20.07.14

(4) Suposiciones y sospechas

Numerosas teologías heterodoxas están dominadas por una filosofía de corte nominalista, que rompen la armonía fe y razón y preparan el terreno para el ataque a las esencias propio del postmodernismo teológico. A continuación, os presento algunas observaciones sueltas y asistemáticas sobre el Nominalismo, aunque sin centrarme en su mente pensante, que es Guillermo de Ockham. (-Néstor Martínez, por cierto, tiene publicado aquí en Infocatólica un estupendo articulo sobre el Nominalismo, que os recomiendo por su claridad y precisión.)

1. En 1339 el Nominalismo era prohibido en París, y poco después condenado. Aun así, se difunde rápidamente por toda Europa su vía moderna, y va sembrando la mala semilla de un árbol que perdurará hasta hoy en diferentes filosofías y teologías heterodoxas, deconstructivas, empíricas e inmanentistas, que niegan la realidad de lo común y universal. Detrás de todo ataque filosófico-teológico a la Ley Natural; detrás de toda devaluación o relativización de la razón natural; detrás de toda disonancia entre la fe y la razón; detrás de todo intento de disolver la metafísica, hay un virus nominalista o derivado de él. Son frutos de la gran sospecha de la nada tras nuestros términos universales: el principio de individuación es considerado un sin sentido; lo común, la semejanza, son reducidos a ficciones mentales, programaciones de la mente.

1.1. Tras el tremendo ataque a las esencias, propio de este momento de la historia contemporánea, ¿qué se esconde, sino la sospecha nihilista, la suposición de no haber nada tras algo llamado Ley Natural? Un individualismo feroz se esconde tras este ataque a lo universal-objetivo.

1.2. No es tarea vana diagnosticar el virus terminista y su amenaza. Vayamos a los orígenes, para conocer la causa de muchos males que nos han aquejado a los católicos durante demasiado tiempo.

2. Con el Nominalismo, la sentencia de Pedro Lombardoen materia de fe, se cree a los pescadores y no a los dialécticos”, queda invertida. Comienza el giro antropocéntrico. A partir de entonces, muchos prefieren, en materia de fe, confiar más en la Dialéctica que en la autoridad apostólica.

3. Una incipiente embestida nominalista vino de la mano de Roscelino. Para San Anselmo, Roscelino es un dialéctico, para el que las sustancias universales son solamente un soplo de voz (flatus vocis).

3.1. San Anselmo culpa al nominalismo de Roscelino el que éste se haya obstinado en su herejía sobre la Trinidad.

3.2. Impresiona la clarividencia de este santo. Así explica el mal en que han caído los terministas: “En sus almas, la razón, que debe ser la parte dominante y juzgadora de todo lo que hay en el hombre, está de tal modo sumergida en las imaginaciones corporales, que no saben librar al alma de ellas, y permanecen incapacitados para discernirla, mientras que en cambio se deberían servir de ella “ (De fide Trin. 2) Y concluye.- “quien no entiende que el hombre no es el individuo mismo, de ninguna manera entenderá por hombre la naturaleza humana” (ibid)

4. Durand de San Porciano (c. 1270-1334) ) fue llamado por sus seguidores, muy significativamente, Doctor Modernus. Reduce lo universal a lo meramente individual (“Comentario a las Sentencias”, II y IV) y califica lo común como indeterminado, frente a lo individual, que es determinado. Se opone a toda autoridad en filosofía, por lo que renuncia al papel iluminador de la fe, sobrevalorando la experiencia y negando toda distinción entre lo sensible y lo inteligible. Hawkins lo llama el Locke medieval.

5. Para Pedro Aureolo (c. 1280/ 1322) el universal no tiene la menor realidad externa, sólo recopila semejanzas. Únicamente se conoce la apariencia o lo accidental, pero no la esencia. Anticipa a Kant, elaborando una distinción que recuerda al fenómeno y al noúmeno.

5.1. Su postura será radicalizada por Pedro de Ailly, (c.1350-1420), obispo de Cambrai, que expone una visión del mundo que recuerda a la película Matrix, de la que podía haber sido guionista. Afirma en su “Comentario a las Sentencias” III, q1, a2, que no podemos estar ciertos ni aun de la existencia de un mundo exterior a nosotros. Dios podría haber destruido todas las cosas externas, y haber conservado tan sólo nuestras percepciones, de modo que lo que vemos y sentimos sólo puede suponerse, sospechando la inexistencia de lo exterior. La razón natural, por tanto, no puede asegurar nada, ni siquiera la existencia de Dios.

6. El “Liber calculationum” de Ricardo Suiseth, (n.c. 1340, 1354) afirma que los sofismas surgen por culpa de la noción de infinito. De esta obra se desprende un nuevo concepto de la forma como mera magnitud. Se inicia la cuantificación del misterio.

6.1. La noción de lo infinito se comienza a matematizar, reduciendo lo suprainteligible a lo cuantitativo. La fascinación por la velocidad, el vértigo ante cantidades infinitas, se descubre en tratados como el “Tractatus de proportionibus”, de Tomás Bradwardine (c. 1290-1349), que preludia el mecanicismo determinista de la Ilustración, presagiando el hombre máquina.

7. Con la vía moderna de análisis se declaran como irresolubles un gran número de cuestiones metafísicas y teológicas. Todo el empeño monumental que la Escolástica sostiene para armonizar fe y razón queda disuelto en juegos de palabras y resolución de sofismas, sobre el cimiento de arena de un empirismo feroz, de corte superindividualista y voluntarista, que prepara el terreno para el semipelagianismo.

8. La Dialéctica, a partir del s XIII, comienza decididamente a devorar a la lógica. La suposición introduce los términos de la sospecha. En la lógica ockhamista, es la propiedad por la cual un término se puede poner en lugar de otro término para suponerlo –y de paso sospechar de la realidad que queda supuesta. O, como dice el propio Ockham (c. 1285-1349): “·la suposición es, casi, la posición de otro por algo, en lugar de algo”, de forma que el término supone, o está en lugar de. Pero este estar en lugar de es sólo una su-posición, un suponer, como si el propio término confesara: “sospecho que detrás de mí no hay nada. Es probable que no hay nada”. Esta es su oculta intención. ¡Sembrar la duda!

8.1. La suposición (suppositio) nominalista convierte la razón en dialéctica, e introduce la sospecha en el lenguaje de la razón, convierte el conocimiento natural de las esencias en mera conjetura, en un mero castillo de naipes, que hace problemática la sana doctrina y el conocimiento recto. ¿Será posible -sospecha- que detrás de los universales no haya nada universal? A lo sumo, un sofisma matemático cuantificable.

8.2. La Dialéctica es la lógica de la sospecha. ¡Esto suena muy actual! El cisterciense nominalista Juan de Mirecourt (m.c. 1345) (del que fueron condenadas en 1347 cuarenta proposiciones de su “Comentario a las Sentencias”) posee un escepticismo que anticipa el desencanto moderno; considera que hay dos formas de apreciar las consecuencias de la fe: la del creyente, y la del dialéctico.

8.3. A finales de ese mismo año de 1347, son condenadas tesis de otro nominalista, Nicolás de Autrecourt, (c.1300-1350) otro escéptico que anuncia la Modernidad; aun sin ser ockhamista, es más radical que él en su camino de escepticismo; enseña que la potencia divina puede causar apariencias sin substancia. O, como diría Abelardo, lo que la proposición dice es una nada.

8.4. La suposición en definitiva conduce a razonamientos efímeros, sin término medio, inmediatos, sin sustento en realidades permanentes, objetivas y universales. Sólo un cálculo mental.

9. El terminismo dialéctico se difundió por Alemania de la mano de Gabriel Biel (1418-1495). Lutero fue guiado hacia el nominalismo por los escritos de este autor. Parece haber aprendido en él la desconfianza radical en la razón, que conduce al fideísmo, y al creo porque es absurdo.

10. Los términos, pues, son reducidos a meros signos que fingen, suponen una realidad de la que no podemos estar ciertos. El terminismo desconecta la teología del conocimiento natural de Dios, y convierte en sofisma la ortodoxia. La desconfianza en el poder de la razón se extiende masivamente, abriendo la puerta al subjetivismo, al empirismo, al relativismo, al individualismo antropocéntrico.

10.1. Para la lógica terminista, en definitiva, las palabras no indican formas sustanciales, ni estructuras ontológicas, ni el orden objetivo del mundo, sino objetos experienciales cuantificables. La catequesis queda convertida en experiencia subjetiva y la metafísica en juegos de lenguaje. Las verdades dogmáticas son volatilizadas. Y cada vez cuesta más permanecer en la sana doctrina.

10.2. Por obra de la Dialéctica terminista se ha oscurecido el sentido común. Se extienden las teologías que se plantean si lo que tienen en común un individuo y otro y otro, existe en la realidad, y si hay un fin real al que aspira la naturaleza humana. Si malpensamos de la existencia de lo común, como se ha hecho frecuente en los últimos tiempos, y suponemos que no existe algo llamado Ley Natural, todo cuanto se desprende lógicamente de la aceptación racional de su existencia se convierte en mera conjetura, y, ¿quién fundamenta su vida en soplos de voz?

¡Hay que volver a Tomás!

15.07.14

(3) De algunas observaciones sobre el misterioso Pulchrum, I.

A continuación, os propongo algunos puntos de reflexión sobre lo bello, el misterioso transcendental pulchrum.

1. Decía Benedicto XVI en la audiencia del 31 de agosto de 2011, que “el arte es capaz de expresar y hacer visible la necesidad del hombre de ir más allá de lo que se ve, manifiesta la sed y la búsqueda de infinito. Más aún, es como una puerta abierta hacia el infinito, hacia una belleza y una verdad que van más allá de lo cotidiano. Una obra de arte puede abrir los ojos de la mente y del corazón, impulsándonos hacia lo alto.”

2. Respecto a lo bello, también consideramos la primacía del ser, del conocer, y de la gracia. Por esta razón, en la Vía Pulchritudinis existen caminos transitables, donde ha de reinar la gratuidad del pulchrum, y otros no transitables, bloqueados por el mero utilitarismo funcional sin belleza. Tampoco olvidemos nunca que el sentire cum Ecclesia tiene sentido también en lo referente al arte.

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8.07.14

(2) En que se dan varios Avisos de vida espiritual, para centrarse en Cristo, I

I. Muévete por el mundo como el Hijo del Hombre se movía por el mundo.

II. Esa sensación de grandes maravillas que prevalece a veces en el ánimo después de orar.

III. El cristiano ha de aprender del Niño Dios el arte de recibir regalos.

IV. No quieras ser el protagonista principal de tu vida cristiana.

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7.07.14

(1) De varios aspectos de la primacía de la gracia

I. Parece que Dios espera a que le abramos la puerta, y se disponga por sí sola nuestra voluntad a recibirle.

Por el contrario, el Señor, cuando quiere, no sólo no espera, sino que prepara nuestra voluntad y la cambia de mala en buena, y le da la fuerza para oírle llamar y le queramos abrir y de hecho le abramos libremente.

“Si alguno porfía que Dios espera nuestra voluntad para limpiarnos del pecado, y no confiesa que aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo, resiste al mismo Espíritu Santo que por Salomón dice: Es preparada la voluntad por el Señor [Prov. 8, 35: LXX], y al Apóstol que saludablemente predica: Dios es el que obra en nosotros el querer y el obrar, según su beneplácito [Phil. 2, 13].” (Denz 177)

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II. Parece que la ayuda de Dios no ha de ser implorada siempre, porque supuestamente hay acciones saludables que podemos realizar por nosotros mismos, con nuestras solas fuerzas ya sanadas.

Por el contrario, sin Él nada podemos hacer (Jn 15, 5). Absolutamente ninguna obra salvífica podemos realizar sin el auxilio de la gracia.

“La ayuda de Dios ha de ser implorada siempre, aun por los renacidos y sanados, para que puedan llegar a buen fin o perseverar en la buena obra.” (Denz 183)

«Que el hombre no puede nada bueno sin Dios. Muchos bienes hace Dios en el hombre, que no hace el hombre; ningún bien, empero, hace el hombre que no otorgue Dios que lo haga el hombre» (Denz 193)

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III. Parece que la gracia puede ser buscada y hallada por iniciativa del ser humano, y que por ello es el ser humano quien primero busca y halla y luego viene la gracia.

Por el contrario, es la gracia misma la que mueve al ser humano a buscarla libremente y hallarla.

“Si alguno dice que la gracia de Dios puede conferirse por invocación humana, y no que la misma gracia hace que sea invocado por nosotros, contradice al profeta Isaías o al Apóstol, que dice lo mismo: He sido encontrado por los que no me buscaban; manifiestamente aparecí a quienes por mí no preguntaban [Rom. 10, 20; cf. Is. 65, l].” (Denz 176)

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4.07.14

Prefacio

I. Mirar a Cristo. Buscar su Rostro. Contemplar su Hermosura. Esta es la doble perspectiva: mirar a Cristo, mirar desde Cristo. Mirada totalizante capacitada por la gracia, que la prepara y libera, y la mantiene libre y eficaz, como quiere la Escritura: “Fija la mirada en el iniciador  y consumador de nuestra fe, en Jesús” (Hebreos 12, 2).

II. Joseph Ratzinger titula “Mirar a Cristo” su bello libro sobre las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad. En la meditación sobre la fe, 4,  escribe: “la fe cristiana es, en su esencia, participación en la visión de Jesús, mediada por su Palabra, que es la expresión auténtica de su visión. La visión de Jesús es el punto de referencia de nuestra fe, su anclaje más concreto”.  El mirar cristiano es ante todo un ejercicio profundamente realista, de carácter teologal, perfeccionado por los dones del Espíritu Santo. El pensamiento queda vitalizado por la gracia, la razón es liberada e iluminada por la fe, la conciencia fortalecida y clarificada.

III. Desde el centro del universo y de la historia, que es Cristo, se contemplan las cosas de la manera debida. El Espíritu Santo opera en nosotros para que nuestros ojos se abran libremente. “El amor de Dios además hace ver, abre los ojos, permite conocer toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del individualismo y del subjetivismo que desorientan las conciencias.”, enseña Benedicto XVI en su audiencia del 21 de noviembre de 2012. Pero quien ve, no se vanaglorie, pues no sólo hemos recibido lo que se ve, sino también el hecho de poder verlo (Ut qui vident non sic glorietur quasi acceperit non solum id quod vident sed etiam ut videat ) (San Agustín, Conf. VII, 21,27). Si no hubiéramos sido primero mirados por Cristo, no podríamos ver, estaríamos ciegos. No nos vanagloriemos, porque, ¿qué tenemos que no hayamos recibido? (1 Corintios 4, 7) La belleza de Cristo es esplendorosa, como su Iglesia. Y recibimos el contemplarla, y el querer y poder hacerlo libremente. Como si todo lo viéramos con Sus ojos  (omnia quasi oculo Dei intuemur) , diría el Angélico.

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