Revelación

La Abominación de la profanación de Sion

Bamberger Apokalypse Folio 13 verso, Bamberg, Staatsbibliothek, MS A. II. 42En aquel tiempo los hombres impíos instalaron un Ídolo de los Celos en la entrada de la puerta interior que da hacia septentrión, en la Ciudad Santa. En la entrada del atrio había un agujero en el muro, y en el agujero una puerta. Y detrás de la puerta estaban toda clase de reptiles y seres horribles, y todos los ídolos de la casa de Israel, grabados en las paredes.

Iazanías, hijo de Satán, encabezaba a los setenta ancianos de Israel que llevaban incensarios en las manos frente a las imágenes de ídolos y animales horribles. Y el perfume de incienso subía frente a las abominables imágenes. Y comían carne de cerdo, de rata y de toda bestia inmunda.

En la entrada de la puerta norte del Templo, la Casa del Señor, las mujeres sentadas lloraban al demonio Tammuz, esperando su renacimiento primaveral.

En la entrada del Templo del Señor, entre el vestíbulo y el altar, veinticinco hombres se postraban hacia oriente, adorando al sol, y dando la espalda al Templo del Señor.

Y en los terrados se postraban adorando al Ejército de los Cielos. Y juraban por Milcom la abominación de Amon, y por Moloch de Canán.

Se llenó la casa del Señor de violencia y fraude, la casa de Jacob de adivinos y evocadores, se llenó su tierra de ídolos; ante la obra de sus manos se inclinaron.

Germinó la flor del orgullo, la violencia se alzó como vara de maldad. Pusieron su orgullo en la hermosura de sus joyas e hicieron con ellas las imágenes abominables de sus ídolos. Pueblo culpable, semilla de malvados, hijos de perdición. Despreciaron al Santo de Israel, le volvieron la espalda.

La profecía de los Cuatro Sabios

Se alzaron entonces cuatro Santos, cuatro hombres Sabios que comenzaron a profetizar desde los cuatro confines de la tierra.

El Sabio de Oriente dijo: “A orillas del río Quebar vi avanzar hacia mí a Cuatro Vivientes, los Querub, cubiertos con cuatro alas llenas de ojos. Y tenían rostro de hombre, y de león, y de toro y de águila. Y portaban un carro de reluciente cristal con cuatro ruedas de topacio, y encima un trono de zafiro, con una figura de hombre que fulgía de claridad como el sol, y el fuego le rodeaba. Me habló y me dijo: “habla a mi pueblo de corazón duro y di al malvado “vas a morir”, porque se rebelaron a mis leyes y adoraron a sus ídolos en mi Santuario. Yo sitiaré su ciudad de Sion hasta sus ruinas, y haré justicia con ellos: un tercio morirá de la peste y el hambre, un tercio morirá a filo de espada, y un tercio será dispersado entre las naciones, que mirarán con horror mi justicia. Yo los congregaré de entre las naciones, arrancaré su corazón de piedra y les daré un corazón de carne para que pongan en práctica mis preceptos. Así volverán a ser mi pueblo y les daré una tierra por los siglos. Quitaré a los malos pastores que pierden a mis ovejas, y suscitaré a un sólo pastor, mi hijo David, que apaciente a mis ovejas. Él será el Buen Pastor, y yo seré su Dios, y estaré entre ellas. No serán presa de las fieras salvajes, ni del hambre; no se contaminarán con abominaciones. Les rociaré con agua pura, y quedarán purificados de sus abominaciones. Haré revivir sus huesos secos, los cubriré de nervios, de carne y de piel. Yo seré su Dios, y ellos mi pueblo”.

El Sabio de Oriente pasó la espada del Señor por su pelo y su barba, rompió su sayal y derramó ceniza sobre su cabeza.

El Sabio de Occidente clamó: “He aquí, ciudad mía, que tu fama se extendió entre las naciones, pues tu belleza era perfecta por el esplendor con que yo te había adornado. Mas te preciaste de tu hermosura, y aprovechaste tu fama para prostituirte. Te entregaste sin pudor a todo el que pasaba y fuiste suya. Tomaste las ricas telas que te di para hacerte lugares altos de vivos colores, donde te prostituiste. Tomaste tus joyas hechas con el oro y la plata que yo te había regalado, y fabricaste imágenes de hombres con las que te prostituiste. Tomaste tus vestidos bordados para cubrirlas, y las ungiste con mi aceite y mi incienso. El pan que yo te dí, la mejor harina, el aceite y la miel con que te alimentaba, los ofreciste ante las imágenes, como perfume de aroma agradable. Tomaste a los hijos e hijas que me había engendrado y los sacrificaste como alimento a esas imágenes, haciéndolos pasar por el fuego en su honor. Setenta semanas están fijadas sobre ti para poner fin a la rebeldía, para sellar los pecados, para expiar la culpa, para instaurar justicia eterna, para ungir al santo de los santos. Plaza y foso serán reconstruidos, pero en la angustia de los tiempos. Un príncipe terreno vendrá, y destruirá la ciudad y el santuario. Su fin será en un cataclismo, y hasta el final, la guerra y los desastres decretados”.

El Sabio de Occidente se lavó y purificó completamente, vistió un saco, y subió a un monte elevado donde bebía el rocío y los pájaros le alimentaban.

El Sabio del Norte hizo penitencia durante tres semanas. No comió alimento sabroso; ni carne ni vino entraron en su boca, ni se ungió. Y entonces profetizó: “Vi unHijo de Hombre, el Santo, el principio de las obras de Dios, el Testigo Fiel, el que dice la Verdad y posee la llave de David, que abre y nadie puede cerrar, y cierra y nadie puede abrir. Será el primero y el último, el que estuvo muerto y ha revivido. Su cuerpo será como de crisólito. Estará revestido de una larga túnica de lino, ceñida al pecho y los lomos con una faja de oro. El ceñidor se llamará Justicia, y Verdad el cinturón de sus flancos. Su cabeza y cabellos serán blancos como la lana y la nieve pura; su rostro brillante como un relámpago, como el sol en su plenitud; sus ojos, como antorchas o llamas de fuego; su voz, estruendo de cataratas, como el ruido de una gran multitud; sus brazos, sus piernas y sus pies, como bronce bruñido fundido en crisol. En su mano derecha llevará siete estrellas, y de su boca saldrá una espada de doble filo. Caminará entre siete candelabros de oro. Regirá con cetro de hierro, y romperá las naciones como un vaso de arcilla”.

El Sabio del Sur dijo: “El Santo ha puesto enemistad entre la Mujer y el dragón, entre su linaje y el suyo. Ella le herirá en la cabeza cuando él se abalance a su calcañar. Su seno será el Arca de la Nueva Alianza, renovando la que Dios hizo con nuestro padre Noáj y su descendencia. Y será el Tabernáculo de la Nueva Ley, no escrita en piedra, sino en los corazones. Y será la casa de oro del Nuevo Templo del Señor, donde habitará por años sin término. Porque Dios hizo de ella un Vaso Espiritual, digno de honor y de insigne devoción. Se le llamará Espejo de la Justicia, pues ella reflejará a Dios como espejo de agua pura. La reconoceremos porque llevará en la mano una Rosa Mística, una Rosa pura entre espinas, pues Pura será ella, castísima, incorruptible, inmaculada, purísima siempre virgen, que no conoció varón. Porque ella es fiel, poderosa, clemente, prudentísima, amable y admirable, digna de veneración y alabanza; el Señor vio su humildad y su Espíritu descendió sobre ella. La doncella concebirá y parirá un hijo, y le pondrá por nombre “Dios con nosotros”. Ella será la causa de nuestra alegría.” El Sabio del Sur visitó una túnica nueva de blancura limpísima, se perfumó con aromas y sándalo, y cantó alabanzas.

La Mujer

Los Sabios siguieron a la Estrella de la Mañana, y ella les guió hasta la mujer encinta, que llevaba la rosa mística en la mano, y se posó sobre ella. Y los Sabios se arrodillaron para adorar y ofrecerle sus dones al que estaba por nacer: el oro de la realeza, el incienso de la divinidad y la mirra del que muere para volver a vivir, y vivir para siempre.

Y la Mujer exclamó: “Bendice mi alma al Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque miró la humildad de su sierva. Desde ahora las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el Poderoso, cuyo nombre es Santo, ha hecho maravillas en mí. Su misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen. Desplegó el poder de su brazo y dispersó a los que se engríen en su corazón. Derribó a los poderosos de sus tronos, y ensalzó a los humildes. A los hambrientos llena de bienes, a los ricos despide vacíos”.

La Mujer y el Dragón

Apareció entonces en el Cielo un enorme dragón rojo como el fuego, como un río de sangre. Y era como la antigua serpiente. Y era la antigua serpiente, que pecó desde el principio. Y su nombre era Satán, el Acusador de los hombres. Y era el dragón del mar, al que llaman Leviatán, serpiente tortuosa. Sus ojos eran llamas de fuego. Tenía siete cabezas, y en cada cabeza una diadema, porque reclamaba la soberanía de los siete reinos del mundo. Pero en realidad tenía una sola cabeza, con una sola diadema, que era la que ocultamente regía a las otras siete, y estaba cubierta de leyendas blasfemas.

Y cada una de las cabezas fue uno de los reyes de los siete reinos del mundo, pero todos ellos servían a la cabeza única del dragón y a su diadema. Y estos fueron los reyes de Sodoma, de Egipto, de Hatti, de Asur, de Caldea, de Tiro y de las Islas, al que llamaban también el Rey del Norte.

Con un golpe de su poderosa cola, el dragón hizo caer un tercio de las estrellas del Cielo. Y cada estrella fue un ángel caído que le sirvió. Y el dragón buscó a la Mujer para devorar a su hijo en cuanto diera a luz.

Para preservar a la mujer del dragón, construyeron para ella una Fuerte Torre de Marfil, y le llamaron Hermosa Torre de David. Y era fuerte y hermosa como la Mujer.

Y en lo alto de la Torre había un Trono para sede de la Mujer. Era de aromática madera de cedro del Líbano, y en lo alto del respaldo tenía incrustadas siete piedras preciosas, las piedras de la Sabiduría: la amatista, que es la humildad; la calcedonia, que es la caridad; el jaspe, que es la fe; la sardónica que es el martirio; el zafiro que es la esperanza; el crisólito que es la santa doctrina, y el diamante que es la templanza.

La mirada de los santos se volvió a la Mujer desde todos los confines de la Tierra. Fue consoladora de los afligidos, devolvió la salud a los enfermos, y refugió a los pecadores arrepentidos.

El Dragón se colocó frente a la Torre, esperando a que la Mujer diera a luz para devorar a su hijo. Cuando se cumplió el tiempo, le acometieron dolores de parto, y el Hijo salió a través de ella como la luz a través de cristal purísimo. El Dragón le mordió en el talón, pero ella le hirió en la cabeza, y fue llevada al desierto en alas de águila, donde Dios le había preparado un refugio para que se alimentara durante tres años y medio. El dragón la persiguió, y vomitó tras ella un gran río de agua putrefacta, para que la anegara, pero la Tierra se abrió y tragó el río.

El Hijo sería elevado al Cielo junto al Trono de Dios, para convertirse en el Cordero inmolado. Entonces el Dragón, la antigua serpiente, subió al Cielo para devorarlo, pero Miguel y sus ángeles combatieron a Satán y los suyos, y les vencieron. Cayó el Lucero, hijo de la Aurora, cayó el Dragón como un rayo de lo alto, y los suyos fueron expulsados del Cielo. El que decía en su corazón “subiré a las alturas de las nubes, por encima de las estrellas; me asemejaré al Altísimo. Alzaré mi trono en el monte de la reunión, en el monte del testimonio. En el lado del Aquilón me sentaré”.

El dominio del Dragón sobre la Tierra. La Bestia y el Falso profeta

Cayó pues el Dragón a Tierra, y le fue concedido el dominio de la Tierra durante tres años y medio, para luchar contra el resto de la descendencia de la Mujer: aquellos que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio del Ungido.

Entonces el Dragón hizo surgir del mar una parodia blasfema del Cordero inmolado. Mas no era cordero, sino Bestia con cuerpo de pantera, fauces de león insaciable y patas de oso. Y según desde dónde y cuándo se le mirara parecía cuatro bestias: una como un león con patas de águila, que se erguía sobre dos patas y a la que se dio un corazón de hombre. Otra era como feroz oso levantado, con tres costillas entre las fauces, y su nombre era “Alzado devora mucha carne”. Otra era como un leopardo con cuatro cabezas y cuatro alas en el lomo, al que se le dio el dominio. La última era la más espantosa y terrible, extraordinariamente fuerte. Tenía dientes de hierro y uñas de bronce. Trituraba todo con su boca y aplastaba las sobras con sus patas. Era la tierra la que pulverizaba con sus patas. En la cabeza tenía diez cuernos, y de entre ellos uno tenía ojos de hombre y boca altisonante. Este cuerno fue el que hizo la guerra a los Santos y los sojuzgaba.

Al igual que el Cordero inmolado (parodia blasfema), llevaba en el cuello la marca de la herida mortal de la degollación por espada, pero por el poder del Dragón la herida cicatrizó. El Dragón le cedió su trono y la diadema que gobernaba a las otras siete diademas de los reyes de la Tierra, que pusieron a disposición de la Bestia todo su poder.

La Bestia se sentó en el santuario de Dios y se proclamó a sí misma Dios. Llevaba los títulos de Adversario, Seductor, Hombre impío e Hijo de la Perdición. Y todos cuantos no tienen su nombre inscrito en el Libro de la Vida, maravillados por su poder, rechazaron el amor a la verdad, se postraron ante la Bestia y adoraron al Dragón, clamando “¿Quién puede igualar y quién puede luchar contra la Bestia?”. La Bestia negaba al Señor y al Cordero, y decía “Yo soy”, engañando a muchos.

La Bestia blasfemó del Nombre de Dios y de su Santuario, pronunció palabras altaneras y maldijo al que está sentado en el Trono y a sus servidores. Se le dio poder sobre toda familia, pueblo, lengua y nación. Se le permitió combatir a los santos y vencerlos. Llevaba vara de tirano y pesado yugo para imponer. Su bota pisaba con estrépito y su túnica estaba empapada en sangre.

A continuación surgió del mar una parodia blasfema de los Cuatro Sabios Profetas. Llevaba cuernos como de carnero, pero hablaba como un león rugiente, y era el Falso profeta. Bajo el influjo del Dragón se puso al servicio de la Bestia, convenciendo a todos para adorarle con signos, falsos milagros y prodigios, como hacer descender fuego del cielo a la vista de todos. Hipócrita embaucador, decía “Mirad, aquí está el ungido”, intentando engañar, si fuera posible, a los elegidos. Y algunos apostataron de la fe, entregándose al espíritu de la mentira y las doctrinas diabólicas.

Hizo fabricar una imagen de la Bestia ante la que todos debían postrarse porque se había curado de la herida mortal. Cuando sonaba el cuerno, el pífano, la cítara, la sambuca, el salterio y la zampoña, todos debían postrarse y adorar la estatua de la Bestia. La imagen cobraba vida, hablaba y podía dar muerte a quienes no la adorara. Los que no se postraban eran arrojados atados a un horno ardiente.

Y los testigos arrojados al fuego profetizaban diciendo “Bendito sea Yahveh, Dios de nuestros padres, digno de alabanza y gloria eterna. Mucho pecamos, alejándonos de los mandamientos que nos diste para nuestro bien. Nos has entregado en manos de nuestros impíos enemigos. No nos abandones para siempre, por amor de Tu nombre, no repudies la alianza que hiciste con nuestro padres, no nos retires tu misericordia, por Abraham tu amado, por Isaac tu siervo, por Israel tu santo. Con alma contrita y espíritu humillado te seamos aceptos, como con holocaustos de carneros y toros, tal sea hoy nuestro sacrificio ante ti, y te agrade que plenamente te sigamos. Te seguimos de todo corazón, te tememos y buscamos tu rostro. No nos dejes en la confusión, trátanos según la abundancia de tu misericordia”. Y alababan al Señor en el Trono de su Reino, invitando a los ángeles, a los astros, a los elementos, a las aguas, a los montes, a las plantas, a los animales, y a los espíritus justos todos a adorarLe.

Mandó entonces el Falso profeta hacer una parodia blasfema de la marca Tau que llevarían los santos de Dios, y la marca de la Bestia debía llevarse en la mano o en la frente. Y era el número 666. Todos los habitantes de la Tierra cuyo nombre no estaba inscrito en el Libro de la Vida desde la creación del mundo fueron obligados a adorar a la Bestia y debían llevar su marca, so pena de perecer.

Los que llevaban la marca de la Bestia eran egoístas, avaros, fanfarrones, soberbios, difamadores, rebeldes a los padres, ingratos, irreligiosos, desnaturalizados, implacables, calumniadores, disolutos, despiadados, enemigos del bien, traidores, temerarios, infatuados, más amantes de los placeres que de Dios. Hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones impías, que preguntaban burlones «¿dónde queda la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los padres, todo sigue como al principio de la creación».

Advino entonces la Gran Tribulación.

La Gran prostituta

El Dragón hizo una parodia blasfema de la Mujer, y puso un trono a la Gran prostituta sobre el alero de la torre inacabada de Babel, en medio del desierto. Y la Gran prostituta dio a beber a todas las naciones el vino de la borrachera de su prostitución. Y todos los reyes y los habitantes de la tierra se embriagaron con el vino de su prostitución, excepto los santos cuyo nombre está escrito en el Libro de la Vida y no fue borrado.

Era Jezabel y se hacía llamar profetisa, y se sentía segura tras sus numerosas hechicerías y sus muchos sortilegios. Descarriaba a los santos, enseñándoles a prostituirse y comer carnes sacrificadas a los ídolos. Aunque tuvo tiempo suficiente para arrepentirse, no quiso dejar su prostitución.

Se sentaba sobre el Dragón escarlata, cubierto de leyendas blasfemas, y estaba vestida de púrpura y escarlata, resplandeciente de oro, de piedras preciosas y de perlas. En su mano tenía una copa de oro colmada de la abominable impureza de su fornicación, y se emborrachaba de ella con la sangre de los santos y los profetas, derramada en las calles de Babel. Sobre su frente estaba escrito “Babel la Grande, madre de todas las abominaciones”.

Y Babel reinó sobre todas las ciudades paganas de la Tierra. Y sobre los siete reyes y todos los habitantes de la Tierra. Se convirtió en refugio de demonios, espíritus impuros y bestias repugnantes.

Los siete reyes de la Tierra fornicaron con la Gran prostituta, y los comerciantes se enriquecieron con su lujo desenfrenado: objetos de oro y de plata, piedras preciosas, perlas, telas de lino y púrpura, de seda y escarlata; maderas aromáticas, objetos de marfil, de bronce, de hierro y de mármol; canela, perfumes, mirra e incienso; vino, aceite, harina y grano; animales de carga, ganados, caballos y carros; esclavos y cuerpos y almas de seres humanos. Con todo ello traficaba la Gran prostituta y sus sirvientes. Y los marinos comerciaban con ella desde todos los mares, remontando el gran río hasta la Gran Ciudad.

Y la grande Babel estaba llena con el sonido del canto de los arpistas y los músicos, los flautistas y los trompetistas, el ruido de los instrumentos de los artesanos y la rueda del molino. Brillaba la luz de la lámpara y festejaban los recién casados.

Y la Gran prostituta se jactaba diciendo: “¡Yo y nadie más!estoy sentada como una reina. No soy viuda, y jamás conoceré el duelo ni careceré de hijos. Seré señora eterna.

El Trono del Cielo

La Mujer fue asunta a los cielos, revestida de sol, con la luna bajo sus pies. Y llegó a la puerta del Cielo, y abrió la Puerta del Cielo, y ella era la Puerta del Cielo, por la que los Santos subían al Altar del Cordero, y los Ángeles bajaban a la Tierra. Y la Mujer fue proclamada Reina de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles, de los mártires y de todos los santos.

Y estaba coronada de doce estrellas, pero no eran estrellas, sino Doce Ancianos sentados en doce Tronos, puestos para juzgar a las Doce tribus del Señor. Y llevaban túnicas blancas, y en su mano la vara para administrar justicia y una corona de oro ceñía sus sienes. Y sus nombres eran Cefas bar Jochanan, y Yacub Boanerges, y Andreas Protocletos, y Johannes Presbyter, y Phillipo, y Bartalemai Natanael, y Judá Tauma, y Leví Mattai, y Yacub bar Alfay, y Simeón Qaná, y Judá Taddai, y Matatías. Estos eran los Doce Ancianos puestos por el Señor en su Nueva Alianza para juzgar las tribus de su Pueblo.

Y en el Cielo abierto se vio el gran Trono de cristal, excelso y elevado, como una piedra de zafiro, del que salían truenos y relámpagos, rodeado por un arco iris de esmeralda, como llamas de fuego, como fulgor de electro, y sostenido por los Cuatro Vivientes, como ruedas de fuego ardiente, que repetían sin cesar “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir”, y sus ruedas eran como llamaradas. Y por encima de él se erguían unos serafines; cada uno tenía seis alas, con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los pies y con el tercer par aleteaban. Y se gritaban el uno al otro “Santo, Santo, Santo Yavhveh Sebaot. Llena está toda la tierra de su gloria”. Los quicios y los dinteles se conmovían a su voz.

Un río impetuoso de fuego brotaba del Trono y corría ante él. Un Anciano estaba sentado en el Trono. Su vestido era blanco como la nieve, su cabellera como lana purísima. Delante del Trono ardían siete lámparas de fuego, los siete espíritus de Dios. Y su lema era “Yo soy el primero y soy el Último”. Ante él había dos olivos y dos candelabros.

Y alrededor del Trono había veinticuatro tronos menores, donde se sentaban veinticuatro ancianos, con túnicas blancas y coronas de oro en la cabeza. Doce eran los Ancianos que coronaban a la Mujer, puestos para juzgar a las Doce Tribus del Pueblo del Señor en la Nueva Alianza. Los otros doce eran los Doce patriarcas de las Tribus del Señor en la Antigua Alianza. Y sus nombres eran Reuven la primicia de Israel; Simeón la espada; Leví el pectoral enjoyado; Yehudá el cachorro de león; Zebulón el navío; Yissajar el borrico; Dan la culebra; Gad el afortunado; Aser la espiga; Neftalí el cervato; Yosef la Piedra de Israel y Benjamín el lobo.

Entonces los veinticuatro Ancianos se postraron frente al Trono y lo adoraron, poniendo sus coronas delante de Él y diciendo: “Hemos juzgado y regido a tu Pueblo Santo en tu nombre, Señor; digno eres, Dios nuestro, de recibir de nuevo la gloria, el honor y el poder. Tú creaste todas las cosas, ellas existen por tu voluntad”.

Y miles y miles lo servían, millones se hallaban ante su Trono, y clamaban “a Yahveh Sebaot tened por Santo, sea Él vuestro temor y vuestro temblor.

La Gran Tribulación

El rey de las Islas tomó la Ciudad Santa, penetró arrogantemente en el Santuario y se llevó el altar de oro, el candelabro con todas sus lámparas, la mesa de los panes de la ofrenda, los vasos para las libaciones, las copas, los incensarios de oro, el cortinado y las coronas, y arrasó todo el decorado de oro que recubría la fachada del Templo. Tomó la plata, el oro y todos los tesoros escondidos. Las casas fueron incendiadas y las murallas arrasadas. Edificaron una fuerte ciudadela en la colina de David, sobre las ruinas, y la proveyeron de armas, víveres y todo el botín del saqueo. Y allí se estableció un grupo de gente impía, sin fe y sin ley. Profanaron el lugar santo con altares a las estatuas de sus ídolos, abolieron el sacrificio perpetuo y derramaron sangre inocente. El ídolo del opresor fue colocado en el lugar donde no debe estar; pusieron en el lugar santo la abominación de la desolación. Su santuario se convirtió en un desierto, sus fiestas en luto y sus sábados en motivo de burla. Arrojaron al fuego cuantos libros de la Ley encontraron. Dios permitió que mancillaran el lugar santo porque se habían contaminado con las costumbres de los paganos.

El Señor permitió al rey del Norte ser bastón de su ira, vara que su furor maneja, porque su pueblo había abandonado la Alianza de sus padres.

Gimieron los ancianos, languidecieron los jóvenes, el recién casado entonó un canto fúnebre, y la esposa estuvo de duelo en el lecho nupcial. Los habitantes huyeron a las colinas, los que estaban en el piso superior no bajaron a recoger sus enseres, los que estaban en el campo, no regresaron a buscar sus ropas, y su propia ciudad se convirtió en extraña para ellos. Hubo tal angustia y tribulación como nunca la hubo antes, ni la habrá.

Los impíos recibieron el Santuario del Señor y durante tres años y medio lo pisotearon. Llenaron de abominaciones la Ciudad Santa y su Santuario. Ellos la pisotearon durante tres años y medio, y ahora era hermana de Sodoma, Egipto y Samaría.

El rey del Norte prohibió circuncidarse, y todos debían olvidar la Ley de Dios y mancharse con toda clase de impurezas y profanaciones en honor de la Bestia y el falso profeta, so pena de muerte. Muchos se profanaron (salieron de entre los santos, pero no eran de los santos), y el rey tuvo en consideración a los que abandonaron la Alianza, pero los santos cuyo nombre está escrito en el libro de la Vida desde el principio de los tiempos se negaron y huían a los montes y el desierto. Los doctos instruyeron al pueblo, pero sucumbieron a la espada y la llamarada, la cautividad y la expoliación durante un tiempo medido. Fueron entregados a los tribunales, azotados en las sinagogas y comparecieron ante el rey y sus gobernadores, para ser testigos.

Algunos doctos sucumbieron a los halagos, para ser purgados, lavados y blanqueados hasta el tiempo del Fin. El hermano entregó a la muerte al hermano y el padre al hijo; los hijos se rebelaron contra sus padres y les dieron muerte. Y fueron odiados a causa de su nombre.

Mas el Señor abrevió aquellos días, en atención a la salvación de los escogidos.

Y muchos santos fueron degollados, pero antes de morir profetizaban, “el Cielo nos libre de abandonar la Alianza de nuestros padres, nuestro culto, nuestra ley y sus preceptos. El cielo y la tierra son testigos de que nos hacéis perecer injustamente”.

El rey mandó que arrancaran sus lenguas, que desollaran su piel, cortaran sus manos y pies y les arrojaran a hornos encendidos.

Pero ellos replicaban “nos privas de la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, pues morimos por su Ley”. Otro presentaba sus manos al verdugo y clamaba “he recibido estos miembros como don del Cielo, más ahora los desprecio por amor a su Ley, y espero recibirlos nuevamente de él. Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en la resurrección por Dios. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”. Y el más joven desafiaba al rey: “tras soportar un breve tormento, gozaremos ahora de la vida inagotable, en virtud de la Alianza de Dios. Pero tú, por el justo juicio de Dios, soportarás la pena merecida por tu soberbia.”

El rey actuó a placer, se engreía y se exaltaba a sí mismo por encima de todos los ídolos, y profería blasfemias inauditas contra el Señor. Prosperó hasta que se cumpliera su ira. A quienes le reconocían, colmó de honores, dándoles dominio sobre muchos y repartiéndoles la tierra como recompensa. Hasta que llegase el tiempo de su Fin.

Los Dos Testigos

Entonces fueron enviados dos Testigos (los dos olivos y los dos candelabros delante del Trono del Cielo) vestidos con hábitos de penitencia, a la Ciudad Santa, entregada por Dios a los paganos por sus pecados. Pues el Señor usó de paciencia, no queriendo que algunos pereciesen, sino que todos llegasen a la conversión

Y durante tres años y medio, mil trescientos noventa días, los dos Testigos profetizaron en medio de la Ciudad, anunciando el mal que acaecería a los que no se arrepintieran de sus abominaciones. Quien intentaba dañarles perecía consumido por el fuego que salía de su boca. E hicieron grandes signos para probar su testimonio: cerraron el cielo durante tres años y medio, y no cayó una gota (del mismo modo que El Profeta maldijo la tierra y no llovió durante tres años y medio en tiempos del pérfido rey Acab), cambiaron el agua en sangre y desencadenaron cualquier plaga a voluntad.

Cumplidos los tres años y medio de su misión, surgió del pozo del Abismo la gran Bestia. Declaró la guerra a los dos Testigos y los mató. Sus cuerpos quedaron expuestos en la plaza de la Gran Ciudad a la vista de todos los pueblos y naciones de los siete reinos, y se prohibió enterrarlos. Y todos los hombres se alegraron sobremanera, y hacían fiestas y se intercambiaban regalos por la muerte de los dos Testigos, pues sus profecías les habían atormentado, pero ahora la Bestia les había matado.

A los tres días y medio, Dios envió un soplo de su Espíritu y les devolvió la vida, llenando de terror a los presentes. Una potente voz desde el Cielo les mandó subir entre nubes a la vista de sus enemigos, acompañados de un terrible terremoto que derrumbó la décima parte de la ciudad, matando a muchos. Los sobrevivientes se llenaron de pánico y alabaron al Dios del Cielo.

Una voz del Cielo se oyó entonces en la ciudad: “vosotros, que sois mi pueblo, salid de ella, para no haceros cómplices de sus pecados, ni ser castigados con sus plagas. Apartaos, salid de allí. Cosa impura no toquéis. Salid de en medio de ella, manteneos limpios.

El Cordero inmolado y el libro de los siete sellos

Aquel que estaba sentado en el Trono tenía en la mano derecha un Libro cerrado por Siete Sellos. Entonces subió entre las nubes del Cielo como un Hijo de Hombre, que era el Cordero Inmolado. Fue llevado a la presencia del Anciano, y tomó el libro. Y el Cordero era el Hijo de la Mujer. Él era el Cordero de Dios, víctima de propiciación que quita el pecado del mundo entero. Y había sido inmolado para salvación de muchos, y en el cuello llevaba la herida de la degollación.

Avanzó hasta el anciano y llegó hasta su presencia, y se sentó a la derecha del Trono. El Anciano le dio el Libro de Siete sellos, y puso la llave de la Casa de David sobre su hombro: abrió, y nadie cerró; cerró, y nadie pudo abrir.

Y se oyó una voz que era como una multitud de voces que decía: “Este es mi hijo amado, en quien me he complacido.Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.

Y los Cuatro Vivientes, los veinticuatro Ancianos y todos los coros angélicos se postraron ante él, tocando arpas y cantando con voz potente “Tú eres digno de tomar el libro y romper los sellos, porque has sido inmolado y por medio de tu sangre has rescatado para Dios a los santos de todas las familias, lenguas, pueblos y naciones. Los has hecho sacerdotes para nuestro Dios y ellos reinarán sobre la Tierra. Digno eres de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza, por los siglos.”

Entonces el Cordero abrió el primer sello y apareció un jinete blanco con un arco, recibió una corona de victoria. Cuando abrió el segundo sello apareció un caballo rojo como el fuego, su jinete recibió una gran espada. Cuando abrió el tercer sello, apareció un caballo negro, su jinete llevaba una balanza en la mano. Cuando abrió el cuarto sello, apareció un caballo amarillo, su jinete se llamaba Muerte, y la muerte le seguía.

Cuando abrió el quinto sello, subieron por la Puerta del Cielo las almas de los santos, una multitud incontable de toda familia, pueblo, raza y nación, inmolados por el testimonio de la Palabra de Dios que habían dado en la Gran Tribulación. Y delante del Trono y del Cordero clamaron “¿Cuándo harás justicia de nuestra sangre, Señor, en los habitantes de la tierra?” Se les dio una vestidura blanca a cada uno, y el ángel les dijo “esperad un poco a que se complete vuestro número con los hermanos que han de sufrir vuestra misma muerte”. Con palmas en las manos exclamaban “¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el Trono, y del Cordero!”, y sus oraciones eran perfume que el ángel ofrecía con un incensario de oro en el Altar del Cordero frente al Trono.

Cuando el Cordero abrió el sexto sello, se desató el Día de la Ira del Señor.

El Día de la Ira del Señor

El sol se oscureció, la luna se tiñó de sangre y ya no dio su esplendor, las estrellas cayeron sobre la tierra; un gran terremoto sacudió los montes y anegó las islas, y hasta las fuerzas del cielo temblaron.

Entonces, los siete reyes, y los príncipes de la tierra, y los caudillos de guerreros, y los ricos y poderosos, y los libres y los esclavos, corrieron a esconderse en las cuevas y las cavernas de las montañas, para ocultarse de la mirada del que está sentado en el Trono.

Un ángel subió de Oriente, portando el sello de Dios. Vestía de lino puro, y marcó en la frente a los santos de Dios. Recorrió las calles de Sion, marcando con la Tau a los que lloraban por las abominaciones cometidas en el Templo del Señor.

Entonces el Cordero abrió el séptimo y ultimo sello, y así quedó el libro totalmente abierto, y se produjo un gran silencio en el Cielo y en la Tierra. Los siete espíritus que había delante del trono recibieron siete trompetas.

El primer ángel toco la primera trompeta, y granizó sobre la tierra fuego con sangre. La tercera parte de los bosques y plantas fue calcinada.

El segundo ángel tocó la segunda trompeta, y una gran montaña incandescente cayó al mar, matando a la tercera parte de los peces y el agua se volvió roja con su sangre.

El tercer ángel tocó la tercera trompeta, y un astro abrasado cayó del cielo sobre la tercera parte de los manantiales, y el agua se volvió amarga como el ajenjo, y los hombres que bebían de ella enfermaron y murieron.

El cuarto ángel tocó la cuarta trompeta, y se oscureció la tercera parte del sol, la luna y las estrellas, y el día fue un tercio más oscuro.

El quinto ángel tocó la quinta trompeta, y un ángel cayó del Cielo, como una estrella. Su nombre era Abaddon, Ángel del Abismo o Ángel de la Muerte, y se le dio la llave del pozo del Abismo, el sheol. Cuando abrió el pozo, salió un enjambre de langostas acorazadas de hierro, formadas como un terrible ejército, cuyo zumbido era como el ruido de muchos carros de guerra, que atormentaron con picaduras de escorpión a todos cuantos no llevaban la marca de la Tau en la frente.

El sexto ángel tocó la sexta trompeta, y fueron liberados los cuatro ángeles encadenados junto al río Eufrates. Capitaneaban un ejército de incontables jinetes, de corazas de zircón jacinto, rojas como el fuego y amarillas como el azufre. Sus caballos tenían cabeza de león y vomitaban fuego y azufre, y el humo asfixiaba a cuantos alcanzaba; y sus colas eran serpientes venenosas. El ejército de jinetes exterminó un tercio de los hombres.

Muchos murieron de las plagas, del hambre, de la peste, de la espada, de los incendios y terremotos. Mas los que sobrevivieron no se arrepintieron de sus abominaciones, ni dejaron de adorar al dragón y a sus ídolos de metal. No se arrepintieron de sus homicidios, de sus maleficios, de sus fornicaciones ni de sus robos. No aceptaron la verdad que les hubiese salvado, y prefirieron la iniquidad.

La purificación de Sion

Entonces se levantaron terraplenes contra la Ciudad de Sion, llena de la abominación de la desolación y del incienso a los ídolos, y de toda clase de impurezas. Se hicieron terraplenes, y se alzaron campamentos, y se levantaron torres de asedio y máquinas de guerra que la rodearon por completo. Los ejércitos cercaron la ciudad.

El pueblo elegido comió con angustia el pan impuro racionado y el agua medida, mientras se prolongaban los días del asedio.

Y una voz tronó: “Yo te puse en medio de las naciones. Yo te elevé entre todos los pueblos. Pero tu te has revelado contra mis leyes con una maldad mayor que la del resto de las naciones, y contra mis preceptos más que los pueblos que te rodean. Así, yo me pongo en tu contra y te haré justicia a la vista de todas las naciones y de los reyes de la tierra. Te infringiré un justo castigo y dispersaré al resto que quede de ti . Voy a derramar mi ira sobre ti, te juzgaré según tu conducta y haré recaer sobre ti todas tus abominaciones. Por haber contaminado mi Santuario con todos tus horrores y todas tus abominaciones. Saciaré mi furor contra ti. Te convertiré en ruina y serás el espanto de cuantos te rodean. Y cuando seas motivo de horror y cuantos te rodean aparten la mirada, cuando yo haya desahogado mi furor contra ti, sabrán todos que yo, el Señor, he pasado por tus almenas llevado de mis celos, y que yo, el Señor, soy quien te golpeo”.

Y así los padres comieron a los hijos, y los hijos comieron a los padres. Y así, las flechas del hambre y de la peste se llevaron a un tercio, y las bestias feroces arrebataron a sus hijos. Los que huyeron a las montañas perecieron a filo de espada.

Fue aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones. Todas las manos desfallecieron, y flaquearon todas las rodillas. Arrojaron su plata por las calles, y su oro a la basura, porque la plata y el oro fueron la piedra que les hizo tropezar y caer en la iniquidad, y fueron entregadas como despojo a los impíos de la tierra y a los extranjeros. Les invadió el pánico y la angustia, y se vistieron de sayal. Los hombres morían de terror y de ansiedad. Las cabezas se raparon y se velaron todos los rostros. El rey estaba de duelo, el príncipe se cubrió de desolación, imploraron la visión del profeta, pero faltó la enseñanza al sacerdote indigno y el consejo al anciano impuro.

Y gemían diciendo: “Los muertos a espada fueron más dichosos que los caídos de hambre, que se consumen famélicos, faltos de los frutos de la tierra. Nunca creyeron los reyes de la tierra ni cuantos habitan en el mundo que entraría el adversario por las puertas de Sion. Por los pecados de sus profetas, por las iniquidades de sus sacerdotes, que derramaban en ella sangre de justos. Se consumían nuestros ojos esperando nuestra ayuda. Iban esperanzadas nuestras miradas hacia un pueblo que no pudo librarnos. Nuestra heredad ha pasado a manos extrañas, nuestras casas a poder de desconocidos. Somos como huérfanos sin padre, y nuestras madres son como viudas. Eran nuestros enemigos más veloces que las águilas de cielo, y nos perseguían por los montes y nos ponían celadas en el desierto”.

Se levantó entonces Miguel, el ángel protector de los Hijos del Pueblo del Señor. El ángel del Altar llenó el incensario de oro de fuego del altar, y lo arrojó sobre la Tierra, y hubo un gran incendio, temblores de tierra y muchos fueron heridos por las brasas incandescentes, mas los marcados con la Tau no fueron heridos por el ángel de la muerte. Los ángeles del Señor, como muchachos vestidos de lino, armados con la espada de doble filo del Señor, recorrieron las calles de Sion, matando a todos, ancianos, varones, mujeres, jóvenes y niños, pero no tocaron a los marcados con el signo de la Tau del Señor en la frente, aquellos que gemían y se lamentaban por las abominaciones cometidas en el Templo del Señor.

No se apiadó el Señor de los huérfanos y las viudas, pues todos eran impíos y malvados, y toda boca profería blasfemia y necedad. Su riqueza fue dada al saqueo y sus casas fueron dadas a la devastación. Fue el día de la ira aquel, día de la angustia y del apuro, día de la devastación y la desolación, día de tinieblas y de oscuridad, día de nublado y densa niebla.

Sion bebió de la mano del Señor el cáliz de su ira hasta apurarlo.

Entonces un Ángel poderoso, envuelto en nube, bajo del Cielo y se posó sobre la tierra y el mar. Una pierna en el mar, y otra en la tierra, y gritó con voz potente como siete truenos “¡Se acabó el tiempo de la espera! El día que suene la séptima trompeta del séptimo ángel, y se escuche su voz, se cumplirá el misterio de Dios, conforme el anuncio que hizo a los sabios profetas.”

La séptima trompeta y la Venida del Cordero

Cuando el séptimo ángel tocó la séptima trompeta a la voz de orden de un arcángel, se oyeron potentes voces en el cielo que decían “El dominio del mundo ha pasado a manos de nuestro Señor y de su Ungido, y él reinará por los siglos de los siglos”. Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados en sus veinticuatro tronos frente a Dios se postraron en adoración, diciendo “te damos gracias, Señor Dios todopoderoso, el que es y el que era, porque has ejercido tu inmenso poder y has establecido tu Reino. Los paganos están furiosos, pero llegó el tiempo de tu ira, y el momento de juzgar a los muertos y de recompensar a tus servidores, los profetas, y a los santos y a todos aquellos que temen tu Nombre, pequeños y grandes, y el momento de exterminar a los que corrompen la tierra”.

Entonces se abrió el Templo Celeste de Dios, que es su morada, y quedo a la vista de todos en la tierra el Arca de la Nueva Alianza, entre truenos y rayos, temblores de tierra y una fuerte granizada.

Entonces el Cordero descendió hasta Sion, la corrompida, y se golpearon el pecho todas las razas de la tierra, pesados sus corazones por el libertinaje, la embriaguez y los afanes del mundo. Pero los fieles alzaron la cabeza y cobraron ánimo, gozosos porque se acercaba su liberación.

Él estaba destinado a regir a los pueblos paganos con cetro de hierro y pisar los racimos en la cuba de la ardiente ira del Dios Todopoderoso. El Cordero allegó junto a sí a los ciento cuarenta y cuatro mil santos marcados con el sello Tau de Dios, que habían padecido la Gran Tribulación, doce mil por cada tribu, para preservarlos de la ira de Dios. Reunió a los dispersos de Israel y a los desperdigados de Judá. Sus ángeles los reunieron desde los cuatro puntos cardinales, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo, y fueron arrebatados entre nubes, para permanecer por siempre junto al Trono del Cielo.

Como en el diluvio llegaron estas cosas sin que los hombres se diesen cuenta. Dos estaban en el campo, uno fue tomado y el otro dejado; dos mujeres molían en el molino, una fue tomada y la otra dejada.

Y desde el Cielo venía un estrépito como un torrente, y una voz como un concierto de arpas. Eran los Elegidos vestidos de blanco y con palmas en las manos, que cantaban un cántico nuevo que únicamente conocían los ciento cuarenta y cuatro mil rescatados, que se habían mantenido puros frente a Dios, y no se habían contaminado con las abominaciones de la Bestia, el falso profeta y la Gran prostituta. En su boca nunca hubo mentira, ni en su frente el sello de la Bestia. Y una voz desde el Cielo gritó “¡Felices los que mueren en el Señor! En adelante, podrán descansar de sus fatigas, porque sus obras los acompañan”.

Fueron llevados al mar de cristal, y allí, con grandes arpas, cantaron el canto de Moisés y el canto del Cordero Inmolado, diciendo “¡Grandes y admirables son tus obras, Señor Dios todopoderoso! ¡Justos y verdaderos tus caminos, Rey de los pueblos! ¿Quién dejará de temerte, Señor? ¿quién no alabará tu Nombre? Sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán a adorarte, pues has manifestado la justicia de tus actos”.

La cólera de Dios

Sobre una nube blanca se vio entonces a un Hijo de Hombre, con una corona de oro sobre la cabeza y una hoz afilada en la mano, con gran poder y gloria. Y una voz desde el Templo del Cielo dijo “empuña tu hoz y siega, porque la cosecha ha llegado y los sembrados están maduros”. Vino como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente. Pasó la hoz sobre la tierra, y quedó segada. Un ángel salió del Templo y con otra hoz afilada cosechó la viña de la tierra y arrojó los racimos en la inmensa cuba de la ira de Dios. Allí fue pisoteada y la sangre desbordó de la cuba.

Una voz potente dijo “He aquí que Yahveh en fuego viene, y como torbellinos son sus carros, para desfogar su cólera con ira y su amenaza con llamas de fuego. Porque a fuego y espada va a juzgar toda carne, y muchas serán las víctimas de Yahveh”. Y fueron colmadas siete copas con la sangre de la ira de Dios.

Los siete ángeles con las siete copas y las siete plagas

Salieron del Templo del Cielo, el Tabernáculo del Testimonio, siete ángeles, vestidos de lino puro y resplandeciente, y ceñidos con cinturones de oro. Uno de los Cuatro Vivientes les dio a cada uno una de las copas llenas de la ira de Dios, y eran las siete plagas.

El Templo del Cielo se llenó del humo de la Gloria de Dios, y nadie pudo entrar ni verlo desde ese momento hasta que se consumase la ira de Dios. Pero salió de allí una voz potente que dijo “Derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios”.

Entonces el primer ángel derramó su copa sobre la tierra, y provocó una llaga maligna y dolorosa en cuantos llevaban la marca de la Bestia y adoraban su imagen.

El segundo ángel derramó su copa en el mar, y este se convirtió en sangre, y murieron todos los peces.

El tercer ángel derramó su copa en ríos y manantiales, y se convirtieron en sangre, y ya no se pudo beber más en ellos. Y exclamó: “justo eres, Señor, al castigarles así. Que beban la sangre de los santos y profetas que ellos han derramado”.

El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, y este comenzó a abrasar la tierra y a los hombres.

El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la Bestia, y todo su reino quedó sumergido en tinieblas.

El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates, y este se secó repentinamente. Y las hordas de los reyes bárbaros del oriente que aguardaban al otro lado, tuvieron el paso libre hacia Babel. Y se levantaron nación contra nación, y reino contra reino, y se oyeron rumores de guerras y revoluciones por toda la tierra.

Mas, a pesar de las llagas, las quemaduras, el dolor y la sed, los hombres no se arrepintieron de sus malas obras, y maldecían a Dios, blasfemando.

Entonces de la fétida boca del Dragón, de la de la Bestia y de la del falso profeta salieron espíritus inmundos semejantes a ranas que convocaron a los siete reyes con las siete diademas que les servían a dar la batalla contra el Gran Dios, el Todopoderoso.

El séptimo ángel derramó su copa en el aire, y una potente voz desde el Cielo dijo “se ha cumplido”. Entonces se desató un terrible terremoto, como nunca ha sucedido desde el principio de los tiempos, y truenos y relámpagos, y granizo de piedras, cayeron sobre los hombres. Pero ellos blasfemaban más que antes.

La destrucción de Babel, la Gran Prostituta

Entonces la Gran Babel se partió en tres, y se derrumbó entre peste, llantos y hambre, y todas las ciudades paganas se derrumbaron. Vino sobre ella una desgracia que no supo conjurar; cayó sobre su cabeza un desastre que no podía evitar y una devastación que no sospechaba. Fue semejante a Sodoma y Gomorra, destruidas por el Señor. No fue habitada ni poblada por generaciones. Ni puso allí tienda el beduino, ni apacentaron sus rebaños los pastores en su suelo. Las bestias del desierto tuvieron en lo sucesivo aprisco en sus ruinas, Moraron las avestruces en sus casas, y las hienas en sus alcázares, y los chacales en sus palacios. Se convirtió en patrimonio de los erizos y en tierra de pantanos.

Al verla presa de las llamas, los siete reyes de la tierra, que habían compartido lujo y fornicación con ella, se levantaron de sus tronos y se lamentaban diciendo “¡La poderosa Babel, la gran ciudad! Bastó una hora para que recibieras tu castigo. ¡También tú te has vuelto débil y a nosotros eres semejante! Ha sido precipitada al seol tu arrogancia al son de tus cítaras. Te acuestas en una cama de gusanos”. Los comerciantes que se enriquecieron con sus mercancías estaban de duelo y lloraban diciendo “¡Ay! ¡La gran ciudad estaba vestida de lino fino, de púrpura y de escarlata, resplandecía de oro, piedras preciosas y perlas. En una hora fue arrasada tanta riqueza. Ya no verás nunca más los frutos que tanto deseabas!

Y los siete reyes, y la Bestia, odiaron a la Gran Prostituta caída, y la arrojaron a un lecho de dolor. Le quitaron sus vestidos preciosos hasta dejarla desnuda, comieron su carne y la consumieron en el fuego. Sentada en tierra, destronada la hija de los caldeos, ya nunca más se le llamó la dulce; nunca se le volvió a llamar la exquisita. Se despojó de su velo, descubrió la cola de su vestido, desnudó sus piernas. Se descubrieron sus vergüenzas y nadie intervino para evitarle la venganza del Señor.

Se sentó en silencio y entró en la tiniebla; nunca se le volvió a llamar señora de reinos.

Entonces se oyó el clamor de la inmensa multitud de los Santos que habían lavado sus túnicas en la sangre del Cordero diciendo “¡Cayó, cayó la Gran Babel, y todas las estatuas de sus dioses se han estrellado contra el suelo!¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos. Él ha condenado a la Gran Prostituta que corrompía la tierra con su lujuria, y ha vengado en ella la sangre de sus servidores. La humareda de la Ciudad se eleva por los siglos de los siglos ¡Aleluya! ¡Cómo ha acabado su arrogancia! Ha quebrado Yahveh la vara de los malvados y el bastón de los tiranos, que golpeaba con saña a los pueblos y dominaba con ira a las naciones. La tierra toda prorrumpe en aclamaciones.

Y los veinticuatro Ancianos y los cuatro Vivientes también se postraron para adorar a Dios, sentado en su trono, y exclamaban: ”¡Amén, aleluya!”

Las profecías de los cuatro ángeles

Un ángel voló en lo más alto del Cielo, anunciando con voz potente la Buena Nueva Eterna a toda nación, familia, lengua y pueblo, “Temed a Dios y glorificadle, porque llega la hora de su Juicio. Adorad al que hizo el Cielo, la tierra y los mares”.

Un segundo ángel lo siguió, diciendo, “Ha caído la gran Babel, la que dio de beber a todas las naciones el vino de la embriaguez de su prostitución. Se ha convertido en refugio de demonios, en guarida de espíritus inmundos y en nido de aves repugnantes”.

Un tercer ángel le seguía diciendo con voz potente “quien adore a la Bestia o a su imagen, y reciba su marca en la frente o en la mano, beberá el vino de la copa de la Ira de Dios, y será atormentado con fuego y azufre ante el Cordero Inmolado y los santos ángeles. El humo de su tormento se elevará por los siglos de los siglos, y no tendrán reposo ni de día ni de noche”.

Y un cuarto ángel dijo “Así se pondrá a prueba la perseverancia de los santos, que guardan los mandamientos del Señor y la Fe en el Ungido. ¡Felices los que mueren en el Señor! En adelante descansarán de sus fatigas, pues sus obras les acompañan”.

La Batalla final

Se abrió el cielo y apareció un jinete sobre un caballo blanco. Su nombre era Fiel y Veraz. Juzgaba y combatía con justicia.

Sus ojos eran de una llama ardiente y su cabeza estaba cubierta de numerosas diademas. De su boca salía una espada de dos filos, para herir a los paganos y a los hombres crueles. Vestía un manto teñido de sangre y Su nombre era “El Verbo de Dios”. En su manto y en su muslo estaba tatuado su título “Rey de los reyes y Señor de los señores”.

Llamó a sus consagrados y sus valientes. Lo seguían los ejércitos celestiales, vestidos con lino fino de blancura inmaculada y montados en caballos blancos. Eran una estruendosa muchedumbre en los montes, y un gran estrépito de reinos y naciones reunidas.

Un Angel se puso en pie sobre el sol y convocó a todas las aves del cielo: «Venid a reuniros para el gran festín de Dios, para devorar la carne de los reyes, de los grandes capitanes, de los poderosos, de los caballos y de sus jinetes; la carne de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes».

Juntó la Bestia a los siete reyes de la tierra, con sus innumerables ejércitos preparados para combatir contra el Jinete y los suyos. Todos fueron exterminados por la espada que salía de la boca del Jinete, y las aves se saciaron con sus despojos. El Señor destruyó a la Bestia con el soplo de su boca, y la aniquiló con la Manifestación de su Venida. La Bestia fue capturada junto al falso profeta, y arrojados vivos al estanque de azufre ardiente, donde fueron torturados día y noche por los siglos de los siglos.

Entonces salió del trono una voz que decía: «Alabad a nuestro Dios, sus servidores, los que lo temen, pequeños y grandes».

Un ángel descendió del cielo llevando la llave del Abismo. Era Abbadon, el Ángel del Abismo. Capturó al Dragón, a Satán, y lo encadenó en el Abismo tenebroso, llamado Tártaro, el sheol, junto a todos sus ángeles pecadores, para ser custodiados hasta el Juicio. Después cerró el Abismo con la llave y lo selló con el sello de Dios.

El Milenio del Reinado del Cordero Inmolado

Se levantó un trono para el Cordero Inmolado, Príncipe de los príncipes, y reinó durante mil años. A Él se le dio imperio, honor y reino. Era su nombre Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de la Paz. Y cuantos habían sido degollados por causa del Testimonio del Cordero y la Palabra de Dios, todos aquellos cuantos habían derramado su sangre por no adorar a la Bestia ni a su imagen, y no recibir su marca en la frente o en la mano, aquellos que llevaban el signo de la Tau, fuero revividos y se sentaron en tronos para reinar junto a Él durante mil años. Ellos fueron los Santos del Altísimo, los sacerdotes de Dios y del Cordero. Ellos heredaron la tierra, y poseerán el reino eternamente, por los siglos de los siglos.

Ellos fueron los primeros resucitados, y el resto de los muertos durmieron.

Y alababan al Señor cantando “Te alabamos Yahveh, pues aunque te airaste contra nosotros, se ha calmado tu ira y nos has compadecido. Dios es mi Salvador; seguro estoy y sin miedo, pues Yahveh es mi fuerza y mi salvación. Dad gracias a Yahveh, aclamad su nombre, divulgad sus hazañas entre los pueblos, pregonad que es sublime su nombre.”

Cuando se cumplió el milenio del reinado del Cordero y los Santos, el Dragón fue liberado del Abismo. Sedujo a los paganos de los cuatro confines de la tierra. El rey Gog de Magog se unió a él y levantaron un gran ejército, numeroso como las arenas del mar. Marcharon a la batalla cubriendo toda la extensión de la tierra y rodearon el campamento de los Santos, pero un fuego bajó del Cielo y los abrasó hasta el último. Y el Dragón fue herido por la fuerte espada del Señor.

El Dragón seductor fue arrojado con sus ángeles al estanque de azufre ardiente, donde ya estaban la Bestia y el falso profeta, y todos ellos fueron torturados día y noche por los siglos de los siglos.

El Juicio Final

El Cordero entregó a Dios Padre el Reino, tras haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Y reinó hasta poner todos sus enemigos a sus pies.

Entonces se levantó un gran trono blanco, y el Cielo y la Tierra desaparecieron. Los cielos se deshacieron en llamas, y los elementos se disolvieron abrasados.

La Muerte fue el último enemigo en ser destruido. Todos los muertos que dormían en el polvo de la tierra fueron levantados incorruptos, y llevados de pie delante del Trono. El mar devolvió a sus muertos, y el Abismo hizo lo mismo. Revivieron los muertos y resurgieron los cadáveres; despertaron y dieron gritos de júbilo los moradores del polvo, y la tierra echó de su seno las sombras. Vivos y muertos fueron transformados.

El que estaba sentado en el Trono abrió el Libro de la Vida, y vio el nombre de los inscritos. Y cuantos se hallaban inscritos en el Libro de la Vida se salvaron.

Y el Cordero inmolado, como Hijo de Hombre, vino en su gloria, y todos sus ángeles con Él, y sentado en el Trono dijo “Yo hago nuevas todas las cosas. ¡Está cumplido! Yo soy el Alfa y la omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin. Yo soy el retoño de David y su descendencia, la Estrella Radiante. Traigo a cada uno mi recompensa. Al sediento le daré a beber de balde el agua de la vida. El vencedor heredará. Yo seré su Dios y él será mi hijo. Los cobardes, los incrédulos, los depravados, los asesinos, los lujuriosos, los hechiceros, los idólatras y todos los falsos heredarán el estanque de azufre ardiente, y será la segunda muerte”.

Y todos los muertos fueron juzgados según sus obras, todos fueron puestos al descubierto, para que cada cual recibiese conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal. Juzgó con justicia a los débiles. Sentenció con rectitud a los pobres de la tierra. Destruyó a los impíos, hirió al hombre cruel con la vara de su boca y el soplo de sus labios fue muerte para el malvado.

Se reunieron delante de él todas las naciones; y apartó los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Puso a las ovejas a su derecha, y a los cabritos a su izquierda.

Entonces el Rey dijo a los de su derecha “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me acogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”. Los justos le respondieron “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te alimentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te acogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a verte?” Y el Rey les respondió “verdaderamente os digo que cada vez que lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.

Entonces dijo a los de su izquierda “Apartaos de mí, malditos, marchad al fuego eterno preparado para Satán y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me acogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis”. Entonces también ellos le preguntaron “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?” Entonces les respondió “verdaderamente os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis”. Y fueron estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.

Los doctos brillaron como fulgor del firmamento, y los que enseñaron al pueblo la Justicia, como las estrellas por la eternidad.

Aquellos cuyo nombre no estaba en el Libro de la Vida fueron arrojados al estanque de fuego, junto a la Muerte y al Abismo, donde la llama no se extingue y el gusano no muere. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, por los siglos de los siglos.

La Jerusalén Celestial

Creó Dios entonces un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva, y los antiguos fueron olvidados.

Y descendió del Cielo la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén. Venía de Dios y era hermosa como una novia preparada para recibir a su esposo. Y su nombre era Yehová-Sammah, “Dios está allí”. Y en ella había muchas estancias.

Y una potente voz desde el trono dijo “Esta es la morada de Dios entre los hombres. Habitará con ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios estará con ellos. Él secará sus lágrimas, y ya no habrá más muerte, ni queja, ni dolor”.

La Ciudad Santa estaba llena de la Gloria de Dios y resplandecía como la más preciosa de las perlas o el jaspe cristalino. Sus baluartes eran de rubí, sus puertas de cuarzo y su perímetro de piedras preciosas.

Era cuadrangular, y estaba rodeada de una alta muralla de jaspe que se asentaba sobre doce cimientos, cada uno con el nombre de uno de los doce Apóstoles del Cordero. El primer cimiento era de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de ágata, el cuarto de esmeralda, el quinto de ónice, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisopara, el undécimo de jacinto y el duodécimo de amatista.

Tenía doce puertas, hecha cada una de una perla entera. Tres hacia cada punto cardinal. Sobre cada puerta estaba escrito el nombre de una tribu de Israel: al septentrión, Reuben, contemplad su Amor; Jehuda, alabanza a Dios; y Leví, unión con Dios. Al oriente Yosef, Dios quita mi vergüenza; Benjamín, hijo del Espíritu; y Dan, Dios ha juzgado. Al meridión Shimón, el que escucha a Dios; Issachar, Dios recompensa; y Zebulun, honorable regalo de Dios. Al occidente Gad, Afortunado; Aser, Feliz en Su bendición; y Neftalí, Mi lucha por Israel. Sobre cada puerta había un ángel. Y bajo cada puerta había escrito el nombre de un apóstol en los cimientos.

La ciudad estaba hecha de oro puro, semejante al cristal puro. No había ningún templo, pues Dios y el Cordero habitaban en ella, y toda ella era su casa y su Templo. De su trono en medio de la plaza brotaba un río de agua de vida, claro como el cristal, del que todos podían beber de balde. Y a sus lados crecían los árboles de la Vida del Jardín de Edén, de nuevo rebrotados. Fructificaban doce veces al año, y sus hojas curaban los males de los pueblos.

La ciudad resplandece con la luz de la Gloria de Dios y su lámpara es el Cordero, y todas las naciones caminan a su luz. Sus puertas no se cerrarán nunca, y los reyes de la tierra le ofrecen sus tesoros, su riqueza y su esplendor. Todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Su poder es un poder eterno, que no cesará, y su reino no acabará.

No habrá en ella dolor ni maldición, no se oirá jamás llanto ni quejido. Nada impuro podía entrar en ella. Solo los Santos cuyo nombre estaba inscrito en el Libro de la Vida del Cordero, que llevaban su nombre en la frente, entrarán por las puertas de la Ciudad entre aclamaciones. Habrá regocijo y alegría eterna, gozo por siempre sobre sus cabezas, y se postrarán en adoración frente al Trono. Serán como ángeles, y no habrá ni maridos ni esposas.

Y allí reinarán Junto a Dios y al Cordero inmolado por los siglos de los siglos.

3 comentarios

  
Esron ben fares
Por favor, no te olvides de colocar las referencias bibliográficas.

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LA

La Biblia.

Un saludo.
27/09/23 4:18 PM
  
Jorge Cantu
Esron ben fares:

"Por favor, no te olvides de colocar las referencias bibliográficas".

Perdón, me meto en dónde no me llamaron... Una parte es del libro de Ezequiel del Antiguo Testamento y la mayor parte es del libro del Apocalipsis de San Juan al final del Nuevo Testamento.

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LA

Hay texto de muchos libros, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

No es un ensayo, sino un relato literario. Como tal, se puede leer perfectamente como está. Pero para el que tenga interés (y tiempo), puedo decir que prácticamente todo está en la Sagrada Escritura, o en devocionarios católicos.
Hoy en día, con los buscadores en red se puede "jugar" a buscar cada pasaje en su fuente bíblica.
30/09/23 12:44 AM
  
Jorge Cantu
...También un pasaje precioso de San Lucas.

Genial composición, como una sinfonía de la Historia de la Salvación en clave profético-apocalíptica.

Gloria Deo!
30/09/23 12:49 AM

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