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12.01.15

Silvano, desde Athos (IV)

Acompaño esta cuarta entrega de los textos del monje Silvano de Athos con una fotografía del religioso, que es considerado como santo por las Iglesias ortodoxas.

¡Santifica, Señor, a todos los pueblos de la tierra por tu Santo Espíritu! Y tu voluntad será cumplida, en la tierra y en el cielo, porque te ha sido dado todo el poder. 

Mi corazón sufre por los hombres que no conocen a Dios. Aquel que abandona a su Creador, ¿cómo enfrentará al Juicio universal? ¿Adónde podrá huir para ocultarse de la Faz del Altísimo? Yo ruego a Dios constantemente por todos para que sean salvados y se regocijen eternamente con los ángeles y los santos. Bienaventurada el alma humilde, porque Dios la ama. Los cielos y la tierra alaban a los santos por su humildad; el Señor les concede estar con Él en la gloria. “Allí donde yo estoy, allí estará mi servidor". 

El Espíritu Santo nos enseña a amar a todos los hombres, a tener compasión de los pecadores y a rogar por su salvación. 

Señor, guíanos y reúnenos como una madre muy tierna con sus pequeños. Enseña a todo hombre tu Venida, revela el poder de tu ayuda y restaura el alma de tus fieles. 

Nosotros no podemos contener la plenitud de tu Amor; las cosas terrestres oscurecen nuestro espíritu: ¡Ilumínanos! 

La oración nos conserva la paz y, conservándola obtenemos la salvación. Tal es la enseñanza de Serafín de Sarov. Mientras vivió, el Señor, -a causa de este gran orante-, protegió a Rusia. Después de él nos ha sido dado el Padre Juan de Cronstadt. Su oración, como una columna, se elevó hasta el cielo. Nosotros no sólo hemos escuchado hablar de él; sino que él ha vivido ahora y lo hemos visto orar con nuestros ojos. Recuerdo cómo lo rodeaba el pueblo y pedía su bendición cuando, después de la liturgia, dejaba la iglesia. Aún en medio de tal gentío, su alma permanecía fija en Dios y no perdía la paz. Él amaba a los hombres y no cesaba de rogar por ellos: “Señor, envía tu paz a todos los pueblos, da a tus servidores tu Santo Espíritu, para que los encienda con su Amor y les enseñe toda la verdad. Señor, haz que tu gracia repose sobre tu pueblo; da tu gracia a todos los hombres para que te conozcan en la caridad y digan como los apóstoles sobre el monte Tabor: “¡Que bien se está aquí, Señor, contigo!". 

Así oraba sin cesar por los hombres, y así conservaba la paz de su alma. Nosotros, al contrario, la perdemos porque no amamos a los hombres. 

San Païsi rogaba por su discípulo, que había abandonado a Cristo. Fue entonces que el Señor se le apareció y le dijo, queriendo consolarlo: “Païsi, ¿ruegas por aquel que ha renegado de mí?” Pero el santo no por eso dejó de orar y llorar por el errante. “¡Oh Païsi, -le dijo entonces el Señor-, me has igualado en el Amor!" 

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