InfoCatólica / La Mirada en Perspectiva / Categoría: Sin Categorías

7.07.14

(1) De varios aspectos de la primacía de la gracia

I. Parece que Dios espera a que le abramos la puerta, y se disponga por sí sola nuestra voluntad a recibirle.

Por el contrario, el Señor, cuando quiere, no sólo no espera, sino que prepara nuestra voluntad y la cambia de mala en buena, y le da la fuerza para oírle llamar y le queramos abrir y de hecho le abramos libremente.

“Si alguno porfía que Dios espera nuestra voluntad para limpiarnos del pecado, y no confiesa que aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo, resiste al mismo Espíritu Santo que por Salomón dice: Es preparada la voluntad por el Señor [Prov. 8, 35: LXX], y al Apóstol que saludablemente predica: Dios es el que obra en nosotros el querer y el obrar, según su beneplácito [Phil. 2, 13].” (Denz 177)

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II. Parece que la ayuda de Dios no ha de ser implorada siempre, porque supuestamente hay acciones saludables que podemos realizar por nosotros mismos, con nuestras solas fuerzas ya sanadas.

Por el contrario, sin Él nada podemos hacer (Jn 15, 5). Absolutamente ninguna obra salvífica podemos realizar sin el auxilio de la gracia.

“La ayuda de Dios ha de ser implorada siempre, aun por los renacidos y sanados, para que puedan llegar a buen fin o perseverar en la buena obra.” (Denz 183)

«Que el hombre no puede nada bueno sin Dios. Muchos bienes hace Dios en el hombre, que no hace el hombre; ningún bien, empero, hace el hombre que no otorgue Dios que lo haga el hombre» (Denz 193)

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III. Parece que la gracia puede ser buscada y hallada por iniciativa del ser humano, y que por ello es el ser humano quien primero busca y halla y luego viene la gracia.

Por el contrario, es la gracia misma la que mueve al ser humano a buscarla libremente y hallarla.

“Si alguno dice que la gracia de Dios puede conferirse por invocación humana, y no que la misma gracia hace que sea invocado por nosotros, contradice al profeta Isaías o al Apóstol, que dice lo mismo: He sido encontrado por los que no me buscaban; manifiestamente aparecí a quienes por mí no preguntaban [Rom. 10, 20; cf. Is. 65, l].” (Denz 176)

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4.07.14

Prefacio

I. Mirar a Cristo. Buscar su Rostro. Contemplar su Hermosura. Esta es la doble perspectiva: mirar a Cristo, mirar desde Cristo. Mirada totalizante capacitada por la gracia, que la prepara y libera, y la mantiene libre y eficaz, como quiere la Escritura: “Fija la mirada en el iniciador  y consumador de nuestra fe, en Jesús” (Hebreos 12, 2).

II. Joseph Ratzinger titula “Mirar a Cristo” su bello libro sobre las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad. En la meditación sobre la fe, 4,  escribe: “la fe cristiana es, en su esencia, participación en la visión de Jesús, mediada por su Palabra, que es la expresión auténtica de su visión. La visión de Jesús es el punto de referencia de nuestra fe, su anclaje más concreto”.  El mirar cristiano es ante todo un ejercicio profundamente realista, de carácter teologal, perfeccionado por los dones del Espíritu Santo. El pensamiento queda vitalizado por la gracia, la razón es liberada e iluminada por la fe, la conciencia fortalecida y clarificada.

III. Desde el centro del universo y de la historia, que es Cristo, se contemplan las cosas de la manera debida. El Espíritu Santo opera en nosotros para que nuestros ojos se abran libremente. “El amor de Dios además hace ver, abre los ojos, permite conocer toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del individualismo y del subjetivismo que desorientan las conciencias.”, enseña Benedicto XVI en su audiencia del 21 de noviembre de 2012. Pero quien ve, no se vanaglorie, pues no sólo hemos recibido lo que se ve, sino también el hecho de poder verlo (Ut qui vident non sic glorietur quasi acceperit non solum id quod vident sed etiam ut videat ) (San Agustín, Conf. VII, 21,27). Si no hubiéramos sido primero mirados por Cristo, no podríamos ver, estaríamos ciegos. No nos vanagloriemos, porque, ¿qué tenemos que no hayamos recibido? (1 Corintios 4, 7) La belleza de Cristo es esplendorosa, como su Iglesia. Y recibimos el contemplarla, y el querer y poder hacerlo libremente. Como si todo lo viéramos con Sus ojos  (omnia quasi oculo Dei intuemur) , diría el Angélico.

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2.07.14

Que un Centro no debe substituirse por otro que no lo es

Teologías de la suplantación. El ser humano no es el centro del universo ni de la Historia. Christus est centrum universi et historiae.

Pero si el centro, que es el Verbo Encarnado, es suplantado por el hombre, se produce una impostura radical, que

afecta a todo:

ya no se entiende

ni el universo ni la historia, ni la cultura, ni el arte, ni la ciencia misma,

y como consecuencia el ser humano pasa de tener la misión de custodiar la creación y la historia, ~~a ser su verdugo. El Centro no debe substituirse por otro, porque el siervo no es nunca más que su Señor.

¿Qué pensamos, entonces, de toda filosofía o teología que suplanta el centro, que es Cristo, por otro centro, el ser humano?

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