(212-4) El Papa Francisco y algunos medios tradicionales

Antecedentes

–(13-III) Elección del Cardenal Jorge Mario Bergoglio como Papa Francisco, y (19-III) inauguración solemne de su Pontificado.

–(19-III) El Dr. Antonio Caponnetto, profesor argentino de historia, escritor y poeta, apologista de la fe católica, publica en el blog de la revista Cabildo, en el mismo día de la entronización del Papa Francisco, el editorial Recen por mí. A propósito del Nuevo Pontificado. (Aviso: por cuestiones técnicas que desconozco, yo no puedo verlo usando el navegador Internet Explorer, sino sólo con Mozilla-Firefox). Este editorial fue difundido el día 20 en un buen número de páginas-web, como Statveritas, Radiocristiandad, Tradiciondigital, Panoramacatolico y varias más.

–(24-III) Escribo yo una crítica de ese artículo, El Papa Francisco y el Apocalipsis , porque veo en él una «síntesis de los argumentos contrarios a la elección del nuevo Papa», que se vienen haciendo en algunos medios tradicionales.

–(27-III) Días después, el Miércoles Santo, el Sr. Caponnetto publica su Respuesta al padre Iraburu, un texto en el que confirma y complementa su primer escrito, y sobre todo rechaza mis críticas, considerándolas un ataque a su persona.

–(5-IV) Pasada ya la Semana Santa, publico ahora El Papa Francisco y algunos medios tradicionales, con la intención de reforzar en los católicos tradicionales hostiles o reticentes hacia el nuevo Romano Pontífice una aceptación sin reservas, confiada y respetuosa.

Caponnetto – Iraburu. La Respuesta muy extensa del profesor Caponnetto me hace pensar que entendió mi artículo Papa-Apocalipsis como si fuera un ataque mío personal contra él. Pero mi escrito impugnaba su texto, no a su Autor. En realidad, yo contra él no tengo nada, pues no lo conozco personalmente. Y si es verdad que «los amigos de mis amigos son mis amigos», he de señalar que mis mejores amigos argentinos son amigos suyos, y siempre me han hablado de él con estima y afecto.

Por otra parte, si don Antonio Caponnetto viene años aguantado los ataques de los neo-modernistas, el ninguneo del oficialismo-buenista, y la hostilidad de filolefebvrianos, lefebvrianos y sedevacantistas, eso me demuestra que también «sus enemigos son mis enemigos». Lo cual me hace pensar que él y yo estamos en el mismo campo. Pero también es cierto que, en mis viajes a Argentina, leyendo a veces la revista Cabildo que él dirige, he visto que los modos que uno y otro tenemos de afirmar y defender la verdad católica difieren muy notablemente.

El presente escrito no es, pues, propiamente una Respuesta al profesor Caponnetto. Pretendo más bien llamar a algunos medios tradicionales a una aceptación plena, confiada y pacífica del nuevo Papa Francisco. Y empleo la palabramedios en doble sentido: medios de comunicación y medios de la Iglesia más tradicionales –grupos y congregaciones, familias y círculos–. Deus me adjuvet.

* * *

–La comunicación pública de la verdad exige gran fortaleza, y también mucha prudencia. Todos los cristianos hemos sido enviados al mundo, como Cristo, «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). Y esa vocación, la más peligrosa del mundo, que a Cristo le costó la Cruz, la vivimos en un modo muy particular quienes escribimos en los medios de comunicación. Para cumplir fielmente nuestra misión. necesitamos mucho la virtud de la fortaleza, perfeccionada en su ejercicio por el don de fortaleza, uno de los dones del Espíritu Santo. Y también estamos muy necesitados de la virtud de la prudencia, perfeccionada por el don de consejo.

No siempre y en toda circunstancia hay que dar toda la verdad. Mentir, nunca: ese deber obliga semper et pro semper. Pero el mismo Cristo, que es la Verdad, no revela su identidad personal bruscamente, diciendo a sus discípulos: «En Dios hay tres personas, y yo soy la segunda, y aunque he asumido la naturaleza humana, sigo siendo Dios omnipotente y eterno». Por el contrario, fue revelándose gradualmente, en la epifanía trinitaria de su Bautismo o en el Tabor, en sus parábolas y milagros, en sus misteriosas palabras, «yo soy anterior a Abraham», «yo puedo perdonar los pecados», profetizando su muerte y resurrección, resucitando y apareciéndose a sus discípulos… Y de modo semejante San Pablo, viendo a los corintios todavía niños en Cristo, «les da leche» al predicarles, no les da comida porque todavía no están en condiciones de asimilarla (1Cor 3,2).

Pero el Apóstol, al no dar la verdad plena, no la falsifica, como si de ella diera solo un trozo; no. Da siempre toda la verdad, pero lo hace gradualmente, a medida que los oyentes van creciendo «en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52), como Jesús niño. Otras veces habrá que aplicar la norma de Cristo: «no déis las cosas santas a los perros, ni arrojéis vuestras perlas a puercos, no sea que las pisoteen con sus patas y revolviéndose os destrocen» (Mt 7,6). En otros casos convendrá dar la verdad «con oportunidad o sin ella» (2Tim 4,2). Y no faltarán ocasiones en que el silencio sea lo mejor: «Todo tiene su tiempo… Hay tiempo de callar y tiempo de hablar» (Ecl 3,1.7). Queda, pues, claro que «en todo es menester discreción» (Sta. Teresa, Vida 13,1).

La comunicación de la verdad es un acto de caridad que ha de ser prudente. La prudencia, la más alta de las virtudes morales, gobierna el ejercicio concreto de todas las virtudes morales y teologales, incluida la caridad, la reina indiscutible de las virtudes. Una caridad ejercitada en forma imprudente puede ser nefasta. Una verdad dicha sin prudencia en unas concretas circunstancias puede causar graves daños a los oyentes o lectores. Y eso aunque sea verdad, o al menos así lo estime subjetivamente el que habla o escribe.

El Catecismo enseña que «el derecho a la comunicación de la verdad no es incondicional. Todos deben conformar su vida al precepto evangélico del amor fraterno. Esto exige, en situaciones concretas, estimar si conviene o no revelar la verdad a quien la pide» (2488). Y no es obligado dar la verdad a todos porque la pidan algunos. «El bien y la seguridad del prójimo, el respeto a la vida privada, el bien común, son suficientes para callar lo que no debe ser conocido, o para usar un lenguaje discreto. El deber de evitar el escándalo obliga con frecuencia a una estricta discreción» (2489). Aquí habría que recordar especialmente la doctrina moral cristiana sobre el scandalum pusillorum, que supongo conocida por mis lectores.

–Santo Tomás estudia si la corrección fraterna incumbe sólo a los prelados, y si es posible que alguien esté obligado a corregirlos (Summa Thlg. II-II, 33,3-4). Se refiere sobre todo a la corrección más o menos pública, no a la secreta, o con uno o dos testigos (Mt 18,15-17). Y distingue dos tipos de corrección. Como acto de justicia, la corrección es propia solamente de los superiores, que tienen potestad pastoral para amonestar e incluso castigar, si conviene. Como acto de caridad, que mira el bien del pecador y de la comunidad, incumbe especialmente a los pastores, pero también a los fieles laicos idóneos para ello. Citando a San Agustín, dice: «No os compadezcáis sólo de vosotros mismos, sino también de él [superior, prelado], que corre mayor peligro en cuanto que ocupa un puesto más alto. Y si la corrección fraterna es una obra de misericordia, también los superiores deben ser corregidos».

Pero en tal caso ha de realizarse con especialísima prudencia y discreción en el modo, pues los superiores necesitan especialmente la «buena fama» para procurar eficazmente el bien común de quienes les están encomendados. Una denuncia pública, por ejemplo, de ciertas culpas o deficiencias inculpables de los Obispos o del mismo Papa, si es desconsiderada en el modo, en la prudencia y en el respeto, puede ser gravemente dañina para quien la realiza, para los denunciados y para el bien común de la Iglesia.

El Código de Derecho Canónico reconoce que los fieles «tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad comun y de la dignidad de las personas» (c. 212,3). Y ya conocemos el precioso discurso del Papa Pío XII sobre el valor de la opinión pública en la Iglesia (L’importance de la presse, 17-II-1950).

–Santa Catalina de Siena enseña maravillosamente la veneración que debemos tener al Papa, a los Obispos y a los sacerdotes. Ella conocía muy bien los males de la Iglesia de su tiempo, especialmente los que afectaban a muchos sacerdotes y a la misma Santa Sede de Roma, y mucho sufría por ellos. En el Diálogo (1378), Jesús, en una ocasión, le recuerda que su sangre ofrecida en sacrificio «abrió la vida eterna», y que a Simón le dijo: «Pedro, te doy las llaves del reino de los cielos» (Mt 16,19).

«¿A quién dejó las llaves de esta sangre? Al glorioso apóstol San Pedro y a los demás que han venido y vendrán hasta el último día del juicio. Ellos tienen y tendrán la misma autoridad que Pedro. Por ningún defecto suyo se aminora esa autoridad, ni se quita la perfección a la sangre ni a ningún sacramento… De modo que Cristo en la tierra [el Papa] tiene la llave de la sangre; para darte a entender cuánta reverencia deben tener los seglares a estos ministros, sean buenos o malos, y cuánto me desagrada la falta de reverencia a ellos… No deben ser ofendidos, porque ofendiéndoles me ofenden a mí… Y nadie se puede disculpar diciendo: “yo no hago injuria ni soy rebelde contra la Iglesia, sino que actúo contra los defectos de los malos pastores”. Ese tal miente… Yo los castigaré; no deben hacerlo ellos

«Duélete, hija queridísima, infinitamente de ver tanta ceguera y miseria de los que, como tú, están lavados en la sangre y se nutrieron y crecieron con esa sangre a los pechos de la santa Iglesia. Ahora, como rebeldes, por temor y con el pretexto de corregir los vicios de mis ministros, se han apartado de estos pechos. Esto debe causarte terror a ti y a los demás servidores míos» (Diálogo 115-117).

Los dones intelectuales del Espíritu Santo –consejo, ciencia, entendimiento, sabiduría– brillan deslumbrantes en Santa Catalina de Siena, y se expresan en una caridad ardiente como el fuego:

«¡Oh dulce Verbo, Hijo de Dios!, tú has dejado esta sangre en el cuerpo de la santa Iglesia, y quieres que nos sea administrada por las manos de tu Vicario…. Por esto es necio el que obra en contra de este Vicario, que tiene las llaves de la sangre de Cristo crucificado… Aunque fuese un demonio encarnado, no debo yo levantar la cabeza contra él, sino humillarme siempre, pedir la gracia por misericordia, pues de otra manera no podéis tener ni participar del fruto de la sangre. Por amor a Cristo crucificado os suplico que no actuéis más contra vuestra cabeza [el Papa]. El demonio os pondrá y os ha puesto delante la excusa de la virtud… No creáis al demonio, ni queráis hacer justicia en lo que no os corresponde» (Cta. 28, a Micer Bernabé Visconti).

«El Romano Pontífice, cabeza del colegio episcopal, goza de esta infalibilidad [de la Iglesia] en virtud de su ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral. Por eso se afirma, con razón, que sus definiciones son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia» (Vat.II, Lumen gentium 25; cf. Vat. I, Denz. 3074; Catecismo 891). Por tanto, nos asegura la fe que, por gracia muy especial de Cristo, su Vicario en la tierra, el Sucesor de Pedro, en las condiciones indicadas, nunca enseñará ex-cathedra una herejía en materia de fe y costumbres, sino que dará siempre pura y ortodoxa la Verdad católica.

–Puede, sin embargo, equivocarse el Papa cuando trata de otras cuestiones, por ejemplo, en materias prudenciales de economía y de política, de ciencia y cultura, e incluso de asuntos religiosos: en la elección de Obispos, en la promoción de obras y organismos eclesiásticos, en el fomento de un cierto estilo de arte y, por acción o por omisión, en tantísimas otras cuestiones. Aunque también en estas cuestiones goce de una muy especial asistencia del Espíritu Santo, como Cabeza visible de la Iglesia, puede, sin embargo, el Papa cometer pecados o caer en errores y equivocaciones leves o graves, por deficiente formación doctrinal, por mala información, por acción o por omisión. Incurriría, pues, en lo que a veces se llama «papolatría» quien considerara todos y cada uno de los actos y palabras del Papa como ciertamente infalibles en su verdad, bondad y oportunidad.

«La Primera Sede [el Obispo de Roma] por nadie puede ser juzgada» (Código 1404). El Decreto de Graciano (1142), monje compilador de normas canónicas anteriores, manda que «ningún mortal se atreva a poner de manifiesto las culpas del Papa, porque el que ha de juzgar a todos no debe ser juzgado por ninguno, a no ser que sea sorprendido desviado del recto camino de la fe» (Decretum p.I, dist. XL, c6: «Huius [Papae] culpas istic redarguere praesumit mortalium nullus, quia qui cunctos ipse iudicaturus a nemine est iudicandus, nise deprendatur a fide devius».

El Papa es el Pastor sagrado por excelencia. Por eso su sacralidad personal, máxima en la Iglesia, desde San Pedro hasta hoy, ha gozado siempre en los buenos cristianos de una veneración y respeto especialísimos. Los santos nos han dado en este punto ejemplos conmovedores, extremos. Y no por eso caían en la papolatría. Ya recordé en un artículo anterior (210) cómo la Tradición califica de sagrada toda criatura, persona o cosa, especialmente elegida y consagrada por Dios en orden al culto y a la santificación de los hombres. Y cómo el Vaticano II califica de sagrado todo lo referente al sacerdocio presbiteral, y por supuesto, a fortiori, al Romano Pontífice. Su sacralidad sacerdotal suprema explica que toda acusación o denuncia imprudente o falsa contra el Papa, incluso toda ironía o denigración, son absolutamente inadmisibles.

Un Papa puede caer en la herejía, pero cesa automáticamente como Papa. El propio Decreto de Graciano admite como posibilidad que el Papa se desvíe de la fe. Los canonistas del siglo XII y del XIII admiten que el Papa puede caer en pecados, también en el de herejía. Melchor Cano, O.P. (+1560) reconoce igualmente que el Romano Pontífice puede incurrir en herejía (De locis theologicis VIII, cp.VIII). Pero en tal caso queda automáticamente depuesto (Card. Juan de Torquemada, +1468: Summa de Ecclesia II, c.112), por las mismas razones que es inválida y nula la elección de un hereje como Papa. Las expongo más detenidamente en el punto siguiente.

San Roberto Belarmino (+1621), Doctor de la Iglesia, enseña que es sumamente improbable que un Papa incurra en herejía, incluso como persona privada. «El Pontífice no solamente no debe y no puede predicar la herejía, sino que él debe siempre enseñar la Verdad; y sin duda lo hará, dado que Nuestro Señor Jesucristo le ha ordenado confirmar a sus hermanos. Pregunto, ¿cómo un Papa herético confirmaría a sus hermanos en la fe y les predicaría siempre la verdadera fe? Dios puede, ciertamente, arrancar de un corazón herético una confesión de verdadera fe, pero esto sería más bien una violencia, de ningún modo conforme al obrar de la Divina Providencia, que dispone todas las cosas con suavidad» (De Romano pontifice IV, 6).

El Cardenal Billot (+1931), gran teólogo, afirma que «es más probable que jamás se realice la hipótesis de que un Papa caiga en herejía notoria y, por lo tanto, que sea una pura hipótesis. Esto en virtud de lo que dice San Lucas: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como se hace con el trigo. Pero yo he rogado por tí, a fin de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc. 22,31-32), lo cual se debe aplicar a San Pedro y a todos sus sucesores. Si bien estas palabras del evangelio se refieren principalmente al Pontífice en cuanto persona pública enseñando ex cathedra, sin embargo se debe afirmar que ellas se extienden también, por una cierta necesidad, a la persona privada del Pontífice para preservarlo de la herejía» (Tractatus De Ecclesia Christi, t.1, c.3, q.14, tesis 29).

–Si un hereje es elegido Papa, la elección es inválida, absolutamente nula: no es un Papa hereje, sino sencillamente no es el Papa. Y si un Papa cae en la herejía, cesa de ser Papa. Un hombre caído en la herejía no puede ser Vicario de Cristo y Sucesor de Pedro, como tampoco una mujer o un creyente en Mahoma. Es imposible que sea Cabeza del cuerpo eclesial quien se ha separado de él por la herejía. No puede tener las llaves de la Iglesia quien por la herejía se ha salido de ella. Si es hereje, está excomulgado, y queda por tanto incapaz de ejercitar ministerios eclesiásticos (Código Dº Canónico 194, 1331, 1364).

Esta doctrina ha sido enseñada en la Iglesia desde antiguo, y quienes después la afirman se apoyan en los testimonios de San Cipriano, San Atanasio, San Jerónimo, San Agustín, etc. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo,enseña que el ordenado in sacris, si cae en el cisma o en la herejía, no pierde la potestad sacramental, aunque no puede ejercitarla lícitamente; pero la potestad de jurisdicción «no permanece en los cismáticos y en los herejes» (Summa Theologica II-II, 39,3). Un Romano Pontífice que incurre en herejía, cesa de ser Papa. Esta doctrina antigua, enseñada, entre otros, por Torquemada, es la misma de San Roberto Belarmino (+1621), Doctor de la Iglesia: «un Papa que se manifieste hereje, por ese mismo hecho (per se) cesa de ser Papa y cabeza, así como por lo mismo deja de ser un cristiano y un miembro de la Iglesia» (De Romano Pontifice II,30). Considera cierto el principio de que un hereje no puede ser cabeza de un cuerpo del que no es miembro. Y lo mismo enseña en su Controversia cristiana su contemporáneo y también Doctor de la Iglesia San Francisco de Sales (+1622). Y por último:

No está revelado que, antes de la Parusía de Cristo, un Falso Pastor ocupará la Sede de Pedro. Es posible que suceda así, y se produciría entonces una situación horrenda de Sede vacante engañosa. Pero esa hipótesis no encuentra apoyo firme en la Escritura, ni en los Padres, ni en la mayoría de los escrituristas. El P. Leonardo Castellani, por ejemplo, no la menciona en su notable libro El Apokalypsis (Ed. Paulinas, Florida, Bs. As. 1963), que yo conseguí fotocopiado. Y tampoco el P. Alfredo Sáenz, S. J., en su preciosa obra El Apocalipsis según Leonardo Castellani.

Lo que sí revela ciertamente la Sagrada Escritura, aunque en el modo velado de las profecías, es que antes de la Parusía del Señor, como el mismo Cristo anuncia, habrá una gran apostasía (Lc 18,8), una extrema tribulación, en la que abundarán las falsos mesías y los falsos profetas (Mt 24,21-28), que difundirán una seductora impostura religiosa. Y también dice que el mysterium iniquitatis se hará pleno en aquel que San Pablo califica como «el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición», que se alza «contra todo lo que lleva el nombre de Dios», y que llega a «sentarse en el Santuario de Dios y a proclamar que él mismo es dios» (2Tes 2,3-4; cf. Mt 24,15; Mc 13,14; Dan 9,27; 11,31; 12,11), poniéndose así al servicio de la Bestia apocalíptica (1Tes 5,2-3; 2Tes 2,4.12; 1Jn 2,18.22; 2Jn 7; Apoc 13; cf. Catecismo 675-676).

–De estos avisos se deduce que los cristianos hemos de vivir siempre, en todo momento de la historia de la Iglesia, «vigilantes y orantes», para no caer en la tentación (Mt 26,41); fieles a la gracia de Dios, en lo grande y en lo chico (Lc 16,10); conscientes de que en algún momento se producirá una gran apostasía, unida a terribles trastornos cósmicos. Pero seguros de que a todos estos males pondrá fin la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. «De aquel día y de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (Mt 24,15-51). Mientras tanto, atravesando este valle de lágrimas como «peregrinos y forasteros» (1Pe 2,11), hemos de vivir «siempre alegres en el Señor» (Flp 4,4), y firmes en la paz de la esperanza, bien seguros en la fe de que «somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo» (Flp 3,20-21).

* * *

–Quiso Dios providente que InfoCatólica.com naciera el 29 de abril de 2009, fiesta de Santa Catalina de Siena, razón por la cual la tenemos como patrona –con la Virgen del Pilar, patrona de la Hispanidad, y con San Juan Bautista, decapitado por dar testimonio de la verdad–. Este artículo ha sido escrito bajo la luz y la intercesión de Santa Catalina, tan devota del Papa, con ocasión de las reticencias y hostilidades que el Papa Francisco ha venido sufriendo desde su elección en el Cónclave (13-III-2013) y su toma de posesión de la Sede Romana (19-III).

Que progresistas neo-modernistas hayan recibido con alborozo el Papa nuevo no significa mucho: ellos están en la mentira, y también yerran en su alegría, que les va a durar muy poco. Que filolefebvrianos, lefebvrianos y sedevacantistas estén contra el Papa entra dentro de lo previsible, dada la actitud que ya han mostrado anteriormente contra todos los Papas postconciliares. En cambio, lo que nos apena y alarma de un modo especial es que algunos grupos de católicos tradicionales, tan buena gente muchos de ellos, hayan reaccionado con reticencia o rechazo a la elección del nuevo Papa. La Iglesia Madre los llama ahora con todo afecto a reconocer al Papa Francisco en el espíritu de Santa Catalina de Siena, abiertamente, con certeza, gratitud y confianza. Confianza, claro está, puesta fundamentalmente en el Cristo glorioso, que ha de mantenerlo por su gracia como Roca básica de su Iglesia.

Algunos católicos más acentuadamente tradicionales han sido mal aconsejados. Recién elegido el Papa Francisco, se han dicho del Cardenal Bergoglio palabras durísimas, que prefiero no repetir. Pero de hecho, –de hecho, aunque al Autor le hayan traicionado sus propias palabras y no sea ése su pensamiento ni su intención–, si alguien niega o pone en duda la ortodoxia de un Cardenal que ha sido elegido Papa, niega o pone en duda la validez de su elección y entronización en la Sede Romana. Igualmente, no debe sugerir siquiera la posibilidad de que el Papa Francisco sea el Pastor insensato anunciado por Zacarías (11,15), ni el Falso Profeta al servicio de la Bestia, ni el Pontífice del Anticristo (Ap 13). Y de ningún modo debe poner en guardia a los católicos para que estén atentos y vigilantes, no sea que esa posibilidad se realice en el Romano Pontífice actual.

Pues bien, esos planteamientos, defendidos en público y ampliamente difundidos, deben ser rechazados públicamente cuanto antes. Los católicos de hoy no han de angustiarse para discernir si el Papa Francisco es verdaderamente el Papa o pudiera ser un Falso Pastor. Tampoco deben los fieles someter las palabras, acciones u omisiones del Papa a juicios de intención, a interpretaciones negativas y acusatorias, acompañadas de ironías y palabras ofensivas, de todo lo cual se les ha dado ya malos ejemplos. Por el contrario, siguiendo la mejor Tradición católica, ha de fomentarse en favor del Papa la oración incesante, el amor y el respeto, la veneración y la obediencia, que no le faltarán adversarios entre los enemigos de la Iglesia e incluso dentro de ella.

­­Que la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, libre a todos sus hijos del error y los guarde en el esplendor de la verdad. Y que acoja bajo su manto a aquellos hijos suyos que están turbados por la elección del Papa Francisco, dándoles la luz de la verdad y la paz de la confianza en Dios providente.

José María Iraburu, sacerdote

Post post.– Yo por mi parte he terminado con este tema. Creo que la síntesis doctrinal y espiritual que he expuesto es fidedigna y es segura para la orientación de aquellos fieles que están turbados y confusos. Advierto también que he dejado a un lado algunos puntos teológicos discutidos, cuya exposición y debate exceden las posibilidades de un modesto blog.

Dejo cerrada la Sala de Comentarios para que no discutan en ella los adictos al Papa Francisco y sus adversarios.

No procede.

Índice de Reforma o apostasía

1 comentario

  
Dirección InfoCatólica
Este post indica la línea editorial de InfoCatólica sobre la cuestión tratada en el mismo.
05/04/13 10:46 AM

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