Sobre la posible condena a Sobrino

José Manuel Vidal ha adelantado una noticia que parece ser que llevaba corriendo cierto tiempo por los mentideros eclesiales. Según la misma, la Congregación para la Doctrina de la Fe va a emitir una nota de condena de la cristología del teólogo jesuita Jon Sobrino.

Desgraciadamente, ya no tiene nada de extraño que un jesuita sea condenado por Roma. La orden que tantos y tan buenos teólogos ha dado a la Iglesia desde San Ignacio, lleva décadas en una dinámica auto-destructiva, provocada no tanto por la ausencia de buenos jesuitas, que sigue habiéndolos, como por la insistencia en permanecer dentro de sus atrios de aquellos que quebrantan el espíritu ignaciano, y que han hecho de la oposición a la ortodoxia y la jerarquía su modus vivendi. Mucho me temo que eso no se solucionará cambiando de Prepósito General, pero sólo Dios sabe lo que el futuro traerá a esa antaño gloriosa orden. Supongo que en los libros de Historia de los próximos siglos, esta traición a sus raíces quedará reflejada como una pesadilla que tuvo fin.

El caso es que cabe preveer una cascada de reacciones ante la condena al teólogo vasco. Y estoy por asegurar que de todas las que sean críticas, apenas habrá alguna que entre el fondo de la cuestión, a saber, si es importante o no que la cristología de Sobrino sea ortodoxa o no. Pero, no lo olvidemos, de eso se trata: ¿se ajusta su teología a la doctrina católica o supone una grave desviación de la misma?

Pero es más, lo que nuevamente está en juego es el negar o afirmar el deber, y no simple derecho, del magisterio de juzgar la doctrina de los teólogos. Cualquiera que se lea los documentos del Concilio Vaticano II no puede negar que dicho masgisterio tiene, entre otras, precisamente la OBLIGACIÓN de velar por la ortodoxia en el seno de la Iglesia. Es más, si no lo hace diligentemente, estará faltando gravísimamente a su cometido.

Por otra parte, es necesario que la defensa de la ortodoxia vaya acompañada de la necesaria caridad pastoral con quienes se apartan de la misma. No se trata de condenar sin más y sin dar oportunidad a la reflexión y la corrección del que se desvía de la fe. Es necesario dar un margen amplio para que el teólogo que ha errado rectifique. Ahora bien, tampoco es lógico que se tarden décadas enteras en condenar lo que es condenable, sobre todo si el material objeto de la condena ha corrido por la Iglesia -seminarios, universidades, catequesis, etc- sin impedimento alguno. Si yo sostengo una herejía cristológica y me la guardo para mí, no hay mayor peligro que el que afecta a mi propia persona. Pero si soy un heterodoxo y mis ideas han servido para formar teológicamente durante décadas a millones de personas, la jerarquía habrá cometido una gravísima irresponsabilidad de dejación de su deber en condenarme.

Por tanto, si la teología de Jon Sobrino es errónea y lo lleva siendo desde hace décadas, la pregunta no es por qué se le condena sino por qué se ha tardado tanto en hacerlo, dado que la desviación doctrinal afecta a algo tan fundamental como es la cristología.

En definitiva, estamos ante un acontecimiento que provocará ríos de tinta, que aventuro irán sobre todo en la dirección de criticar a la Iglesia por hacer ahora lo que posiblemente debería haber hecho antes. Habrá poca o nula discusión sobre el fondo del problema, que parece ser, a falta de tener el texto definitivo de la nota magisterial, la presentación de un Jesucristo diferente al de las Escrituras y de la Iglesia. Un Jesucristo en el que la divinidad estaba tan escondida que ni siquiera Él era consciente de la misma. Curioso Dios el que no sabe que es Dios. En realidad, y esto es sólo mi juicio personal, lo que subyace en todo esto es la ausencia de fe en la plena divinidad de Cristo. O sea, una especie de arrianismo que se disfraza bajo la verdad de que Jesucristo es verdadero hombre para negar que es verdadero Dios. Y eso, queridos amigos, no tiene lugar bajo el sol de la Iglesia.

Luis Fernando Pérez Bustamante