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17.01.13

No te desmayes por los que parecen ser dignos de crédito y enseñan doctrina extraña

Como decía San Pablo, aspirar a ser obispo es cosa buena (1ª Ti 3,1). Pero al mismo tiempo, como bien dijo San Agustín una vez que recibió esa misión:

Desde que se me impuso sobre mis hombros esta carga, de tanta responsabilidad, me preocupa la cuestión del honor que ella implica. Lo más temible en este cargo es el peligro de complacernos más en su aspecto honorífico que en la utilidad que reporta a vuestra salvación. Mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros. La condición de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación.

Para que no quepa duda de lo que la Iglesia enseña hoy sobre la función de los obispos, leamos en la Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II:

Los Obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que les han sido encomendadas, con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y sacra potestad, de la que usan únicamente para edificar a su grey en la verdad y en la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor ha de hacerse como el menor, y el que ocupa el primer puesto, como el servidor (cf. Lc 22, 26-27)

Y, volviendo a la Biblia, vemos nuevamente a San Pablo enseñando a Timoteo a ser un buen obispo:

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