(144) La Cruz gloriosa –VIII. La devoción a la Cruz. 4

–¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!

–Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto.

El coro de la Tradición cristiana, a lo largo de los siglos, continúa cantando con muchas voces diferentes un mismo canto de gloria, gratitud y alabanza a la Cruz de Cristo.

San Gregorio Nacianceno (+390)

Amigo de San Basilio y monje como él, fue obispo de Constantinopla, llamado «El Teólogo».

«Vamos a participar en la Pascua… Sacrifiquemos no jóvenes terneros ni cor­deros con cuernos y uñas, más muertos que vivos y desprovistos de inteligencia, sino más bien ofrezcamos a Dios un sacrificio de ala­banza sobre el altar del cielo, unidos a los coros celestiales…

«Inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su Pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz.

«Si eres Simón Cireneo, toma tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un ladrón, confía en tu Dios como el buen ladrón. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser justo. Adora al que por ti fue crucificado, e, incluso si tú estás crucificado por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación. Entra en el paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla la hermosura de aquel lugar y deja que fuera muera el murmurador con sus blasfemias.

«Si eres José de Arimatea, reclama su cuerpo a quien lo crucificó y haz tuya la expiación del mundo. Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo y úngelo con ungüentos. Si eres una de las dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada y verás quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús».

(Sermón 45, 23-24: MG 36, 654-655: leer más > LH sábado V Cuaresma).

San Juan Crisóstomo (+407)

Nacido en Antioquía, monje, gran predicador, obispo de Constantinopla, Doctor de la Iglesia, es desterrado por combatir los errores y los pecados de su pueblo, especialmente de la Corte imperial, y muere en el exilio.

«¿Quieres saber el valor de la sangre de Cris­to? Remontémonos a las figuras que la pro­fetizaron y recorramos las antiguas Escrituras. “Inmolad, dice Moisés, un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la casa” [Ex 12,5.7]. ¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero irracional ¿puede salvar a los hombres dotados de razón? “Sin duda, responde Moisés: no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la sangre del Señor”…

«¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Se­ñor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evan­gelio, “uno de los soldados se acercó con la lanza, y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre” [Jn 19,34]: agua, como símbolo del bau­tismo; sangre, como figura de la eucaristía… Con estos dos sa­cramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Es­píritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado ambos del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva».

(Catequesis 3,13-19: SC 50, 174-177: leer más > LH Viernes Santo).

San Gaudencio de Brescia (+410)

De este santo Obispo de Brescia se conservan 21 sermones, varios de ellos, preciosos, sobre la Pascua sagrada de nuestro Señor Jesucristo.

«El sacrificio celeste instituido por Cristo constituye efectivamente la rica herencia del Nuevo Testamento que el Señor nos dejó, como prenda de su presencia, la noche en que iba a ser entregado para morir en la cruz… Este es el viático de nuestro viaje, con el que nos alimentamos y nutrimos durante el ca­mino de esta vida, hasta que saliendo de este mundo lleguemos a él…

«Quiso, en efecto, que sus beneficios quedaran entre nosotros, quiso que las almas, redimidas por su preciosa sangre, fueran santificadas por este sacramento, imagen de su pasión; y encomendó por ello a sus fieles discípulos, a los que constituyó primeros sacerdotes de su Iglesia, que siguieran celebrando ininterrum­pidamente estos misterios de vida eterna; misterios que han de celebrar todos los sacer­dotes en cada una de las iglesias de todo el orbe, hasta el glorioso retorno de Cristo. De este modo los sacerdotes, junto con toda la comunidad de creyentes, contemplando todos los días el sacramento de la pasión de Cristo, llevándolo en sus manos, tomándolo en la boca, recibiéndolo en el pecho, mantendrán imborrable el recuerdo de la redención.

«Los que acabáis de libraros [por el bautismo] del poder de Egipto y del Faraón, que es el diablo, compar­tid en nuestra compañía, con toda la avidez de vuestro corazón creyente, este sacrificio de la Pascua salvadora; para que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, al que reconocemos presente en sus sacramentos, nos santifique en lo más íntimo de nuestro ser: cuyo poder inestimable permanece por los siglos».

(Tratado 2: leer más > LH jueves II Pascua).

San Agustín (+430)

Norteafricano de Tagaste, durante treinta y cuatro años obispo de Hipona, gran Doctor de la Iglesia. Su teológica y mística elocuencia se eleva en la contemplación del sacrificio eucarístico de Cristo, del que predica muchas veces en sus escritos y homilías.

–«¡Oh, cómo nos amaste, Padre bueno, que “no perdonaste a tu Hijo único, sino que lo entregaste por nosotros”, que éramos impíos [Rm 8,32]!…Por noso­tros se hizo ante ti vencedor y víctima: vencedor, precisa­mente por ser víctima. Por nosotros se hizo ante ti sacer­dote y sacrificio: sacerdote, precisamente del sacrificio que fue él mismo. Siendo tu Hijo, se hizo nuestro servidor, y nos transformó, para ti, de esclavos en hijos.

«Con razón tengo puesta en él la firme esperanza de que sanarás todas mis dolencias por medio de él, que está “sentado a tu diestra y que intercede por nosotros” [Rm 8,34]; de otro modo desesperaría… Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había decidido huir a la soledad; mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: “Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos” [cf. Rm 14,7-9].He aquí, Señor, que ya arrojo en ti mi cuidado… Tú conoces mi ignorancia y mi flaqueza: enséña­me y sáname. Tu Hijo único, “en quien están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer” [Col 2,3], me redimió con su sangre»

(Confesiones 10,32,68-70: CSEL 33, 278-280: leer más > LH Viernes XVI T. Ordinario).

–«La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es una prenda de gloria y una enseñanza de paciencia. Pues, ¿qué dejará de esperar de la gracia de Dios el corazón de los fieles, si por ellos, el Hijo único de Dios, coeterno con el Padre, no se contentó con nacer como un hombre entre los hombres, sino que quiso incluso morir por mano de aquellos hombres que él mismo había creado?… ¿Quién dudará que a los santos pueda dejar de darles su vida, si él mismo entregó su muerte a los impíos?… Lo que ya se ha realizado es mucho más increíble: Dios ha muerto por los hombres.

«Porque ¿quién es Cristo, sino aquel de quien dice la Escritura: “en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios? Esta Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre noso­tros” [Jn 1,1]. El no poseería lo que era necesario para morir por nosotros si no hubiera tomado de nosotros una carne mortal. Así el inmortal pudo morir. Así pudo dar su vida a los morta­les: y hará que más tarde tengan parte en su vida aquellos de cuya condición él primero se había hecho participe. Pues nosotros, por nuestra naturaleza, no teníamos posibilidad de vivir, ni él por la suya, posibilidad de morir. Él hizo, pues, con nosotros este admirable intercambio, tomó de nuestra naturaleza la condición mortal y nos dio de la suya la posi­bilidad de vivir.

«Por tanto, no sólo no debemos avergonzar­nos de la muerte de nuestro Dios y Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nues­tras fuerzas y gloriarnos en ella por encima de todo: pues al tomar de nosotros la muerte, que en nosotros encontró, nos prometió con toda su fidelidad que nos daría en sí mismo la vida que nosotros no podemos llegar a poseer por nosotros mismos. Y si aquel que no tiene pecado nos amó hasta tal punto que por nosotros, pecadores, sufrió lo que habían merecido nuestros pecados, ¿cómo después de habernos justificado, dejará de darnos lo que es justo? Él, que promete con verdad, ¿cómo no va a darnos los premios de los santos, si soportó, sin cometer iniquidad, el castigo que los inicuos le infligieron?

«Confesemos, por tanto, intrépidamente, her­manos, y declaremos bien a las claras que Cristo fue crucificado por nosotros: y hagá­moslo no con miedo, sino con júbilo, no con vergüenza, sino con orgullo… “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” [Gal 6,14]»

(Sermón Güelferbitano 3: MLS 2, 545-546: leer más > LH Lunes Santo).

«Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacrificio. Por­que, aun siendo el hombre quien hace o quien ofrece el Sacrificio éste, sin embargo, es una acción divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello, puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Se­ñor, ya que entonces muere al mundo y vive para Dios…

«Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos o para con el prójimo, cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte, solo son obras de misericordia aquellas que se hacen con el fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices –cosa que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: “para mí lo bueno es estar junto a Dios” [Sal 72,28]–, resul­ta claro que toda la ciudad redimida, es decir, la asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio universal por mediación de aquel gran sacerdote que se entregó a sí mismo por nosotros, toman­do la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos ser cuerpo de tan sublime cabeza. Ofreció esta forma esclavo y bajo ella se entregó a sí mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote y sacrificio.

«Por esto, nos exhorta el Apóstol a que “ofrezcamos nues­tros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable”, y a que “no nos confor­memos con este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu” [Rm 12,1-2]…Éste es el sacrificio de los cristianos: la reunión de mu­chos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este mis­terio es celebrado por la Iglesia en el sacramen­to del altar, donde se de muestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se ofrece a sí misma.

(Ciudad de Dios 10,6: CCL 47, 278-279: leer más > LH Viernes XXVIII T. Ordinario).

«Jesucristo, salvador del cuerpo, y los miembros de este cuerpo forman como un solo hombre, del cual él es la cabeza, nosotros los miembros; uno y otros estamos unidos en una sola carne, una sola voz, unos mismos sufrimientos; y, cuando haya pasado el tiempo de iniquidad, estaremos también unidos en un solo descanso. Así, pues, la pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo… Porque …si [los sufrimientos] solo le perteneciesen a él, solo a la cabeza, ¿con qué razón dice el apóstol Pablo: “así completo en mi carne los dolores de Cristo” [Col 1,24]?…

«Lo que sufres es solo lo que te correspondía como contribución de sufrimien­to a la totalidad de la pasión de Cristo, que padeció como cabeza nuestra y sufre en sus miembros, es decir, en nosotros mismos. Cada uno de nosotros aportando a esta especie de contribución común lo que debemos de acuerdo a las fuerzas que poseemos, contribuimos con una especie de canon de sufrimientos».

(Comentarios sobre los salmos 61, 4: CCL 39, 773-775: leer más > LH 12 mayo).

San Cirilo de Alejandría (+444)

Monje, obispo de Alejandría, gran defensor de la fe católica, especialmente contra los nestorianos. Presidió el concilio de Éfeso (431, ecuménico IIIº), donde se profesó la fe en la Santísima Virgen María como «theotokos», Madre de Dios. Es Doctor de la Iglesia.

«Por todos muero, dice el Señor, para vivi­ficarlos a todos y redimir con mi carne la carne de todos. En mi muerte morirá la muerte y conmigo resucitará la naturaleza humana de la postración en que había caído. Con esta finalidad me he hecho semejante a vosotros y he querido nacer de la descen­dencia de Abrahán para asemejarme en todo a mis hermanos…

«Si Cristo no se hubiera entregado por noso­tros a la muerte, él solo por la redención de todos, nunca hubiera podido ser destituido el que tenía el dominio de la muerte [el diablo], ni hubiera sido posible destruir la muerte, pues él es el único que está por encima de todos. Por ello se aplica a Cristo aquello que se dice en el libro de los salmos, donde Cristo aparece ofreciéndose por nosotros a Dios Padre: “tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo dije: aquí estoy” [Sal 39,7-8; Heb 10,5-7].

«Cristo fue, pues, crucificado por todos noso­tros, para que habiendo muerto uno por todos, todos tengamos vida en él. Era, en efecto, imposible que la vida muriera o fuera some­tida a la corrupción natural. Que Cristo ofre­ciese su carne por la vida del mundo es algo que deducimos de sus mismas palabras: “Pa­dre santo, dijo, guárdalos”. Y luego añade: “Por ellos me consagro yo” [Jn 17,11.18].

«Cuando dice consagro debe entenderse en el sentido de “me dedico a Dios” y “me ofrezco como hostia inmaculada en olor de suavidad”. Pues según la ley se consagraba o llamaba sagrado lo que se ofrecía sobre el altar. Así Cristo entregó su cuerpo por la vida de todos, y a todos nos devolvió la vida».

(Sobre el evangelio de San Juan 4,2: MG 73, 563-566: leer más > LH sábado III Tiempo Pascual).


José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

7 comentarios

  
Luis Fernando
Desde que San Pablo dijo que si se gloriaba algo era de la cruz de Cristo (Gal 6,14), la catarata de santos haciendo lo mismo es inmensa.

La Cruz es el gran Fiat del Hijo de Dios. Es la consumación de nuestra salvación. Es donde el dolor se hace amor para unir al hombre con Dios. Es donde el Señor nos entrega a su Madre.

Me callo porque no puedo añadir nada que no haya sido dicho antes.
15/07/11 11:03 AM
  
Eleuterio
Es curiosa la primera imagen que ilustra este artículo sobre la cruz. El señor parece que esté sujetando la cruz. En realidad, cada cual llevamos la nuestra y debemos soportar su peso. De todas formas, Cristo siempre nos acompaña y, por eso mismo, no podemos hacer, ni debemos, otra cosa que cargar con la nuestra que para eso es nuestra y de nadie más.
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JMI.- Bueno, la verdad es que la cruz está un poco inclinada. Porque al menos las rejas que la rodean parecen casi verticales.

Pero es la santa Cruz la que sostiene al mundo.
Todo el mundo gira en torno a ella.
Ella es la llave que nos abre la puerta del Reino de los cielos.
15/07/11 5:48 PM
  
Sergio
Pídeme disciplina, pídeme diligencia, pídeme dolor, sufrimiento, penitencia, pero por favor no me quites mi cruz porque sin ella muero.
18/07/11 4:11 AM
  
Emiliana
Me llamó la atención, un comentario del articulo anterior de un joven que le pide al padre que resuma o explique estos articulos, que si no se queda ciego por leer...Ejemplo tipico de como la sociedad moderna hija del liberalismo, forma un ser humano, que aunque siento el deseo de conocer a Dios y sabe quien tiene y habla VERDAD, no quiere AMAR LA CRUZ, es decir el esfuezo, el obligar al cerebro a PENSAR (leer e interpretar, etc.)lo más fácil "padre resuma". También que los muchos lectores y seguidores del padre no comentemos, en tema tan GRANDE para la vida cristiana. Es verdad la SANTA CRUZ, donde está la verdadera vida, olvidada por la carita feliz de la cultura actual que produce muerte.

Padre, muy hermoso y animador todas estas reflexiones sobre la CRUZ, ojalá las podamos vivir día a día y agradecer siempre este GRAN MISTERIO.
18/07/11 4:30 PM
  
Pedro
Oh cielo santo! si por pedir que resuma me vas a decir que soy hijo del liberalismo y que no quiero pensaar...me das a PENSAR que tenias mucha necesidad
de desahogarta sobre ese tema eeh! y la verdad es que llevas toda la razón...yo mismo me siento muerto en
vida muchas veces,
hasta que Dios me recuerda que me perdona y que el 90% de mis penas y problemas son porque yo no me perdono ami mismo...te lo digo porque alomejor tu
en vez de ponerte asi de enfadada con el mundo
deberias perdonar como se te perdona a ti!


y ahora que lo pienso y no lo digo por ti..
Creo que hay personas que cogen cruces que les hacen
estar incapaces de ser cariñosos y se ponen
de mala leche...en esos casos se me ocurre decir que si tu cruz te hace pecar que hay que hacer??




18/07/11 5:47 PM
  
Ricardo de Argentina
La cruz que hemos de llevar y padecer está prefigurada clarísimamente en ocasión de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. Allí se la presenta como Justo Castigo.
NSJC se abraza a ella y nos la presenta como Medio de Salvación.
La salvaje Civilización Moderna, en cambio, la rechaza visceralmente ("Ninguna cruz en pie, ningún hombre de rodillas" y propone una falsa "felicidad" construida sobre la negación de la Cruz.
18/07/11 7:05 PM
  
APoL0
Hermanos: oremos, frecuentemos los sacramentos, hagamos penitencia, carguemos con la cruz, practiquemos la caridad con nuestros semejantes, para que al final podamos decir junto con el Apóstol: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Todos Santos. Dios todo en todos. Éste es el designio de Dios: que la criatura humana trabaje en armonía con el Plan Divino.
19/07/11 3:43 AM

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