InfoCatólica / Reforma o apostasía / Archivos para: Agosto 2017

29.08.17

23.08.17

(392) Santa Rosa de Lima, Patrona de América (23 agosto)

Santa Rosa de Lima

–¿Santa Rosa, Patrona de América?

–Santa Rosa, sí, Patrona de América y de Filipinas. Y patrona nacional del Perú… Ignorante.

 

Santa Rosa de Lima, terciaria dominica (1586-1617)

El suboficial de arcabuceros Gaspar Flores, español cacereño, desposó a María de Oliva en 1577. La tercera de nueve hijos, nacida ya en Lima (1586), fue bautizada como Isabel, aunque por el aspecto de su rostro fue siempre llamada Rosa. Fue confirmada por Santo Toribio de Mogrovejo en Quives (1597), a unos 70 kilómetros de Lima, donde su padre administraba una mina de plata. Y ya desde muy chica dio indicios claros de su fu­tura santidad.

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19.08.17

(448) Fátima (19-VIII-1917) 10: Colaboremos en el misterio de la salvación

Virgen de Fátima

–Perdone, pero el artículo le ha quedado más bien corto, es decir, breve. Sólo escribe Sor Lucía.

–Tranquilo. Ya le he dicho a la Virgen que el artículo tenía que salir precisamente hoy, el 19 de agosto, y que estos días no he tenido tiempo para más. Y Ella me ha contestado: «no problem».

 

Hoy, 19 de agosto, nos toca recordar la aparición de la Virgen en Fátima hace justamente cien años. Ésta es la descripción de la cuarta de las seis apariciones que, según la edición del Secretariado dos Pastorinhos, Fátima 2003, 7ª ed., 177-178), hace Sor Lucía en su Memoria cuarta (1941).

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15.08.17

(447) La Asunción de la Virgen al cielo

Velázquez (+1660)

–Perdone, pero el 13 de agosto «tocaba» poner en su blog según la Memoria de Sor Lucía, la cuarta aparición de la Virgen en Fátima.

–Pero resulta que fue, por excepción, no el día 13, sino el 19 de agosto de 1917. En cambio hoy celebramos su gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos.

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Constitución apostólica Munificentissimus Deus, del papa Pío XII (1950)

 

«Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo.

Y, así, San Juan Damasceno (675-749), el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma con elocuencia vehemente:

«Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura corno Madre y esclava de Dios».

Según el punto de vista de San Germán de Constantinopla (636-732), el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:

«Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios. Todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta».

Otro antiquísimo escritor afirma:

«La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia sí mismo, del modo que el solo conoce».

Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.

Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el último trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: «Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: “La muerte ha sido absorbida en la victoria”» (1Cor 15,54-55) .

Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos».

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Oración

Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que, aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.

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8.08.17

(446) La muerte cristiana, 16: –en Napoleón Bonaparte

Vernet - Muerte de Napoleón

–Como suelen decir algunos conferenciantes al iniciar su perorata, «el señor N. N., no necesita presentación, pues todos ustedes lo conocen».

–Así es. Haré una presentación mínima de Napoleón.

 

Napoleón Bonaparte

Nace en Ajaccio, capital de Córcega (1769) y muere exilado en la isla de Elba (1821). Desde muy niño vivió en Francia, formándose como militar. Ya general, después de notables victorias, fue elegido Primer Cónsul de la república de Francia. En 1804 se auto-coronó en París como emperador de los franceses. Según las ideas de la reciente Revolución Francesa, reformó internamente el antiguo Reino, y consiguió con su potentísimo ejército controlar gran parte del centro y del occidente de Europa.

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