Lo de Honduras tiene fácil explicación y difícil arreglo
Mucho me temo que lo que lleva ocurriendo en Honduras desde la semana pasada puede acabar como el rosario de la aurora. Ayer se he producido el primer muerto en el enfrentamiento entre los partidarios de Zelaya y la policía o el ejército. Me temo que no será el único.
Para entender las razones por las que se ha llegado a la situación actual, considero muy recomendable leer el artículo que Pedro Fernández de Barbadillo escribió para el GEES. Pedro asegura que el verdadero golpista es Zelaya y no le falta razón, aunque yo soy de la opinión de que los militares que le echaron a patadas del país también son golpistas.
Todo empezó cuando Zelaya pasó de ganar la presidencia de su país siendo el candidato de un partido de derechas, liberal, a convertirse, así porque sí, en un aliado más de Chávez, el sucesor de Castro al frente de esa fábrica de pobreza y desastres nacionales que es el socialismo revolucionario. Y claro, el hondureño ha querido seguir los pasos de su mentor venezolano a la hora de prostituir la democracia de su país en su propio favor. La constitución hondureña dispone que un presidente no puede presentarse a la reelección. Es más, también dice que ninguna reforma legal puede cambiar ese punto de la propia constitución. Pues bien, eso al señor Zelaya le importa un pimiento. Le cogió gustillo a estar en el poder y decidió celebrar un referendum (el menda lo llama encuesta) para ver si el “pueblo” quería que se pudiera producir una reelección presidencial. O sea, exactamente lo mismo que Chávez en Venezuela. Ahora bien, la totalidad del resto del estado hondureño, desde el más alto tribunal del país hasta el parlamento, dijeron NO a esa iniciativa presidencial.
Antes de seguir, conviene recordar que en España sabemos “algo” de referendums ilegales. El anterior lehendakari vasco quería celebrar uno en la comunidad autónoma que presidía. Él, como Zelaya, apelaba a la democracia para justificar su ilegalidad. “Hay que dar la voz al pueblo hondureño” dice uno, “hay que dar a los vascos la posilidad de pronunciarse” decía el otro. El parlamento español dijo no. El Tribunal Supremo dijo no. E Ibareche al final, se echó para atrás. Zelaya, sin embargo, no sólo no se echó atrás sino que dio un paso hacia el abismo, ordenando al jefe de las fuerzas armadas de su país que dispusiera todo para la celebración de la consulta. Y como el militar, en vista de las sentencia del Supremo de su país, se negó a obedecer una orden ilegal, fue Zelaya y lo cesó. Ahí firmó su verdadera sentencia. Otro tribunal dictaminó que el cese era ilegal y el parlamento hizo lo mismo. Pero Zelaya consiguió que partidarios suyos se hicieran con el material (urnas y demás) para poder celebrar el referendum. Y en esas estaba cuando a las cinco de la mañana del domingo 28 de junio, un grupo de soldados le sacaron de su cama y, en pijama, le pusieron en un avión con destino a Costa Rica.
¿Actuaron esos soldados de acuerdo a la ley? Obviamente NO. Ningún tribunal había dictaminado que se podía sacar al presidente del país y menos de esa manera. Es como si la legión hubiera decidido detener a Ibarreche y enviarle en un avión a Luxemburgo. Zelaya podía haber sido depuesto perfectamente sin necesidad de que el ejército fuera a echarle a patadas de Honduras. La pantomima esa de que firmó una carta de renuncia, no se la cree nadie. El tipo era un irresponsable y sin duda se merecía ser desalojado del poder, pero no así. Ahora bien, pretender que puede volver al país y ponerse al frente del gobierno quien se ha pasado por el forro la legalidad, no es ni lógico ni deseable. A pesar de las irregularidades cometidas en su “cese", el actual presidente del país, elegido casi unánimemente por el parlamento hondureño, lo cual incluye a los diputados del partido por el que se presentó Zelaya, tiene el apoyo de las instituciones. Y, en vista de las manifestaciones habidas días atrás, de una parte muy importante de la población. Por supuesto el ex-presidente deportado también es apoyado por muchos miles de hondureños. Pero ahí es donde estamos ante el gran peligro de un enfrentamiento civil entre unos y otros.
Es en ese contexto en el que se producen las declaraciones del cardenal Madariaga. En un alarde de sentido común, el cardenal le pidió a Zelaya que no regresara al país, porque se puede armar la marimorena. De hecho, ya se está armando. Al fin y al cabo, si el ex-presidente regresa pesa sobre él una orden de detención de la fiscalía por sus actos ilegales. Pero si a Zelaya se le ingresa en una cárcel hondureña en estos momentos, el país se puede ver abocado a un baño de sangre espantoso. Quizás lo sufra aunque el otro siga fuera, pero es seguro que si vuelve, se producirá. Por ello la actuación del cardenal hondureño me parece muy sensata y digna de elogio. Y estamos hablando de un cardenal con un gran ascendiente sobre el resto de la Iglesia en el continente americano.
Creo que se debe permitir al país hondureño buscar la solución ideal al conflicto que se ha encontrado por la actuación ilegal e irresponsable de su ex-presidente y por el grave error de unos militares que se atribuyeron un papel que no les correspondía. La OEA, para no variar, está haciendo de tonto útil de aquellos que berrean a favor de la democracia cuando se echan a los pies del régimen cubano, que es la mayor y más duradera dictadura del continente. Chávez amenazó con derrocar al nuevo presidente hondureño. Es lo que haría si su ejército fuera tan poderoso como su petróleo, pero a Dios gracias todavía no ha llegado a disponer de tanto poder. Europa y EEUU, aunque en un principio mostraron su apoyo a Zelaya, parece que se han puesto de perfil a ver lo que pasa. Pero lo que está claro es que si el conflicto se “internacionaliza", el drama está servido. Los hondureños deben de buscar un consenso nacional para solucionar esta papeleta cuanto antes. Y si para ello hay que adelantar las elecciones de noviembre, mejor que mejor. Es lo que yo les aconsejaría que hicieran. Eso y pedir a las fuerzas policiales y del ejército que no se ensañen con los partidarios de Zelaya. La sangre llama a la sangre. Esa regla siempre se cumple. Siempre.
Luis Fernando Pérez Bustamante









