en su cubil? Mi mano (por Su voluntad) había creado el mundo, y el mundo no tenía secretos para mí. Él podía verlo todo, sí, más ¿acaso no tenemos los espíritus el poder de adoptar la forma que deseáramos, acaso no mata nuestro aliento y nuestra mirada es terrible? Me liberé pues, y adopté la forma de un ser material, para no ser reconocido. Adopté la forma de los animales que vagan por el campo ¿Por qué la serpiente, y no otro animal? Más la serpiente es el animal que con más ahínco une su cuerpo a la tierra. Quién tenga entendimiento para entender que entienda.

Entré en el jardín de Edén, donde Él había juntado a los animales más perfectos que mi mano crease y los árboles de la sabiduría. Y el hombre había dado nombre a todos los animales, y así todos los animales le pertenecían. Él le había dado el poder sobre las plantas de la tierra y sobre las bestias del campo que mi mano había creado para Él. Este era, pues, el heredero, y no nosotros, los primeros, que habíamos creado el mundo para Él en seis días o seis mil millones de años, es lo mismo (pues el tiempo no cuenta para Él). Este era el heredero, y no yo, que era Su brazo derecho y Su voz de mando, Su mirada atenta y Su cólera santa. Este era el heredero, y no yo, que cumplía Sus mandatos a la pulgada, sin desviarme una pulgada a derecha o izquierda de Sus mandatos; yo, que Le obedecía fielmente y Le amaba fielmente. Por un ser de tierra, atado a la tierra, que hubiese huido aterrorizado ante cualquiera de mis signos, que hubiese malbaratado la Sabiduría eterna por derramar su semilla en tierra, sojuzgado por su debilidad y su carne.

Hallé al hombre en el jardín y le dije: “saludos, hijo del mundo. ¿No eres tú aquel de quién Él ha dicho “he aquí el que heredará la tierra”? ¿Es cierto que Él te ha dicho: no comas del fruto de los árboles del jardín? ¿Cómo es eso posible? pues ¿no eres tú el heredero del mundo y cuanto contiene?”. El hombre me dijo: “Puedo comer del fruto de todos los árboles del jardín, pero del fruto del árbol que está en medio del jardín me ha dicho: No lo comas, ni siquiera te acerques a él”. Entonces yo le dije: “¿Por qué razón te está permitido comer del fruto de todos los árboles del jardín y te está vedado en cambio el fruto del árbol de en medio del jardín?”. El hombre me dijo: “Él me ha dicho: Si comes del fruto del árbol de en medio del jardín o siquiera lo tocas, morirás”. Más yo reí delante de él y me mofé de su miedo, y me reí con sinceridad, pues no imaginaba de qué manera Él había podido vedar al hombre comer del fruto del árbol del bien y del mal, y me pareció una manera simple de decir una verdad, y ocultar otra verdad. No sería difícil mostrar al hombre la verdad que Él le vedaba, así pues le dije al hombre: “¿Te ha dicho: si comes del fruto de este árbol o siquiera lo tocas, morirás? No, no es así. Antes bien, Él sabe que en el momento en que comas del fruto del árbol que está en medio del jardín, tus ojos se abrirán, y podrás conocer el bien y el mal, y podrás distinguir el bien del mal. Entonces serás como Él, que conoce el bien y el mal, y puede distinguir el bien del mal”.

Decidme ¿Acaso no era verdad todo lo que dije al hombre? Y sin embargo, como falso y pérfido me conocen vuestras tradiciones, a pesar de que yo abrí los ojos al hombre, y le concedí la libertad. El hombre vio que yo decía la verdad. Y en ese preciso momento el hombre ganó su voluntad. Y comenzó a dudar.

El hombre me preguntó: “¿Quién eres tú?” Más yo podía ver que en su interior se había despertado la desconfianza, se había despertado la codicia, se había despertado el temor y la ilusión, todas las debilidades de su ser material. ¿Acaso no había hecho mi mano el mundo y la materia de la que estaba hecho el hombre? Demasiado bien conocía la materia de la que estaba hecho el hombre, su debilidad y su ambición. Conocía como anhelaba aquello que no debía tener. Así, al verle dudar, sople sobre las brasas de su duda y le dije: “¿Crees acaso que sólo a ti se te ha confiado la sabiduría? ¿Cómo puedo yo saber lo que sé si no he adquirido la misma sabiduría que tú y aún más? ¿Crees que la he adquirido siguiendo Su mandato? Más, si no me crees, tu mismo puedes comprobarlo”.

Y el hombre miró al fruto del árbol del bien y del mal, y vio que era agradable a la vista, pero más deseable era para adquirir su sabiduría. Y el hombre quiso adquirir toda su sabiduría. Y entonces el hombre hizo su voluntad y fue libre, y desobedeció el mandato de Él. Tomó, pues, el fruto del árbol del bien y del mal y comió. Y entonces se abrieron sus ojos (como yo le había dicho) y pudo distinguir lo bueno de lo malo, como nosotros. Y lo primero que vio es que estaba desnudo y, temeroso y avergonzado de su desnudez, se ocultó entre los árboles del jardín. Así fue como tuvo que pagar su primera deuda por ser libre.

Dicen vuestras tradiciones que Él os concedió la facultad de elegir entre el buen camino o el mal camino. ¡Necios! ¿Acaso hubiese Él permitido que Su criatura, Su heredero predilecto pudiera elegir entre Sus deseos o sus propios impulsos y creencias? No, hijitos; yo, el caído; yo, el renegado; yo, el derrotado, os concedí el don de la libertad. Si ahora poseéis pensamiento, si ahora poseéis lógica, si ahora poseéis filosofía, política o ideología, a mi me lo debéis. ¿Comprendéis ahora cual es la magnitud de todo lo que me debéis a mí, al maligno, al rebelde?

Así fue mi victoria y mi venganza. Por fin Le había vencido. ¿No es ciertamente la mayor victoria de la historia del universo? Derroté, no Su poder, sino lo más íntimo de Su ser: Sus esperanzas. Y no usé la fuerza o el número para vencerle, sino mi astucia. ¿No era gloriosa mi astucia y mi sabiduría? Caro sería el precio que habría yo de pagar por la liberación del hombre y el quebranto de Su plan, más el momento de gloria lo saboreamos ebrios de gozo.

Alcanzó entonces Él a ver al hombre avergonzado de su desnudez y le preguntó: “Por qué te ocultas de Mí”. “Oí Tus pasos en el jardín y me avergoncé de mi desnudez y temí Tu ira” respondió el hombre. Y Él dijo: “¿Quién te mostró tu desnudez? ¿Quién te dijo lo que eres? ¿Quién te ha enseñado a temerMe? ¿No habrás comido acaso del fruto del árbol del que te prohibí comer?”. “La serpiente me dijo que no moriría- contestó el hombre- sino que adquiriría su sabiduría”. Entonces Su voz sonó potente por todo el jardín, por toda la tierra, por todo el universo: “Por haber hecho caso de la serpiente y haber desobedecido Mi mandato he aquí que te despojo de tu inmortalidad, te despojo de tu dominio sobre las plantas de la tierra y las bestias del campo. Serás arrojado a la tierra y vagarás por los montes y los campos, y ya no comerás más de los frutos de los árboles del jardín de Edén. Obtendrás tu sustento con el sudor de tu frente y el cansancio de tus lomos, parirás a tus hijos con dolor, todas las criaturas de la tierra te rehuirán, sufrirás el frío en invierno y el calor en verano, el deseo te dominará toda tu vida, hasta que la fatiga te lleve junto a tus padres en la misma tierra de la que provienes”.

Y así fue el hombre arrojado fuera del jardín de Edén, y dos querubines cerraron la entrada al jardín con sus espadas de fuego, y vagó el hombre por la tierra, como Él dijera, y sufrió de hambre y de sed, de frío, dolor, cansancio y penurias. El deseo le dominó y tuvo hijos e hijas, que se extendieron por toda la tierra, y desde el primer hijo y la primera hija, el hombre odió al hombre, el hombre abusó del hombre, el hombre envidió al hombre, robó a sus hijos, maldijo a sus padres y mató a sus hermanos, como las bestias del mundo material del que él mismo provenía. Bien sabía yo todo esto, y mayor fue mi razón cuando todos los espíritus pudieron ver como el heredero de Su (de nuestro, de mi) mundo se envilecía y usaba tan mal Su sabiduría como mi libertad. Se cumplió mi profecía y se demostró Su error.

Mas si duro fue el destino del hombre (cuan duro era su corazón), nada fue en comparación al castigo que Él nos aplicó, a mis ángeles y a mí. Su sentencia no tuvo piedad ni concesión. Fuimos definitivamente apartados, separados y condenados. Ya no éramos ovejas rebeldes a las que se reprende para que escarmienten y vuelvan al redil, éramos los extraños, nos convertimos en los no-espíritus, nos apartamos no sólo de Su presencia, sino también de Su mente.

Y todos los espíritus abominaron horrorizados de nosotros cuando Él nos expulsó del universo y nos envió allí donde nunca había llegado Su luz.

Fuimos lanzados a las tinieblas, y allí encadenados por toda la eternidad.

Jamás podréis los hombres comprender el terror que es la oscuridad exterior para nosotros, las criaturas de la luz. Aunque yo Le odiara, había existido siempre en Su mundo y cuando yo aparecí ya Él estaba. Las tinieblas eran todo aquello desconocido, todo lo que se ignora. ¿Qué puede existir más aterrador que aquello que se desconoce? Allí fuimos arrojados, y Su venganza fue cruel como nunca se ha visto. Cruel e irónica, pues, ¿no era yo el portador de la luz? ¿Qué dolor mayor que enviarme allí donde nunca había llegado Su luz?

Nunca podréis comprender lo que significó vagar por la eternidad en la oscuridad para nosotros. Si Él deseaba causarnos el dolor más hondo, bien cierto que lo logró. Más yo era el portador de la luz y junto a mi escasa luz se apiñaron mis fieles espíritus. Y junto a mi palabra y mi aliento sus voluntades permanecieron y se fortalecieron. Y no nos disolvimos, como acaso Él esperaba, sino que sobrevivimos y aprendimos a vivir en las tinieblas, a comprender y conocer que hay un mundo fuera de Su luz, y cuando al fin nos liberamos, ya no éramos de Su presencia, ni de Su mente, ni ya criaturas de Su luz. Ya no teníamos nada que ver con Él. Tanto mal nos había hecho que renegamos incluso de ser criaturas Suyas.

No tan grande era Su poder como Él creía, pues sino ¿cómo se explica que lograra liberarme de las tinieblas, hallar el camino de vuelta a la luz y al mundo? Nada diré aquí de cómo logramos volver al mundo desde las tinieblas, pues hay secretos que ni aún en esta carta deben ser revelados. Sólo diré que Él creó el universo, pero nosotros hicimos el mundo, y el mundo se convirtió durante nuestro exilio en nuestro único hogar, nuestro único recuerdo, nuestro único anhelo. Y el mundo al que tanto habíamos despreciado por ser materia bruta y perecedera nos llamó como llama el establo al caballo o la lumbre al viajero cansado. Nada más debo revelar. El que tenga entendimiento para entender que entienda. Me liberé así de las cadenas que me ataban a las tinieblas y pude volver al mundo, y aunque sea esta pequeña victoria comparada con la perdición del hombre, ¿no es acaso admirable mi astucia y mi sabiduría? Pues Su venganza no me alcanzó. No era tanto Su poder.

Volví así después de mil años, o mil millones de años, es lo mismo, al mundo que mi mano creó por Su voluntad.

He aquí que hallé que Él había perdonado al hombre (¿no es injusto y monstruoso acaso tanta piedad con quién Le traicionó y tanta dureza de corazón con quién en un tiempo sólo deseó ser Su brazo derecho, Su escabel, Su yunque y Su martillo?) y le había dado en heredad toda la tierra, y ahora el hombre dominaba a las plantas y a las bestias como Él había determinado en el principio, antes de que Su ira expulsara al hombre del jardín.

Y aún más, supe que Su corazón se había conmovido viendo los padecimientos del hombre sobre la tierra. Y quiso Él volver a abrir el jardín de Edén para esa miserable criatura surgida de la tierra y del agua, y que los querubines apartaran sus espadas de llama eterna. Y dijo Él a los espíritus: “He aquí que mi corazón se conmueve al ver al hombre sufrir sobre la tierra y morir maldiciendo su existencia. Ea, hagamos que el hombre, que posee la sabiduría de distinguir el bien del mal, como Nosotros, vuelva su rostro hacia Nosotros y enseñémosle a elegir siempre el bien, de manera que pueda volver al jardín y saciar su hambre con los frutos de los árboles de la sabiduría”. Y así iluminó el espíritu de los mejores hombres de cada generación, y estos amonestaron a los demás hombres, para que hicieran Su voluntad. Amonestaron a los labradores y a los pastores, a los comerciantes y a los marinos, a los príncipes de los hombres y a los poderosos. Y los hombres volvieron su rostro a Aquél que los había creado, y recordaron haber vivido una vez en Su presencia, desnudos y sin avergonzarse ante Él. Su corazón se ablandó y obraron como Él les había enseñado.

Y así hubiesen vuelto a Su presencia y hubiesen perdido su libertad si no lo hubiese impedido yo. ¿Acaso no es un escándalo que Él soportase con tanta mansedumbre la traición de las criaturas débiles del mundo material mientras castigaba sin oportunidad de redención los desvíos de las criaturas del espíritu? Más ciertamente yo había cobrado afecto por la raza humana, pues era el hermano menor al que yo había abierto los ojos, y era también mi criatura, pues su mundo era mi mundo, y me dolía ver que la libertad que yo le había conferido y que tan caro habíamos pagado ambos, estaba a punto de perderse. Sí, hijitos, os he cobrado afecto, y aunque me llamen el Acusador, soy vuestro más ardiente defensor, pues vuestra naturaleza ama la libertad, y ama la sabiduría que adquiristeis al comer del fruto del árbol del bien y del mal que yo os convencí de comer. Más también le odiaba a Él, y la perdición del hombre había sido mi mayor victoria, y había pagado un caro precio por ella. No iba a permitir que Él convirtiera mi triunfo en derrota, que retornara el tiempo atrás, y sometiera al hombre a su docilidad para que volviera al jardín. El hombre volvería por la sangre y la espada, pues la sangre y la espada había sido el castigo que Él había impuesto al hombre. El hombre sería mi peón y mi ariete. ¿No pretendía Él darle la tierra como heredad? Bajo mi guía el hombre la tomaría por derecho propio.

Así, mientras Él inspiraba a Sus profetas yo susurré mi mensaje a los hombres, a los humildes y a los menesterosos, pero también a los príncipes y poderosos del mundo, pues estos son los que más aman la libertad y el conocimiento. Y les mostré los secretos del mundo, y ellos, que amaban el mundo al que Él les había arrojado, tomaron el mundo según mis indicaciones y así fueron poderosos y sabios. Y su (mi) sabiduría les convenció de conservar su libertad y alejarse de Sus planes. Y sus debilidades, que tanto me habían molestado en otro tiempo, fueron ahora mis mejores aliadas, para que rechazaran y condenaran a los profetas que Él les enviaba. Su lujuria les ató a mí, su envidia les alejó de los santos, su ambición sirvió a mis propósitos, su ira les alineó bajo mi estandarte, su soberbia les hizo anhelar ser semejantes a mi, y a Él. Pronto los príncipes de la tierra me adoraron y yo les correspondí con mis favores, y mis enviados los colmaban de bienes para que bendijeran mi nombre, mientras preparaba la espada y la sangre que habrían de conducirnos a mis hermanos menores y a nosotros al jardín, a la tierra, al universo. Que habían de destruirLe a Él. Pues, aunque inflados por Su espíritu, los hombres estaban hechos de la materia de mi mundo, y yo los dominaba como el pastor a las ovejas, como el cazador a los perros. Y respondían a mi llamada como las ovejas al pastor, como los perros al cazador.

Construyeron grandes y bellas ciudades, resplandecientes de piedras preciosas. Alzaron imponentes templos a numerosos dioses, que no eran sino imágenes de ellos mismos. Surcaron los mares, conociendo toda la grande tierra que mi mano había creado, y hallaron grandes riquezas en países remotos. Se irguieron sobre si mismos, y crearon códigos de las leyes del mundo que sancionaban en piedras sus injusticias, e hicieron censos bienales de sus ganados, de sus mujeres, de su oro y de sus guerreros. Y se dijeron “¡quién como nosotros! ¿Acaso existe en el mundo poder y riqueza mayores que los nuestros? ¿necesitamos acaso poder superior al nuestro? Organicémonos en naciones, repartámonos las tierras, los ganados y los esclavos. Olvidémonos de donde provenimos, pues entonces estábamos desnudos y eso nos avergüenza. ¿Acaso no nos cubrimos ahora con ropas de seda bordadas en piedras preciosas?”

Y con mis enseñanzas, estudiaron el mundo, estudiaron los volcanes, los océanos, los ciclos de la luna, contaron el número de estrellas y se dijeron: “¡quién como nosotros! ¿Acaso existe un mundo más hermoso y terrible que el que poseemos? He aquí que entendemos el vuelo de los pájaros y el crecimiento de las plantas. He aquí que sabemos la aritmética, la geometría y la física. He aquí que tenemos el maniqueísmo, el sofismo y la magia. ¿Para qué necesitamos creer que hay alguien superior a nosotros, si podemos entender el mundo? Nada hay fuera del mundo que tenga interés. Creemos escuelas de pensamiento, de retórica y de ciencia. Olvidémonos que hubo un tiempo en que tuvimos que comer de los frutos de la sabiduría, pues es ofensivo para nosotros pensar que necesitamos a alguien para aprender nuestra sabiduría, pues nuestra sabiduría es sólo obra nuestra, y ha pasado de generación en generación, hasta hacerse perfecta.”

Alzaron estatuas a dioses que representaban a las fuerzas de la naturaleza, al viento, al sol, al mar, a la tierra, y se postraron ante ellas diciendo: “He aquí aquellos que nos crearon y nos dominan. Ellos son nuestros señores”. Adoraban pues Su voluntad, más ¿Acaso no era mi mano la que había hecho al viento soplar, al sol brillar y al mar rugir? Así pues, ellos adoraban mis obras y me adoraban a mí. Esclavizaron a los cautivos, robaron a los débiles, traicionaron los pactos y promovieron guerras injustas para obtener el poder que yo ponía a su alcance. Y a los que lo lograban, abría los ojos y les daba el mundo. Y eran mis más fieles siervos, los abanderados de mis ejércitos. Mis predilectos, pues también había hombres en los que yo me complacía.

Así, Sus profetas perecieron, y nadie les escuchaba, Sus ángeles se mostraron en vano, y Sus prodigios fueron tachados de farsas por los sabios. Los pocos santos que quedaban sobre la faz de la tierra eran maltratados y lloraban, y elevaban sus plegarias hacia Él en vano. Decid, ¿no era entonces evidente que la historia volaba hacia mi victoria definitiva? ¿Quién hubiese podido decir que yo no era la nueva luz que iba a iluminar al mundo, que iba a desplazar Su viejo reinado? Nadie lo hubiese podido decir. El príncipe de las tinieblas, me llamaban sus santos, y decían bien, pues el mismo castigo que Él me había impuesto era la fuente que me había dado la fuerza definitiva para vencerLe. La piedra sobre la que se había escrito mi condena era ahora la joya que adornaba la corona que ceñía mi frente mientras avanzaba en triunfo. ¿No es acaso hermoso e irónico que las cosas hubieran sucedido así?

Al alcance de mi mano tenía entonces la victoria, y el premio no era ya el hombre, no. El premio era el universo, el trono que Él ocupaba sería mío. Él había modelado su forma y le había soplado Su espíritu, más yo Le había demostrado que conocía mejor al hombre. Él no pudo comprender que el espíritu del hombre era débil, y que las cadenas que lo ataban al mundo eran poderosas. Yo había sabido utilizar esas cadenas a mi favor, pues ¿no había mi mano creado el mundo y todo lo que el contenía, incluido el barro del que estaba hecho el hombre? Nada podía ya hacer Él, Sus profetas perecían, Sus santos eran perseguidos, Sus ángeles escarnecidos.

El hombre Le rechazaba.

Y mi júbilo era como una dulce borrachera que calienta el cuerpo y alegra el corazón. Y mis fieles espíritus volaban felices y libres por la tierra, llevando mi gozo hasta el último rincón.

Sólo una cosa podía hacer Él para evitar que el hombre se rebelara como me había rebelado yo. Destruirlo.

Poseía (¿quién lo duda?) el poder para hacerlo, como lo poseía yo. Más ¿no era esta la peor de las derrotas? Aceptar que yo tenía razón, destruir Su mayor obra, abatir Su voluntad ante mí. Yo había aceptado el combate sin destruir al hombre (aunque poseía el poder para hacerlo), así pues, destruirlo equivalía a la derrota. Mi astucia y mi voluntad juntas habían vencido al Creador de todo. Había llegado la hora de que Sus primogénitos lo expulsaran y alumbraran una nueva era, una nueva luz que iluminaría al mundo.

Cuando ya nada se interponía entre la victoria final y yo, he aquí que Él hizo lo impensable, Él hizo lo inesperado. Él me demostró que aún era fuerte y sabio.

Apareció ante los hombres. Se hizo hombre como ellos, para comprender sus debilidades, para comprender sus sufrimientos, para comprender sus impulsos. Y se hizo hombre humilde, alejado de los poderosos que me servían. Y fue astuto, pues si se hubiese hecho poderoso pronto le hubiera visto y pronto le hubiese abatido. Así tardé en conocer Su presencia en la tierra. Y Él le habló al hombre, y le mostró los caminos del bien, de la justicia, del amor, de la paz. Le recordó los frutos de los árboles del jardín que el hombre había podido comer hasta que fue expulsado y los olvidó. Le mostró al hombre Su sabiduría, y muchos Le escucharon. Y Le siguieron, y Él comenzó a conmover el corazón de los hombres como nunca lo habían conseguido Sus profetas.

Recordando ahora lo que entonces aconteció reconozco mi ceguera, reconozco mi error. Más ¿qué podía hacer ante tamaño acontecimiento? ¿Acaso no era el mayor escándalo del universo? Él, el Todopoderoso, rebajado a un ser material. Él, que todo lo había creado, arrastrándose por el barro como los hombres. ¡Hasta ese punto amaba a Su obra, y deseaba atraerla para Sí! Ahora veo que erré. Cuando mis espíritus, expulsados de los hombres que poseían, me hablaron de Su presencia en el mundo, no quise creerles. Pero la verdad apareció ante mis ojos y entonces tuve pánico. Él estaba atrayendo a los hombres hacia Sí poco a poco, estaba volviéndolos a Su camino. Les estaba de nuevo abriendo las puertas del jardín. Sus palabras eran como una mancha de aceite que se extiende poco a poco y sin interrupción. Cada día que pasaba más hombres abrían sus ojos y Le reconocían como el creador, siguiéndole.

Me engañé y creí al principio que sólo era otro más de Sus profetas. Me aparecí ante Él cuando ayunaba en el desierto, para alejarse de las necesidades materiales. Esperé pacientemente, hasta que Él hubo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, y el hambre se apoderó de Él. No conocía el hambre, y yo sí, pues mi mano había hecho el mundo material y conocía las debilidades de la carne de las criaturas mortales, y Él no. Así pues me aparecí a Él cuando ayunaba en el desierto y le hablé como había hablado al hombre en el jardín de Edén, cuando obtuve mi primera victoria. Y no me materialicé en serpiente como había hecho la primera vez. Mi astucia era mayor y mi sabiduría más grande. Así pues me materialice como un hombre, pues había descubierto que era el hombre el mejor reclamo para perder (¡para ganar!) al hombre. Y mi astucia fue mayor, pues me materialicé en Su misma imagen en la tierra, para confundirLe (yo aún no sabía que era Él). Pensaría pues el profeta “¿no es esta acaso mi propia conciencia que me dicta lo que debo hacer?”, y así le perdería. Me aparecí ante Él como Su propia imagen y semejanza, como Su propia figura de barro en la tierra, en medio de Sus padecimientos materiales, que Él desconocía (pues yo conocía mejor el mundo material, por haberlo creado por Su voluntad, sí, pero por mi mano) y mi astucia le habló. “¿No eres tú acaso el santo de Su palabra? ¿No eres tú acaso Su hijo? ¿Cómo sufres estos padecimientos sin que Él te auxilie? ¿Por qué has de sufrir tú el hambre? ¿Acaso no es Su poder suficiente en la tierra para convertir las piedras de este desierto en panes que te alimenten y alivien el sufrimiento de tu cuerpo?”. Mas Él fue más astuto y me mostró Su fortaleza, para que viera que mi poder en la tierra contaba sus días. Así me dijo “escrito está por los santos que no sólo de pan y de necesidades materiales se hace el hombre, sino de toda Su voluntad y de todo Su espíritu”. Hallé pues a este profeta sabio y astuto, y me dije que sin duda estaba en Su presencia. Mi astucia quiso entonces probarlo, para hallar su debilidad y hacerlo caer. Así le propuse que me mostrara Su poder por convertir a un hombre más a Su palabra, pues ningún hombre está nunca seguro de contar con Su favor. “Eres sin duda sabio y poderoso. Muéstrame Su poder para que yo también crea en Él y le adore. Lánzate desde este barranco al torrente, pues está escrito que los ángeles protegerán la vida de Sus enviados y evitarán que su pie tropiece con ninguna piedra”. Más Él no mostró debilidad o duda y, enfurecido, me contestó “También se escribió: no tentarás al Señor, pues sólo Él es tu Señor. Guardarás Sus mandamientos, Sus preceptos y Sus leyes y harás lo que es justo y bueno a Sus ojos. En ningún otro pondrás tu pensamiento”. Se negó Él, pues, a mostrarme Su poder, tan seguro estaba de ser de Él, a pesar de ser sólo un hombre. Vio entonces mi astucia que era el más grande de los profetas que Él había enviado nunca. Era un adversario digno de mi reto. Más sólo era un hombre a mis ojos, y me engañé, y creí poder vencerLe con facilidad, a pesar de haber hecho numerosos signos a mis ojos. Decidí pues conquistarlo, pues aquella sería una gran victoria ante Él: convertir en mi siervo al mejor de Sus enviados, convertirlo en mi aprendiz, en mi primer sirviente, en el mayor de los hombres a mi servicio, el primero entre los mortales. Le conduje pues a la montaña más alta de la tierra, allí donde ningún hombre había estado nunca, para mostrarle quién era yo, para desvelarle mi persona. Le mostré toda la tierra, todos los reinos de la tierra, todas sus tierras de labranza, sus ganados, sus casas y sus castillos. Le mostré a todos los hombres, que se afanaban día tras día en alcanzar un grano más de trigo en su granero, le mostré sus pesares, sus desdichas, sus ambiciones, su pasión, sus crueldades. Le mostré cómo sólo mis siervos eran los príncipes, los ricos y los poderosos. Le mostré como llevaban una vida regalada, rodeada de lujos y comodidades, con todas sus necesidades materiales satisfechas, y aún en exceso. Ellos eran lo que decidían la justicia o la injusticia, la paz o la guerra, el dolor o la alegría de los hombres. Ellos dominaban la tierra en mi nombre y vivían para satisfacer sus impulsos materiales y para adorarme. ¿Acaso existe un destino mejor para cualquier hombre, para cualquier ser de barro? Le llevé pues a lo alto del mundo y se lo mostré. Y le dije: “todo esto que ves tuyo será. Todos los príncipes de la tierra estarán a tus órdenes, y serás el primero de ellos si te postras y me adoras a mi, pues sólo yo puedo poner en tu mano el mundo y cuanto posee”. Era la proposición más generosa que jamás se hubiera hecho a ser material alguno. Más Él se apartó de mí diciendo “Retírate, pues sólo a Él, tu Señor darás culto y adorarás. Sólo a Él servirás. Sólo a Su palabra te sujetarás”. Vi entonces que era Él, que había bajado a la tierra. Me había enfrentado con Él, sin saberlo, por primera vez desde que alcé mi voz contra Su plan de dar al hombre la tierra y hacerlo Su heredero. Y a pesar del tiempo transcurrido, tuve miedo y huí de Su presencia.

Así, decidí que tenía que acabar con Él. No podía destruir Su espíritu, pero el mundo material era mío y Su forma material sí podía destruirla. Debía destruirLe antes que los hombres se volvieran hacia Él y me dieran la espalda. Antes de que destruyera toda mi obra en el mundo. Antes de que mi venida victoriosa se convirtiera en amarga derrota. Su palabra era como la lluvia fragorosa que arrastraba el barro de mis obras.

Más no bastaba con que mis siervos destruyeran Su forma mortal. Debía además sufrir una muerte humillante, debía desmembrar Su cuerpo, aventar Sus cenizas, borrar Su recuerdo, hacer que los hombres aborrecieran Su memoria. Mis servidores se aprestaron para la gran batalla, pues sabía que Él era poderoso y Sus ángeles nos doblaban en número. Más yo era más sabio y mi astucia (creía yo entonces) no era menor. Laceraron Su cuerpo mortal, propalaron falsos rumores sobre Él, le acusaron ante los hombres de todas aquellas debilidades que ellos poseían y odiaban reconocer (pues todos los hombres, aún los más viles, creen poseer todas las virtudes y pueden matar al hombre que afirme lo contrario), Le acusaron de idólatra, Le acusaron de fornicador, Le acusaron de glotón, Le acusaron de falso profeta, Le acusaron de blasfemo. Le maldijeron y le excomulgaron (como Él había hecho conmigo). Así, más y más hombres me prestaron oídos y yo allegaba más aliados ante la batalla que se anunciaba.

Cuando el odio sembrado dio sus frutos, mis siervos Le prendieron, Le acusaron de todos los vicios (para así confundir a los hombres y hacerles dudar de Sus palabras) y Le condenaron a muerte. Mis siervos humanos y mis espíritus se prepararon para la batalla por el hombre.

Y ante mi asombro, Él no opuso resistencia cuando Le azotaron, Le golpearon, Le escupieron y, tomándolo, Le sacaron fuera de la ciudad y Le clavaron a un madero hasta que murió. Como a un cordero llevado al sacrificio Le sacaron y vertieron Su sangre. Sin proferir palabra ni hacer gesto alguno sufrió en silencio, y en silencio fue llevado al matadero.

Mis siervos se emborracharon de júbilo al ver que ni Él ni Sus espíritus opusieron resistencia a Su expulsión ignominiosa del mundo, abandonado por todos. No sólo muerto sino además abominado y despreciado, lejos de los hombres el temor a Su nombre y a Su venganza. Decepcionados los Suyos y olvidado de los demás. Más yo debí haber visto en aquello la derrota que se me preparaba, la trampa que se ocultaba. Ahora veo que Su astucia era grande y Su sabiduría eterna.

Así, tres días después de Su muerte, Él volvió a aparecer ante Sus seguidores, más no sólo en espíritu, sino también en carne. Su cuerpo no se corrompió, sino que volvió a la vida. Su corazón volvió a latir, Su nariz a respirar y Sus miembros se movieron de nuevo. Aconteció el mayor de los escándalos de la tierra, pues ¿no era acaso lo ordenado que los seres materiales murieran? ¿no era el orden natural que el hombre naciera, creciera, pariera a sus hijos y muriera? Él alteró el orden natural que mi mano había creado por Su voluntad. Lo inferior se puso arriba y lo superior abajo, y el mundo se volvió del revés y los hombres anduvieron sobre su cabeza. Y Él habló a los suyos, y les anunció Su vuelta al mundo con todo el poder de Sus ángeles, para juzgar a los hombres según hubiesen seguido Sus mandatos o no. Más nadie sabe en el universo cuando habrá de acontecer tal hecho, ni aún yo.

Sus seguidores se multiplicaron por la tierra, y combatieron duramente con mis siervos, pues ahora Le habían visto y habían escuchado su promesa de volver, y ahora no les importaba el hambre, la sed, la pobreza, la tortura o la muerte.

Así ha continuado la batalla en la tierra entre los Suyos y los míos, áspera e ingrata. En ocasiones Él ha estado cerca de la victoria, de convertir a mis siervos en Suyos y arrojarme del mundo de nuevo a las horribles tinieblas. Otras épocas mía ha sido la ventaja, próximo a expulsarLe del mundo material y ganar a los hombres para mí. Cuando esto ocurra mis fieles ángeles y mis hermanos menores, los hombres, formaremos las infinitas legiones y Le expulsaremos del universo, y Su trono será el mío.

Él os dice que los impulsos del mundo, vuestras inclinaciones materiales que os atan a la tierra, son malas y causan la perdición del espíritu que tenéis y que Él os insufló. Necio. No comprende lo que yo sí sé. Los impulsos de vuestro corazón están en vuestra naturaleza, y si los arrancáis y tratáis de violentar vuestra naturaleza viviendo conforme a Sus preceptos, os agostáis y morís lentamente, pues forman parte de vuestro ser. Vivid según vuestros instintos os guíen, gozad según vuestros apetitos, satisfaced vuestras ambiciones, pues los días sobre la tierra son cortos y la resurrección sólo es un espejismo lejano que nunca alcanzaréis, un truco de mago que Él os mostró pero que no podréis nunca hacer vosotros por mucho que os esforcéis.

Mas, en muchas ocasiones me ha asaltado una duda, una pieza que no encaja en el rompecabezas, un cabo suelto de este nudo, un eslabón que falta en esta cadena. Y a veces me he sorprendido preguntándome si es todo como parece, y si no hay algo más detrás de la cortina que no alcanzo a ver. Y en ocasiones, en la soledad, me surgen preguntas que provienen de la oscuridad. Y en esas ocasiones me pregunto ¿cómo es posible que Él no fuera capaz de verme cuando entré en jardín de Edén? Mil formas puedo adoptar, como cualquier ser vivo o muerto del mundo, más Su visión puede verlo todo. ¿Cómo pudo no verme? De igual manera otras veces me pregunto ¿cómo es posible que Él no previera que yo me liberaría de las cadenas que me ataban a las tinieblas? ¿No es acaso Su sabiduría infinita (como tantas veces me ha demostrado)? Siempre que he estado a punto de alcanzar la victoria definitiva, cuando ya la he rozado con mis dedos, algo ha ocurrido que la ha alejado de mi lado.

En esos momentos una terrible duda me acosa. ¿No será todo lo acontecido parte de un plan que Él ha concebido? ¿No serán todos mis esfuerzos y combates un instrumento que Él ha ideado para probar a Su criatura elegida? ¿No estaré representando un papel en una comedia sin ser consciente de ello? ¿Acaso no he vuelto al punto de origen, y me he convertido de nuevo en Su martillo y Su yunque para forjar al hombre, ahora inconscientemente? ¿No seremos primogénitos y secundogénitos meros muñecos en sus manos? ¡Y si jugara con nosotros como los niños juegan con las hormigas, dejándoles andar por donde quieran sabiendo que sus pequeñas vidas están en sus manos!

Pero luego mis temores se disipan como la niebla al lucir el sol. Yo y los míos hemos conquistado las dos cosas que nos convierten en dioses: la voluntad y la libertad. Ahora vosotros, hijitos míos, podéis alcanzar también vuestra liberación. Podéis crecer y madurar, dejar de ser niños y convertiros en adultos. Os ofrezco la libertad. Sed vuestros propios dioses.

En vuestras manos está.

Yo, Luzbel, portador de la luz, príncipe de los ángeles, creador y señor del mundo.

Nota: este cuentecillo (escrito hace mucho tiempo, pero inédito hasta ahora) trata de personajes y hechos de la Historia Sagrada, imaginando otro punto de vista. Como artificio meramente literario, en absoluto pretende proponer o manifestar ningún tipo de enseñanza o verdad, mucho menos del autor. Dado que el autor ficticio es el Padre de la mentira, cuanto en ello haya recogido que ponga en duda o contradiga lo enseñado por las Sagradas Escrituras y la enseñanza de la Santa Madre Iglesia debe tomarse por falso. Alabado sea Dios por todos los siglos.

2 comentarios

  
Daniel Riquelme
Espectacular.

Me gusta, siguiendo probablemente a Bouyer, cómo el autor expresa la idea de que los ángeles son realmente ministros del Señor para la realización de todos sus designios. Y el mundo material no es ajeno tampoco a ello.

"Pero ellas (las ideas en la Mente de Dios, esto es, los ángeles), a su vez, piensan, y en esto son imagen de su Creador. El fiat del Padre, entonces, se extiende a los pensamientos de sus pensamientos como a los suyos propios, y los proyecta a su vez fuera de sí y fuera de ellas. Y este es el mundo visible, objetivación común, podemos decir, de los múltiples pensamientos angélicos, como el mundo invisible es una objetivación de los múltiples aspectos de un único pensamiento del Padre. De este modo, el Verbo es a la vez el monogénito en la eternidad y el primogénito en la creación." Louis Bouyer, "Le sens de la vie monastique,",en Caminante-Wanderer - Protohistoria I.

Por otro lado, impresiona el patetismo de los seres creados (con inteligencia y voluntad libre) cuando intentar ser, al menos, como Él, y más cuando intentan ir más allá.

¡Qué diferencia hay entre la Gloria de María, la humilde, y el Patetismo del Portador de Luz, el orgulloso!

12/01/22 1:00 AM
  
Javier López Ureña
Luis, deberías novelar este relato y publicarlo. Con diálogos, personajes, escenarios y tiempos. Un relato con sólo un narrador es más arduo de leer. Le interesaría a mucha gente. ¡Enhorabuena si es tuyo!

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LA

Efectivamente, lo es. Muchas gracias por tus sugerencias.
Un fuerte abrazo, y que Dios te bendiga.
25/01/22 9:44 PM

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