Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -6A

(Véanse en este blog los cinco capítulos anteriores).

Conclusión. La nueva religión

En la primera parte de este folleto he expuesto en su orden cronológico de aparición las ideas que han contribuido a la construcción del modernismo y el neomodernismo y he tratado de mostrar de dónde fueron tomadas esas ideas.

Como la síntesis hecha para San Pío X fue compuesta antes de los desarrollos que transformaron el modernismo en neomodernismo, en esta segunda parte he reunido los ingredientes en una síntesis de mi propia cosecha para que el lector, al ver las diversas ideas en combinación, pueda trazar más fácilmente los contornos de la nueva religión que de hecho es el neomodernismo. Aunque los principios de la nueva religión aún no fueron expuestos completa y sistemáticamente en libros de texto que todavía pretenden ser católicos —no hay hasta ahora un catecismo, un credo o una profesión de fe modernistas—, el neomodernismo ya es un cuerpo de creencias auto-consistente y lógicamente relacionado. Pienso que lo más parecido a una presentación sistemática es el Catecismo Común Católico-Luterano o “Libro de la Fe Cristiana", como está subtitulado. Esta nueva religión es lo que innumerables obispos y sacerdotes de todo el mundo, y casi todos los teólogos más influyentes, suponen que es la fe católica renovada por el Concilio.

Por el momento, la nueva religión vive una vida parasitaria; sus miembros, como dije antes, están dispersos a través de los cuerpos paternos más antiguos: catolicismo, ortodoxia, protestantismo; no existe aún una “iglesia” modernista identificable. Pero esta situación ciertamente no durará. Mucho de lo que ocurre bajo el nombre de ecumenismo, en oposición al ecumenismo genuino, es la reunión, no de cristianos para discutir sus desacuerdos, sino de modernistas que ya comparten las mismas creencias, y que de hecho no son cristianos en ningún sentido real. Tal es la nueva “cuarta denominación", cuyas creencias se presentan aquí y que aparecieron en una edición anterior de The Wanderer.

En la nueva religión, el primer principio no es que Dios sea glorificado y que se haga Su voluntad, sino que se debe atender a la conveniencia del hombre. La relación de la criatura con el Creador ha sido invertida. El hombre, al menos implícitamente, está primero, y Dios en segundo lugar. Dios, si todavía se cree en Él, es el esclavo de Sus propios hijos. Él respalda todo lo que el hombre hace. Hay un gran énfasis en Su amor, cuidado e interés por el hombre; no se puede decir lo mismo de Su misericordia o justicia, porque Dios no tiene derecho a ofenderse por nada de lo que el hombre hace. Él tiene el deber de cuidar al hombre, usualmente sin siquiera recibir agradecimiento. Sólo el hombre tiene derechos.

En aquellas versiones de la religión que se deslizan cada vez más cerca del ateísmo, Dios no sólo juega un papel cada vez menor, sino que es cada vez menos reconocible como Dios. De un Ser viviente, Él es reducido a una fuerza vital. En algunas versiones, Él no es un Ser que ya existe, sino un ser que está llegando a la existencia.

Aunque en todas estas versiones Él apenas cuenta, de vez en cuando Él es encontrado culpable por no haber arreglado mejor las cosas. Dios tiene la culpa. El hombre es por naturaleza agradable y bueno y siempre está en lo correcto. Por supuesto que comete errores. Pero, ¿quién puede culparlo, viendo las dificultades con las que tiene que lidiar? Si él hace el mal, las circunstancias externas son las culpables. No sólo se invierte la relación del Creador con la criatura. El pecado es vuelto patas arriba. La culpa, si la hay, está del lado de Dios; la justicia del lado del hombre.

Al principio este Dios débil puso en marcha el universo y luego más o menos lo abandonó en un estado embrionario para que se completara a sí mismo mediante la acción de accidentes limitada por la ley de la “necesidad estadística” —en otras palabras, por la selección natural. Finalmente el universo produjo, por selección natural, no a Adán y Eva, sino una generación de semi-humanos cuyos descendientes fueron transformados paso a paso en hombres verdaderos. ¿O no eran aún hombres de verdad? ¿Lo somos nosotros? La evolución aún continúa. Puedes pensar que el Hombre perfecto, Cristo, ya ha venido. Pero estás equivocado. Los hombres perfectos sólo llegarán al final de la historia cuando la evolución esté completa.

La evolución, que abarca todo lo que ocurre en la historia, lo bueno y lo malo, es la expresión del plan de Dios para el universo —si se puede considerar que Él tiene uno. No se hace distinción entre Su voluntad activa y Su voluntad permisiva. Él mira con la misma indiferencia el mal y la fealdad, la bondad y la belleza. El mal, en cualquier caso, es una parte necesaria de la evolución. La estadística lo hace inevitable. Dios es el prisionero de la estadística.

Aunque los nuevos clérigos son, en los campos que les interesan, moralistas estrictos, con sus propias nociones del bien y del mal, ellos están filosóficamente comprometidos con el principio de que “todo lo que es, está bien” —incluyendo los prejuicios raciales, las estructuras políticas injustas, el legalismo, el autoritarismo, toda la bolsa de trucos.

UN PARAÍSO SECULAR

Habiendo llegado al escenario, el hombre descubrió que tenía una tarea que realizar. Tenía que transformar el mundo: no para santificarse en el servicio de Dios y del prójimo para ser apto para una vida de eterna felicidad en el Cielo, sino para construir un paraíso secular. Al hacer esto, él estaba cooperando con la evolución. El pecado, cuando existe, es la falta de cooperación con la evolución. El pecado es malo no tanto porque sea una ofensa contra Dios sino porque daña al hombre. Defrauda al equipo —la raza humana. La carrera de obstáculos evolutiva hacia el paraíso terrestre es enlentecida.

No hubo una rebelión original de la raza humana contra Dios en la persona de su cabeza. Para aquellos que todavía reconocen el pecado como una ofensa contra Dios, el pecado original fue la pecaminosidad colectiva de los primeros hombres y mujeres a medida que evolucionaron desde el estado semi-humano; también es la “situación pecaminosa” en la que nace cada nuevo hijo.

En este sistema no hay necesidad de una segunda cabeza de la raza humana, un Redentor que por la obediencia repara el daño hecho por la primera cabeza y gana para nosotros la restauración de la vida sobrenatural de la gracia santificante. Jesucristo es un hombre; punto final. Él murió, fue sepultado y no resucitó de entre los muertos. Él era el ejemplo perfecto de lo que el hombre debería ser —un hombre en quien Dios habitó de una manera única; o un profeta como Buda o Mahoma: un revolucionario; o una figura histórica oscura cuya personalidad verdadera apenas puede ser descifrada a través del revestimiento de ficción con que la cubrieron los evangelistas.

La Iglesia llegó a existir a través de un autoengaño masivo por parte de los Apóstoles y discípulos. Esto sucedió en Pentecostés. Ellos tuvieron de repente una “experiencia” psicológica; se convencieron de que Cristo estaba vivo. Esto no significa que Él estuviera realmente vivo. Ellos estaban engañados. Pero su ilusión los transformó. Cristo ha “resucitado en sus corazones". La impresión causada por esta experiencia fue tan poderosa que ellos persuadieron a otros a compartir su sueño. Pascua y Pentecostés no estuvieron separados por cuarenta días; los eventos, o eventos imaginarios, asociados con ellos tuvieron lugar todos el mismo día.

Los apóstoles, por supuesto, podrían haber visitado la tumba para ver si sus experiencias se correspondían con los hechos. ¿El cuerpo de Nuestro Señor estaba todavía allí o no? Pero aparentemente ellos no pensaron en hacer esto, a pesar de que la tumba estaba a solo unos pocos cientos de metros de distancia. Y tampoco lo hicieron sus oyentes.

Sin embargo, lo que sucedió en Pentecostés fue obra del Espíritu Santo, aun cuando tuvo como resultado que los apóstoles esparcieran por el mundo y perpetuaran a lo largo de las edades una colección de falsedades.

A este Cristo imaginario, producto de la imaginación de los apóstoles, se lo conoce como “el Cristo de la fe", mientras que el hombre que murió y fue sepultado es llamado “el Cristo de la historia". Poco se sabe de este hombre, aunque probablemente vivió. El “Cristo de la fe", el imaginario, es el objeto de la fe y la devoción cristianas. Los cristianos adoran a un ser ficticio. Se deduce que la doctrina católica de la Misa no puede ser verdad. Un Cristo que ya no vive no puede estar presente en el altar.

Aunque la Buena Noticia de los apóstoles era falsa, ellos difundieron su enseñanza de buena fe, y los hombres fueron persuadidos por ella de llevar vidas mejores. Por tanto, la ilusión fue beneficiosa, porque produjo resultados útiles. Esta visión degradada de la religión debe parte de su popularidad al filósofo William James. Fue sostenida por los primeros modernistas, a principios del siglo [XX], quienes veían a la Iglesia católica como la educadora moral de la humanidad, aun cuando ella estaba perpetuando un mito.

MEROS DISFRACES

Aquí nos encontramos con el segundo principio de la nueva religión. La religión no se basa en hechos objetivos acerca de Dios conocidos a partir de Su creación y por la Revelación. Tiene su origen en las necesidades religiosas del hombre. Él la inventa para satisfacer sus anhelos espirituales. A medida que la historia avanza, el hombre siempre está cambiando y por lo tanto sus necesidades religiosas también cambian. Dado que es justo que él se sienta feliz y a gusto, debe desechar de su religión todo aquello que lo incomode espiritualmente y agregarle lo que lo satisfaga. Si de repente quiere disfrutar de un “bautismo del espíritu", como los pentecostales, déjalo. Si quiere abandonar la oración por los movimientos de protesta, déjalo hacer eso también. El hombre es el árbitro de la religión.

Así como los apóstoles inventaron el mito de la Resurrección, los miembros de la Iglesia primitiva, conocida como una “comunidad de fe", inventaron el resto de las creencias y prácticas cristianas para satisfacer sus necesidades religiosas. Excepto por algunos preceptos morales, estas creencias y prácticas no vinieron de Cristo. El Nuevo Testamento es en gran parte el registro de las ideas religiosas en desarrollo de la comunidad de fe; muy poco de lo que dice es verdad o registra hechos históricos. Los líderes de la Iglesia —los ancianos o presidentes de la asamblea— no eran guardianes de verdades reveladas por Dios. Ellos simplemente interpretaron y expresaron las creencias y deseos del pueblo cristiano. Sólo más tarde, a medida que se desarrollaron las necesidades religiosas del pueblo, éste llegó a considerar a sus líderes como obispos y sacerdotes.

Esta imagen de la Iglesia primitiva también es verdad aplicada a la Iglesia a lo largo de su historia. Como todo lo demás, la Iglesia está evolucionando. Habiendo pasado por varias transformaciones en el pasado, podemos esperar otras en el futuro. Estas ideas son la base de la Teología del Proceso y la Ética de la Situación, que son meramente disfraces para adaptar la fe y la moral a los tiempos.

Dios, si existe, ha revelado muy poco, ya sea a través de la Iglesia o de la Sagrada Escritura, que sea cierto y definido. El Antiguo Testamento, como el Nuevo, es visto como una colección de fábulas diseñadas para impartir algunas ideas “religiosas” imprecisas. Para muchos, su mensaje equivale a poco más que el mandato: “Sé amable con los demás".

Por otra parte, Dios continuamente nos revela nuevas verdades individualmente, a través de nuestros sentimientos internos o los eventos de la vida diaria. A esto se le llama “revelación continua". Aquí se confunden dos cosas: la Revelación pública de la verdad religiosa dada a través de la Iglesia para toda la humanidad, y las inspiraciones privadas que Dios da a los individuos para que cada uno pueda ver cómo cumplir la voluntad de Dios expresada públicamente en sus circunstancias particulares, o el tipo de iluminación sobre el significado de las cosas divinas que Él puede dar en la oración. Para los católicos, ninguna inspiración interior, por más convincente que parezca, que entre en conflicto con la voluntad expresada públicamente de Dios puede ser de Dios. A estas inspiraciones internas o ideas privadas, generalmente llamadas “intuiciones", se les da el primer lugar en la nueva religión como fuente de conocimiento y verdad religiosos.

¿Qué sucede cuando los miembros de la comunidad de fe tienen “intuiciones” contradictorias? Se reúnen en una discusión grupal en la que comparten sus experiencias y las interpretan el uno para el otro. Se espera que el resultado sea un consenso. Las “intuiciones” con el apoyo de la mayoría se convertirán en las creencias de la comunidad. Así es como se hacen la teología y el dogma. Pero si no se puede llegar a un acuerdo, nadie debe preocuparse. El existencialismo está a la mano con una máxima conveniente: “Tú haz lo tuyo y yo haré lo mío". La nueva religión exalta alternativamente al individuo o la comunidad según el fin que se persiga en un momento dado. En materia de fe, se fomenta el individualismo: cualquiera puede creer lo que quiera. Pero cuando es conveniente, se idolatra a la comunidad.

(CONTINUARÁ).

Copyright © Estate of Philip Trower 1979, 2019.

Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/church-learned/church-learned-conclusion.htm (versión del 02/04/2019).

Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.


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