Carta pastoral de Monseñor Milián Sorribas con ocasión del año jubilar c
Tenía pensado escribir sobre otro asunto pero habiendo sido alumno de los PP Escolapios de Getafe durante casi toda mi vida escolar, no puedo por menos que copiar la carta del Obispo de Barbastro, Monseñor Milián, escrita con motivo del año jubilar que la Iglesia ha tenido a bien concedernos para celebrar el aniversario del 450º nacimiento de San José de Calasanz, uno de los santos que, por razones obvias, más marcó mi infancia y mi adolescencia.
CARTA PASTORAL CON OCASIÓN DEL AÑO JUBILAR CALASANCIO
EN EL 450º ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE SAN JOSÉ DE CALASANZ
A los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos cristianos
de la Diócesis de Barbastro-Monzón:
Queridos hermanos y hermanas:
La imagen para mí más querida del fundador de las Escuelas Pías es ésa en la que el Santo enseña a un niño cómo se hace la señal de la Cruz y, naturalmente, cuál es su significado. La señal de la Cruz es nuestra seña de identidad cristiana. Desde la Cruz, Cristo nos liberó de la atadura al egoísmo, tan arraigada en nuestra personalidad pecadora, y, desde la Cruz, reina sobre la muerte anunciando al mundo un mensaje de indestructible esperanza. Con la señal de la Cruz hemos sido bautizados en el nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y cada vez que trazamos este signo sobre nuestro cuerpo anunciamos el triunfo del Señor Jesús hasta que vuelva. Por todo ello, esa imagen representa mejor que ninguna otra la esencia y el espíritu de la obra de San José de Calasanz: educar la fe y la inteligencia de quienes empiezan a abrirse a la vida. Piedad y Letras, las dos alas imprescindibles para que el hombre llegue a ser plenamente humano.
Hace 450 años, nuestros antepasados recibieron un magnífico regalo de Dios: el nacimiento, en Peralta de la Sal, de un niño que, con el paso del tiempo, sería un gran impulsor de la educación de los pobres, el fundador de la primera escuela pública popular gratuita de Europa, como ha sido reconocido por los estudiosos de la historia[01], y un santo de cuerpo entero. En 1597 nacían las Escuelas Pías en la Iglesia de Santa Dorotea del Trastévere romano y ochenta años más tarde los hijos espirituales de San José de Calasanz abrían las puertas de su primer colegio español en Barbastro. Desde aquel lejano 1677, Barbastro, Peralta de la Sal, Benabarre, Fraga, Tamarite y Albelda, en nuestra Diócesis, además de Albarracín, Alcañiz, Caspe, Daroca, Jaca, Sos del Rey Católico, Tramascatilla y Zaragoza -por citar únicamente los lugares de nuestro Aragón que han contado, durante un período más o menos largo, con Fundaciones de la Escuela Pía[02]- hemos sido bendecidos con el fruto de aquel don para los otros, que fue el último de los hijos del bayle de Peralta de la Sal.
En José de Calasanz se produjo esa espléndida y fructífera sinergia de la gracia de Dios y la libertad creada, que está en la base de todas las grandes obras sociales impulsadas por la fe cristiana. Desborda las posibilidades de esta carta hacer historia del bien que la obra de San José de Calasanz ha producido en nuestra sociedad y en nuestras Iglesias. A lo largo de cuatro siglos de existencia de las Escuelas Pías, millares de alumnos avalan con su personal experiencia la fecunda conjunción de la piedad y las letras operada en sus personas. Diversos historiadores, más competentes que yo, se han aplicado a descubrir, analizar y poner al alcance de todos las diferentes dimensiones de la obra educativa escolapia.
Mi intención, al escribiros esta carta con ocasión del Año Jubilar Calasancio que he convocado para celebrar el 450º aniversario del nacimiento del Fundador de las Escuelas Pías, es otra. Es la intención del pastor de la Iglesia que, ante este acontecimiento, se siente apremiado por tres responsabilidades: fomentar la gratitud en el pueblo de Dios, que le ha sido encomendado; animar la tarea educativa de la juventud, sobre todo cuando ésta se hace ardua y difícil; e impulsar la cooperación de los diferentes carismas para el bien del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
De bien nacidos es ser agradecidos
¡Cuántos niños, adolescentes y jóvenes de nuestros pueblos y ciudades, de toda clase y condición social, se han beneficiado de la Escuela Pía! Para mí será motivo de sincera alegría contemplar que, a lo largo del año jubilar, se multiplican los gestos de acción de gracias por este motivo. El destinatario principal de nuestra gratitud no puede ser otro que Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de todo consuelo que vela por sus hijos y suscita, en cada momento de la historia, personas que lleven a cabo iniciativas providenciales para el bien y consuelo de sus hijos, principalmente de los pobres.
Es ésta una reflexión que os invito a considerar en vuestra peregrinación a la Casa-Santuario de San José de Calasanz, en Peralta de la Sal, a lo largo del año jubilar. La Providencia amorosa de Dios ha querido contar con la colaboración de los seres humanos, ha querido tener necesidad de los hombres. ¡Tanto nos valora que nos asocia al gobierno del mundo! Es la consecuencia de su proyecto creativo, cuando bendice al único ser que ha hecho a su imagen y semejanza: «Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla…» (Gen 1, 27-28). Por eso mismo, su intervención en nuestra historia acostumbra a llevarla a cabo mediante la colaboración de hombres y mujeres providenciales, que han sido capaces de escuchar su llamada y secundar su iniciativa. Un ejemplo paradigmático lo encontramos en la vocación de Moisés. En el episodio de la zarza ardiendo (Ex 3), Dios llama a Moisés para que ponga en marcha un movimiento de liberación del pueblo oprimido por el faraón de Egipto. La tarea parece imposible. Moisés es un proscrito, perseguido por las autoridades, y no tiene poder alguno para doblegar la voluntad del faraón, ni prestigio entre los suyos para que le sigan. Ante las objeciones, humanamente razonables, que manifiesta, Dios insiste que sea él quien vaya y haga lo que parece imposible. No le dice yo lo haré en vez de ti, sino «Yo estaré contigo».
A esta iniciativa divina el hombre responde desde la libertad con la que ha sido agraciado; una libertad llamada a buscar el bien de la comunidad, pero siempre tentada por el deseo de alzarse autónomamente con el dominio del mundo. Los santos, esos hombres y mujeres extraordinarios por su fidelidad a Dios y al bien de los hermanos, son santos precisamente porque han logrado resistirse al engaño de hacer de la libertad creada el camino para alcanzar caprichos, deseos y ventajas personales.
Nuestra gratitud, por lo tanto, se dirige a Dios. Él hizo sonar en José de Calasanz aquella voz interior que le urgía: «A ti se ha encomendado el pobre, tú serás el amparo del huérfano»[03]. Y es, al mismo tiempo, agradecimiento a este aragonés de espíritu recio y generoso, en quien la libertad para buscar el bien de los otros fue tan firme que le hizo capaz de posponer la seducción de las prebendas e intereses particulares, y secundar, en medio de dificultades nada despreciables, la llamada de Dios[04].
Calasanz infundió en sus seguidores ese mismo espíritu de servicio a la educación que a él le animaba. Son ya cuatro siglos de servicio educativo para la Iglesia y el mundo que pesan sobre los hombros de la Escuela Pía. Un verdadero ejército de maestros, en el sentido más propio de la palabra, ha hecho posible durante este dilatado período de la historia una obra educativa verdaderamente modélica. ¡Demos gracias a Dios y a cada uno de los escolapios y escolapias que han llevado adelante esta tarea, casi siempre de forma silenciosa y abnegada!
La consideración de los precedentes motivos de agradecimiento también ha de suscitar, en nosotros y en cuantos peregrinen este año al Santuario de San José de Calasanz, una pregunta sobre nuestra personal fidelidad a la llamada que Dios sigue haciendo a cada uno de nosotros, tanto si somos personas adultas con responsabilidades familiares, educativas y sociales, como si sois niños, adolescentes o jóvenes que estáis afrontando la vida en estos primeros años del siglo XXI. Dios también quiere hoy contar con todos nosotros para escribir una historia de amor y de servicio a la humanidad.
Para cada uno tiene el Señor un proyecto, una vocación. Descubrir cuál es y seguirla con decisión es responsabilidad nuestra. Pero, además, es garantía de felicidad. Vivimos tiempos poco propicios para acoger la vocación que Otro nos hace; es la nuestra una época en la que parece que la cumbre de la personalidad y, por tanto, de la felicidad está en que cada cual se haga a sí mismo, decidiendo qué quiere ser en función de criterios casi siempre utilitaristas. Sin embargo, una aportación cristiana nada despreciable para conseguir la felicidad es la convicción de que no estamos solos, ni somos tan autónomos que el sentido de nuestra vida sólo dependa de nosotros mismos. La fe cristiana nos recuerda que somos criaturas, nada más y nada menos. Otro, que tiene cálidas manos de padre y de madre, nos ha soñado y nos ha señalado una tarea, un servicio, un lugar en la vida junto a otros. Es la vocación, que tanto puede ser vocación a la vida familiar, como al servicio sacerdotal o religioso; vocación para desarrollar el mundo en una profesión secular, como llamada a dedicarse al servicio espiritual y corporal de los hermanos a tiempo completo y bajo el signo de la total gratuidad. La experiencia vital de San José de Calasanz manifiesta sobradamente que la felicidad es acoger, con un corazón libre y generoso, la vocación que Dios hace a cada uno de sus hijos.
Por ello, un extraordinario fruto de este año jubilar será -así me atrevo a esperarlo de la misericordia de Dios y de la sinceridad de todos vosotros- el incremento del sentido vocacional de nuestras vidas y la capacidad de responder generosamente, tanto si la llamada es a una vida plenamente cristiana en el mundo como a la entrega total en el sacerdocio o la vida consagrada.
Cuando educar se hace más cuesta arriba
Un segundo fruto que está llamado a propiciar este año jubilar es la renovación del compromiso educativo de la Iglesia y, en particular, de las personas consagradas a la tarea educativa en su nombre. Ésta es una tarea que «exige la valentía del testimonio y la paciencia del diálogo»[05]. A nadie se le oculta que éstos son tiempos difíciles para los educadores. No hace falta enumerar las nuevas dificultades que actualmente se añaden a la siempre ardua tarea educativa; están en la mente de todos. Pero quiero recordar la repercusión que esa nueva problemática tiene sobre dos ámbitos educativos fundamentales como son la familia y la escuela.
Una visión ingenuamente optimista del ser humano nos llevó, en tiempos aún recientes, a infravalorar la formación de una voluntad fuerte, en los niños, adolescentes y jóvenes, una voluntad que los capacite para hacer frente al atractivo de lo agradable, cuando no comporta otro valor que el ser apetecible; además, la falta de criterios sólidos sobre el ser humano y su misión en el mundo ha propiciado la caída de los sistemas de normas y límites, indispensables para educar el sentido de la vida, el comportamiento y, en definitiva, para dar seguridad a quienes, con una personalidad todavía maleable, se están abriendo a la vida; todo ello unido a la invasión de todos los ámbitos de la vida por la publicidad, que muchas veces incide negativamente sobre el educando, al presentarle, de forma plausible y atractiva, una multitud de objetos de consumo bajo el señuelo de proporcionar un deseable espacio de libertad y felicidad, al margen de todo sentido crítico.
Tanto la familia como la escuela vienen sufriendo las consecuencias y el reto de esta problemática ante la incomprensión de muchos y la natural resistencia de los educandos. Es precisamente en esta situación adversa cuando, al contemplar la figura de Calasanz durante el año jubilar, podemos sentirnos animados a renovar el compromiso educativo siguiendo la pauta esta valiosa propuesta: «Se está delineando un tiempo en el que es preciso elaborar respuestas a las preguntas fundamentales de las jóvenes generaciones y presentar una clara propuesta cultural que explicite el tipo de persona y sociedad a las que se quiere educar, y la referencia a la visión antropológica inspirada en los valores del Evangelio, en diálogo respetuoso y constructivo con las otras concepciones de la vida»[06].
La vocación educativa de Calasanz nació de su respuesta a la fe. Las dificultades que encontró, diferentes de las que actualmente nos aquejan, pero no menos arduas, fueron superadas gracias a su honda tensión espiritual. Al convocaros para la celebración de este año jubilar, no puedo menos de dirigirme a vosotros, los religiosos y religiosas de la Escuela Pía y de las demás Congregaciones religiosas consagradas a la enseñanza que enriquecéis la vida de esta Diócesis, al profesorado de vuestros colegios y a los padres de vuestros alumnos para invitaros a estudiar el camino espiritual que alentó el quehacer de este pedagogo; a dejaros empapar por su amor hacia esos hijos de Dios que ha puesto en vuestras manos de padres y de educadores; a imitar la solidez de sus criterios educativos y de su entrega a la tarea; y a encomendaros a su intercesión para saber llevarla adelante también en este momento de pensamiento débil y confusión.
Vosotros sois cuerpo de Cristo
Por fin, el protagonismo que la Orden Calasancia tiene en esta celebración me lleva a pensar en las catorce Congregaciones de religiosos y religiosas, así como en la Prelatura del Opus Dei, que enriquecéis la vida de esta Iglesia diocesana. Unas, como los Escolapios, estáis dedicadas a la enseñanza; otras hacéis presente el servicio de la caridad de la Iglesia en la vida de muchas personas mayores, de los enfermos y de los más necesitados o colaboráis eficazmente en las tareas pastorales; otras, en fin, constituís el alma de todo el apostolado de la Diócesis, puesto que lo sostenéis con vuestra entrega a la oración y contemplación del misterio de Dios.
Quiero poner de relieve lo decisiva que es la aportación de todos y cada uno de vuestros carismas para que esta Iglesia de Dios, que Él me ha encargado presidir en la caridad, pueda realizar la misión que tiene encomendada. Por medio de vosotros, religiosos y religiosas de nuestra Diócesis, esta Iglesia de Barbastro-Monzón, que peregrina en las tierras de Sobrarbe y Ribagorza, del Somontano, La Litera y las riberas del Cinca, es capaz de responder a muchas de las responsabilidades que pesan sobre ella.
A este respecto, quiero subrayar la cooperación en la tarea evangelizadora que lleváis a cabo a través de la escuela católica, pues «resulta evidente que las personas consagradas en la escuela, en comunión con los Pastores, desempeñan una misión eclesial de importancia vital en cuanto que, educando, colaboran en la evangelización.» Quiero también animaros a vivir «el compromiso de santidad, generosidad y cualificada profesionalidad educativa exige para que la verdad sobre la persona revelada por Jesús ilumine el crecimiento de las jóvenes generaciones y de toda la humanidad»[07]. Y quiero además agradecer vuestra valiosa e indispensable dedicación a la tarea educativa con la que proporcionáis a la Iglesia diocesana la posibilidad de estar presente en este campo de la mediación cultural de la fe.
Al convocaros a todos, religiosos y religiosas, así como cristianos laicos de la Diócesis, a compartir con los PP. Escolapios la gracia de este año jubilar, quiero poner de relieve la naturaleza de miembros del cuerpo de Cristo que a todos -religiosos y religiosas, cristianos laicos, obispo con el presbiterio diocesano- nos alcanza. La exhortación del apóstol Pablo a los de Corinto (1 Cor 12) tiene valor universal: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común (…). Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. (…). Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte.»
Abrigo la esperanza de que el Año Jubilar Calasancio sea una gracia de comunión para todos nosotros. Al dar gracias a Dios por el don que nos ha hecho en la persona de San José de Calasanz, agradecemos también las múltiples vocaciones secundadas por los Fundadores de todas las familias religiosas existentes entre nosotros y por cada uno de los cristianos que constituimos la Iglesia diocesana de Barbastro-Monzón, pues cada uno recibimos a través de la existencia del otro -seglar, sacerdote o religioso-, el don de su respuesta a la fe y a la vocación apostólica. Deseo que este año jubilar nos ayude a promover la espiritualidad de comunión que el papa Juan Pablo II señaló como una de las tareas del nuevo milenio, impulsando lo que, en palabras del Papa, significa la espiritualidad de comunión: «una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado (…); capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como "uno que me pertenece", para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad (…); capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: "un don para mí", además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente (…); saber "dar espacio" al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf Gal 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias.»[08]
Que el Padre de todo consuelo, por intercesión de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, y de San José de Calasanz, nos haga disfrutar de sus dones con ocasión del Año Jubilar Calasancio, que hoy comienza en nuestra Diócesis.
Con mi afecto y bendición.
+ Alfonso Milián Sorribas
Obispo de Barbastro-Monzón
En la apertura del Año Jubilar Calasancio,
en Peralta de la Sal, el 14 de enero de 2007.
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[01] Pastor, Historia de los Papas, vol. 24, pp. 67-68; Giner, Severino, San José de Calasanz, Maestro y Fundador, Madrid, 1992, pp. 659-660; Pío XII, Breve Providentissimus Deus en Ephemerides Calasanctianae, 4-5 (1948), 107.
[02] Cf. VV. AA. 250 años de la Provincia Escolapia de Aragón. El Fundador y las Fundaciones, Zaragoza, 1994, pp.53-142.
[03] García Durán, Adolfo, Itinerario espiritual de San José de Calasanz, Barcelona, 1967, p. 73.
[04] VV. AA. 250 años de la Provincia Escolapia de Aragón. El Fundador y las Fundaciones, Zaragoza, 1994, pp.14-15.
[05] Congregación para la Educación Católica, Las personas consagradas y su misión en la Escuela, 28 de octubre de 2002, n.2.
[06] Ibid., n 6.
[07] Ibid., n. 6.
[08] Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 43.
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