Mentalidad batasuna de la sociedad ante el aborto

Todos sabemos cómo son, cómo piensan y cómo actúan. Aman la violencia, justifican la violencia, se valen de la violencia para conseguir sus objetivos y son prácticamente inmunes ante el sufrimiento de inocentes, a los que en no pocas ocasiones consideran como agentes de la opresión. De la misma forma que la droga suele dejar una huella reconocible en el rostro de sus esclavos, el odio y la maldad de los batasuno-etarras configura su expresión. Si tú miras a los ojos a un etarra o a cualquiera de los que les apoyan, lo más fácil es que no te encuentres una mirada limpia sino el espejo turbio de un alma podrida.

El abertzale siempre encuentra excusas para justificar los asesinatos de Eta. Su conciencia está más muerta que los asesinados por la banda terrorista, pero resulta que los seres humanos con la conciencia muerta y enterrada siguen viviendo como los demás. Y de hecho, ayudan a eliminar cualquier rastro de compasión y humanidad en las conciencias de sus hijos, de sus conciudadanos. De nada vale con ellos el diálogo. O aceptas sus condiciones o eres carne de matadero. Sirven a un Satanás que ni siquiera pretende disfrazarse. Se presenta directamente como una serpiente enroscada a un hacha. Esos hijos del Belcebú que concibió la mente sucia y llena de odio de Sabino Arana son fieles a su llamado, a su padre y a su reino.

La sociedad española, a pesar de la política irresponsable de Zapatero, todavía tiene bastante claro que el mundo batasuno-etarra es una plaga para la convivencia en toda la nación y especialmente en el País Vasco y Navarra. Sin embargo, esa sociedad mantiene ante el aborto la misma actitud que los batasunos ante la violencia etarra. Siempre se puede encontrar una justificación para matar a un ser humano en el seno materno. Los etarras y los batasunos "luchan" por la independencia de una tierra de la que deberían ser desterrados para descontaminar el aire que respiran los vascos decentes. Los que abortan y les apoyan "luchan" por el derecho de la mujer, por librarse de un problema molesto que tiene el nombre de ser humano inocente, indefenso, sin voz y sin posibilidad alguna de escapar a su destino. Es más fácil sobrevivir a un atentado etarra que al deseo asesino de una madre desnaturalizada y al bisturí de un galeno carnicero. Y la misma sociedad que se escandaliza ante las bombas que revientan cuerpos humanos y ante los tiros en la nuca, mira para otro lado ante los cerca de cien mil españolitos que cada año acaban sus vidas en el cubo de basura de las clínicas abortistas.

En tan sólo cinco días, en España son ejecutados legalmente más seres humanos que todos los "ejecutados" por Eta en sus décadas de "lucha". La "lucha" por el derecho de la mujer a "interrumpir su embarazo" ha causado ya más muertes violentas que todas las que se produjeron en este país durante el siglo XX, Guerra Civil incluída. Pero mientras que ante Eta casi todos nos unimos, casi todos salimos a la calle, casi todos estamos decididos a acabar con esa lacra, con el aborto una mayoría silenciosa mira para otro lado o directamente lo apoya. No somos tan diferentes pues de esos batasunos que sonríen y celebran los atentados de la banda asesina. Al menos no somos diferentes de ellos ante los ojos de Dios, que es el que al final nos hará pasar por su tribunal. De nada valdrá entonces apelar a derechos feministas, a justificaciones del tipo "muchos otros lo hacían", a excusas del tipo "es que la criatura venía mongólica y esos no tienen derecho a vivir porque nos amargan la existencia a los padres". En ese tribunal se oirá el llanto de los inocentes que no pudieron llorar cuando eran aniquilados. En ese tribunal se mostrarán todas las imágenes de cuerpecitos destrozados por cirujanos de muerte. En ese tribunal, el Dios Todopoderoso dictará sentencia contra la sociedad que ha permitido, alentado o consentido ese Holocausto continuo. Y aunque las sentencias particulares esperen hasta el Juicio Final, quizás la sentencia contra nuestra sociedad ya esté dictada. Quizás veamos su aplicación en esta generación. Quizás la estemos viendo ya.

Los cristianos debemos de luchar contra la corriente de la cultura de la muerte, o acabaremos siendo parte de la misma. O levantamos la voz un día sí y otro también contra esa infamia, o estaremos entre los acusados en ese tribunal divino. No tenemos derecho a callar, no tenemos derecho a dar por normal lo que es la peor de las aberraciones concebidas en la mente de Lucifer. Hoy nuestra voz de condena va acompañada del ofrecimiento del perdón para las madres que abortan, muchas de ellas forzadas a hacerlo, e incluso para los ejecutores de abortos (véase el ejemplo de Nathanson). La gracia de Dios es tan inmensa que admite que reposen en los brazos de Cristo aquellos que se han lucrado asesinando inocentes. Pero una vez cruzado el umbral de esa muerte a la que tanto han servido, ya no habrá gracia ni perdón, sino juicio e ira santa de Dios. Y una vez cruzado el umbral de la paciencia de Dios con esta sociedad, no habrá vuelta atrás y seremos consumidos por nuestro propio mal.

Somos el rico Epulón que apenas reparte migajas entre los hambrientos de este mundo y que se deshace de sus hijos cuando les son molestos. Todavía vivimos bien con nuestras raciones de gambas al ajillo y patatas bravas. Todavía reímos las gracias insolentes de esos niños y adolescentes a los que hemos malcriado. Todavía nos enfrentamos al profesor que osa suspender a nuestros chavales. Todavía pensamos que el pastillero es el hijo del vecino y no el nuestro. Todavía creemos que si nos encontrarmos condones en los bolsillos de los pantalones de nuestras hijas o nuestros hijos, es debido a que sus amigos les piden que se los guarden para que no lo descubran sus propias madres. Todavía tenemos el recurso de las Dator de turno si a nuestros hijos se les rompe el condón o se les olvida usarlo. Todavía creemos que estamos vivos, pero en realidad estamos tan muertos como los del cóctel molotov y la gasolina, las bombas y los tiros en la nuca.

Luis Fernando Pérez Bustamante