El Espíritu Santo y el cumplimiento de los mandamientos
Se dice, y no sin razón, que el Espíritu Santo es el gran desconocido para muchos cristianos. Como si fuera el invitado callado del gran banquete de la Redención. Y, sin embargo, sin Él nada entenderíamos, nada podríamos hacer para salvarnos.
Cristo mismo explicó a los apóstoles su papel:
… pero yo os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy, os lo enviaré. Y cuando venga Él, acusará al mundo de pecado, de justicia y de juicio.
Jn 16,7-8
Y:
Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad
Jn 16,12-13
Es absolutamente necesario que los redimidos vivan no ya conforme a la carne sino al Espíritu:
Así pues, no hay ya ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu de la vida que está en Cristo Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible para la Ley, al estar debilitada a causa de la carne, lo hizo Dios enviando a su propio Hijo en una carne semejante a la carne pecadora; y por causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la Ley se cumpliese en nosotros, que no caminamos según la carne sino según el Espíritu.
Los que viven según la carne sienten las cosas de la carne, en cambio los que viven según el Espíritu sienten las cosas del Espíritu. Porque la tendencia de la carne es la muerte; mientras que la tendencia del Espíritu, la vida y la paz.
Puesto que la tendencia de la carne es enemiga de Dios, ya que no se somete -y ni siquiera puede- a la Ley de Dios. Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.
Rom 8,1-8
¿Cuál es la diferencia entre vivir en la carne o en el Espíritu?
Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.
Gal 5,19-25
Se engañan todos aquellos que creen que pueden salvarse si viven en una vida de pecado sin arrepentimiento. No hacen caso a la advertencia del apóstol San Juan:
Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.
1 Jn 3,7-9
Y dice también el apóstol que quien ama a Dios, guarda sus mandamientos.
Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él.
1 Jn 2,3-4
Y:
Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.
1 Jn 5,3
Y:
Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos.
2 Jn 6
Huyamos pues, como de la peste, de todo aquel que predique que es cosa poco importante el guardar los mandamientos del Señor. O que el cristiano que “solo” guarda los mandamientos es mal cristiano, como si tal cosa no fuera precisamente la obra del Espíritu Santo en el creyente.
Dice el apóstol que estuvo al pie de la Cruz:
Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras.
2 Jn 1,9-11
¿Y qué fue lo que nos dijo Cristo? Que no basta con llamarle Señor si no se acepta su señorío absoluto en nuestras vidas:
¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?
Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».
Luc 6,46-49
La exigencia del Señor va más allá del cumplimiento formal de ciertos mandamientos. Cristo nos pide, porque el Espíritu Santo nos capacita para ello, todo. Absolutamente todo:
Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios.
Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre.
El entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud.
Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz.
Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.
Mc 10,17-22
“Cristo, mirándole, le amó". Qué gran cosa es que el Señor te ame tanto que te diga lo que debes hacer para ser salvo. Y eso no puede ser otra cosa que la entrega absoluta a su voluntad, aunque ello implique cargar la propia cruz, algo que Cristo nos dijo que era imprescindible si queremos ser discípulos suyos. Y qué triste es atarse a cualquier circunstancia -sea riquezas, afectos desordenados, etc- que nos impida ser libres en Jesucristo.
No basta, pues, ser “buena gente". No basta cumplir unos cuantos mandamientos. Hay que cumplirlos todos. Y el primero es amar a Dios por encima de todas las cosas. Somos llamados a ser santos como Dios es santo. Pero Dios no solo nos llama, sino que nos da el don de su Espíritu Santo para que more en nosotros como en un templo:
Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca.
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
1ª Cor 6,18-20
Mas no caigamos en la desesperación si, a pesar de que Dios siempre nos da la oportunidad de no pecar (1 Cor 10,13), pecamos. Como dice San Juan “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Jn 2,1). El Señor dio autoridad a sus ministros para perdonar pecados en su nombre. Si pecamos, pidamos el don del verdadero arrepentimiento. Clamemos a Dios para que nos haga crecer en santidad. Y si de corazón lo pedimos, Él nos lo concederá.
Elevemos nuestras plegarias a la Madre de Dios, verdadero trofeo de la gracia divina, para que por su intercesión obtengamos el don de ser fieles a Cristo en todo y por todo.
Laus Deo Virginique Matri
Luis Fernando Pérez Bustamante