Hay que replantearse el diálogo interreligioso
Es de suma importancia la carta-prefacio de Benedicto XVI al libro “Por qué debemos llamarnos cristianos” del senador italiano Marcello Pera, en la cual apoya con claridad meridiana la idea de que no es posible el diálogo interreligioso en el sentido estricto de la palabra. Llega a decir que en cuanto que afecte a la decisión religiosa de fondo, es decir, a la decisión de si se es de una religión o de otra, “no es posible un verdadero diálogo sin poner entre paréntesis la propia fe". Y eso, no hace falta que lo diga, resulta inaceptable para los cristianos.
Además de las palabras del Papa, que a pesar de no aparecer en un documento magisterial seguramente marcarán una nueva línea de actuación de la Iglesia en este terreno, contamos también hoy con las declaraciones de monseñor Amato, prefecto de la congregación de las Causas de los Santos, en relación con el conflicto planteado en Italia por la negativa de una asociación de rabinos judíos a participar en la Jornada de diálogo entre cristianos y judíos. Amato asegura que “la finalidad del diálogo interreligioso no es, como algunas corrientes teosóficas dan a entender, la creación de una religión universal, sincretista, que reconoce un mínimo común denominador". Además, el arzobispo italiano constata que mientras que en el diálogo ecuménico, las iglesias tienen “una plataforma común y compartida", la misma es inexistente en el diálogo interreligioso. En el diálogo interreligioso, añade, no debemos dudar en mostrar la propia identidad religiosa. “No se puede hacer borrón y cuenta nueva de la propia identidad cristiana", concluye Amato. Yo diría que tampoco se puede hacer tal cosa en el diálogo ecuménico, pues no es lo mismo ser católico que cristiano de otra denominación, pero eso sería tema para otro post.
Se quiera o no, el diálogo interreligioso siempre ha tenido un tufillo a sincretismo que echa para atrás. La mujer del César no sólo tiene que ser casta y honrada sino también ha de parecerlo, y esta mujer de este César ha dado la impresión de ser bastante casquivana. Por mucha buena intención que se tuviera en las dos reuniones de Asís, la mayor parte de los medios de comunicación presentaron aquello como una especie de “totum revolutum” donde no se distinguía el diálogo interreligioso del ecumenismo y donde parecía que todas las religiones se equiparaban de alguna manera.
Sin embargo, la fe cristiana es rotunda al afirmar que sólo Cristo es el Señor, que sólo en su nombre pueden alcanzar los hombres la salvación. Ni Mahoma, ni Buda, ni el judaísmo, ni los más variados politeísmos proporcionan un camino seguro hacia el cumplimiento de la voluntad de Dios para el hombre. Las “luces” que puedan haber en otras religiones no pueden llevarnos a negar lo evidente: sólo Cristo es la luz del mundo, la que ilumina a todo hombre. Cualquier actividad, por muy bienintencionada que sea, que lleve a opacar esa gran verdad, no sirve a la humanidad sino que la condena a vivir mayoritariamente en tinieblas.
Por supuesto, eso no se contradice con el profundo respeto por los que no son cristianos. La Iglesia debe de evangelizarlos pero respetando siempre su libertad para seguir siendo lo que son. El “compelle intrare” ha sido siempre un error, porque nadie puede ser convertido en hijo de Dios y de su Iglesia contra su voluntad. Ésta es fundamental ya que el cristianismo es sobre todo un encuentro personal con Cristo, y eso sólo se puede obtener con un alma dispuesta y no forzada.
Antes de dar más pasos en un diálogo que puede conducir a equívocos, creo conveniente que el Papa escriba desde la Silla de Pedro un texto claro sobre esta cuestión, que no deje abierta ninguna puerta presente y futura a la confusión. Sólo así podrá seguir avanzándose en el mútuo conocimiento y respeto entre los cristianos, al menos los católicos, y aquellos que no lo son.
Luis Fernando Pérez Bustamante



