Mi amor se fue con el Señor
Lidia, la mujer que Dios me regaló como esposa, partió ayer, Domingo de Ramos, a encontrarse con el Señor. Y lo hizo en mis brazos, en una cama de la habitación 108 del hospital universitario de Puerto Real, en el que su vida terrenal se fue apagando poco a poco en las últimas dos semanas. Casi tres largos años de lucha contra un cáncer no detectado a tiempo, con una primera “victoria” que nos dio una tregua de meses antes de volver a aparecer.
El inmenso dolor que sufro ahora no me impide dar gracias a Dios por todo el bien que nos ha hecho en 32 años de vida juntos. Tres hijos han sido el fruto de nuestro amor. Y uno de ellos, el primogénito, nos hizo abuelos de un angelito hace casi 5 años. También pudo hacer de madrina en la boda de nuestro segundo hijo.
La foto que encabeza este post es del día de su graduación en la Universidad de Navarra, tras realizar la licenciatura de Ciencias Religiosas y el Máster en Familia y Vida. Ello le permitió desarrollar su vocación como profesora de religión. Lo hizo en el Colegio Juan Pablo II - María Milagrosa de Cádiz. Otro de los grandes regalos que me ha dado el Señor en estos días ha sido, además de constatar el cariño que le tenían sus compañeros de claustro, ver el gran impacto que causó entre sus alumnos (entre ellos, durante un año, nuestra hija). He podido leer mensajes dirigidos a mi esposa que no podré ovlidar jamás. Ella ha sido instrumento para llevar a no pocas almas a Cristo y darse cuenta de eso no tiene precio. Quiera Dios que la semilla que sembró a través de ella frucifique en vidas entregadas a Él.
Doy gracias también a Dios por haberme permitido estar con ella en estas últimas semanas de su vida. Dada la actual situación en España con la pandemia del coronavirus, son muchas las personas que mueren sin estar rodeados de sus seres queridos. Aunque ni sus padres -a quienes quería con locura- ni dos de nuestros hijos han podido estar, sí hemos estado mi hijo mayor y yo.
En estas últimas semanas hemos orado juntos más que nunca. Nos hemos puesto en manos del Señor más que nunca. Nos hemos querido más que nunca. Hemos estado rodeados de oraciones más que nunca. Hemos comulgado a diario hasta que ella ya no pudo. Y habiendo muerto mi amada Lidia tras haber recibido los santos sacramentos, espero que el Señor me conceda el mismo don el día de mi partida, para así poder encontrarme con ella para adorar a Dios juntos toda la eternidad. Mientras llega ese día, pido al Señor que me permita servirle fielmente en esta vida.
Gracias a todos por vuestro cariño y por vuestras oraciones.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Laus Deo Virginique Matri
Luis Fernando Pérez Bustamante
PD: Me resulta imposible responder uno por uno a los miles de mensajes de condolencia y apoyo por la muerte de mi esposa que he recibido en mi blog y las RRSS. Así que sólo os puedo decir a todos ¡GRACIAS! Y también doy gracias a Dios por la inmensa familia que es su Iglesia.