Estoy convencido de que esto es una conspiración cardenalicia contra mi persona. Los dos cardenales, sin desmerecer al resto, con más presencia mediática en este país se han empeñado en darme mucho trabajo justo ahora que estoy a punto de tomarme vacaciones. Les enviaría una carta a los secretarios generales de UGT y CCOO si pensara que detrás de esas siglas hubiera de verdad sindicatos que defienden a los trabajadores y no burócratas de la subvención que se forran del dinero que sacan de los múltiples EREs que sufre España.
Bromas aparte, es de justicia reconocer que en los últimos tres días da gusto leer lo que dicen los cardenales mencionados. Matizaciones aparte, han venido a señalar algo que por otra parte es obvio. Una sociedad que se niega a tener hijos y que los mata antes de nacer, no puede tener futuro. De hecho, se está suicidando.
Dijo ayer el cardenal Rouco que el proceso de envejecimiento que arrastran las sociedades europeas desde hace casi cuatro décadas está acelerando su “desaparición". A lo que yo añadiría que dicha desaparición es no sólo una consecuencia natural -sin descendencia no hay “permanencia"- sino la justa recompensa a lo que en realidad es un mal espiritual. Cuando la familia deja de ser una institución estable y perdurable, cuando los hijos se tienen, se dejan de tener o se les mata antes de nacer atendiendo a criterios económicos y de comodidad de los padres, es de todo punto imposible que el futuro depare otra cosa que la decadencia más espantosa.
El caso es que cuando una civilización muere, suele ser objeto de invasión por otras civilizaciones más o menos avanzadas, más o menos próximas a la moribunda. Cuando el Imperio romano cae, se ve tomado por hordas de bárbaros procedentes no sólo de sus fronteras inmediatas sino de algunas bien lejanas. Hoy parece evidente que ante la caída de Occidente, es el Islam quien, siquiera demográficamente, parece tener la capacidad de ocupar el lugar vacío.
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