(503) Evangelización de América –44. México. Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán (y II)

 Vasco de Quiroga (+1565)

–Hoy hubiera tenido que dimitir como Obispo al cumplir 75 años.

–Consagrado a los 68 años de edad, vivió su ministerio episcopal en Michoacán veintisiete años, y se mantuvo activo hasta su muerte, a los 95.   

 

Continúo con Vasco de Quiroga (501), a quien dejamos, siendo un gobernante laico, elegido para ser el primer obispo de Michoacán. Los frailes y laicos de la Nueva España reci­ben con alegría la noticia de que la Santa Sede aprueba el nombramiento, aunque algunos seglares mues­tran su re­celo ante lo que pueda hacer un obispo que asume con tanto va­lor y efi­cacia la causa de los indios…En rápida sucesión recibe Don Vasco las órdenes sagradas menores y mayores, y en diciembre de 1538, con 68 años, es consagrado obispo en la capi­tal de México por fray Juan de Zumá­rraga. Poco después parte para su diócesis, que está todavía sin hacer.

 

–La sede episcopal de Pátzcuaro

Quiroga, de su tiempo de Visitador real, como sabemos, ya conocía bastante bien Micho­acán, región bellísima en la que alternan prados, bosques y montañas. Y no vaciló en situar su sede en Pátzcuaro, a orillas del lago de su nombre, poco debajo de Tzintzuntzan, localidad entonces más importante, pero más oscura, por estar situada entre dos grandes montañas. En la iglesia franciscana de la población que eligió como sede inició su ministerio episcopal el 6 de agosto de 1538.

En seguida quiso construir en Pátzcuaro una gran­diosa Catedral de cinco naves, para lo que recabó ayudas del Emperador y de los cristianos mexicanos. Pero las condiciones del terreno poco firme, por la proximi­dad del lago, redujo el proyecto a una sola nave. Una de las primeras iniciativas del obispo Quiroga fue encargar, a los mismos fabricantes antiguos de los ídolos, que hicieran, según sus ins­trucciones, pero con su técnica tradicional, una imagen de la Santa Madre de Dios. Así lo hicieron, con caña de maíz bien seca y molida, resultando una bella y ligerísima imagen. Vestida y decorada, comenzó a recibir culto en el Hospital de Santa Marta, en Páztcuaro, donde realizó varias curacio­nes y recibió el nombre de Nuestra Señora de la Salud. Pasó después a la Catedral proyectada, que con el tiempo fue Basílica, y allí comenzo a recibir un culto muy devoto hasta el día de hoy.

El obispo Quiroga siempre tuvo en su diócesis especial afecto por la zona de Pázt­cuaro. Y así, cuando el Virrey Mendozafundó con 60 familias que había traído de España la ciudad que nombró como Valladolid, el obispo Quiroga se apresuró a defender la su­premacía de Páztcuaro y Tzintzuntzan. La historia, sin embargo, hizo de Valladolid, hoy Morelia, la bella capital y sede episcopal de Michoacán.

 

El Seminario «Colegio de San Nicolás»

Allí también, en Pátzcuaro, fundó el obispo Quiroga en 1542 el Colegio de San Nicolás. En este Seminario, uno de los primeros de América, ante­rior al concilio de Trento, convivían indios y españoles, que aprendían latín, teología dogmática y moral, y se ejerci­taban en la vida espiritual. Comul­gaban una vez al mes, hacían diaria­mente oraciones y lecturas espiritua­les, y salían de la casa únicamente de día y con un compañero. Casi todos habla­ban tanto el español como el tarasco.

Con gran pena de Don Vasco, sin embargo, nin­gún indio llegó a la ordenación, pues, como decía Zumárraga, expresando la experiencia primera de las tres ór­denes religiosas, «estos nativos pretenden más al matrimonio que a la continencia». En todo caso, el Seminario, bajo los continuos cuidados de su fundador, dio grandes frutos, pues para 1576 eran ya más 200 los sacerdotes secula­res y otros tantos los religiosos que de él habían salido.

Y también bajo la protección de don Vasco floreció la Casa de Altos Es­tudios en Tiripetío, cuya dirección encargó a su amigo agustino fray Alonso de la Vera Cruz.

 

–Primeros años de obispo

A los 77 años, en 1547, fue a España, donde consiguió ayudas para sus fundaciones, gestionó en favor de los indios, y procuró reclutar sacerdotes misioneros. Hasta entonces su diócesis se había apoyado fundamental­mente en los religiosos, sobre todo en los agustinos, sus colaboradores más próximos. Pero, como los otros obispos mexicanos de aquellos años, tuvo Quiroga con los religiosos pleitos interminables y no poco enojo­sos (Ricard, Conquista III,1: 364-376); y por eso quería disponer de un clero propio. Conoce también en Valladolid a San Pedro Fabro (+1546), uno de los jesuitas más próximos a San Ignacio. Hace los ejercicios espirituales ignacianos y trata con insistencia de conseguir jesuitas para su diócesis; pero éstos no llegarán a Michoacán hasta siete años después de su muerte.

En 1555 participa Quiroga en el primer Concilio de México, convocado por el arzobispo Montúfar, sucesor de Zumárraga. Fue un Concilio de gran importancia, pre­cedente inmediato de los grandes Concilios que en Lima presidieron Lo­ayza y Santo Toribio de Mogrovejo.

 

–Nuevos pueblos, hospitales y parroquias

En seguida, contando ya Don Vasco con los sacerdotes que van sa­liendo del Colegio de San Nicolás, con la colaboración de los religiosos, agustinos sobre todo, y con los sacerdotes por él traídos de España, da un impulso nuevo a la fundación de pueblos-hospitales y nuevas parroquias.

Según informan las Relaciones geográficas de Michoacán, hacia 1580, hubo un gran número de hospitales fundados por el obispo Quiroga. Al parecer, «el mayor número de funda­ciones efectuadas personalmente por el obispo correspondió a la parte oriental de la Diócesis, mientras que en la occidental muchos de los hospitales debieron su existencia a los religiosos que atendían espiritualmente los pueblos. En el distrito de Ajuchitlán hubo sendos hospitales en cada una de sus cuatro cabeceras, y catorce en los aledaños, todos fundados por Qui­roga. A él se le atribuyen también los de Chilchota, Taimeo y Necotlán»… Los hospitales se multiplicaron tanto «que el obispo Juan de Medina afirmaba en 1582 que apenas había en la Diócesis una villa con veinte o treinta casas que no se gloriara de poseer su propio hospital. El número total de los existentes en la Diócesis lo calculaba en superior a doscientos» (Warren 38).

Al obispo Quiroga sus feligreses le llaman con toda razón Tata Vasco (tata, en tarasco, papá, padrecito). Y a los 93 años todavía asiste a la fundación de nuevas poblaciones.

«Una vez que una iglesia y un hospital han sido construidos en un cierto lu­gar [esto era lo más costoso], no hay mayor problema en inducir a la población indígena a que venga y construya sus casas en los alrededores, y así formar bien ordenadas y pacíficas co­munidades cristianas» (Callens 119). Con todo esto, una buena parte de la actual geografía urbana de Michoacán tiene su principal fundador en Don Vasco.

 

Nuevas artesanías para los nuevos pueblos

El obispo Quiroga tenía un extraordinario sentido práctico para promover en los indios su bien espiritual y material. En Michoacán, el cultivo de los plátanos y de otras semillas, la importación de especies animales, así como el aprendizaje de variadas artes y oficios, tienen en Tata Vasco su origen, históricamente reconocido por el agradecimiento. A él se debe también que cada pueblo tuviera una o algunas especialidades artesanales, y que en los mercados unos y otros pueblos hicieran trueque justo de sus productos.

Como refiere Alfonso Trueba, «ordenó que sólo en un pueblo se ocupasen de cortar madera (Capula); que sólo en otro (Cocupao, hoy Quiroga) estas maderas se labrasen y pintasen de un modo original y primoroso; que otro (Teremendo) se ocupase únicamente en curtir pieles; que en diversos lugares (Patamban y Tzintzuntzan) solamente hicieran utensilios de barro; que otro se dedicara al cobre (Santa Clara del Cobre); y finalmente que otro se especializara en los tra­bajos de herrería (San Felipe de los Herreros). De esta manera consiguió que los hijos tomasen el oficio de los padres y que éstos les comunicasen los secretos de su arte. El plan de don Vasco se ha observado casi hasta nuestros días, y es argumento de la veneración en que se tiene la memoria del fundador» (Don Vasco, IUS, México 1958,39). Si visitando hoy aquellos preciosos pueblos, advertimos, por ejemplo, en las tejas de las casas el brillo de un barniz especial, y pre­guntamos a los paisanos de quién procede aquella técnica y estilo, nos dirán: «del Tata Vasco».

 

–El ideal cristiano de Quiroga expresado en su «Información en derecho»

Al poco tiempo de su llegada a México como oidor, Vasco de Quiroga redactó una Información en derecho, dirigida probablemente a algún alto funcionario del Consejo de Indias.Llegaban a España por entonces «muchos informes, a veces contradictorios, provocando multitud de cédu­las reales, a veces contradictorias» (P. Castañeda 42). Pues bien, frente a las informaciones torcidas, que habían dado lugar a una mala cédula real (20-2-1534) en la que se permitía que los indios fueran «herrados y vendidos o comprados», y que era así «revocatoria de aquella [otra del 5-11-1529] santa y bendita», escribe Quiroga una información en derecho, es decir, verdadera (ed. P. Castañeda; +V. de Q. y Obispado de Michoacán 27-51; Xirau 143-154).

Es éste un documento que refleja muy bien el amor de Vasco de Quiroga a los indios, un alto sentido de la justicia, de la pacifi­cación y de la evangelización de las Indias, al mismo tiempo que un sano utopismo cristiano, que procura con toda esperanza para el Nuevo Mundo una renovación de la edad dorada y de la Iglesia primitiva de los apóstoles.

«Creo cierto que aquesta gente de toda esta tierra y Nuevo Mundo, que cuasi toda es de una calidad, muy mansa y humilde, tímida y obediente, naturalmente más convendría que se atrajesen y cazasen con cebo de buena doctrina y cristiana conversación, que no que se es­pantasen con temores de guerra y espantos de ella». Recordemos que fueron buenos los primeros años de la conquista de México gobernados por Cortés (1517-1521), pero que su ausencia y sobre todo el gobierno de la Primera Audiencia (1527-1530) fueron pésimos y causaro heridas muy graves. «Esto digo porque al cabo por estas inadvertencias y malicias y inhumanidades, esto de esta tierra temo se ha de acabar todo, que no nos ha de quedar sino el cargo que no lleve descargo ni restitución ante Dios, si El no lo remedia, y la lástima de haberse asolado una tierra y nuevo mundo tal como éste. Y si la verdad se ha de decir, necesario es que así se diga, que… disi­mular lo malo y callar la verdad, yo no sé si es de prudentes y discretos, pero cierto sé que no es de mi condición, mien­tras a hablar me obligare mi cargo».

Todo se puede conseguir con los indios «yendo a ellos como vino Cristo a nosotros, ha­ciéndoles bienes y no males, piedades y no crueldades, predicándoles, sanándoles y curando los enfermos, y en fin, las otras obras de misericordia y de la bondad y piedad cristianas…, por­que de ver esta bondad se admirasen, y admirándose creyesen, y creyendo se con­virtiesen y edificasen, et glorificent Patrem nostrum qui in coelis est [Mt 5,16]». Es justamente lo que en Mi­choacán hizo don Vasco, en lugar de los críme­nes del canalla Guzmán.

«En esta edad dorada de este Nuevo Mundo»… Como muchos otros misioneros, como los franciscanos, concretamente, veía Don Vasco de Quiroga la acción de Cristo en las Indias con una altísima esperanza, pues confiaba que se realizara «en esta primitiva nueva y rena­ciente Iglesia de este Nuevo Mundo, una sombra y dibujo de aquella primitiva Iglesia del tiempo de los santos apóstoles, porque yo no veo en ello ni en su manera de ellos [los indios] cosa alguna que de su parte lo estorbe ni resista, si de nuestra parte no se impide, porque… aquestos naturales vémoslos todos naturalmente inclinados a todas estas cosas que son fun­damento de nuestra fe y religión cristiana, que son humildad, paciencia y obediencia, y des­cuido y menosprecio de estas pompas, faustos de nuestro mundo y de otras pasiones del ánima, y tan despojados de todo ello, que parece que no les falta sino la fe, y saber las cosas de la instrucción cristiana para ser perfectos y verdaderos cristianos». En efecto, estos indios están «casi en todo en aquella buena simplicidad, obediencia y humildad y contenta­miento de aquellos hombres de oro del siglo dorado de la primera edad, siendo como son por otra parte de tan ricos ingenios y pronta voluntad, y docilísimos y hechos de cera para cuanto de ellos se quiera hacer».

 

Es un idealismo cristiano, no renacentista, ni rousseauniano, ni naturalista

Por otra parte, el optimismo casi milenarista de Vasco de Quiroga no le lleva a sueños paganos de una Arcadia renacentista, ni incurre tampoco en esas torpes ingenuidades rousseaunianas del «buen salvaje», que tantos estragos han causado a la humanidad con sus esperanzas naturalistas. El piensa, en cristiano, que «aunque es verdad que sin la gracia y clemencia divina no se puede ha­cer, ni edificar edificio que algo valga, pero mucho y no poco aprovecha cuando éste cae y dora sobre buenos propios naturales que conforman con el edificio». Así pues, ya que tantas cosas buenas hay en los indios, «trabajemos mucho [para] conservarnos en ellas y convertirlo todo en mejor con la doctrina cristiana, restauradora de aquella santa inocencia que perdimos todos en Adán, quitándoles lo malo y guardándoles lo bueno».

Es ésta una convicción fundamental. Los cristianos han de obrar con los indios «convirtiéndoles todo lo bueno que tuviesen en mejor, y no quitándo­les lo bueno que tengan suyo, que nosotros deberíamos tener como cris­tianos, que es mucha humildad y poca codicia; y [no] poniéndoles lo nues­tro malo, en que hacemos más daño en esta nueva Iglesia con ejemplos malos que les damos, que por ventura hacían en la primitiva Iglesia los in­fieles con crueldades y martirios, porque aquéllos eran infieles, y no era maravilla, y nosotros somos cristianos».

En fin, «si todo esto es así según y como dicho es se entiende, pienso con la ayuda de Dios que no se hará poco en lo que toca el bien común de toda la república de este Nuevo Mundo… [y que cuanto se haga servirá] al servicio de Dios Nuestro Señor y al de su Majestad, y a la utilidad de con­quistadores y pobladores, y al descargo de la conciencia de todos, y al sano entendimiento de un tan grande y tan intrincado negocio como éste, que no sé yo si otro de más importancia hay hoy en todo el mundo, aunque no dejo de conocer también que nada de esto ha de ser creído si no fuese primero experimentado y visto».

Al extractar la prosa de Vasco de Quiroga la hemos aliviado a veces de sus numerosas redundancias, propias del estilo preciso y pesado de los tex­tos jurídicos a los que estaba acostumbrado. El mismo es consciente de su estilo desmañado, que hace de sus escritos una «ensalada mal guisada y sin sal». Sin embargo, en los textos de don Vasco surge en ocasiones el fulgor de expresiones muy feli­ces, como no podría ser menos habiendo nacido aquéllas de una mente lúcida y de un corazón apasionado.

 

–Reglas y ordenanzas de los pueblos-hospitales

El pensamiento concreto de Vasco de Quiroga sobre los pueblos de in­dios por él fundados se expresa en las Reglas y Ordenanzas para el go­bierno de los hospitales de Santa Fe de México y Michoacán, dis­puestas por su fundador, el Rvmo. y venerable Sr. D. Vasco de Qui­roga, Obispo de Michoacán (AV, V. de Q. y Obispado de Michoacán 153-171; +Xirau, Idea 125-137). En pocas páginas, da el obispo Quiroga normas de vida comunitaria que son al mismo tiempo altas y practicables, fundiendo hábilmente ideales utópicos cristianos y costumbres indíge­nas y españolas. La sabiduría de estas disposiciones se ha visto probada por su larga vigencia histórica.

En cada pueblo hay indios que viven en el mismo caserío, y otros que habitan en el campo; pero la organización es semejante en unos y otros. Cada grupo familiar, «abuelos, padres, hijos, nietos y bisnietos», se sujetan a la autoridad patriarcal de «el más antiguo abuelo», y pueden llegar a ser «hasta ocho o diez o doce casados» que conviven en un gran edificio; pa­sando de ahí, habrán de construir otra casa y grupo familiar. Se forma así como un gran árbol, en el que la autoridad va de la raíz hacia las ramas, y así también, en dirección inversa, va la obediencia y el servicio, de modo que «se pueda excusar mucho de criados y criadas y otros servidores».

Bajo la alta dirección de un Rector, único español y eclesiástico del po­blado, gobierna un Principal, que es elegido para tres o seis años por to­dos los padres de familia de «la República del Hospital», haciendo la elección muy en conciencia y «dicha y oída primero la misa del Espíritu Santo». Con éste Principal, «elijan tres o cuatro Regidores, y que éstos se elijan cada año, de manera que ande la rueda por todos los casados hábi­les». Si hay conflictos y quejas, «entre vosotros mismos, con el Rector y Regidores, lo averiguaréis llana y amigablemente, y todos digan verdad y nadie la niegue, porque no hay necesidad de ser ir a quejar al juez a otra parte, donde paguéis derechos, y después os echen a la cárcel. Y esto hagáis aunque cada uno sea perdidoso; que vale más así, con paz y con­cordia, perder, que ganar pleiteando y aborreciendo al prójimo, y procu­rando venderle y dañarle, pues habéis de ser en este Hospital todos her­manos en Jesucristo» (+1Cor 6,1-8).

Mientras los indios viven como miembros del pueblo, gozan del usufructo de las huertas y tierras, que son de propiedad comunal. Y toda «cosa que sea raíz, así del dicho Hospital como de los dichos huertos y familias, no pueda ser enajenada, sino que siempre se quede perpetuamente inaje­nable en el dicho Hospital y Colegio de Santa Fe, para la conservación, mantención y concierto de él y de su hospitalidad». Los trabajos han de ser realizados por todos, «con toda buena voluntad y ofreciéndoos a ello, pues tan fácil y moderado es y ha de ser».

En efecto, normalmente serán suficientes «las seis horas del trabajo en común», que debe repartirse en­tre todos. Y lo así ganado, «se reparta entre vosotros todos cómoda y ho­nestamente, según que cada uno, según su calidad y necesidad, lo haya menester para sí y para su familia; de manera que ninguno padezca en el Hospital necesidad [+Hch 4,32-34]. Cumplido todo esto, y las otras cosas y costas del Hospital, lo que sobrare de ello se emplee en otras obras pías y remedio de necesitados», y así, acordándose de los indios pobres, vivan «en este Hospital y Colegio con toda quietud y sosiego, y sin mucho trabajo y muy moderado, y con mucho servicio de Dios Nuestro Señor».

Los muchachos cásense «de catorce años para arriba, y ellas de doce,… y si posible es, con la voluntad de los padres». Mientras que los oficios y artes serán particulares, «ha de ser este oficio de la agricultura común a todos», y los niños han de ejercitarse en él desde la es­cuela, de modo que «después de las horas de la doctrina, se ejerciten dos días de la semana, sacándolos su maestro al campo, en alguna tierra señalada para ello, y esto a manera de re­gocijo, juego y pasatiempo, una hora o dos cada día, que se menoscabe aquellos días de las horas de la doctrina, pues esto también es doctrina y moral de buenas costumbres».

Busca ante todo Don Vasco una vida sencilla, sin pleitos ni gastos evitables, sin actividades ni traba­jos innecesarios. Y así, por ejemplo, «los vestidos sean, como al presente los usáis, de algo­dón y lana, blancos, limpios y honestos, sin pinturas, sin otras labores costosas y demasiada­mente curiosas. Y de éstos, dos pares de ellos, unos con que pareceréis en público en la plaza y en la iglesia, los días festivos; y otros no tales, para el día de trabajo; y en cada familia los sepáis hacer, como al presente lo hacéis, sin ser menester otra costa de sastres y oficiales; y si posible es, os conforméis todos en el vestir de una manera lo más que podáis, porque sea causa de más conformidad entre vosotros, y así cese la envidia y soberbia de querer andar vestidos y aventajados los unos más y mejor que los otros»…

En fin, «la fiesta de la Exaltación de la Cruz tengáis en gran y especial veneración, por lo que representa, y porque entonces, sin advertirse antes en ello, ni haberlo pensado, fue Nuestro Señor servido que se alzasen en cada uno de los Hospitales de Santa Fe, en diversos años, las primeras cruces altas que allí se alzaron, forte [por fortuna] no sin misterio, porque, como después de así alzadas se advirtió en ello, creció más el deseo de perseverar en la dicha obra y hospitalidad y limosna».

Uruapan, Michoacán, 1533

 

+ Muerte pacífica en Uruapan

Ya al final de su vida, el Tata Vasco se había hecho tan familiar en todos los pueblos y casas, en parroquias y mercados, que en cualquier lugar estaba como en su casa. Todos, indios y españoles, conocían y querían a aquel anciano obispo, a quien tan principalmente se debía la fisonomía material y espiritual del Michoa­cán indígena –tarasco, chichimeca, purépecha, etc.– transformado.

Un día de enero de 1565 llegó el Tata Vasco a la encantadora po­blación de Uruapan, uno de los lugares más bellos de Michoacán –que ya es decir–. Él mismo había trazado el plano de sus calles y canalizaciones de agua, y había construido allí iglesia, hospital y escuela. A su iniciativa se debía también la especialización del pueblo en trabajos de esmaltes y lacas. A él acudieron aquel día sus diocesanos para besarle la mano y pe­dirle su bendición.

Pero el buen viejito de 95 años, que ya llevaba veintisiete años de obispo, se sintió desfallecer. Lo llevaron al Hospital del Santo Se­pulcro, donde quedó recluido, y allí, en una tarde de marzo, entregó su alma al Creador. Entre llantos y oraciones, llevaron su cuerpo en cortejo fú­nebre a la Catedral de Páztcuaro. Y allí yace este gran renovador cris­tiano del mundo presente, a la espera de Cristo, el Señor, que cuando venga establecerá «un cielo nuevo y una nueva tierra» (Ap 21,1; +2Pe 3,13).

Hacemos nuestras, para terminar, las palabras del mexicano Nemesio Rodríguez Lois sobre Don Vasco de Quiroga: «Es él una figura excepcio­nal, única, cuya vida hay que leer de rodillas y con el sombrero en la mano» (Forjadores 55).

Éste fue, por obra del Espíritu Santo, el primer obispo de Michoacán.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América

 

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