España ante un futuro incierto
España está gravemente enferma. Económicamente la cosa está todavía más o menos bien, aunque la crisis inmobiliaria puede ser la ficha de dominó que haga caer al resto. Pero hay una crisis política e institucional de primer orden. Y sobre todo, se percibe hoy más que nunca un peligro verdadero de destrucción de la unidad de la nación. Ya no es una cuestión de que los independentistas deseen la independencia. Es que son cada vez más los españoles a los que les agradaría dársela para al menos impedir que sean ellos los que marquen el curso político del resto del país. De forma espontánea se oye a la gente decir "pues que les den la independencia y nos dejen en paz". Pero claro, ocurre que son centenares de miles los españoles residentes en esas regiones que se verían traicionados si el resto les dejáramos en manos de los que han hecho lo posible y lo imposible para reventar siglos de unión. Lo cómodo, lo fácil, lo cobarde es ceder. Lo difícil, lo responsable, lo imperativo es plantar cara y no permitir que una minoría, aunque sea mayoritaria en unas provincias o regiones, rompa el país. Sólo un pacto entre las dos fuerzas políticas mayoritarias -que a día de hoy parece utópico- podría solucionar ese asunto. Basta con aplicar la Constitución en su artículo 155 y -llegado el caso- en el octavo. Para algo están. Para algo han de servir. Es mejor usarlos sin miedo, a ceder. Hablando se suele entender la gente, pero hay quienes sólo entienden el lenguaje de la ley.
Con todo, el principal problema de España no está en su deterioro político sino en la enfermedad moral de su sociedad.