InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Espiritualidad cristiana

12.12.16

A los siervos de Dios que lloráis

¿Por qué ocultarlo? ¿por qué negar la evidencia? ¿para qué callar? Son muchos los siervos de Dios que hoy están en una situación anímica muy difícil. Son muchos los que ven claramente que «con el Pontífice reinante, la trompeta emite ahora un sonido muy incierto en esta batalla contra los «principados y potestades» del enemigo, de forma que la barca de Pedro avanza peligrosamente a la deriva como un navío sin timón e incluso muestra síntomas de una desintegración incipiente». Muchos más de los que se atreven a decirlo públlicamente. Soy testigo directo de inquietudes, angustias, quejas, llantos, depresiones, tristeza profunda, ganas de dejarlo todo para retirarse a una catacumba, a una trapa donde no haya lugar para las noticias de entrevistas, exhortaciones confusas, dubias, dudas, líos.

También hay muchos a los que todo les parece de color de rosa. Creen que la Iglesia se está por fin librando de una supuesta carga nefasta de veinte siglos de dogmas, mandamientos, leyes, estrecheces, rigideces, profetas de calamidades, pastores amargados que parecen disfrutar de tener a los fieles sometidos a yugos insoportables.

Ahora bien, son muchos más los que viven como en los tiempos de Noé: "Comían y bebían, tomaban mujer o marido” (Luc 17,27); y en los tiempos de Lot: “comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban” (Luc 17,28). Es decir, no se enteran, con culpa y sin culpa por su parte.

A los primeros hablo. No penséis que sois los primeros en pasar por esto. Leed lo que aconteció al apóstol San Pablo en Mileto:

Desde Mileto envió un mensaje a Éfeso y convocó a los presbíteros de la iglesia. Cuando llegaron les dijo: -Vosotros sabéis cómo me he comportado en vuestra compañía desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas en medio de las dificultades que me han venido por las insidias de los judíos; cómo no dejé de hacer nada de cuanto podía aprovecharos -al predicaros y al enseñaros, en público y en vuestras casas-, cuando anunciaba a judíos y griegos la conversión a Dios y la fe en nuestro Señor Jesús.
Hech 20,17-21

Hoy no son judíos los que causan dificultades, sino “los falsos profetas, que se os acercan disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces” (Mt 7,15) de los que nos advirtió Cristo. Pero si San Pablo lloró, nosotros lloramos, vosotros lloráis. Y si él siguió sirviendo al Señor, vosotros y nosotros seguiremos sirviéndole, si Él nos lo concede, cada cual desde el estado en que esté, consagrado al ministerio o no.

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20.11.16

Los hijos no son excusa para vivir en adulterio

Uno de los argumentos más peculiares, y a la vez perversos, de los que quieren cargarse los sacramentos del matrimonio, la confesión y la Eucaristía admitiendo las relaciones adúlteras estables en las que la pareja adúltera tiene hijos, es que la separación de dicha pareja puede hacer daño a esos hijos.

Es decir, para evitar un posible mal se anima a seguir viviendo en pecado mortal -el adulterio lo es-. Pero como bien sabemos, el mal no se combate con el mal sino con el bien (Rom 12,21). 

Por otra parte, el mismísimo Cristo dijo que hay algo que está por encima al amor a los hijos:

Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
Mat 10-37-38

Ni que decir tiene que el amor a la pareja con la que se convive en adulterio no puede estar por encima del amor a Cristo. Pero tampoco lo está el amor a los hijos de esa relación. De hecho, si realmente se ama a esos hijos, lo mejor es darles ejemplos de fidelidad a Dios. Si se piensa que no hay manera de volver al primer matrimonio y/o se estima que la separación de la relación adúltera puede perjudicar gravemente a los hijos, la gracia de Dios capacita más que de sobra para vivir en castidad, conviviendo como hermanos y no como cónyuges. Lo mismo vale para las relaciones de amancebamiento sin pasar por el sacramento del matrimonio.

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23.10.16

De muros, puentes y desafíos pastorales

Hace unos días llegó a mis manos un documento en pdf sobre pastoral familiar de los “Equipos de Nuestra Señora” (en su web pueden ver lo que son), cuyo contenido llama la atención no tanto por una cierto iconoclasmo -habría costado muy poco poner alguna imagen religiosa en vez de emoticones-, como por algunos de sus presupuestos y ejemplos. Cito de la página 62:

La fragilidad de los lazos se evidencia por el creciente número de separaciones y divorcios. En muchas realidades se prefiere evitar los lazos del matrimonio y en cualquier caso el matrimonio civil supera al religioso. Son cada vez más numerosas las parejas que se presentan al matrimonio ya habiendo convivido, e incluso algunas con hijos; las separaciones y los divorcios, por lo menos en el mundo occidental, superan a los matrimonios, la crisis de la pareja no tiene edad (son muchas las parejas que después de muchos años de matrimonio sobre sus espaldas deciden separarse), la dificultad para la procreación también es creciente, teniendo en cuenta que se desean los niños en una edad más que madura.
Sin entrar en juicios morales, como iglesia de nuestro tiempo, debemos vivir el presente y acoger esta complejidad. Tenemos que vivir el hoy sin lástima y sin lecturas nostálgicas, insatisfechas o peor, demonizantes.

Sobre este tema, ya el Papa Juan XXIII, en el discurso de apertura del Concilio el 11 de octubre de 1962 usó unas palabras fuertes a propósito de los cristianos a los que llamó “profetas de calamidades”:…

A ver si lo entiendo. Como quiera que hoy en día el divorcio, el amancebamiento y el adulterio están a la orden del día, debemos abstenernos de emitir juicios morales sobre esas situaciones para no caer bajo la acusación de “profetas de calamidades” de San Juan XXIII. Se trata de “acoger esta complejidad” y no caer en la nostalgia.

Para empezar, ya que apelan al discurso de apertura del último concilio, no está de más recordar lo que el mismo dice sobre la situación de la institución familiar en esos momentos:

Sin embargo, la dignidad de esta institución no brilla en todas partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones; es más, el amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación.
Gaudium et spes,47

En otras palabras, la Iglesia emitió, sin la menor duda, un juicio moral sobre todo aquello que atenta contra el plan de Dios para el matrimonio. ¿A cuento de qué vamos ahora a hacer algo distinto?  Si hace 50 años la situación era digna de ese juicio moral, ¿qué no será en estos momentos?

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19.09.16

El buen pastor busca a la oveja descarriada aunque no quiera

¿Quién no se ha apartado, siquiera ocasionalmente, del camino de la salvación? ¿quién puede decir que ha recibido ya el don de la perseverancia final? ¿quién puede decir, orgullosamente, que está y estará firme?

Ni siquiera el que ya anda con paso seguro por los caminos de santidad puede hacer otra cosa que clamar a Dios para no apartarse. Solo por la gracia permanecemos seguros. Solo por la obra de Dios en nuestras almas podemos ser libres del pecado mortal que nos aleja radicalmente de Él y de los pecados veniales que nos ponen en grave peligro de caer en pecados aun mayores.

Mas Dios dispuso que su Iglesia fuera ayuda segura para exhortar a los pecadores a apartarse de le perdición segura que les aguarda si no se arrepienten. Gravísima responsabilidad, y mayor don de gracia para cumplirla bien, es la que tienen los pastores a los que el Señor ha encomendado su rebaño. Son ellos los que han de salir a buscar a la oveja descarriada, a la oveja que va camino de las fauces de los lobos. ¿Y qué hará el buen pastor? ¿quedarse quieto e impasible cuando una de sus ovejas se va? ¿ir a por la oveja para andar en sus caminos extraviados o ir para regresarla a la senda de Cristo? Pues bien, eso hacen algunos.

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1.09.16

Cobra fuerzas de la gracia de Cristo Jesús

Hoy comienza septiembre, que en España suele ser el mes que marca el inicio de un nuevo curso laboral y escolar tras las vacaciones estivales. Todo vuelve a la rutina diaria. Hay quienes regresan con ganas, con energías renovadas. Otros se agobian ante la perspectiva del “otra vez lo mismo”. Desgraciadamente, en este país son muchos los que llevan de vacaciones no deseadas desde hace meses o años, sencillamente porque no encuentran trabajo. Unos y otros asistimos atónitos al espectáculo de una clase política incapaz de ponerse de acuerdo para que haya un gobierno y evitar unas terceras elecciones.

A nivel espiritual, todo cambia y nada cambia. Todo cambia en el sentido de que Dios está siempre haciendo cosas nuevas:

Las cosas pasadas ya se han ido, y ahora anuncio las nuevas, antes de que despunten os las hago oír.
Is 42,9

Nada cambia, porque Dios es siempre el mismo:

Yo soy el Señor y no cambio
Mal 3,6

Dios no deja de amarnos, no deja de obrar en nuestras almas para renovarlas a imagen de Cristo, no deja de buscarnos para que le busquemos. La vida cristiana no consiste en ver lo que hemos dejado atrás, salvo para dar gracias al Señor por las gracias que nos ha concedido, ni puede ser otra cosa que el crecimiento en santidad para mayor gloria de Dios. Da igual que estés en el desierto del Sinaí donde la sequedad espiritual y anímica parecen agarrotar tu alma y dejarla estéril o que estés en plena ebullición por haber cruzado el Jordán hacia la Tierra Prometida de la renovada conversión. La fuerza para vivir en una u otra circunstancia viene siempre de Cristo.

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