San Francisco de Sales, modelo de santidad episcopal
He de confesar que tengo cierta "debilidad" personal por San Francisco de Sales. Cuando llegó a la región de Chablais, en la misma había más de 70.000 calvinistas y apenas 70 católicos. Al cabo de los años apenas quedaban 70 calvinistas y el resto había regresado al seno de la Iglesia de Cristo. Y eso sólo con las armas de la fe. Digo yo que no es mala cosa pensar si su ejemplo debería ser tomado en cuenta ahora que se habla tanto de la expansión del protestantismo en Latinoamérica. Como obispo se encargó de que las normas y disposiciones del Concilio de Trento sobre la formación y santificación del clero no fueran papel mojado. Y es que de poco valen los documentos pastorales magistralmente escritos si luego no hay pastores que los apliquen.
Para quien no conozca la figura de este gran santo de la Iglesia, copio acá el mensaje que Juan Pablo II escribió con motivo del IV centenario de la ordenación episcopal de San Francisco de Sales.
MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II CON OCASIÓN DEL IV CENTENARIO DE LA CONSAGRACIÓN EPISCOPAL DE SAN FRANCISCO DE SALES
A monseñor
Yves BOIVINEAU
Obispo de Annecy
1. El 8 de diciembre festejáis el IV centenario de la ordenación episcopal de san Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia, su predecesor, "una de las mayores figuras de la Iglesia y de la historia" (Pablo VI, Ángelus, 29 de enero de 1967). Consagrado "príncipe obispo de Ginebra" el 8 de diciembre de 1602, aquel a quien el rey Enrique IV llamaba de manera elogiosa "el fénix de los obispos", puesto que -decía- "es un ave rara sobre la tierra", después de haber renunciado a los fastos de París y a las propuestas del rey de concederle una sede episcopal de prestigio, se convirtió en el pastor y evangelizador incansable de Saboya, su tierra, a la que amaba por encima de todo, porque -confesaba- "soy saboyano en todos los sentidos, de nacimiento y por obligación". Dejándose guiar por los Padres de la Iglesia, encontraba en la oración y en un gran conocimiento de la Escritura, fruto de la meditación, la fuerza necesaria para cumplir su misión y guiar al pueblo de Dios.