(677) Alegres en la esperanza. 8. –Dios providente hace milagros

 

–¿Y ya es seguro que Lázaro estaba muerto?

–"Quitad la losa", mandó Jesús. Y Marta, “la hermana del muerto, le dijo: Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días” (Jn 11,39).

Sigamos contemplando los grandes misterios de la Providencia divina. Son para nosotros inescrutables; pero también la Eucaristía es un misterio que supera totalmente el poder de nuestra mente. Y no intentamos «comprenderla», pero sí «contemplarla» y adorarla. Bien lo saben los santos, y tantos fieles creyentes, como León Bloy: «Todo cuanto sucede es adorable». También la Cruz del Calvario.

 

–Los milagros

Dios gobierna en providencia extraordinaria, cuando quiere, obrando milagros.La Revelación de los milagros de Dios, y sobre todo los de Cristo en los Evangelios, es tan patente que nunca la fe de la Iglesia ha dudado de su realidad histórica. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se revela Dios mediante palabras y milagros. Por los dos medios se revela a su pueblo como Señor omnipotente y eficazmente providente Obra milagros, por ejemplo, en Egipto.

Dice Yavé a Moisés: «Os tengo presentes y veo cómo os tratan los egipcios. He decidido sacaros de la opresión egipcia y llevaros al país» que os indicaré. «Yo sé que el rey de Egipto no os dejará marchar si no es a la fuerza; pero yo extenderé la mano, heriré a Egipto con prodigios que haré en el país, y entonces os dejará marchar» (Ex 3,16-20).

Los prodigios obrados en Egipto podrían sin duda explicarse solamente por causas naturales; pero al ser anunciados por la palabra de Dios con anterioridad patente y cierta, y al ser refrendados posteriormente por la historia concreta, ha de entenderse que son milagros, por los que Dios se revela a su pueblo como Señor del universo y como quien «por su Providencia conserva y gobierna todo lo que ha creado» (Vaticano I, Denz 3003).

 

Los que no creen en la realidad de los milagros, o al menos en su valor apologético, no creen en Dios

No creen en Dios omnipotente, Señor del universo, que por su Providencia todo lo gobierna con infalible eficacia. Niegan la intervención del Creador en su creación, dejando a ésta herméticamente sujeta el juego de las causas segundas. No creen que en Dios «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28).

Niegan la fe de la Iglesia, que siempre y en todo lugar ha creído en la historicidad de los milagros y en su fuerza apologética.

 

–La negación de los milagros, o al menos de su valor apologético, tiene en la historia dos raíces fundamentales, aparentemente contradictorias:

*El racionalismo. Desde comienzos del siglo XVIII algunos filósofos niegan los milagros, y por supuesto su valor apologético: los consideran ridículos, repugnantes para la razón (Pierre Bayle +1706). El determinismo que impera en el mundo creado los hace simplemente imposibles (Spinoza, Voltaire, Hume).

El exégeta protestante Rudolf Bultmann (+1976), heredero del racionalismo del XVIII y del XIX, considera que los milagros de Evangelio son mitos, relatos legendarios, sin realidad histórica alguna. Ésa fue también la convicción del modernismo.

*El irracionalismo. El protestantismo luterano es fideísta desde el principio. Aborrece la razón, niega necesariamente el valor apologético de los milagros. Si la razón es para Lutero «la ramera del diablo», tendrá que rechazar los «preambula fidei», que ayudan a la razón para que la fe sea un «obsequium rationabile» (Rm 12,1).

 

*Dentro de la misma Iglesia católica se ha debilitado mucho la fe en los milagros

Una parte importante de la exégesis católica y de la teología, se ha visto invadida en los últimos 50 o 70 años por la crítica histórica y la hermenéutica del protestantismo liberal y del modernismo. Cuando traté de los Errores sobre la Providencia en el capítulo 5º de esta serie (674), ya señalé a algunos autores «católicos» afectados por estas tendencias racionalistas o irracionalistas.

Son aquellos, por ejemplo, que niegan la Pasión de Cristo como cumplimiento en el mundo de «un designio de Dios», anunciado ya por los profetas y afirmado por el mismo Cristo. Simplemente, «su muerte fue resultado de unas libertades y decisiones humanas» contingentes.

Quienes así piensan no creen en la acción divina de la Providencia, y menos aún cuando ésta obra en modo extraordinario en los milagros. No creen, pues, en lo que afirma la Biblia y ha sido enseñado siempre por la Iglesia.

Sin embargo, en los últimos tiempos, no faltan promotores públicos de estas herejías que han sido promovidos como Obispos, Cardenales, miembros importantes de la Santa Sede, de la Comisión Teológica Internacional, etc. Veámoslo en un caso concreto.

 

El Cardenal Walter Kasper (1933-)

Esta grave negación de la fe católica en los milagros podemos verla expresada, como ejemplo muy significativo, en la obra Jesús, el Cristo, de Walter Kasper (Jesús der Christus, 1974, 332 pgs.), libro traducido a muchas lenguas.

Lo citaré aquí en su edición española, Jesús, el Cristo (Ed. Sígueme, Salamanca 2002, 11ª ed., 446 pgs.) De esta obra, quizá la más difundida de Kasper, me fijaré solamente en el capítulo 6º, Los milagros de Jesús. Los subrayados que siguen son míos. Veamos lo enseñado por Kasper.

1.– La mayor parte de los milagros referidos en los Evangelios no son históricos

«La investigación histórico-crítica de la tradición sobre los milagros conduce, en primer lugar, a una triple conclusión:

1. «Desde el punto de vista de la crítica literaria se constata la tendencia a acentuar, engrandecer y multiplicar los milagros… Con ello se reduce muy esencialmente el material [fidedigno] de los relatos de milagros (150-151).

2. «Los relatos neotestamentarios sobre milagros se redactan de forma parecida y con ayuda de motivos, que conocemos también en la restante literatura de la antigüedad. [Alude a «numerosos paralelismos» con narraciones rabínicas y helenísticas]. O sea, que se tiene la impresión de que el Nuevo Testamento aplica a Jesús motivos extracristianos para resaltar su grandeza y su poder… (151).

3. «Por la historia de las formas [Formgeschichte, de la escuela exegética de Martin Dibelius (+1947) y de Rudolf Bultmann] se ve que algunos relatos milagrosos son proyecciones de experiencias pascuales introducidas en la vida terrena de Jesús o presentaciones adelantadas del Cristo exaltado… Se advierte que los milagros naturales son un añadido secundario a la tradición primitiva. [Se refiere a los portentos sobre la naturaleza: como calmar la tempestad, multiplicar los panes, andar sobre el mar, etc.]

«De todo esto se deduce que tenemos que considerar como legendarios muchos relatos milagrosos de los evangelios… Tales relatos milagrosos no-históricos son expresiones de la fe sobre el significado salvador de la persona y mensaje de Jesús» (150-152).  «No es necesario considerar históricos, con cierta probabilidad, a los llamados portentos de la naturaleza (153)…  Y a estas herejías añade Kasper cautelosamente:

«Con todo, sería falso deducir de esta tesis que no hay absolutamente acción alguna milagrosa de Jesús con garantía histórica. Lo acertado es lo contrario» (152). Y sigue diciendo:

2.– Los milagros no son acciones que superan el orden natural.

«Tradicionalmente se entiende el milagro como un acontecimiento perceptible que transciende las posibilidades naturales, que es causado por la omnipotencia de Dios… Si se examina más a fondo, se ve que esta idea de milagro es una fórmula vacía» (154).

3.– Dios jamás actúa en su providencia omnipotente alterando, ni siquiera como excepción, las leyes naturales de la creación.

«A Dios no se le puede colocar jamás en lugar de una causalidad intramundana… ya no sería Dios sino un ídolo. Si Dios ha de seguir siendo Dios, sus milagros hay que considerarlos también como obra de causas segundas creadas… Un milagro así [así entendido, como una intervención del Omnipotente dentro del orden creado, superando sus leyes naturales] forzaría a la fe y suprimiría la libre decisión» (154-155).

4.– El hombre no tiene una posibilidad real de conocer algo como «milagroso».

«Esos milagros sólo se constatarían claramente si se conocieran plenamente y de verdad todas las leyes naturales y se contemplaran totalmente en cada caso particular» (154). [Pero eso, obviamente, es imposible.]

5.– Los milagros no tienen propiamente un valor apologético, es decir, no son motivos razonables de credibilidad, sino que presuponen la fe.

«Éstas y otras dificultades han llevado a los teólogos a prescindir más o menos del concepto de milagro de tipo apologético, volviendo a su sentido originariamente bíblico» (155). «Si al decir “milagro” no se quiere decir “algo” vinculado a la realidad con la que el hombre se las tiene que ver, entonces cabe preguntarse si la fe en los milagros no es, en definitiva, mera ideología» (156). «Las ciencias naturales parten metodológicamente de la seguridad absoluta de que todo acontecimiento se debe a unas leyes… De modo que, desde el punto de vista de las ciencias naturales, no queda hueco alguno para milagros en el sentido de acontecimientos no causados intramundanamente» (157).

«Sólo en la fe el milagro se experimenta como acción de Dios. Por tanto, no fuerza la fe. El milagro más bien la pide [la exige] y la confirma» (160)… «Esto excluye la idea de que los milagros son portentos tan exorbitantes que sencillamente “derriban”, “atropellan” al hombre y lo hacen caer sobre sus rodillas… El conocimiento y reconocimiento de los milagros como milagros, es decir, como obras de Dios, presupone la fe» (164).

* * *

Respondo a las cinco tesis referidas.

*Ad primum.–Si la mayoría de los milagros carece de historicidad, eso significa que los Evangelios carecen en su mayor parte de historicidad, pues en ellos se narran milagros muy frecuentemente.En los 666 versículos del Evangelio de San Marcos, por ejemplo, 209 (un 31%) refieren milagros; y si nos fijamos en los diez primeros capítulos, son 209 de 425 (un 47%).

Los Evangelios, como es obvio, se componen principalmente de palabras y milagros de Jesús: sus palabras aseguran la realidad de sus milagros, y sus milagros verifican la verdad de las palabras. Por ejemplo:

–Dice Jesús, «yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12); son palabras increíbles,que la curación de un ciego de nacimiento hace creíbles (9,1-12). –Dice Jesús, «yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25), y hace creíble esa afirmación increíble resucitando a Lázaro (11,33-44).

Si se niega la historicidad de los milagros, alegando que sólo son relatos de los creyentes en Jesús, se niegan también del mismo modo las palabras de Jesús, que, por las mismas razones, no serían históricas, sino expresivas solamente de la fe de los cristianos.

La exégesis desmitificadora de los milagros es falsa, es inconciliable con la fe de la Iglesia en las Escrituras, fuertemente confesada por el Concilio Vaticano II.

«La santa madre Iglesia ha mantenido y mantiene con firmeza y máxima constancia que los cuatro Evangelios, cuya historicidad afirma sin cesar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó hasta el día de la ascensión» (Dei Verbum 19).

«Hizo» milagros, muchos, tantos que si se contaran todos «creo que este mundo no podría contener los libros» (Jn 21,25). Y los realizó para suscitar la fe: «para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (20,31).

 

*Ad secundum.–Los milagros superan las leyes naturales que gobiernan la creación. Si un muerto de cuatro días, como Lázaro, que ya huele mal, vuelve a la vida por la palabra de Jesús (Jn 11), eso –por mucho que progresen la ciencias naturales– implica ciertamente una alteración momentánea del orden natural permanente. Sólo es posible negar esa alteración, negando el milagro mismo.

Ya hemos recordado que a partir del siglo XVIII el racionalismo declara imposible el milagro. Ahora bien, negando los milagros, concretamente los milagros sobre la naturaleza, se sigue el axioma racionalista y se abandona la fe cristiana.  

Santo Tomás: «En los milagros pueden considerarse dos cosas. Primero, lo que sucede, que es ciertamente algo que excede la potencia o facultad de la naturaleza, y en este sentido los milagros se llaman obras de poder. Segundo, aquello para lo que se hacen los milagros, es decir, para manifestar algo sobrenatural, y en este sentido se llaman comúnmente signos; y por su carácter excepcional, portentos y prodigios» (Summa ThlgII-II,178, a.1 ad 3m).

E. Dhanis: «El milagro es un prodigio que, aconteciendo en la naturaleza e insertado en un contexto religioso, está divinamente sustraído a las leyes de la naturaleza y es dirigido por Dios al hombre como un signo de un orden de gracia» (Qu’est-ce qu’un miracle? «Gregorianum» 40, 1959, 202).

René Latourelle: «El Dios del antiguo testamento es un Dios omnipotente que crea, domina el universo y a los pueblos, escoge, salva, establece alianza. ¿Cómo, entonces, podía Jesús hacerse identificar como Dios-entre-nosotros, es decir entre los judíos de su tiempo, a no ser por medio de signos de poder?

«Nos olvidamos muchas veces de que los signos de credibilidad que atestiguan el origen divino del cristianismo, tal como constata la encíclica Qui pluribus de 1846, no existían en tiempos de Jesús: la vida de Jesús y su resurrección, el cumplimiento de las Escrituras, el testimonio de los santos y de los mártires, la actividad multisecular de la Iglesia. Para medir justamente la importancia [y la necesidad] de los milagros de Jesús hay que “situarlos” en el kairós Jesús y “situarse” en el corazón de la mentalidad judía de la época…

«Sus milagros, en este sentido, son obras de poder, pero al servicio del amor; son siempre obras del Omnipotente que exorciza, cura, resucita, pero por amor… Son manifestaciones del Amor omnipotente» (Milagros de Jesús y teología del milagro, Sígueme, Salamanca 1990, pg. 30).

 

*Ad tertium et quartum.–Es posible que Dios actúe milagros en el mundo, y que éstos sean conocidos por los hombres con certeza (Vaticano I: Denz 3034). De hecho, Cristo obró milagros, y los hizo en gran número. Ahora bien, de facto ad posse valet illatio. Dios actúa en las causas segundas, dándoles causar unos efectos que están fuera de su potencia natural. Y esta acción de Dios intramundana llega a su plenitud en el Verbo encarnado. Dice el Catecismo::

«A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que “en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2,9). Su humanidad aparece así como el “sacramento”, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad, así como e la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora» (515).

Por expresarlo de algún modo: la misma voz que dice «hágase la luz», y la luz se hizo, es la misma que dice, «Lázaro, sal fuera», y el muerto vuelve a la vida.

Los Evangelios aseguran con frecuencia que Jesús hizo «muchos milagros» (cf. Catecismo 547). Por eso, limitarse a decir que «sería falso deducir de esta tesis que no hay absolutamente acción alguna milagrosa de Jesús con garantía histórica» (Kasper, 152) es una concesión falsa por insuficiente; es oportunismo cauteloso, que contradice los Evangelios y niega su historicidad.

Vaticano I: «Si alguno dijere que no puede darse ningún milagro y que, por tanto, todas las narraciones sobre ellos, aun las contenidas en la Sagrada Escritura, hay que relegarlas entre las fábulas o mitos, o que los milagros no pueden nunca ser conocidos con certeza… sea anatema» (Dz 3034).

 

*Ad quintum.Los milagros dan a la razón humana «motivos de credibilidad», y suscitan en ella, con la ayuda de la gracia, la fe. Así lo creyeron los Apóstoles desde el principio:

«Varones israelitas… Jesús de Nazaret, ese hombre al que Dios ha acreditado entre vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por Él en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis» (Hch 2,2).

Y así lo ha enseñado siempre la Iglesia (Vaticano I, Dz 3009-3010; cf. Pío IX, 1846, enc. Qui pluribus, Dz 2779; Pío XII, 1950, enc. Humani generis, Dz 3876; Catecismo 156). Y ésa es la doctrina del Vaticano II:

Cristo «apoyó y confirmó su predicación con milagros para suscitar y confirmar la fe de los oyentes (ut fidem auditorum excitaret atque comprobaret), pero no para ejercer coacción sobre ellos» (Vat. II, Dignitatis humanæ 11; cf. Dei Verbum 4). «Creed en mí… Creedme al menos por las obras que hago» (Jn 14,11).

No tiene, pues, sentido afirmar que los milagros, en cuanto motivos razonables de credibilidad, serían un «atropello» para el hombre, obligándolo a la fe. Es falso, por tanto, afirmar que un milagro que altera obviamente el orden natural «fuerza» al hombre a creer. Los mismos Evangelios muestran que los hombres no se vieron «forzados» a creer en Cristo por los muchos milagros que hacía en público. El caso de Lázaro, por ejemplo:

Es verdad que «muchos que vieron lo que Jesús había hecho [al resucitar a Lázaro] creyeron en él» (Jn 11,45). Pero otros, por el contrario, fueron a contarlo a los fariseos, que se reunieron en consejo con los sacerdotes principales, y «desde aquel día tomaron la resolución de matarlo» (11,53). Es una experiencia evidente que los milagros «no fuerzan» necesariamente la fe de los hombres.

* * *

Hermanos desanimados, amargados, exacerbados, por tantos males actuales del mundo y de la Iglesia

Pongamos la oración de petición en la proa de nuestra nave espiritual. Pidamos Dios que por su gracia se haga más viva, profunda y continua nuestra fe en su Providencia infalible, llena de amor y misericordia, de manera que en todo veamos la mano de Dios, la voluntad positiva o permisiva de Cristo Rey de las naciones. Que por pura gracia el Espíritu Santo obre en nosotros el milagro de verlo todo a  la luz de la Providencia divina. «Señor, si quieres, puedes curarme» (Mt 8,1-4). «"Señor, que vea". Jesús le dijo, “Ve, tu fe te ha salvado”» (Lc 18,1-4).

Los cristianos de poca fe, que ven la actualidad del mundo y de la Iglesia como un muro negro y siniestro, duro, firme, insuperable, que solamente expresa el juego ciego de las causas segundas mundanas, no entienden nada. Están tristes, frustrados, sin esperanza, porque no captan que todo es providencial, que «todo cuanto Dios creó la conserva y lo gobierna» por Cristo, Rey del universo. No acaban de creer tampoco en los milagros. No los piden. Y no los consiguen. Cuando Jesús visitó  a sus paisanos en Nazaret, «no hizo allí muchos milagros, porque no tenían fe» (Mt 13,58).

* * *

Bendito eres, Señor. Tuyos son la grandeza y el poder, el esplendor, la majestad, porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra… En tu mano está el poder y la fuerza, tu engrandeces y confortas a todos. Por eso, Dios nuestro, nosotros de damos gracias, alabando tu nombre glorioso.

José María Iraburu, sacerdote

 

Post post. –Walter Kasper (Alemania, 1933- ), sacerdote (1957), doctor en teología por Tubinga, profesor en Münster y en Tubinga, publica numerosas obras, entre ellas Jesús der Christus (1974, 332 pgs.), que se traduce a muchas lenguas durante varios decenios (Jesús, el Cristo, Ed. Sígueme, Salamanca 2012, 13ª ed.). Obispo de Rottenburg-Stuttgar (1989), fue constituído Presidente del Consejo Pontificio de la Unidad de los Cristianos (2001-2010) y creado Cardenal (2001). Ha recibido una veintena de doctorados honoris causa.

Un curriculum vitæ tan próspero y brillante como el de este eminente eclesiástico explica, aunque sólo sea un ejemplo concreto,las muchas contradicciones inexplicables que hubo y hay entre las doctrinas del Concilio Vaticano II –por ejemplo, sobre la veracidad e historicidad de los Evangelios– y las enseñanzas que, siendo abiertamente contrarias a la doctrina católica, han logrado predominar en no pocas Iglesias locales del postConcilio, hasta ser en ellas las más comunes en la mayoría de exégetas y teólogos, párrocos y catequistas. 

 

Índice de Reforma o apostasía

Los comentarios están cerrados para esta publicación.