InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Cristianos en la vida pública

30.07.10

El derecho a la vida y la democracia

Es muy de agradecer que el Cardenal Cañizares sea tan activamente provida en estos días de estancia en España. Está hablando claro, sin pelos en la lengua y con una contundencia que muchos apreciamos en su justa medida. Además, habla como lo que es, príncipe y pastor de la Iglesia y no en base a otros conocimientos que por muy importantes que puedan ser, pueden provocar que se desvíe la atención de lo esencial.

Sin embargo, hay algo en lo que dice Su Excelencia Reverendísima con lo que no estoy del todo de acuerdo. Hoy ha asegurado que “quien niega el derecho a la vida está contra la democracia y conduce a la sociedad al desastre“. Lo de la sociedad camino del desastre es evidente. Pero negar el derecho a la vida no sólo no está contra la democracia, sino que más bien vemos que las democracias occidentales se han convertido en un instrumento privilegiado para legislar contra la vida en base a la legitimidad que le conceden las urnas.

Se podrá decir que una democracia en la que se permita y fomente el asesinato de inocentes, así como toda serie de leyes contrarias a la ley natural, es un régimen totalitario de una catadura incompatible con la moral cristiana, pero todas las democracias abortistas son verdaderas democracias. No hablamos de regímenes, como el nazi o -salvando las distancias- el chavista, que habiendo llegado llegado al poder por vías democráticas, se mantiene en el mismo pisoteando la democracia con todo lo que esta supone: separación de poderes, libertad de prensa, etc.

No, lo que vemos hoy en España lo hemos visto antes en EE.UU, Gran Bretaña, Alemania, Francia, etc. Todos ellos son países claramente democráticos y en todos ellos la vida humana puede ser objeto de aniquilación legal en el seno materno.

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28.07.10

No todos los partidos propician el aborto

En la última de sus abundantísimas visitas a España, el Prefecto de la Congregación para la Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, S.E.R Cardenal Antonio Cañizares Llovera, ha querido coger por los cuernos -mal día para ello- el toro de la actitud de todos los partidos parlamentarios en España ante el aborto. Su diagnóstico es certero. TODOS lo propician. No existe ninguna diferencia esencial entre derecha e izquierda parlamentaria en relación al derecho a la vida. En el PP intentan disimular un poco, pero desde su presidente, Rajoy, hasta su fundador, Fraga, han dado cumplidas muestras de no estar dispuestos a penalizar el asesinato de niños no nacidos en el seno de sus madres. Como quiera que sobre esa cuestión ya he escrito en días recientes, no creo necesario volver a insistir en ello.

Ahora bien, es interesante que el cardenal Cañizares haya advertido de que las democracias están “cayendo” y está “muy cerca” la posibilidad de volver a vivir los “totalitarismos y el nazismo” de los años 30. No sé si eso lo ha dicho en el contexto del aborto o no. En caso de que esa opinión esté relacionada con el aborto, en el sentido de que todos los partidos lo propician, no tiene sentido que el cardenal hable de la caída de la democracia y la llegada del totalitarismo. Para los millones de embriones y fetos humanos abortados la democracia es el sistema totalitario por el cual se les quita toda protección legal para que puedan vivir. Esto no es de ahora. Está en la génesis y el ADN de las democracias modernas, en las cuales no existe impedimento alguno para que la vida y la ley natural sea quebrantada mediante la tiranía de las urnas y de los votos. El cardenal yerra al hablar de un posible futuro. Lo que señala es el pasado y el presente de Europa y de España.

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Hispanoamérica debe resistir

Hispanoamérica, o América Latina si incluimos Brasil y Haití, es el próximo objetivo de esa ideología satánica que se disfraza con la careta de “ampliación de derechos” y que no es otra cosa que una reingeniería social encaminada a convertir los países del continente americano en una copia barata de la cloaca moral en que se ha convertido Europa.

Desde un primer momento supimos que la política de Zapatero cruzaría el Atlántico para instalarse en las naciones hermanas. Argentina se ha convertido en el primer país en legalizar el matrimonio homosexual. En Perú ya hay un diputado que quiere que se haga lo mismo. Y ahora sabemos que Lula, la gran esperanza blanca fallida de los restos de la teología de la liberación, quiere impulsar la despenalización del aborto en todo el continente.

A todo ello hay que sumar el preocupante regreso -¿alguna vez se fue del todo?- del populismo demagógico y totalitario, con Hugo Chávez a la cabeza, en un intento de poner de nuevo a naciones enteras bajo la bota del comunismo, esta vez con un toque bolivariano.

Estamos por tanto ante una batalla por el alma de los pueblos que conforman el Continente de la Esperanza (Juan Pablo II dixit). Y en esa batalla nadie piense que el enemigo va a jugar limpio. No sabe hacerlo pues no es conforme a su naturaleza. Ni siquiera respetará sus propias reglas. Por ejemplo, ¿alguien sabe de algún partido político argentino o peruano que llevara en su programa electoral la aprobación del gaymonio? Y sin embargo, lo han aprobado ya o lo quieren aprobar sin consultar ninguna al pueblo “soberano". Deben temerse que el cristianismo está todavía presente en dicho pueblo, no como ocurre en España, donde 32 años de sistema partitocrático han bastado para convertir la fe católica en algo que va camino de lo residual.

A Dios gracias, parece que la Iglesia está dando la cara en tierras americanas. Incluso episcopados que no se caracterizaban por ser de tendencia conservadora -más bien lo contrario- han salido a la palestra a defender la ley natural y el evangelio. Pero esto no ha hecho sino empezar. Y conviene que vaya calando la idea de que no basta con una resistencia pasiva, de manera que se conformen con que no avance el zapaterismo a la americana. Hay que recuperar el terreno perdido. En Argentina, por ejemplo, el objetivo es anular la ley que legaliza el matromino gay. Debe promoverse la protección constitucional plena del derecho a la vida desde su concepción hasta la muerte natural. Y debe de advertirse al pueblo cristiano de que su apoyo a líderes políticos populistas es camino seguro hacia el abismo.

Escribo desde una nación donde la partida, desde un punto de vista institucional y legislativo, está ya perdida y sólo queda ver cómo Satanás toma sus últimas posesiones: ley de ¿libertad? religiosa y eutanasia. Aquí, al menos durante los próximos años y quizás décadas, no hay nervio social ni espiritual para dar la vuelta a la tortilla. Vamos cruzando el Sinaí que nos hemos buscado por darle la espalda a Dios hace más de un cuarto de siglo y no se ve ninguna tierra prometida en el horizonte. Se pactó con Belial (2ª Cor 6,15) y este ha sido el resultado. Tomen nota nuestros hermanos del “otro lado del charco". No cometan los mismos errores que hemos cometido aquí. Luchen asidos a la gracia de Dios para evitar que aquello se convierte en el continente de la pesadilla. Desde InfoCatólica haremos todo lo que esté en nuestra mano para ayudarles en esa tarea. Esfuércense y sean valientes. La ocasión lo merece. Dios lo quiere. Así sea.

Luis Fernando Pérez

26.07.10

Pido perdón a Dios por haber votado al PP

Sí, reconozco que cometí pecado al votar varias veces en mi vida al PP. Y lo peor es que alguna de ellas fue una vez que ya era consciente de lo que suponía ese partido de cara a la defensa de la dignidad de la vida humana y de la familia. Caí en la trampa del mal menor, que es la excusa de los cobardes, el refugio de los débiles, la coartada de los que idolatran la actual partitocracia.

Si todavía me quedara alguna duda sobre la necedad de votar al partido mayoritario de la derecha parlamentaria, su fundador me las ha despejado hoy todas. Don Manuel Fraga lo tiene claro. Dice que “el aborto de la señora Aído no es posible conjugarlo con nada que sea el respeto a la vida", pero al mismo tiempo aboga porque el PP no derogue la ley de Aído si llega al poder. Idem con la ley del matrimonio homosexual.

Es fácil de entender. La derecha política de este país -Rajoy no piensa distinto de Fraga en esas cuestiones- sabe que el aborto es un crimen y que el matrimonio homosexual no tiene sentido, pero le importa un comino. No está dispuesta a hacer nada por acabar con nada de lo que el PSOE haya legislado a nivel de ingeniería social. No lo hizo cuando gobernó Aznar, de ahí mi pecado al votarles de nuevo, ni lo hará jamás.

¿A qué nos lleva esto? A lo que vengo diciendo desde hace ya bastante tiempo: “…el actual sistema democrático no puede merecer otra cosa que la condena más firme por parte de los que nos llamamos cristianos. Es semilla y fuente de leyes criminales e injustas“. Los hay que todavía hablan de que gracias al “trasfondo espiritual de la reconciliación fue posible la Constitución de 1978, basada en el consenso de todas las fuerzas políticas, que ha propiciado treinta años de estabilidad y prosperidad, con las excepciones de las tensiones normales en una democracia moderna, poco experimentada, y de los obstinados ataques del terrorismo contra la vida y seguridad de los ciudadanos y contra el libre funcionamiento de las instituciones democráticas“. Que le cuenten lo de la estabilidad y prosperidad a los niños no nacidos y a las familias destruidas por leyes de divorcio, que hacen que la institución familiar tengo menos garantía jurídica que un acuerdo verbal sobre el precio de un coche de segunda mano.

Yo lo siento mucho, pero por ahí no paso. Y me importa un carajo las consecuencias que me traiga esto que digo y escribo. Ante todos mis lectores afirmo que me arrepiento de haber sido cómplice de un sistema asesino y contrario a la ley de Dios. Que maldigo el día en que, por respetos humanos e incluso eclesiásticos, sujeté mi pluma y mi lengua para no llamar a las cosas por su nombre y maldigo el día que usé mi mano para cometer la iniquidad de apoyar con mi voto a semejante clase política, digna del mayor de los oprobios y de la ira divina.

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21.07.10

La ausencia de Dios en la sociedad

Dicen que no hay mal que por bien no venga. Y parece evidente, si hemos de atender a lo que está ocurriendo en Argentina, que ese dicho es certero. La jerarquía católica de la nación hermana sudamericana no tenía precisamente fama de ser especialmente combativa. Y según vemos por los comentarios en este portal de católicos argentinos, entre el clero de allá abundan más de lo deseable personajes de la talla de Nicolás Alessio.

El caso es que el debate y la aprobación final de la ley a favor del matrimonio homosexual ha servido de catalizador para la reacción de los obispos argentinos y, con ellos, de un buen número de fieles. Se han despertado de golpe de esa hibernación en la que estaban sumidos no se sabe muy bien por qué. En las últimas semanas hemos oído al cardenal Bergoglio decir cosas que parecía imposible que salieran de su pluma y de su boca. El arzobispo de Córdoba, Mons. Ñañez, decidió por fin retirar del sacerdocio a un señor que probablemente jamás debió de haber sido ordenado sacerdote, enviando así un mensaje claro al resto del clero “inquieto". Y el arzobispo de Mercedes-Luján, Mons. Radrizzani, acaba de poner el dedo en la llaga al escribir lo siguiente en una carta dirigida a sus fieles:

“Me duele mucho más, como creyente y como sacerdote, la ausencia de Dios en nuestra sociedad que esta ley, que también me duele no tanto en sí misma por lo que define, cuanto que por lo que sanciona hace que nuestra sociedad se aleje cada vez más de Dios”

Efectivamente, las leyes inicuas aprobadas por los parlamentos no dejan ser un síntoma de los males que aquejan a las sociedades que libremente eligen a sus representantes. Eso pasa en Argentina y en cualquier otra nación. Por ejemplo, cuando un país elige como presidente a un tipo que ha dicho que en la escuela quiere “más gimnasia y menos religión", o que asegura que no es cierto que la verdad nos haga libres, sino que es la libertad la que nos hace verdaderos, lo normal es que pase lo que ha pasado en España en los últimos seis años.

Los católicos se han adaptado a un sistema por el cual pueden contribuir a elegir al César de turno, pero con la particularidad de que olvidan que además de “dar al César lo que es del César", en ellos debe primar el “dar a Dios lo que es de Dios". Y el dar a Dios lo que es de Dios en una democracia implica el votar un César que no sea enemigo declarado de Dios. El católico que deposita su voto por candidatos que proponen públicamente una serie de valores claramente anticristianos comente, en mi opinión, un pecado que se asemeja mucho a la idolatría. No creo que sea más grave adorar a Baal que votar a quienes traen matrimonios homosexuales, más aborto, eutanasia, etc.

Dice Mons. Radrizzani que Dios está ausente de nuestra sociedad. Y tiene razón. Pero ¿cuánta culpa de esa desaparición tenemos los propios cristianos? Empezando por los obispos que, todavía no sé bien por qué, decidieron que la confesionalidad era una especie a extinguir y que la Iglesia debía renunciar, allá donde todavía lo fuera, a ser Madre y Maestra no sólo de los fieles de forma individual sino de naciones enteras; continuando por los seglares que, aun siendo católicos, pusieron y ponen por encima de su fe la fidelidad a unas siglas políticas o al ídolo de lo políticamente correcto, traicionando de esa manera su compromiso a obedecer a Dios antes que a los hombres; y finalizando por ese sector de la Iglesia que no sólo no se conforma con no defender en la arena pública los valores éticos y morales del catolicismo sino que se ha convertido en un instrumento más de los enemigos de Cristo y de la cruz, la verdad es que me parece evidente que los responsables de la ausencia de lo divino debemos buscarlos sobre todo entre los que afirmamos creer en el Señor.

Me parece absolutamente necesario que cambiemos el chip. O empezamos a ser de verdad luz del mundo y sal de la tierra, lo cual implica nuestra presencia real allá donde se deciden las leyes por las que se gobierna la sociedad de la que formamos parte, o seremos literalmente barridos del mapa, si es que no hemos sido barridos ya. Allá donde vivimos bajo un régimen democrático -incluso partitocrático- es absurdo que nos quejemos de que la legislación apuntala la cultura de la muerte si no somos capaces de hacernos presentes de verdad, y no sometidos al yugo de los partidos políticos, allá donde de verdad podemos impedir que nuestras naciones sigan desbocadas camino del abismo. Si nosotros no llevamos a Dios al ámbito de lo público, no pensemos que le van a llevar aquellos que no creen en Él y mucho menos aquellos que están contra Él.

Precisamente el cardenal Bagnasco acaba de decir que Italia necesita una nueva generación de católicos dedicados a la política. Bien, de acuerdo. Pero si van a hacer lo mismo que sus antecesores, mejor que se queden en casa. El político católico debe ser ante todo fiel a Cristo, al evangelio, al magisterio de la Iglesia. Y si no, que se quite el apellido de católico. Hacen más daño los malos católicos que los ateos y anticlericales de turno.

El día que yo vea a un diputado español defender en el parlamento la absoluta necesidad de que se tenga en cuenta a Dios a la hora de gobernar este país, pensaré que algo habrá cambiado. Mientras tanto, por más cartas pastorales impecables que escriban los obispos -por ejemplo, la de los aragoneses sobre el aborto-, por más lamentos de plañideras que oigamos desde el seno de la comunión eclesial, todo seguirá igual o peor. O devolvemos nosotros a Dios al lugar del que no debió salir o tendremos que asumir las consecuencias que toda nación sufre cuando abandona a Dios y se pone en su contra. Todo lo demás, señores míos, es vanidad de vanidades, que diría el Qohelet.

Luis Fernando Pérez