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25.05.19

Los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos

Uno de los tesoros que ofrece la Iglesia a los fieles es la Liturgia de las horas. Y dentro de dicho tesoro es fácil encontrar perlas tan magníficas como esta cita del comentario de San Agustín al Samo 138:

Si no cesamos en nuestra buena conducta, alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando te apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos.

No hay nada que se escape al conocimiento del Señor. Él es quien escudriña los corazones

Él escruta el abismo y el corazón de los hombres, y penetra todos sus secretos. El Altísimo conoce toda ciencia y examina los signos de los tiempos, anunciando el pasado y el porvenir, y desvelando los rastros de las cosas ocultas.  No se le escapa ningún pensamiento, ni una sola palabra le es desconocida.
Eccle 42,18-20

Y en base a lo que sabe de nosotros y a cómo actuamos, nos juzgará:

… y sabrán todas las iglesias que yo soy el que escudriña los corazones y las entrañas y os daré a cada uno según vuestras obras. 
Ap, 2,23

No en vano Cristo nos advirtió que el pecado no solo consiste en realizar malas acciones, sino en desearlas (Mt 5,28). Por ello es altamente recomendable confesarnos no solo de lo que obramos mal sino de los desos desordenados que son la puerta hacia las malas acciones.

A su vez, los buenos deseos pueden y deben ser la antesala de las obras meritorias. De ahí que debamos implorar del Señor la gracia de que purifique nuestros pensamientos. Recordemos que la gracia actúa concediéndonos primero el deseo de obrar bien y luego el poder cumplir la voluntad de Dios. Él mismo es “quien obra en vosotros el querer y el actuar conforme a su beneplácito” (Fil 2,13).

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