(251) Contra el intenso subjetivismo que nos rodea
«¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?» (1 Cor 4, 7)
1.- El intenso y exigente subjetivismo que nos rodea hace difícil cualquier apelación a la realidad de las cosas. Hace difícil la gratitud. Hace difícil la relación de los hijos con los padres, de los educandos con los profesores, de la Iglesia discente con la Iglesia docente, del hombre occidental con el orden clásico heredado de griegos y romanos, corregido y completado por la Iglesia. Hace difícil todo, y sobre todo ser católico, porque ser católico y ser subjetivista es incompatible.
2.- Modernidad, edad contemporánea, posmodernidad (o mejor dicho tardomodernidad), son épocas de subjetivismo moderno. Pero no de cualquiera, sino de un subjetivismo que podemos denominar pretensionista o acreedor, que es indivisible e inaprovechable en esencia.
Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Somos deudores del Señor, siempre, porque sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5), y porque «De Dios es vuestro querer y vuestro obrar» (Fil 2, 13). La visión cristiana de las cosas no es acreedora, sino deudora: de Dios, de la realidad, de las esencias, del ser, de la gracia de la justificación, de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, visible y militante. Deudora ante todo y sobre todo de la Santa Eucaristía, de la Comunión de los Santos, de la Sangre de Cristo y de la sangre de los cristianos.
La visión tradicional del mundo no es otra: todo lo hemos recibido de Dios, luego somos deudores suyos, tanto en el orden natural como en el sobrenatural. Por eso explica Santo Tomás que
«El hombre es constituido deudor, a diferentes títulos, respecto de otras personas, según los diferentes grados de perfección que éstas posean y los diferentes beneficios que de ellas haya recibido.[…] Así, pues, después de a Dios, el hombre les es deudor, sobre todo, a sus padres y a su patria» (S. Th., II-II, 101, 1)
No olvidemos hoy día, en estos tiempos de revisionismo y nuevo paradigma, que la teología moral católica parte también de esta visión deudora de la ley moral. Así fue confirmada y recogida en 1993 por San Juan Pablo II en ese importantísimo documento docente que es Veritatis splendor. Hay que reivindicarlo constantemente.
Alonso Gracián
Alonso Gracián Casado y padre de tres hijas. Diplomado en Magisterio y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Le apasiona la pintura y la polifonía, y todo lo que es bello y eleva.
Tiene la curiosa costumbre de releer a Tolkien y a Bloy cada cierto tiempo. Sabe que sin Cristo todo es triste, feo y aburrido hasta la muerte, y que nosotros sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5), salvo meter la pata. Por eso cree no perder el tiempo escribiendo diariamente algunas líneas en la red, con esta sola perspectiva: contemplar a Cristo como centro del universo y de la historia.
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