Apenas un uno por ciento de los franceses son católicos practicantes y fieles al Magisterio
El Instituto Francés de Opinión Pública (IFOP) ha realizado una encuesta sobre la realidad del catolicismo en Francia, que ha sido publicada por el diario La Croix. El resultado revela que en el país galo apenas quedan católicos que practiquen y profesen íntegramente su fe. Mientras que el porcentaje de franceses que aún se declaran católicos llega al 64% -17 puntos menos que en 1965-, tan sólo un 4.5% acude a misa regularmente -un 27% lo hacía en 1965-. Pero incluso entre los que son practicantes, el 63% opina que todas las religiones son iguales, el 75% está en desacuerdo con la doctrina católica sobre la anticoncepción e incluso un 68% cree que la Iglesia debería cambiar su postura sobre el aborto. Además, sólo un 27% de los católicos franceses que van a misa están de acuerdo con que Benedicto XVI defiende bien los valores del catolicismo, mientras que un 34% sostiene que lo hace mal. Todo ello supone que en Francia, apenas un 1% de la población es católica fiel al Papa y al magisterio de la Iglesia.
Hasta ahí los datos. El análisis de los mismos puede plantearse desde muchos puntos de vista, pero sin lugar a dudas estamos ante unas circunstancias que nos han de llevar a afirmar que el catolicismo en Francia es prácticamente inexistente. La Hija Primogénita de la Iglesia se ha amancebado con multitud de amantes. Desde el relativismo hasta el indiferentismo religioso, pasando por el de la heterodoxia abierta y recalando en la apostasía más burda.
¿Quién o quiénes son los máximos responsables de lo ocurrido? Parto de que todos los fieles tienen parte de culpa. La transmisión de la fe es algo que se hace sobre todo en la familia. Y obviamente, ha habido una quiebra casi absoluta en esa tarea de la generación anterior a la actual. Dice la Escritura que si los padres educan a sus hijos en los mandamientos del Señor, estos no se apartarán de ellos cuando sean mayores. Está claro que siempre habrá hijos rebeldes que no hagan caso a sus padres, pero no es menos cierto que por lo general, una buena educación religiosa y cívica da como resultado una descendencia sensata, de hombres y mujeres que pueden lleva verdaderamente el nombre de cristianos. Por tanto, la primera -que no necesariamente mayor- responsable del fracaso del catolicismo en Francia es la familia católica.
Ahora bien, sabemos que la Iglesia es madre y maestra. Y que dentro de la Iglesia, la tarea de cuidar y alimentar al rebaño es de los pastores. Por tanto, los cardenales, arzobispos y obispos franceses -y a otro nivel los sacerdotes y religiosos- son absolutamente responsables de la catastrófica situación de la Iglesia en Francia. Han fracasado porque la mayor parte de los franceses pasan absolutamente de la práctica religiosa. Y, sobre todo, han fracasado radicalmente porque entre los poquísimos que sí practican la fe católica, la mayoría es contraria al magisterio y al Papa. Y eso sí que es grave. La Iglesia puede hacer relativamente poco cuando una sociedad decide paganizarse y tirarse de cabeza por el abismo del infierno. El libre albedrío tiene “estas cosas". Ahora bien, la Iglesia no sólo puede sino que debe asegurarse de que al menos sus fieles lo sean de verdad. ¿Qué hace en una misa católica un señor o una señora que estén a favor de que la Iglesia cambien su postura sobre el aborto? ¿qué hacen en la comunión católica aquellos que piensan que el Papa, precisamente ESTE PAPA, defiende mal los valores del catolicismo? ¿en manos de qué sacerdotes han dejado esos obispos el cuidado y la formación espiritual de los fieles? ¿a quién y a cambio de qué han entregado el alma católica de Francia esos pastores? ¿a quiénes piensan que va a pedir Dios cuentas de lo ocurrido?
Se me preguntará si pienso decir algo aparte de acusar a unos y otros. Pues sí, pero ocurre que yo no soy precisamente la persona más adecuada para plantear soluciones. No he recibido mandato divino ni eclesial para hacerlo. A pesar de lo cual, me atrevo a sugerir esta hoja de ruta:
1- Reforma absoluta interna. La Iglesia no puede dar un solo paso adelante mientras no se limpie por dentro. Sobran todos los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos con responsabilidades eclesiales que, velada o claramente, se aparten del magisterio de la Iglesia y que no manifiesten una absoluta sintonía eclesial con el Vicario de Cristo en Roma. Y si con ellos se van el resto de fieles que han seguido ese camino, los lloraremos como hermanos muertos al Señor y desde ese mismo momento nos pondremos a rezar por su conversión y su regreso. Pero es mejor tenerles fuera de la comunión que en un engaño constante. No cabemos en la misma Iglesia los que no tenemos una misma fe. Y ellos no tienen la misma fe que nosotros. Así de simple.
2- Formación y santificación. Para que la Iglesia en Francia pueda renacer de sus cenizas, es imprescindible catequizar o recatequizar a los fieles (en doctrina y liturgia) y ayudarles pastoralmente a que vivan en un mayor grado de santidad al actual. La sana doctrina suele ser rechazada por el mundo, pero tiene la virtud de atraer a las almas que tienen cierta sensibilidad hacia Dios. Y la santidad del cristiano es foco de luz que hace de imán a las crisálidas que andan dispersas. Para llevar a cabo esa tarea, es ineludible mejorar la situación del clero. Y eso ha de llevarse a cabo tanto con los que ya son sacerdotes como, sobre todo, con los que se están preparando para serlo. Los seminarios han de ser centros vivos de ortodoxia y de santidad. O tenemos sacerdotes ortodoxos y santos -tampoco se pide que sean todos como San Juan María Vianney y San Pío Pietralcina- o difícilmente tendremos un pueblo católico sano.
3- Sometimiento de los religiosos a los obispos al menos hasta que no se haya salido de la crisis. A grandes males, grandes remedios. La autonomía de las órdenes religiosas, tan necesaria en otras circunstancias históricas y pastorales, hoy es fuente de cisma y de herejía. Quedan todavía muchos religiosos que son fieles a su carisma, pero son infinidad los que, en mayor o menor medida, se han convertido en instrumentos activos de la secularización interna de la Iglesia. Es por ello que creo oportuno que el Papa establezca los mecanismos necesarios para que sean los obispos, por encima de los superiores de cada orden, los que tomen el control sobre las comunidades de hombres y mujeres de vida consagrada de su diócesis, respetando siempre, como no podría ser de otra forma, lo esencial del carisma de su fundador. El dicasterio romano que se encarga de esta cuestión pasaría a responsabilizarse de poner coto a los posibles abusos episcopales, y no a las obvia salidas de pata de banco de los religiosos, dado que estas serían responsabilidad de cada obispo.
A la posible pregunta de si propondría esas medidas sólo para Francia, la respuesta es no. Haría lo mismo en todos los países, como España, donde la secularización interna se ha convertido en un cáncer a extirpar antes de que el catolicismo desaparezca de ellos. Y es que no se nos olvide que el Señor prometió que la Iglesia sobreviviría hasta su regreso a la Tierra. Pero no prometió que lo haría en un país o continente en concreto. El cristianismo ya desapareció del norte de África, de lo que hoy es Turquía y de otros lugares. Y va camino de desaparecer en gran parte de Europa. O hacemos algo ahora para que tal cosa no ocurra, o cuando luego se quiera hacer, será tarde.
Luis Fernando Pérez
PD: Interesante post del padre Guillermo sobre la crisis de la Iglesia