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11.02.07

Bodas por la Iglesia: ¿Sacramento o pantomima?

Catecismo de la Iglesia Católica:

1623 Según la tradición latina, los esposos, como ministros de la gracia de Cristo, manifestando su consentimiento ante la Iglesia, se confieren mutuamente el sacramento del Matrimonio. En las tradiciones de las Iglesias orientales, los sacerdotes -Obispos o presbíteros- son testigos del recíproco consentimiento expresado por los esposos (cf. CCEO, can. 817), pero también su bendición es necesaria para la validez del sacramento (cf CCEO, can. 828).

Monseñor José Bonet Alcón, presidente del Tribunal Eclesiástico Nacional, hablando sobre las causas de nulidad matrimonial, ha dicho que se observa un aumento de las situaciones en que uno o los dos contrayentes no son plenamente conscientes de las responsabilidades que implica el matrimonio. A mí no me cabe la duda de que es imposible que no sea así, dada la bajísima tasa de práctica religiosa entre los católicos que están en edad casadera. Quien no vive ni practica la fe, ¿cómo va a ser un ministro válido para el sacramento del matrimonio? Si para que el sacramento del matrimonio sea válido, los dos contrayentes deben saber exactamente en qué consiste dicho sacramento y qué es lo que implica, ¿cuántos de los matrimonios que se celebran hoy en día son válidos? ¿la mayoría, la mitad, una cuarta parte?

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20.01.07

Leyendo y explicando el sentido de las Escrituras

"Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero:
- `Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis.´
Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley."

(Nehemías 8, 8-10)

El contexto histórico de ese suceso es cuando el pueblo de Dios había sido liberado de la cautividad babilónica, en la que había caído por sus pecados. Ya se habían levantado los muros y las puertas de la ciudad santa, Jerusalén, y era tiempo de reinstaurar el culto y las ordenanzas de la ley mosaica. Pero nada de ello podía hacerse sin acudir al texto bíblico, testigo fundamental de la revelación de Dios. Si había de reconstruirse la relación entre el Señor y su pueblo, era necesario que éste conociera su voluntad y su ley.

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