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22.11.13

Aquí está el hombre (Carlos Caso-Rosendi)

Cuando Nuestro Señor colgó en la Cruz, nadie se dio cuenta que Su dolor humano comenzaba en ese momento a irradiar, como la luz del sol irradia, a todos los hombres de todas las épocas. La Cruz nos enseñó que el dolor y la muerte son nada ante el amor de Dios, que todo lo somete al poder Divino. Él nos amó primero y por habernos amado sufrió para que por sus heridas fuéramos curados.

Años después, un escritor cristiano aconsejaría a su rebaño a permanecer en el amor, esa argamasa divina que une a todas las partes de la Iglesia a través del tiempo y del espacio: “Permaneced en el amor fraterno. No os olvidéis de la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles. Acordaos de quienes sufren en prisión, como si estuvierais con ellos encarcelados, y de los maltratados, pensando que también vosotros tenéis un cuerpo.” (Hebreos 13:3)

Desde el principio de la Iglesia, el Señor ha permitido que sus seguidores sufran tal como Él sufrió. En algunos casos, a sus hijos preferidos, Jesús les regala astillas selectas de la Cruz. A mi entender, tal es el caso del Padre Gordon MacRae, un hombre de bien, un inocente, que carga ya hace muchos años una injusticia insoportable y muy difícil de comprender.

Acusado falsamente de un delito que no cometió, el Padre MacRae es uno de esos justos que han debido pagar en su cuerpo las culpas de otros pecadores, tal como lo hizo Cristo. Como todos los sacerdotes católicos, el Padre MacRae dedicó su vida a ser un alter Christus, otro Cristo en el servicio de la Iglesia. Jesús le tenía preparado un sacrificio especial que lo llevó a ser, como Cristo, acusado falsamente y condenado sin justicia ni piedad.

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