InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Sociedad siglo XXI

22.11.19

La idolatría del diálogo

El refranero español tiene algunas sentencias muy certeras. Por ejemplo, esa que reza “dime con quién andas y te diré quién eres".

Ahora bien, ese refrán puede parecer opuesto a una gran verdad. A saber, que un cristiano no debe estar cerrado a andar con todo tipo de personas. No en vano, a nuestro Señor le acusaban de ir con prostitutas, publicanos, con el lumpen de Israel. La razón de su proceder era clara: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan” (Luc 5,32)

Fuera de esa intención salvífica, presente también en el apóstol San Pablo cuando se dirigía a las sinagogas nada más llegar a un pueblo o ciudad, cabe preguntarse qué sentido tiene tratar de forma habitual con aquellos que viven en la enemistad con Dios y al margen de su Reino. 

Al contrario, dice la Escritura

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de impíos, ni se detiene en el camino de pecadores, ni toma asiento con farsantes, sino que se complace en la Ley del Señor, y noche y día medita en su Ley.
Salmo 1,1

Y:

No os unzáis en yugo desigual con los infieles: ¿qué tienen en común la justicia y la maldad?, ¿qué relación hay entre la luz y las tinieblas?, ¿qué concordia puede haber entre Cristo y Beliar?, ¿qué pueden compartir el fiel y el infiel?, ¿qué acuerdo puede haber entre el templo de Dios y los ídolos?
2 Cor 6,14-16a

Entre los grandes males que asolan a la Iglesia hoy en día está una especie de idolatría hacia el diálogo y la concordia con quienes difícilmente se puede llegar a acuerdo sobre el bien común. Y no digamos sobre la fidelidad a Aquel de quien la Escritura dice que toda rodilla se doblará ante Él (Rom 14,11).

Por ejemplo, ¿a qué acuerdo se puede llegar con los que están a favor del aborto, de la eutanasia, de la depravación moral de los niños y jóvenes en la escuela, del reconocimiento de las uniones homosexuales, etc? 

Estimados, cerca de finalizar la segunda década del siglo XXI de nuestra era, debería haber quedado ya claro que, más allá de cierto nominalismo inicuo, no hay lugar para la fe católica en los sistemas políticos que esconden o rechazan a Dios como el supremo legislador. Cuando una nación católica deja de regirse por “leyes católicas”, renuncia a la soberanía de Cristo y la sustituye por la soberanía del pueblo, es cuestión de tiempo que acabe hundida en el abismo de la apostasía.

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29.06.19

Breves reflexiones sobre la modernidad

- No hay ley humana que consiga que alguien concebido y nacido con los cromosomas XY pase a tener los cromosomas XX. Tampoco que alguien concebido con los cromosomas XX pase a tener los cromosomas XY.

  • Las leyes de ideología de género pretenden obligar a aceptar que lo blanco es negro y lo negro es blanco, pero lo blanco sigue siendo blanco y lo negro sigue siendo negro.

- No hay ley humana que cambie la naturaleza biológica del ser concebido, tanto dentro como fuera del seno materno.

  • Las leyes abortistas destruyen cualquier noción de la dignidad del ser humano.

- No hay ley humana que consiga que la relación sexual entre dos hombres o dos mujeres pueda engendrar o concebir otro ser humano.

  • Las leyes de unión o matrimonio civil entre homosexuales atentan contra la ley natural.

- No hay ley humana que consiga que, mediante el diálogo, lo que es falso se convierta en verdadero.

  • El diálogo suele ser la excusa de los tibios que tienen miedo a defender la verdad que nos hace libres.

Luis Fernando Pérez Bustamante

5.06.19

Occidente es el perro que vuelve a su propio vómito

Hace seis años escribí un artículo sobre el apóstol de la eutanasia en España, el fallecido doctor Montes, en el que aseguré lo siguiente:

… no solo se sufren por una enfermedad física. Hay quienes están sanos de cuerpo pero creen, por las razones que sean, que la vida es repugnante y no merece la pena ser vivida. Y no me imagino a un psiquiatra o un psicólogo dándole un cóctel de pastillas para que se quite de enmedio.

Iluso de mí, que no quería reconocer entonces la deriva lógica de la cultura de la muerte en la que nos vemos inmersos en Occidente. Si hay médicos dispuestos a matar la vida en el seno materno, ¿cómo no los habrá dispuestos a acabar con la de enfermos que no quieren vivir?

Es lo que acaba de ocurrir en Holanda, y no es la primera vez, donde una joven de 17 años, con graves trastornos psicológicos tras haber sufrido abusos sexuales, se ha quitado de en medio dejando de comer y de beber sin que el estado lo haya impedido.

No hablamos de enfermos terminales cuya muerte es segura en un tiempo relativamente corto de tiempo. Hablamos de una cría que tenía toda una vida por delante. Sí, es claro que estaba sufriendo mucho, pero ¿acaso la ciencia médica es incapaz de ayudar a aquellos que sufren ese tipo de circunstancias? ¿en serio que la mejor solución es ayudar a que se suiciden?

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10.04.19

Sin familias, sin hijos, sin futuro

Los resultados, ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE) de España, sobre la Encuesta de Fecundidad correspondiente al año 2018 no deberían sorprender a nadie. Es el resultado de la descristianización de este país a todos los niveles. Y de poco me vale que ocurra lo mismo o parecido en otras naciones del entorno europeo. 

La famosa liberación de la mujer consistía básicamente en dos cosas: anticonceptivos y acceso masivo al mercado de trabajo. Se transmitió la idea de que las mujeres habían sido hasta entonces meras esclavas del sistema patriarcal, obligadas a ser poco menos que incubadoras, cuidadoras de niños y sirvientas de sus maridos. 

Con los anticonceptivos, se libraban de ser madres. Al menos madres de familias numerosas. Con el trabajo, salían del hogar para “autorealizarse”. Tanto las leyes como el sistema económico capitalista acompañaron ese discurso de liberación -ahora lo llaman empoderamiento- y no hubo prácticamente nadie, ni siquiera la Iglesia, que advirtiera que esa libertad podía tener un precio.

¿Qué tenemos hoy? Que esa libertad se ha convertido en esclavitud. Hace 50 años un joven matrimonio español podía ganarse la vida con el sueldo del marido. Con dificultades, sin duda, pero podía. Hoy es absolutamente imposible que un joven matrimonio sobreviva si no trabajan los dos y aun así, en no pocas ocasiones no les llega. De tal manera que si una mujer joven quiere dedicarse hoy a la nobilísima tarea de ser simple y llanamente madre, no puede.

Con esto no digo que lo que deberían hacer todas las mujeres es quedarse en casa cambiando pañales y haciéndole la comida y la cena al marido. Lo que digo es que no hay verdadera libertad para elegir. 

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8.04.19

La falsa misericordia al servicio del mal

Hay caminos que a uno le parecen rectos, pero al final son caminos de muerte.
Prov 14,12

Cuando los españoles votaron masivamente (87,78%) a favor de la Constitución el 6 de diciembre de 1978, España contaba hasta entonces con una legislación que fue definida de la siguiente manera por San Juan XXIII, Papa, hablando de Franco (*):

Da leyes católicas, ayuda a la Iglesia, es un buen católico… ¿Qué más quieren?

En 1978 no había ley del divorcio, ley del aborto, ley del matrimonio homosexual, leyes de imposición de la ideología de género, ni ley de eutanasia.

La mayor parte de la jerarquía de la Iglesia de este país apoyó el texto constitucional, a pesar de que sabían, como reconoció el cardenal Tarancón en un libro-entrevista autobiográfico, que la Carta Magna traería el aborto a España. Apenas unas pocas voces, como la del cardenal primado de España y arzobispo de Toledo, don Marcelo, y el obispo de Cuenca, Mons. Guerra Campos (vean cómo le trataba El País) , advirtieron de los peligros que acechaban al país a nivel de familia, derecho a la vida y abandono absoluto de la ley de Dios como referente para el bien común. Pues bien, esos pocos obispos fieles a Cristo se quedaron cortos.

La primera en caer fue la ley del divorcio, que había sido definido por el CVII como “epidemia” (Gaudium et Spes,47). Y ya por entonces se planteó el divorcio apelando a la misericordia tanto con los cónyuges como con los hijos. Se decía algo así como “no puede ser que una persona tenga que soportar de por vida un error” y “los niños tienen derecho a vivir en un hogar donde no haya discusiones y mal ambiente". 

Años más tarde llegó la ley del aborto. Mismo discurso “misericordista” respecto a las mujeres, “tienen derecho a discernir cuándo es el mejor momento para ser madre", “no deben cargar con una responsabilidad para la que no se sienten preparadas” e incluso respecto a los que iban a ser aniquilados en el vientre materno, “no es bueno para ellos venir al mundo sin ser deseados".

Lo mismo sucedió cuando se planteó el reconocimiento legal de las uniones homosexuales, pastel cuya guinda final fue llamarlas matrimonio: “Tienen el mismo derecho que las uniones heterosexuales a formar una familia", “no importa la orientación sexual sino el amor".

Inmediatamente llegó el adoctrinamiento estatal vía imposición de la ideología de género, especialmente en las escuelas. Por supuesto, se aceptó como la cosa más natural del mundo los cambios de sexo, incluso en niños. Y de nuevo, la misericordia al servicio del mal: “son personas atrapadas en un cuerpo que no es el suyo", “todos tienen derecho a elegir el sexo con el que se sienten identificados aunque no coincida con el que han nacido". Es más, se llega a prohibir la posibilidad de que un homosexual que quiera cambiar su inclinación acuda a un profesional de la psiquiatría o la psicología bajo la excusa, entre otras, de que ello podría hacer que el resto de homosexuales que no quieren dejar de serlo se vean ofendidos.

Ahora nos llega la eutanasia y se plantea poco menos que como el mayor acto de caridad con un ser humano que sufre. “Si se mata a un caballo que se queda cojo para que no sufra o a un perro anciano y enfermo, cómo no acabar con la vida de un ser humano que sufre indeciblemente” o “no hay mayor amor que acabar con el sufrimiento de un ser querido que no desea seguir viviendo".

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