(197) La Guerra Antimodernista, -1: Primera Batalla y pastoral del armisticio

En este post se habla de batallas doctrinales, de un combate viril y sobrenatural contra ideas nocivas y contra su inspirador, el príncipe de la mentira. Batallas que son parte de una guerra cuya esencia enseña Gaudium et spes (7-XII-1965), 37:

«A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo.»

Este conflicto original se concreta, durante la historia de la salvación, en guerras parciales contra los enemigos que recluta el maligno

En este post trataremos de la primera de estas batallas y de un fallido armisticio que, con la mejor intención, no pudo consumar la derrota del enemigo.

No se lucha, pues, contra personas, sino contra el príncipe de este mundo y su mente perversa, que quiere destruir el reino de Cristo, utilizando nombres, ideas, instituciones, teologías y filosofías de conformación al siglo, su siglo.

 

COMENCEMOS

La Carta encíclica Pascendi, sobre las doctrinas de los modernistas, fue dada por San Pío X, el 8 de septiembre de 1907. Comienza reconociendo que:

«No ha existido época alguna en la que no haya sido necesaria a la grey cristiana esa vigilancia de su Pastor supremo; porque jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, “hombres de lenguaje perverso” (Hch 20,30), “decidores de novedades y seductores” (Tit 1,10), “sujetos al error y que arrastran al error"(2 Tim 3,13)»

A continuación, constata la actualidad de este hecho:

«1. Pero es preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, en modo extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera posible, el reino de Jesucristo. Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados.»

 

Guardar silencio ya no es decoroso, dice. 

Esta carta encíclica, en nuestra opinión, es un hito, porque 1º) reconoce que existe un enemigo, 2º) que ese enemigo está dentro de la ciudadela y quiere «destruir totalmente» el reino de Jesucristo (la Iglesia); y 3º) que no hacer nada (“guardar silencio”) es indecoroso.

Es por tanto una declaración de guerra defensiva. Resulta notorio el reconocimiento de la fuerza de la palabra, vital en el cristianismo; palabra que es, considerada aquí según la perspectiva tradicional, como un arma contra el error.

Es el comienzo de la Primera Batalla Modernista. En líneas generales, fue una batalla bien librada, con momentos gloriosos, como la Humani generis (12-VIII-1950) de Pío XII, sobre las falsas opiniones contra los fundamentos de la doctrina católica.

 

—Demos ahora un salto en el tiempo, y vayamos al Discurso de apertura del Concilio Vaticano II. En él, otro santo, San Juan XXIII, se dirige no a los miembros de la Iglesia, sino a todos los hombres, a la humanidad entera; y no para alertarles contra el enemigo interno de la Iglesia, sino contra las desviaciones en general de la propia época en que viven:

«El gesto del más reciente y humilde sucesor de San Pedro, que os habla, al convocar esta solemnísima asamblea, se ha propuesto afirmar, una vez más, la continuidad del Magisterio Eclesiástico, para presentarlo en forma excepcional a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias y las circunstancias de la edad contemporánea.»

No se menciona la lucha contra el modernismo eclesial, recién combatido por grandes Papas. Se centra únicamente en el problema planteado por el cristianismo al mundo:

«El gran problema planteado al mundo, desde hace casi dos mil años, subsiste inmutable. Cristo, radiante siempre en el centro de la historia y de la vida; los hombres, o están con El y con su Iglesia, y en tal caso gozan de la luz, de la bondad, del orden y de la paz, o bien están sin El o contra El, y deliberadamente contra su Iglesia: se tornan motivos de confusión, causando asperezas en las relaciones humanas, y persistentes peligros de guerras fratricidas.»

Se entiende que es el mundo el que debe responder a la encrucijada, o con Cristo o contra Él. Se da a entender que quien es de Cristo no puede ser del mundo, conforme a la doctrina tradicional. Pero se considera conveniente, pastoralmente hablando, omitir que aparte del problema planteado al mundo, existe otro enemigo que no es el mundo, sino un enemigo interior, que está dentro de la Iglesia misma, y contra el que hacía muy pocos años antes se estaba luchando, porque pretendía destruir por completo el reino de Jesucristo. 

¿Qué ha pasado? ¿Acaso había desaparecido el peligro del modernismo cuando San Juan XXIII pronunció el Discurso inaugural del Concilio? La estrategia, pues, no era enfrentar el enemigo interior, que quería destruir el propio reino, sino ir en busca del enemigo declarado, es decir, el mundo, pero no para combatirlo sino para atraerlo amistosa y positivamente. Este enfoque del problema contrasta fortísimamente con el de la Pascendi, que adviertía claramente, encarando la amenaza:

«hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados»

 

Seguidamente, San Juan XXIII da muestras de sobreoptimismo. Contempla felizmente la situación de la Iglesia:

«Hay, además, otro argumento, venerables hermanos, que conviene confiar a vuestra consideración. Para aumentar, pues, más aún Nuestro santo gozo, queremos proponer —ante esta gran asamblea— el consolador examen de las felices circunstancias en que comienza el Concilio Ecuménico.»

Todo va realmente bien, a pesar, dice, de la existencia de profetas de calamidades, que realizan un diagnóstico sombrío de la situación actual: «Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente.»

El Pontífice considera pastoralmente oportuno manifestar cierto exceso de positividad, contemplando en el mundo un nuevo orden de relaciones. Y aunque el mundo contemporáneo se exceda en sus preocupaciones económico-políticas y desatienda lo espiritual, lo cual el Pontífice desaprueba, aun así, dice, la época moderna es favorabilísima a la Iglesia:

«no se puede negar que estas nuevas condiciones de la vida moderna tienen siquiera la ventaja de haber hecho desaparecer todos aquellos innumerables obstáculos, con que en otros tiempos los hijos del mundo impedían la libre acción de la Iglesia.»

 

Casi dándose cuenta del exceso de optimismo, confiesa sin embargo el «muy vivo dolor que experimentamos por la ausencia, aquí y en este momento, de tantos Pastores de almas para Nos queridísimos, porque sufren prisión por su fidelidad a Cristo o se hallan impedidos por otros obstáculos». Pero esta confesión, aclara, no se produce «sin una gran esperanza y un gran consuelo». 

A continuación hace una declaración de intenciones muy interesante, en línea con la perspectiva tradicional:

«El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz.»

Gran cosa es custodiar (defender) y enseñar el Depósito. Y gran cosa, en nuestra opinión, es entender este depósito como DOCTRINA. A este deseo tan apropiado, sigue otra desconcertante manifestación de sobreoptimismo. Que es principalmente una declaración de paz, bienintencionada pero desgraciadamente unilateral. Reconoce que existen errores peligrosos, pero confía tanto en el hombre contemporáneo, que le cree capaz de condenarlos por sí solo, sin que la iglesia tenga que hacerlo: 

«Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas. No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, la excesiva confianza en los progresos de la técnica, el bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida. Cada día se convencen más de que la dignidad de la persona humana, así como su perfección y las consiguientes obligaciones, es asunto de suma importancia. Lo que mayor importancia tiene es la experiencia, que les ha enseñado cómo la violencia causada a otros, el poder de las armas y el predominio político de nada sirven para una feliz solución de los graves problemas que les afligen.»

 

El Discurso, por tanto, reconoce que hay errores peligrosos, pero no considera necesario combatirlos, porque el hombre contemporáneo, dice, es capaz por sí solo de reconocerlos y rechazarlos. Se sobrentiende que también es capaz de condenar por sí solo los errores del modernismo, y por ello no es necesario combatirlos.

Esta pastoral de no enfrentamiento, que he llamado pastoral de armisticio, supuso una bajada bienintencionada de defensas. El sistema defensivo de la Iglesia quedó en parte deshabilitado. El enemigo, en cambio, seguía armándose, ganando terreno, instituciones docentes, innumerables parroquias, iglesias locales, siempre dispuesto a combatir desde dentro. Pero en el interior de la Ciudad de Dios se habían guardado las armas, ignorando al enemigo interior, y confiando en la buena voluntad del mundo.

Mundo y modernismo eran, pues, los dos enemigos de la Iglesia. Uno exterior y otro interior. Del primero se avisó de sus desviaciones, pero se contempló con sobreoptimismo. El segundo se ignoró, confiando en que con la evangelización del enemigo exterior, el enemigo interior quedaría abatido, como efecto colateral.

 

RESUMIENDO

La carta encíclica Pascendi marca el comienzo de la Primera Batalla doctrinal contra el modernismo. El Discurso inaugural del Concilio lo interpreto como fin de este primer enfrentamiento institucional, como armisticio pastoral, firma de paz con el expansivo enemigo interior. La Iglesia, de esta manera, desvió su mirada del enemigo interno, para ir a buscar amistosamente al enemigo externo (a pesar de sus problemas y desviaciones), con la esperanza de atraerlo al Depósito. Esta esperanza se pretende fundamentar en la presunta capacidad que tienen los hombres de esta época de condenar el error, capacidad que hace supuestamente innecesaria la condena por parte de la Iglesia. De aquí procede la desistencia de la autoridad.

Este armisticio con el modernismo, sobredimensionado por la opinión publica eclesial, duraría todo el posconcilio. Como consecuencia, se produjo un clima generalizado de herejía y abusos litúrgicos y doctrinales. Por contra, el magisterio de los Papas sobreabundó en textos luminosos y tradicionales, como la Humanae vitae o la gran Veritatis splendor, que clamaron contra estos errores. San Juan Pablo II y Benedicto XVI lo mantuvieron doctrinalmente contenido. Pero el enemigo, por la desistencia pacifista de la autoridad, se hizo fuerte y aumentó su contingente, hasta el momento presente. En la actualidad, el conflicto parece inevitable y las posiciones se perfilan con precisión: los tradicionales están dispuestos a defender el Depósito de toda agresión modernista.

La pastoral del armisticio, en cuanto desistencia general de la autoridad, —tan prolongada en el tiempo que se ha convertido en un mal hábito institucional—, no resultó lo beneficiosa que se esperaba, sino todo lo contrario. Como efecto no deseado, nos hallamos inmersos, de pleno, en una crisis generalizada. Considero la publicación de la exhortación Amoris lӕtitia el detonante de lo que denomino Segunda Batalla Modernista, de características y génesis muy diferente a la primera. Es en la que estamos inmersos.

 

 

 

13 comentarios

  
Luis Fernando
A mí me gusta llamar a las cosas por su nombre. No era sobreoptimismo. Era pelagianismo burdo, necio. Abono para todo tipo de herejías.
19/07/17 11:27 PM
  
Daniel
Alonso, a la "pastoral del armisticio", que evidencias se sobrepone otra dinámica eclesial muy fuerte en la actualidad, teledirigida desde la revista jesuita de Spadaro y los medios afines que todos conocemos, próximos al Vaticano. Esta nueva dinámica pseudopacifista podría denominarse "DICTADURA DEL AMALGAMIENTO".

Es curiosa la manipulación. El arzobispo Paglia propone y camufla esta estrategia bajo la denominación de ecumenismo "cultural". Spadaro trata de desacreditar las convicciones religiosas de los americanos porque se unen en "ecumenismo cultural" católicos y evangélicos para luchar por valores comunes. Esto, dice él es un ecumenismo del odio...
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A.G.:
Interesante eso del amalgamiento.

Pretenden dejar claro a qué bando pertenecen... no precisamente al resto tradicional.
20/07/17 12:10 AM
  
Juan Andrés
Bueno, hay relación entre los fines previstos por Juan XXIII, y su fundamento "optimista", y la nota del portal respecto a los dichos de Paglia sobre que los valores cristianos no necesitan ser defendidos porque «se defienden solos». Y así estamos hoy, luego de tantos años.
20/07/17 1:26 AM
  
hornero (Argentina)
Del ataque enemigo no hay duda, de la respuesta que están dando cardenales, obispos, sacerdotes y laicos, tampoco cabe dudar. Y aumenta día a día. Pero, es bueno tener en cuenta que hay una tercera y magna fuerza que actúa, la Virgen, con sus intervenciones extraordinarias.Para tener una visión completa de la realidad actual, no podemos prescindir de esta Misión encomendada a María por Su Hijo. Porque, nos dice la Virgen, se trata de una batalla definitiva y decisiva, en la que el demonio será vencido de modo total. Batalla a la que se nos convoca a participar como partes necesarias al plan estratégico de Dios. "Yo lo venceré, ya he comenzado a vencerlo. A Mi lado estarán los humildes del Señor".
20/07/17 1:31 AM
  
DylanBob
Muchachos un Santo se puede equivocar tanto?. Veamos esa época sin Internet, sin las comunicaciones que tenemos hoy. Veamos el contexto. Porque sino San Juan XXIII fue aliado del enemigo y algo no me cierra. Resumiendo no me cierra ser Santo y ocasionar un daño a la Santa Iglesia. Saludos!
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A.G.
Claro que se puede equivocar. Es que tenemos una visión del Papa como un ser perfectísimo e infalible en todo. Se puede perfectamente ser santo y meter la pata en un discurso y en más de uno, y equivocarse en sus actos de gobiernos. Ni es impecable, ni está inspirado, ni siempre es infalible. Errar es humano y es petrino. No idealicemos a los Papas.

Por cierto, S Juan XXIII escribió un documento excepcional:_Veterum sapientia.
20/07/17 12:53 PM
  
Curro Estévez
Alonso: De acuerdo en lo que dices, salvo que en el Concilio se combatió al mundo, no se hizo porque no se consideró tampoco que se tratase de un enemigo. Por esa misma razón el modernismo dentro de la Iglesia era imperceptible por Juan XXIII, por ese sobreoptimismo como benévolamente le llamas, que es el ambiente perfecto para que se desarrolle.
20/07/17 6:26 PM
  
Néstor
"No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, la excesiva confianza en los progresos de la técnica, el bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida. "

A la luz de que ha venido sucediendo desde entonces, y particularmente ahora, este párrafo revela una ingenuidad terrible y de nefastas consecuencias.

Saludos cordiales.
20/07/17 6:35 PM
  
Jorge
Yo no sé, ya que nací unas décadas más tarde, cuál es el motivo de tanto optimismo. Quizás era muy común la idea de que después de las atrocidades de la II Guerra Mundial por fin la humanidad había aprendido la lección...no lo sé! Lo que sí queda claro es que el diagnóstico era completamente erróneo.

"pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos"."....y sin embargo, ¡hoy ya no sabemos ni distinguir un hombre de una mujer, un matrimonio de una relación adúltera, etc.! ¡Todo está en discusión y todas las opiniones son igualmente válidas!

Si ese sorprendente optimismo fue la base sobre la que se decide dar inicio al "aggiornamento", parece claro que ha llegado la hora de un nuevo Concilio que tenga en cuenta los nefastos resultados y ponga a la Iglesia otra vez "en guardia".

Gracias por su excelente post.
20/07/17 9:44 PM
  
José Díaz
Alonso, tengo la impresión de que la pastoral de armisticio suscitó la idea tan extendida, nefasta para la fe, de que el fin del concilio consistía en que lo que tan manidamente se ha dado en llamar adaptación de la Iglesia a los tiempos. Desde el momento en que se renuncia a luchar contra el modernismo y desde el momento en que se espera que los hombres adviertan por sí solos los errores del siglo, desde ese preciso momento el mundo deja de ser visto como ese campo de acción del príncipe de las tinieblas que tan lúcidamente describía 'Gaudium et Spes'.
Por otra parte, creo que modernismo y errores del siglo, enemigo interno y enemigo externo, constituyen las dos caras de la misma moneda. Es el espíritu del mundo empecatado y sojuzgado por el diablo.
Tampoco a mí me han gustado nunca las expresiones sobreoptimistas de San Juan XXIII en este discurso. Como tampoco me gusta otra frase -creo que también del propio Papa Roncalli- que afirmaba que el C.V.II llegaba para abrir las ventanas de la Iglesia y limpiarla del polvo acumulado desde Constantino. La frase no puede ser más desafortunada por muchas razones, en primer lugar teológicas, porque no existe, como ha dicho tantas veces J.Ratzinger/Benedicto XVI, una Iglesia preconciliar y otra posconciliar, sino sólo y siempre la única Iglesia de Cristo, la Esposa del Cordero que desciende del cielo ataviada como una novia (Ap 21, 2); y tampoco me gusta esa frase porque es falso afirmar que la historia de la Iglesia haya sido una acumulación de procesos y experiencias desde Constantino, idea que, por cierto, abona la tesis protestante de que su "Reforma" consistía en restaurar la auténtica Iglesia de Cristo, que era la anterior al siglo IV. Conviene no perder de vista, como advierte vd en un comentario, que la santidad e infalibilidad pontificias no comportan en ningún caso impecabilidad de los pontífices. Debemos amar, orar y ofrecernos por el Papa bajo cuyo pontificado nos toque vivir, pero sin perder nunca de vista de que es el Señor quien conduce a su Iglesia. Él es, como bellamente le llama la Sagrada Escritura, "carro y auriga de Israel".
Un abrazo, Alonso. El Señor y María Inmaculada le bendigan
21/07/17 3:57 PM
  
francisco
Me alegro muchísimo que el modernismo haya dejado de ser un tema tabú y que poco a poco, al menos un pequeño grupo de gente de Iglesia, esté abriendo los ojos ante una auténtica herejía que la corroe desde sus cimientos. Es de esperar que sigan por ese camino, pues el siguiente paso psicológico, como ya se advierte en gente que va incluso un peldaño más arriba, como Luis Fernando, es ver que durante décadas les han puesto una venda en los ojos para no ver lo que a todas luces es evidente: el modernismo "triunfó" de la mano de la misma jerarquía eclesiástica. Recuerden que el leit motiv del Concilio fue la apertura hacia el mundo, que es lo que hoy tiene la barca a punto de zozobrar, como bien ha dicho Ratzinger.
Sólo una cita, tomada de Ap. 11, para entender que lo que hoy ocurre ya estaba predicho con total claridad en las profecías y que en vez de sernos motivo de abatimiento, debiera serlo de esperanza, pues es señal de que los tiempos de la plenitud del reino están cerca: "El atrio exterior del templo déjalo fuera y no lo midas, porque ha sido entregado a las naciones, que hollarán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses".
21/07/17 4:21 PM
  
Luis
Sólido, contundente, iluminador, clarificador y esclarecedor como siempre.

Estimado Alonso, ¿cómo te puedo escribir a la distancia para pedir un consejo en materia bibliográfica, de libros y estudios acabados en esto?

Agradecería poder escribirte.

Saludos cordiales y que Dios junto a la Virgen te sigan bendiciendo.

Luis
21/07/17 8:41 PM
  
Pablo
«(...) No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, la excesiva confianza en los progresos de la técnica, el bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida. Cada día se convencen más de que la dignidad de la persona humana, así como su perfección y las consiguientes obligaciones, es asunto de suma importancia. Lo que mayor importancia tiene es la experiencia, que les ha enseñado cómo la violencia causada a otros, el poder de las armas y el predominio político de nada sirven para una feliz solución de los graves problemas que les afligen.»

Y así es, efectivamente. San Juan XXIII apelaba a la conciencia y a la dignidad humana y el tiempo no ha hecho más que darle la razón. Antes del Concilio las naciones se sometían con mayor facilidad a la mentira y al engaño para cometer sus crímenes. Hoy resulta más difícil gracias a esa libertad de conciencia que no consiste en proceder contra la recta razón sino en decidir con un mayor número de elementos de juicio además del de la razón pura. La libre decisión en conciencia no prescinde del criterio o norma de conducta, simplemente, por cercanía con la verdad, elige bajo esa norma de un modo que puede resultar poco comprensible para quien se encuentra más alejado de ella. Por esa libertad existen casos que eximen, puntualmente, de la asistencia a la misa dominical y, por la misma, se cierra cualquier posibilidad al uso de anticonceptivos artificiales en la unión conyugal.

De no ser así, como consecuencia de los atentados y crisis brutales que hemos vivido en las últimos décadas, ya se habría declarado una guerra a gran escala, o exterminado a unos cuantos pueblos o quebrado un gran número de países. La destrucción es el único obstáculo al entendimiento entre las naciones porque la mentira y el engaño tienen fecha de caducidad pero la verdad no. El aborto, el divorcio, la manipulación embrionaria, las agresiones no justificadas...y, en general, todo acto que atente contra la vida y su dignidad conducen a un estado de cosas insostenible, y como tal, caduco. Creo que a eso se refería san Juan XXIII.
25/07/17 10:35 AM
  
jesus jurado
Y yo me pregunto. Y ese mirar hacia fuera y no hacia dentro no es ya de por si un triunfo táctico del modernismo, una consecuencia mismo ?
No se traduce al final en poner al mundo y al hombre en el lugar de Dios?
Lo de Iglesia en salida no es acaso lo mismo y con las mismas y nefastas consecuenciase?

25/07/17 7:14 PM

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