Felicidades a la iglesia vizcaína
He de reconocer que cuando esta mañana me senté delante del televisor a ver la ceremonia de ordenación de Monseñor Iceta, tenía cierto temor. Desde que el Santo Padre hizo público su nombramiento, las reacciones contrarias en un sector importante de la diócesis vasca podían desembocar en alguna especie de manifestación pública de desacuerdo durante el día de hoy. Pero excepción hecha de la -por lo que me cuentan- ausencia de muchos sacerdotes de la propia ciudad de Bilbao, no ha habido nada que empañara el acto. Muy al contrario, todo ha salido a la perfección.
La Catedral estaba llena y además había gente en el exterior viendo la ceremonia a través de dos grandes pantallas de televisión. El coro ha estado fabuloso y a Monseñor Blázquez se le veía contento. No tanto, obviamente, como el propio Iceta, que por momentos parecía radiante dentro de la serenidad de quien sabe que le espera por delante un trabajo apasionante pero no exento de dificultades.
De la homilía de Monseñor Blázquez, que ha resultado muy catequética respecto a lo que significa el ministerio de los obispos como sucesores de los apóstoles, me llamó la atención que, al dirigirse hacia su nuevo auxiliar, le pidiera que trabajara con él codo con codo. Es decir, Blázquez quiere un auxiliar que de verdad le “auxilie” y no que esté de mero elemento decorativo, como ocurre en algunas diócesis. Cuando Monseñor Iceta tomó la palabra, le ofreció a su ordinario una colaboración basada en la fidelidad y la discreción, aspecto éste que sin duda agradecerá don Ricardo.
Aunque la retransmisión televisiva no es capaz de situarnos en el lugar para “respirar” el ambiente en persona, la sensación que nos llegó a través de la pantalla es que los fieles asistentes estaban felices a la vez que emocionados. Monseñor Iceta es la respuesta a las oraciones de muchos vascos católicos que no se conforman con el estado actual de las cosas en aquella iglesia tan amada por el Señor. No quiero usar esta breve reflexión escrita para señalar con el dedo a nadie, y menos aún después de haber escuchado a don Mario pedir por la unidad de la Iglesia. Una unidad que necesariamente, ha de girar alrededor de los dos obispos cuya foto preside estas líneas. En ellos, no lo olvide nadie, Cristo mismo pastorea la diócesis vizcaína. Y por ellos hemos de elevar nuestras oraciones. El futuro de la Iglesia en el País Vasco empieza hoy a hacerse presente.
Pax, bonum et veritas,
Luis Fernando Pérez Bustamante