Sacerdotes mártires valencianos XXVI

José Marcos Calvo Guillamón nació en Torralba del Pinar (comarca del Alto Mijares, provincia de Castellón) en 1864, y se ordenó de presbítero en 1890. Siendo vicario en el pueblo de Puzol, se desató una epidemia de cólera morbo. Don José se multiplicó heroicamente en la atención, tanto material como espiritual, a los enfermos, ganándose el agradecimiento y admiración de toda la población. Iguales virtudes mostró al ser trasladado a Líria como coadjutor, donde se hizo pronto conocido por donar generosamente todos sus bienes a los más necesitados, dar buenos consejos a todos y proporcionar auxilio espiritual a quién se lo solicitaba.

Hasta tal punto era conocido por su piedad y coherencia cristiana que, incluso tras el estallido de la guerra civil (cuando se prohibió el culto y se exigió a los sacerdotes vestirse de civil), los milicianos de Líria no le molestaban pese a que atendía a sus obligaciones en sotana. Poco después, sin embargo, llegó un coche de milicianos de su pueblo, Torralba, afirmando que lo requerían del comité. En el trayecto fue sacado del coche, torturado y asesinado. Se desconocen los detalles de su muerte y dónde se halla su cuerpo. Tenía 72 años.

En 1865, nació en Líria Antonio Fabra Ruiz. Estudio en el seminario de Valencia, demostrando tal brillantez que obtuvo una beca en el colegio de la Presentación, llamado de Santo Tomás de Villanueva (por ser el fundador), de la misma ciudad. Modesto en extremo, no buscó ningún honor al que sus capacidad sin duda le habían acreditado. Ocupó cargos modestos en pueblos, como vicario de Cocentaina, coadjutor de Meliana, párroco en Ador, y posteriormente en Agullent y Alboraya, donde finalmente se jubiló, retirándose a su pueblo. Contando 71 años, el 22 de agosto de 1936, el comité marxista local de Líria le convocó y le exigió la entrega de 25.000 pesetas. “¿de dónde las voy a sacar?” se asombró el humilde clérigoo. “O las traes en dos horas o te vas a la cuneta”. Logró aplazar el pago hasta dos días, pero llegado el término no había logrado reunir la cantidad exigida. Los milicianos lo sacaron en coche de la localidad, y lo bajaron en las cercanías de la Puebla de Vallbona. Allí le dieron una paliza entre burlas, y luego lo mataron. Sus restos jamás aparecieron.

Don Fermín Gil Navarro vio la luz en Puebla de Arenoso (Alto Mijares, provincia de Castellón) el 24 de septiembre de 1884, y curso estudios eclesiásticos en el Colegio de Vocaciones de san José, en Valencia. Se ordenó en 1908, siendo coadjutor en varios pueblos hasta su nombramiento como cura párroco de Benaguacil (comarca del Campo del Turia, provincia de Valencia) en octubre de 1929. Allí llevó a cabo una enorme labor apostólica, pero todos los vecinos lo recordaban especialmente por su caritativa dedicación a los pobres, socorriendo a muchos de ellos durante los peores años de la crisis económica que aconteció poco después, y que tantos trastornos sociales causó en España y en todo el mundo.

Tras la toma del poder por los sindicatos después de la sublevación del 18 de julio de 1936, el alcalde le aconsejó que saliera del pueblo por su seguridad, marchando acto seguido a Valencia a vivir con su hermano. En agosto le llegó noticia de que su hermana había sido detenida por el comité revolucionario de Benaguacil. Don Fermín se presentó de inmediato en el pueblo, logrando su liberación a cambio de quedar él encarcelado una noche junto a los curas hijos del pueblo que se hallaban a la sazón en la prisión municipal. Al dia siguiente fue a alojarse en casa de un paisano que le estaba obligado por favores pasados, y tenía cierta influencia en el comité. Cuando le preguntaban porqué había regresado, contestaba “no está bien que huya el pastor si el lobo anda suelto entre las ovejas”. Aunque muchos pensaban que, por haber sido generoso con los pobres, los milicianos le dejarían tranquilo, otros mejor informados le aconsejaban que se marchase, a lo que siempre se negó. La noche del 10 de septiembre de 1936, un piquete se lo llevó en un automóvil que tenían destinado a estos macabros propósitos y que era conocido por tener pintada una calavera. Primero lo metieron en prisión, pero antes de la madrugada lo trasladaron de nuevo en coche, y a mitad de camino de la carretera entre Líria y Villamarchante, lo bajaron y le destrozaron la cabeza a garrotazos, dejando su cadáver tirado en la cuneta. Algunos de los milicianos que le martirizaron habían sido favorecidos por mano e influencia del propio sacerdote durante la época de penuria. Sus restos fueron posteriormente depositados en un sepulcro abierto en la capilla del Sagrario de la parroquia de Benaguacil. Tenía 52 años.

Higinio Sancho Palau nació en el valenciano pueblo de Bétera en 1904. Estudió en el seminario conciliar de Valencia, ordenándose en 1927. Fue párroco del pequeño pueblo de Millares (comarca de la Canal de Navarrés) y coadjutor de la iglesia arciprestal de Moncada, destinos donde dejó un recuerdo de bonhomía y mansedumbre. El 20 de julio de 1936, expulsado de su parroquia, se acogió en la casa de su hermano en su pueblo natal. El 2 de agosto fue sacado por milicianos y llevado a la cárcel de Bétera, donde se le sometió a malos tratos hasta el día 7 de agosto, en que fue llevado en automóvil a un lugar en descampado a las afueras de la población. Allí le permitieron unos momentos para prepararse a morir. Él comenzó a rezar diciendo “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, a imitación de su Divino Maestro. No pudo terminar el Padrenuestro que a continuación oraba, pues fue acribillado a disparos. Su cuerpo nunca pudo ser hallado. Tenía 32 años.

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Ruego a los lectores una oración por el alma de estos y tantos otros que murieron en aquel terrible conflicto por dar testimonio de Cristo. Y una más necesaria por sus asesinos, para que el Señor abriera sus ojos a la luz y, antes de su muerte, tuvieran ocasión de arrepentirse de sus pecados, para que sus malas obras no les hayan cerrado las puertas de la vida eterna. Sin duda, los mártires habrán intercedido por ellos, como lo hicieron antes de morir.

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La vida y martirio presbiteriales aquí resumidas proceden de la obra “Sacerdotes mártires (archidiócesis valentina 1936-1939)” del dr. José Zahonero Vivó (no confundir con el escritor naturalista, y notorio converso, muerto en 1931), publicada en 1951 por la editorial Marfil, de Alcoy.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos. Pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros;

Mateo 5, 9-12

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