(183) De Cristo o del mundo -XXV. La Cristiandad. 6. Laicos medievales-II

–A lo mejor la canonización del rey San Luis fue más bien política. Digo.

–Y dice mal. Justamente fue de los primeros santos medievales que fueron canonizados por la Iglesia después de un Proceso rigurosamente canónico.

En el artículo anterior traje como ejemplo de santidad laical en la Edad Media el ofrecido por las comunidades de los Humillados. Esta vez considero esa santidad en la persona de un laico santo, que no tiene otra comunidad que su propia familia.

San Luis de Francia nació en 1214, en el tiempo en que surgieron los franciscanos y dominicos. Luis IX fue rey de Francia desde 1226, año en que muere su pa­dre. Blanca de Castilla, su madre, llevó la regen­cia un tiempo. El rey Luis casó con Mar­garita de Provenza, a la que amó siem­pre mucho, y con la que tuvo once hijos. Mu­rió junto a las murallas de Túnez en 1270, a los cincuenta y seis años de edad.

Tenemos sobre la vida de San Luis información abundante y exacta, pues procede de varios íntimos su­yos. En efecto, los Bolandistas recogen en las Acta Sanctorum (Venecia 1754, Augusti V, 275-758) las Vidas escritas por Gofredo de Beaulieu, domi­nico, confesor del rey durante veinte años; por Guillermo de Chartres, también dominico y familiar del rey; por el franciscano Guillermo de Saint-Pathus, confesor de la reina Margarita, viuda del santo rey; así como la preciosa historia escrita por Juan de Joinville, un noble de Cham­pagne, íntimo amigo y compañero del soberano. A estas obras se añaden una relación de Mila­gros y algunos restos del Proceso de ca­nonización.

San Juan Crisóstomo o San Francisco de Asís habrían aprobado en todo su género de vida, pero no precisamente por ser tan semejante a la de los monjes o frailes, que lo era, sino por ser tan fiel al Evangelio, a Jesús, a San Pablo, a los primeros cristianos. De San Luis nos dicen sus biógrafos que fue un verdadero prud’homme: cortés y afa­ble, elegante y «gratiosissimus in loquendo». Cuando venían a él personas agitadas o turba­das por una gran conmoción, tenía la gracia especial de volverlos en seguida a la quietud y sere­nidad.

Un gran Rey. Siempre tuvo San Luis gran cuidado para no dañar a nadie con su go­bierno, y así dis­puso una gran encuesta en su Reino, en­viando personas de su confianza que descu­brieran abusos, impuestos excesivos, inde­bidas confiscaciones, etc. Impuso la justicia real sobre las jurisdicciones seño­riales, y de su tiempo viene la organización del Parla­mento, cuyas actas (llamadas Olim), en doce mil volúmenes, llegaron hasta la Revolución francesa.

Bajo su gobierno, la autoridad real se hizo efectiva en toda Fran­cia, y todos los reyes posteriores fue­ron descendientes suyos en línea masculina directa. San Luis consiguió guardar largos años su reino en la paz. Y Gofredo de Beaulieu da de ello esta genuina razón: «como eran gratos a Dios sus cami­nos, convertía a la paz a sus mismos enemigos, si es que pudiera tenerlos» (549). Por eso mismo fue llamado en su tiempo como ár­bitro para mediar entre reyes o señores en conflicto.

Un Rey sacerdotal. Siempre procuró el rey San Luis la gloria de Dios en su reino, y cuidó en su pueblo no sólo la salud de los cuer­pos, sino también la de las almas. Su vida y sus obras demuestran que conocía muy bien la condición sacerdotal de todos los cristianos –quizá sin conocerla de modo verbal consciente–, la que es propia también de los laicos y especialmente del rey, y que supo seguir así el ideal de sus ante­cesores carolingios.

Fundó varios mo­nasterios y conventos, como el cister de Ro­yaumont, y otros para franciscanos y domi­nicos –el de la rue Saint-Jacques era fre­cuentado por San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino–. Hizo cons­truir la Sainte-Chapelle, una casa en París para cua­renta beguinas, etc. Y también sus familia­res participaron de su generosidad y piedad. Su hermana, la beata Isabel, fundó en Longchamp la primera casa de las clarisas. Blanca de Castilla, su madre, fundó las aba­días femeninas cistercienses de Maubuisson y de Lysd.

Un cristiano orante y penitente. La oración ocupaba una buena parte de los ocupadí­simos días de San Luis. Rezaba con los clérigos y frailes de su Capilla real las Horas litúr­gicas, el oficio de la Virgen y, en pri­vado, el de Difuntos. A estas plegarias li­túrgicas aña­día largas oraciones privadas, sobre todo por la noche. En la igle­sia, arrodillado directa­mente sobre las losas del suelo, y con la cabeza profundamente inclinada, después de Maiti­nes, «el santo Rey (beatus Rex) rezaba a solas ante el al­tar». También solía rezar dia­riamente un rosario incipiente, costumbre sobre todo de irlandeses, en el que hacía cin­cuenta genuflexiones, diciendo cada vez un Ave María –entonces, la primera parte del actual Ave María– (586).

Se confesaba cada viernes, y recibía con esa ocasión una buena disciplina de mano de su confesor. Normal­mente participaba cada día en dos Misas, y comul­gaba seis veces al año. Entonces, cuando iba a acercarse a la comunión del Cuerpo de Cristo, guardaba continencia varios días con su esposa, se lavaba ma­nos y boca, y vestido humildemente, se acercaba al altar avanzando de ro­dillas, las manos juntas, y en los días siguientes guardaba continencia conyugal por respeto al Sacramento (581). Esta misma continencia la guardaba los viernes de todo el año, en Adviento y en Cuaresma.

Le gustaba leer cosas santas, y reunió una buena biblioteca personal, pero no sobre sutilezas de teólo­gos, «sino de santos libros auténticos y probados» (551). Era muy devoto de oír predicaciones, y a veces en los viajes visitaba una abadía y solicitaba que se reuniera el capítulo y se expusiera un tema re­ligioso (581). Tam­bién era muy dado a los ayunos: ayunaba todos los viernes del año, Adviento, Cua­resma, los díez días entre Ascensión y Pentecostés, vigilias de fiestas y Cuatro Témporas, y en sus comi­das normales era de gran sobriedad. Era austero también en el vestir, y nunca quiso usar adornos de oro (544), lo que venía a ser muy raro entre los nobles de la época.

Un hogar cristiano según el Evangelio. Con su esposa y sus once hijos supo crear una Casa real que siempre tuvo la espiritual elegancia de un monasterio benedictino o de un con­vento franciscano o dominico. Había, pues, en esa iglesia-doméstica espacio y tiempo para todo lo bueno, pero no para lo malo o para las vanidades perjudiciales. No permitía en su casa ni histriones, ni cuentos o cantos groseros, ni la turba acostumbrada de músicos, «en lo que suelen deleitarse muchos nobles» (559). Esta firmeza para vivir el Evangelio no podía menos de resultar chocante a los cortesanos y amigos, pero ello no le preocupaba en absoluto, como se aprecia en una anécdota muy significativa.

Cuenta su confesor, el dominico Gofredo de Beau­lieu, que habiendo oído el Rey que «algunos nobles mur­muraban contra él porque escuchaba tantas misas y sermones, respondió que si él empleara el doble de tiempo en jugar o en correr por los bosques, cazando animales y pájaros, nadie encontraría en ello motivos para hablar» (550). También se nos refiere que a ve­ces, en las comidas demasiado gustosas, echaba agua, y que cuando al­gún servidor se lo reprochaba, él de­cía: «Esto a ti no te importa, y a mí me conviene» (605).

Un perfecto caballero medieval. No era San Luis un místico alejado físicamente del mundo, sino un laico evangélico secular –seglar–, cuya vida reali­zaba los ideales caballerescos en forma puri­ficada y perfecta. Este ideal incluía la acción valerosa para frenar el escándalo, al ejemplo de Cristo, que expulsa violentamente a los mercaderes del Tem­plo.

Una anécdota contada por su compañero el caba­llero de Joinville muestra este aspecto. En cierta oca­sión hay en una abadía cluniacense una gran discu­sión con un judío que niega la virginidad de María, y al que casi des­calabran por ello. Al saberlo San Luis comentó: «Verdaderamente, un hombre laico (homo laicus), cuando ve insultar la fe cristiana, debe impedirlo no sólo con las palabras, sino con una es­pada bien afilada» (678). Re­cuerda esto a San Ignacio de Loyola, en aquella ocasión, camino de Montserrat, cuando «le venían deseos de ir a buscar el moro y darle de puñaladas por lo que había dicho» poco antes contra la Virgen (Autobiografía 15).

La profundidad religiosa de su vida de laico se expresa conmove­doramente en las ense­ñanzas que deja es­critas a sus hijos como testamento espiritual (546, 756-757). Son las mismas enseñanzas y exhortaciones que solía darles por la noche, cuando les iba a ver des­pués del rezo de Completas (545).

Un cristiano caritativo con pobres y enfermos. Siempre manifestó San Luis una gran ca­ridad hacia los enfer­mos y pobres, fundando para ellos muchas obras de asistencia. Cada día su Casa ali­mentaba 120 pobres, y cada sábado lavaba los pies de tres de ellos, arrodi­llado, besándoles la mano al final. Tres pobres –trece en Cuaresma– se sentaban cada día a su mesa. Juan de Jeanville da también testimonio de su caridad con los difuntos, concre­tamente en tiempos de guerra o peste, cuando él ayudaba a enterrarlos con sus propias ma­nos (742-744). Hizo muchas fundaciones de asistencia para ciegos, para pobres, y tam­bién para aquellas mujeres que corrían espe­ciales peligros morales.

Una vida sagrada. La vida de San Luis, como la de otros santos hogares de la época de Cristiandad, está enmarcada en un continuo cuadro de sacralidades. El bautismo, el agua bendita, el rezo de las Ho­ras, la Misa diaria, el sacramento del matrimonio, la penitencia y la comunión sacramental, las lecturas de la Biblia y de los autores santos, y en su día las impresionantes cere­monias «ad benedicendum regem vel regi­nam, imperatorem vel impera­tricem coro­nandos» (M. Andrieu, Le Pontifical Romain au Moyen-Age, 427-435), todos estos elementos guardan siempre la vida de San Luis en la belleza santificante de un ambiente sagrado.

Tanto apreciaba, por ejemplo, el hecho de haber sido bautizado que le gustaba firmar Ludovicum de Pois­siaco, Luis de Poyssy, pues aquél era el lugar donde había nacido por el bau­tismo a la vida en Cristo (554). Y si, como enseña el Vaticano II, los sa­cramentales «disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y santifican las diversas circunstancias de la vida» (SC 60), puede decirse que toda la vida de San Luis fue sa­grada, es decir, todo lo contrario de profana.

Una santa muerte. Al final de su vida, piensa San Luis, como otros no­bles piadosos de la época, en ingresar en una de las dos Ordenes mendicantes (ipse ad culmen omnimodæ perfectionis adspirans). Su buena esposa Mar­garita hubiera consentido en ello. Pero la Pro­videncia dispuso las cosas de otro modo, «y con acrecentada humildad y cautela permaneció en el mundo» (545).

Llegada la hora de su muerte, frente a Tú­nez, repite en francés una vez más el lema de los cruzados, «Nous irons en Jerusalem!»; pero en esta ocasión pensando ya en la Jeru­salén celestial. Al final, ya casi sin habla, «mira a los familiares que le acompañaban, con una sonrisa muy dulce, y suspirando» (565). Y aún añadió: «introibo in domum tuam, adorabo ad tem­plum sanctum tuum, et confitebor Nomini tuo» (566).

San Luis de Francia es patrono de los terciarios franciscanos, ya que él también perteneció a la Orden Tercera de San Francisco.Por lo que hemos visto, él tenía une certaine idée de lo que debía ser la secularidad, o si se quiere la laicidad de un fiel discípulo de Cristo en el mundo. Él sabía bien que para vivir fielmente su cristiana vocación laical debía atenerse siempre a la suprema originalidad del Evangelio, a las enseñanzas de los Apóstoles y de los Padres, al ejemplo de los religiosos y de los santos, y no a los pensamientos y modas del mundo secular. Por eso, en perfecta docilidad al Espíritu Santo, él iba haciendo en su vida lo que Dios hacía en él, y no le importaba pare­cer raro a sus familiares o a sus compañeros de corte o de armas. Y así en sus palabras y costumbres, «nada había que supiera a mundana vanidad» (559). Su vida toda se configuraba, en perfecta libertad del mundo, según el Evangelio (Rm 12,2).


Hoy conviene elogiar las Órdenes Terciarias medievales. En mi artículo anterior (182) un comentarista alegaba en contra de ellas –aun reconociendo su ortodoxia y buena intención– que «lo que les inspiraba no era una espiritualidad laical, sino un intento de copiar a los religiosos sin entrar en el convento […] incluso en el celibato» [aunque casi todos, por cierto, eran laicos casados]. Eran, por tanto, «disfuncionales en su mismo origen», pues formar «“órdenes religiosas en el mundo”… crea una tensión interna que acaba por descarriar. Lo que se descubre [sic] en los tiempos del Vaticano II es que los laicos no se santifiquen “imitando a los monjes” sino a Jesucristo y a los primeros cristianos: no vivir el mundo con nostalgia de las celdas, sino sabiendo que Dios los quiere en el mundo».

Una respuesta más amplia a estas objeciones, hoy generalmente profesadas, la daré, con el favor de Dios, cuando llegue en este blog, por el orden cronológico que llevo, al análisis de la espiritualidad laical en nuestro tiempo. De momento me remito solamente al modelo de santidad que hemos contemplado en el rey San Luis de Francia. Todos los rasgos que he destacado de su vida, todos y cada uno, son perfectamente fieles al Evangelio y a su vocación laical secular. Realizan en forma plena y coherente la vocación de un cristiano laico, puesto por Dios en el mundo para que en él viva y se santifique, santificándolo al mismo tiempo.

La espiritualidad laical floreció en la Edad Media en innumerables santos, pertenecientes a todas las clases sociales, y no siempre, por supuesto, afiliados a Cofradías, Órdenes Terceras, Hermandades, etc. Unos treinta santos o beatos pertenecieron a Casas reales o a la nobleza, como ya lo documenté en otro artículo de este blog (105). Y esto tuvo la mayor importancia, si pensa­mos en el influjo que en aquel tiempo tenían los príncipes sobre su pueblo. Puede decirse que en cada siglo de la Edad Media hubo varios gobernantes cristianos realmente santos, puestos por la Iglesia como ejemplos para el pueblo y para los demás príncipes.

En la Edad Media, entre todos los fieles canonizados por la Iglesia, la proporción de los laicos fue muy grande. Y eso que «no se conocía todavía» la vocación laical, «descubierta» (¡-!) en el Vaticano II. En efecto, fueron laicos un 25 % de los santos canonizados por la Iglesia en los años 1198-1304, y un 27% en 1303-1431 (A. Vauchez, La sainteté en Occident aux derniers siècles du moyen âge, Paris 1981). El dato es convincente: «por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,20). Estos hombres y mujeres realizaron la espiritualidad laical en el mundo secular con tal perfección evangélica, que muchos de ellos llegaron a la santidad. Y tengamos muy en cuenta, dejándonos de ideologías teológicas, que la espiritualidad laical más auténticamente cristiana es aquella que más florece en santos.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

12 comentarios

  
Jorge desde Chile
Padre yo habìa leìdo de este santo, y ya me parecia un hombre fuera de lo comùn dentro de tantos reyes y nobles, que se afanaron por las cosas del mundo. Sin duda es un modelo a seguir por gobernantes y principes en la actualidad (sobre todos los que se dicen seguidores de Cristo), por ello Dios lo eligio; para inspiracion nuestra.
27/06/12 2:21 PM
  
susi
Padre: al final, siempre es lo mismo.No hay más recetas que amor a Dios, sacramentos, mandamientos, oración, mortificación.
Hay gente que insiste en que la santidad para los laicos se "descubrió" en el siglo XX, pero los hechos son tozudos y nos demuestran que siempre hubo santos laicos.
Me ha gustado muchísmo leer la vida de este Santo, gracias por traerla aquí.
28/06/12 4:32 PM
  
estéfano sobrino
¡Que gran dón para un pueblo la santidad de sus gobernantes!

Recemos por los nuestros.

---------------------------
JMI.-Sí, señor. Por eso es tradición continua y universal desde el principio de la Iglesia (p. ej. 1Tim 2,1-3) pedir por "los que nos gobiernan". Y hoy está mandado que, al menos normalmente, una de las peticiones de la Oración de los Fieles sea en la Misa en favor de ellos.
Por la cuenta que nos trae.
28/06/12 5:33 PM
  
Pasaba de nuevo por aqui
Estimado señor, me llama mucho la atención su forma de entender la fe. Está algo (¿como decir?)desfasado, a mi entender. En us descripción de la "santidad" de esa persona (un rey, creo) saca a relucir esta frase atribuída a la persona en cuestión: «Verdaderamente, un hombre laico (homo laicus), cuando ve insultar la fe cristiana, debe impedirlo no sólo con las palabras, sino con una es­pada bien afilada» Evidentemente, no estará usted pretendiendo que los seguidores laicos actuales, saquen navajas traperas y se dediquen abrir las tripas de los que opinan (como ese judío) que a madre de Cristo no era virgen cuando dio a luz. Si fuese así, estaria usted conolcandose abiertamente en el terreno de la ilegalidad.

Yo creo mas bien que usted tiene ideas algo obsoletas. Ideas que han sido superadas, incluso por los mismos creyentes. Hoy pocos seguidores de la fe cristiana apostarían por sacar una afilada espada para defender sus creencias. Por eso suena extraño que una persona de estos tiempos ponga una frase como esa, como algo ejemplar y encomiable. Debería (digo yo) poner otras frases mas acordes con los tiempos que vivimos. Una afilada espada (o un revolver, o una metralleta, o un chaleco bomba) no es una forma aceptable de defender las propias creencias. Ni los catolicos, ni los musulmanes, ni por supuesto los ateos o agnosticos, debieran usar metodos de ese calibre. Y si lo hacen, no les deería jalear.

Le propongo que vea usted la cantidad de personas de hoy día (casi todos musulmanes) que defienden su fe haciendo uso de espadas afiladas, y vea los resultados de tales métodos. Miles y miles de muertos, paises enteros en la ruina, gentes inocecentes que caen bajo el impacto de las balas de los defenosres de su fe, aquellos que, siguiendo ejemplos de santidad como el que usted cita, se sienten dispuestos a matar y morir por su Dios. Esas persoanas, estimado sacerdote, no son santas para mí, son fanáticos, gentes de mente estrecha y sin respeto por sus semejantes.

Reciba un cordial saludo, confiando que siga usted bien.
------------------------
JMI.-De acuerdo con sus observaciones. Tendríamos que andar a cuchilladas y bombas-lapa cada día y en muchos lugares si entráramos en esa actitud de violencia ante las ofensas contra la religión.

Pero el ejemplo citado de San Luis se da en un marco histórico extremadamente diferente, en el que la Cristiandad era tan profunda en el 99% de los ciudadanos de la nación, que una agresión contra la Cruz, contra la Virgen, etc. no solamente era un sacrilegio, sino un delito contra el orden cívico común. Un orden cívico que en gran parte era defendido (a espada o como pudieran) por los propios ciudadanos, especialmente por los caballeros. No había apenas cuerpos de policía que lo defendieran. En suma, que elogie yo el espíritu de un acto o de unas palabras situadas en el s. XIII en modo alguno significa que aconseje esas palabras o actos en el XXI. Tampoco aconsejo entrar en un templo católico necesitado de purificación, y ponerse a dar voces, volcar mesas, etc. como hizo Cristo en Jerusalén.
30/06/12 9:04 PM
  
Ricardo de Argentina
PasabaDeNuevo:
Como bien te dice el Padre, debes hacer un esfuerzo por ubicarte en una mentalidad muy diferente a la actual. Vaya para ti esta ayuda:

En ocasión del derribamiento de las Torres Gemelas de N. York, uno de los aviones terroristas se estaba dirigiendo en línea recta al Capitolo o la Casa Blanca. Alertado el Presidente, ordenó derribarlo aún sabiendo que ésto implicaba víctimas inocentes. Se usó pues, y de manera drástica, la "espada afilada". Siglo XXI recién estrenado, por más señas. ¿Hubo condenas? Ninguna de relevancia, porque se vio lógico y natural preservar la integridad y seguridad de los edificios gubernamentales del Estado, aún a costa de muchas vidas.

Pues bien, en la Edad Media una ofensa a la Ssma. Virgen era más grave que un atentado a la residencia del Rey.
01/07/12 7:54 PM
  
Pasaba de nuevo por aqui
¿Que tienen que ver los atentados a las torres gemelas con lo de las espadas afiladas? Lanzar un misil para derribar un avion sucidida es simplemente un acto en defensa propia. Lo de sacar la espada afilada para matar a un judio que no cree en la virginidad de Maria no tiene nada que ver con la defensa propia, es un acto de salvajismo como el que ocurre ahora en esos paises de Africa, donde los musulmanes atacan las iglesias cristianas ¿Matar cristianos porque no creen en el Coran es defensa propia? ¿Se lanzaria un misil contra un avión porque los pasajeros no creen en la virginidad de Maria? En estos tiempos y en cualquier otro, eso son actos de puro fanatismo. Hoy se dan casos así en el mundo musulman, no en el cristiano. Menos mal, parece que se ha avanzado en este lado de la frontera. Esas barbaridades sucedían en la edad media, en el mundo cristiano, igualmente, y uno puede comprenderlo, pero no justificarlo. ¿O será qe algnos catolicos conservadores son relativistas, despues de todo?
---------------------------
JMI.-No saca la espada la Edad Media ante uno que no cree en la Virginidad de María o en la divinidad de Jesucristo o en la presencia real de la Eucaristía, sino contra quien ofende y pisotea públicamente esos misterios sagrados, profesados por la nación en donde se producen esas ofensas y blasfemias.
02/07/12 3:09 PM
  
Ricardo de Argentina
Es muy ilustrativa, casi didáctica, la respuesta de "Pasaba": él no se da cuenta de que si hubiese aplicado 8 siglos atrás exactamente la mimsma lógica que emplea hoy para justificar el derribo del avión useño, hubiese sido él, precisamente, el primero en pedir la sangre de los blasfemos.

Esta incapacidad manifiesta de interpretar otras mentalidades alejadas años luz de los presupuestos relativistas en boga, explica el éxito de las "leyendas negras" contra la Iglesia y contra España. Mirar la historia con ojos modernosos produce espanto. Inversamente, mirar la actualidad con ojos medievales produce vómito.

¿Con qué ojos nos mirará Dios?
02/07/12 6:47 PM
  
Alejandro Galván
Para "Pasaba..."

Por lo que entiendo, el recurso a la espada, en el S. XIII, equivaldría actualemnte a que algún fiel laico pusiera un juicio, con riesgo de carcel a alguien que haya hecho algún acto blasfemo.
02/07/12 9:48 PM
  
Ariel
A mi humilde entender creo que el Padre Irraburu a través de este espacio quiere concientizarnos de nuestra responsabilidad, misión de laicos en un mundo secularizado y creo que mas que preguntamos a qué espada se refiere, nos cuestionemos concretamente qué cosas hoy Dios quiere que digamos, hagamos o defendamos, con la espada de la verdad. Hoy cuantos laicos argentinos somos tibios, cobardes a la hora de defender derechos irrenunciables, como el derecho a la vida, a la familia digna (formada por hombre y mujer que Dios creo). Desde el sentido común, la naturaleza, estas cosas son incuestionables y hoy vivimos con silencio, excesiva prudencia esta defensa a la vida y la familia. Si alguien alega que está bien matar cuando se trata de defender la propia vida, mas allá que pueda dañar colateralmente a otros, me pregunto, a caso las familias, sacerdotes, hoy no estamos llamados a levantar con mayor valor la espada de la verdad, animándonos a ofrecernos por entero a Dios en auténtico testimonio, en lugar de pensar solo en la espada de la guerra?
Cordialmente Ariel.
04/07/12 4:25 AM
  
leibnitz
Pasaba de nuevo por aquí: Tienes un mal entendimiento de la historia, quizá porque no contemplas también la historia desde el presente. El padre Iraburu, como todo católico vivo, es conservador y a la vez integrante de la vanguardia histórica del Espíritu Santo. Y como todo miembro vivo de la Iglesia gusta de abogar por continuar, desde ahora y sin volver atrás, la línea de hombres cumbre de la humanidad como san Luis. Ningún lector dude de que las palabras polémicas de san Luis eran no ya normales sino muy benévolas para la rudeza y educación de la época. El Verbo hace evolucionar a la Historia. ¿Por qué razón va a resultar horrible para la gente de nuestros tiempos la frase del glorioso san Luis, cuando ve normal asesinar niños a mansalva en medio de las ciudades? La triste realidad es que la gente de muestro tiempo tan sensual y técnica se sitúa a menudo como continuadora de la barbarie de hace milenios aunque se aproveche de las ventajas infinitas de la comunión de los santos pasados y presentes. Amigo, mira la historia desde los continuadores y entenderás la Historia. Jesús, María, Sara.

04/07/12 2:53 PM
  
José Luis

San Luis de Francia fue un alma llena de Dios, alma de oración, le conocí leyendo las Florecillas de San Francisco de Asís:

Cómo San Luis, rey de Francia, fue a visitar al hermano Gil en hábito de peregrino. http://www.sanantoniocolegio.com/50fco/03florecillas/34florecill.php

Aunque los tiempos cambian, el amor a Dios, la fe es la misma, cuando estamos en comunión con la Santa Madre Iglesia Católica.

Hace algunos años que me vino al pensamiento, si yo hago una recopilación de monarcas santos y santas, se la enviaría a los actuales monarcas españoles, pero es seguro, que no le llegaría, porque algunos no le interesan la santidad. Pero, creo, que son mayorcitos estos monarcas españoles, e imitar a los que fueron santos. Pues así, los problemas de España, no se hablarían, pues la caridad cristiana siempre sería la bandera de España, en los corazones.

He leído otras preciosas historias, como de Santa Isabel de Hungría, que tanto bien hizo por la Iglesia de Cristo y por los pobres, son buenos ejemplos que no caducan, que es necesario que en el día de hoy, se vuelvan a repetir para bien de todos los españoles.
------------------------
JMI.-En este blog, en el artículo (105), tiene Ud. una treintena de santos y beatos que fueron reyes o miembros de las familias reales. Si encuentra alguno que no he citado, por favor, ya me lo dirá.
Cordial saludo en Cristo.
05/07/12 5:13 PM
  
José Luis
Muchas gracias P. Iraburu, usted nos ha facilitado, al menos a mí, mucho más de lo que pudiera encontrar en otra parte. Diría que es como una enciclopedia católica.

Ya cada uno de nosotros, uno por uno, podemos ampliar más conocimiento de esos santos que ha mencionado, y todavía quedan otros, a partir de ese etc.

Honor y gloria a la Santísima Trinidad. Pues la santidad es para todos los estados de vida, sólo es necesario estar en comunión con la Iglesia Católica y ser fieles a nuestro Papa Benedicto XVI, y sus sucesores, según lo enseña también San Francisco de Asís. Ya que son verdaderos sucesores del Apóstol Pedro por voluntad de Dios.
05/07/12 9:29 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.