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17.08.14

(13) De botánicas, desiertos y el bosque de Lórien

1 Parece que habitan los demonios donde no hay botánicas, en el puro desierto exterior o interior, en la nada artificial, o en las grandes colinas de hormigón y las moradas artificiales de hierro y plástico, donde el desierto técnico castiga al alma con su presencia asfixiante y su antropocentrismo electrónico.

La presencia armoniosa de plantas, árboles y flores nos tranquiliza, hace amable y habitable el Mundo Caído. Lo vegetal parece el estrato de la Creación donde en menor medida ha penetrado el mal por el pecado. Allá donde avanza la consciencia, parece que proliferan los efectos de la Caída.

Resulta un hecho muy curioso y notable que una de las catorce proposiciones erróneas de Pedro Abelardo, que Guillermo, abad de Saint-Thierry, remitió a san Bernardo de Claraval, y que éste resaltó en carta al papa Inocencio II, fuera esta:

“Art.5: Las tentaciones demoníacas se generan en nosotros por contacto con las piedras y las plantas, en las que actúan los espíritus malignos para excitar nuestras pasiones.”

2 Pululan los demonios donde no hay árboles ni plantas, atraídos por el vacío como las moscas a la miel. Con razón la naturaleza tiene horror al vacío. Empeño diabólico es que no florezca ni arraigue nada. Moran a gusto en las soledades del desierto, como pensaban los antiguos, para tentar y  especializarse en tentar.

San Juan Pablo II, en la Audiencia del sábado 21 de julio de 1990, dice que

“3 Jesús es conducido al desierto con el fin de afrontar las tentaciones de Satanás y para que pueda tener, a la vez, un contacto más libre e íntimo con el Padre. Aquí conviene tener presente que los evangelistas suelen presentarnos el desierto como el lugar donde reside Satanás: baste recordar el pasaje de Lucas sobre el “espíritu inmundo” que “cuando sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo…” (Lc 11, 24); y en el pasaje que nos narra el episodio del endemoniado de Gerasa que “era empujado por el demonio al desierto” (Lc 8, 29).

“En el caso de las tentaciones de Jesús, el ir al desierto es obra del Espíritu Santo, y ante todo significa el inicio de una demostración ―se podría decir, incluso, de una nueva toma de conciencia― de la lucha que deberá mantener hasta el final de su vida contra Satanás, artífice del pecado. Venciendo sus tentaciones, manifiesta su propio poder salvífico sobre el pecado y la llegada del reino de Dios, como dirá un día: “Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt 12, 28).”

4 En la literatura, el desierto es enemigo y su paisaje es campo de heroísmo. Frodo sufre la opresión del camino tenebroso hacia Mordor, en que la aridez aumenta y con ella sus tentaciones, que llegan a oprimirle tanto que no puede caminar sin la ayuda de su amigo Sam, un Mediano Cirineo.

Antes, en ese paraíso edénico y vegetal que es Lórien, donde parece no haber penetrado el desorden  originado por la Caída, reponen fuerzas y descansan.

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