La Iglesia armenia (V)

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Los turcos selyúcidas

En 744 se había deshecho la gran confederación de turcos de la estepa (un pueblo emparentado con sus vecinos orientales los mongoles) llamada Kökturk (“turcos celestiales”, por Tengri, su dios del Cielo). Varias federaciones heredaron la preeminencia entre los turcos, entre las que destacó la llamada confederción Oguz, turcos (en su mayoría de etnia kirguís) establecidos en la estepa entre los mares Caspio y Aral, y a orillas del gran río Syr Daria, en el Asia Central. Se dividían en dos grandes grupos, Bozoj y Üchok, formados por varias tribus. Su aparición coincidió en el tiempo con el esplendor del califato abbasí, y fueron frecuentes los choques militares entre ambos, de resultas de lo cual, muchos turcos derrotados fueron vendidos como esclavos en el califato.

Los turcos cautivos resultaron ser unos excelentes soldados, y pronto coparon el cuerpo de los ghulam, o soldados esclavos que tanto el califa como los sultanes y emires sucesores emplearon como guardia de palacio y tropas de choque. Adecuadamente islamizados, se convirtieron en jefes militares, que inicialmente sirvieron, después manejaron y finalmente sustituyeron a los señores árabes en muchas partes del antiguo califato (sobre todo en Irán) cuando esté comenzó su decadencia en el siglo XI. Ellos a su vez iban islamizando y enrolando a los turcos que aún vivían en las regiones originales del Asia Central, y que migraban al sur en grandes contingentes. Entre ellos, dos mil familias de turcos Oguz que fueron acogidos e instalados como colonos por los emires kurdos de la familia rawwanida en Azerbaijan en 1029, con intención de emplearlos como tropas contra los romanos.

Uno de estos jefes militares Oguz era Selyuk, que a principios de ese siglo había iniciado una migración con su clan. llegando a lo que hoy es Afganistán. Sus sucesores (los llamados selyúcidas) libraron guerras con otra dinastía turca asentada en aquellas tierras, los Gaznavíes, hasta que en 1040, Togrül, nieto de Selyuk, les derrotó y expulsó del país. En 1055, Togrül tomó Bagdad, sustituyendo a la dinastía de visires iraníes chiitas de los Buyíescomo poder real tras el califa títere abbasí Al Qaim, y recibiendo el pomposo título de emir de oriente y occidente. Ese mismo año invadió Azerbaijan y derrocó al emir Washudan Rawwan, imponiendo a su débil hijo Abu Nasr como vasallo. Había comenzado la influencia política de los Selyúcidas en el Cáucaso.

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El caótico gobierno del Imperio de Oriente en Armenia

Mientras los selyúcidas unificaban a los musulmanes y se erigían como la gran amenaza, el imperio oriental malgastaba sus fuerzas dividiendo a los armenios e intentando imponerles las actas de Calcedonia.

El encargado por el emperador Constantino IX del gobierno (arcontado) de Armenia fue Miguel Iasites, duque de Iberia. Comenzó exigiendo al emir kurdo Abul Aswar ibn Shaddad de Dvin la entrega de varias fortalezas cedidas previamente a cambio de su neutralidad. Poco después el ejército imperial, al mando del general Constantino el Alano, atacó por sorpresa Dvin a finales de 1045, con la intención de anexionarla, pero, emboscado por los guerreros de ibn Shaddad, fue derrotado. Iasites fue sustituido por Katakalon Kekaumenos, cuya primera medida fue exiliar al catholicós Petros Getadartz a Ardzen, en la Armenia romana u occidental, y poco después encerrarlo en la fortaleza de Seaqvar junto a su sobrino y coadjutor Katshik, para finalmente ser trasladado a Constantinopla en 1048. El imperio estaba decidido a incorporar Armenia no sólo políticamente sino también religiosamente, para lo cual era necesario descabezar a su Iglesia. Así pagó Roma a los traidores al rey de Armenia.

Constantino IX compensó a Gagik II Bagratouni por la pérdida de su trono y su abdicación forzada otorgándole una pensión, un palacio en Constantinopla y tierra en los themas de Licandros (al norte de los montes Tauro) y del vecino Carsiano, en Capadocia. Parece que llegó a disputar teológicamente en defensa de la fe y ritos armenios frente a los ortodoxos (se cree que incluso en presencia del emperador), lo que le ganó la inquina del metropolitano Markos de Cesarea, que alardeaba de tener un perro llamado “Armen” para escarnecer a los armenios heréticos. Un día Gagik asaltó la casa del prelado, metió en un saco al animal, al que hizo apalear hasta enloquecer, y bárbaramente metió después al obispo en el mismo saco, donde fue despedazado por su propio perro.

En 1048 murió David Anholin Bagratouni, anciano reyezuelo de Lori, tras un largo gobierno de casi sesenta años, en los que había conspirado de todos los modos posibles, sin lograr alzarse con el trono armenio (lo reclamó en 1045 tras la deposición de Gagik II, pero el catholicós lo rechazó). Fue sucedido por su hijo Gurgen II, que adquirió el título imperial de curopalates, con el que acuñó moneda.

En estos últimos días del reino independiente de Armenia hubo aún momentos de brillo intelectual. Descolló entre todos el erudito Hovhannes Imastaser, apodado Sarkavag (diácono), teólogo y filósofo formado en los monasterios de Haghbat y Sanahin, que estableció una escuela de ciencias, filosofía y música en Ani, y recibió el título de vardapet (archimandrita y doctor en teología). Se le considera un maestro de la literatura armenia de su época, compositor de varios espléndidos himnos religiosos/patrióticos y una colección de innovadores poemas, entre los que destaca Ban Imastutian (“diálogo sobre la sabiduría”). Asimismo publicó un monumental tratado de matemática antigua y medieval, Haghaks AnkiunavorTvots (“Sobre los números poligonales”) donde cita a todos los clásicos griegos. En 1084 desarrolló el proyecto de un calendario armenio menor (que incluía los 365 días mas un día adicional). Entre sus discípulos destacó Samuel Anetsi, sacerdote que escribió una “Historia de Armenia” concisa pero muy documentada, en la que introduce por vez primera la cronología armenia.

En 1052, Constantino IX permitió finalmente al catholicós Petros, al que había conservado en arresto domiciliario en la capital, retirarse a Sebastea en el monasterio de Sourp Neschan, donde murió en dos años después. Su sobrino Katchik II de Ani fue elevado en su sucesión, como estaba previsto. Apenas fue consagrado, el emperador le obligó a acudir a Constantinopla con todo el tesoro patriarcal, evidenciando así el sometimiento y la humillación a la que el imperio sometía a las autoridades religiosas de Armenia. Allí estuvo hasta 1057, cuando la intervención enérgica del antiguo rey Gagik II y los dos hijos del depuesto Senequerim-Hovhannes de Vaspurakan movió al emperador a permitirle instalar su sede (bajo tutela imperial) en la pequeña ciudad de Taranda, cerca de la frontera de Armenia. Katchik II murió en 1060, tras una insignificante prelatura de seis años, y el nuevo emperador Constantino X Ducas decidió dejar vacante la sede armenia, acabando así de enajenarse el apoyo de la mayoría de la nobleza armenia prorromana.

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Alp Arslan y el fin del reino de Armenia

Togrül fue sucedido en 1063 por su ambicioso sobrino Alp Arslán, que heredó un enorme territorio que llegaba desde Afganistán hasta Mesopotamia, pero que aspiraba a mucho más, al dominio y unificación bajo su gobierno de todos los musulmanes sunitas. Su primer objetivo fue, precisamente, Armenia. En 1064, Alp Arslán marchó con un contingente turco (reforzado por tropas del emir kurdo Abul Aswar ibn Shaddad de Dvin) hasta Ani, que conquistó tras un mes de sitio. Poco después, los reyes georgianos le prestaron vasallaje y le entregaron el emirato de Tiflis, que habían conquistado poco antes.

Este hecho marcó un cambio sustancial en los pequeños principados y emiratos armenios. Gagik-Abás II, nieto de Mouchel Bagratouni, decidió poco después ceder su pequeño reino de Kars de Vanand al emperador Constantino X Ducas, a cambio de tierras en Capadocia, donde se trasladó. En cuanto al curopalateGurgen II de Lori, se sometió a vasallaje del poderoso sultán turco, y le entregó a su hija en matrimonio. Aún así, hubo de ceder una parte importante de su territorio a los seljúcidas.

Gagik II viajó de incógnito a territorio ocupado por los seljúcidas en 1065, intentando recuperar su trono, ahora como vasallo del sultán, pero este rechazó su solicitud, y en cambio entregó el control de Ani al kurdo Abul Aswar ibn Shaddad. Este murió dos años después, siendo sucedido por su débil hijo Fadl II ibn Shaddad.

Aunque su idea era dejar la sede catholical vacante definitivamente, como modo de asimilar a los armenios a la fe ortodoxa, finalmente en 1065, el emperador Constantino X cedió a las súplicas de María de Kars, hija del rey Gagik Abás II (y amiga personal de la emperatriz), y permitió que el sínodo elevara al solio a Vahram, hijo del gobernador imperial armenio de Edesa, Grigor Pahlavuni (cuya familia reclamaba ser descendiente directa de Gregorio el Iluminador), apodado Magistros por su erudición en literatura, ciencia y filosofía. Vahram había ocupado brevemente el puesto de su padre a su muerte hasta que abandonó el mundo y entró en religión en 1059; tomó el nombre de su ilustre antepasado Grigor II y le apodaron martirophilos o Vikayasser (amigo de los mártires, por cierta compilación monumental que había escrito sobre actas de mártires).

Grigor II consiguió unos años después que su hermano Vasak fuese nombrado duque de Antioquía. Dos de sus hermanas casaron con Vasak y Aboul Vahak, de otras ramas del linaje Pahlavouni, y de ambas nacerían varias generaciones de Catholicós, de modo que esta familia (que había tenido ancestros reales) dominó durante décadas la sede primada de la Iglesia armenia.

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La jornada de Manzikert y la entrada de los turcos en Anatolia

Alp Arslan tenía planeado incorporar a su dominio las tierras gobernadas por los chíies fatimidas en Egipto y sus vasallos en Siria, considerados herejes por los sunitas. Pero sus turcómanos (que formaban la mayor parte de sus tropas) le presionaron para emprender lucrativas campañas de saqueo en tierras cristianas. Así, el sultán encabezó una gran campaña en Capadocia que le llevó a la conquista y saco de Cesarea en 1068. Ante la gravedad de las derrotas militares, la emperatriz viuda Eudoxia, para preservar los derechos de su hijo y heredero niño Miguel VII Ducas, casó con el reconocido general Romano Diógenes, que fue elevado al solio imperial como coemperador.

Durante los siguientes años, Romano IV dirigió diversas expediciones para expulsar a las bandas saqueadoras turcas en Anatolia, normalmente con éxito, e incluso lanzó ofensivas en Siria, contra el sultán de Alepo. Para movilizar el enorme contingente necesario, Romano llevó a cabo diversas medidas, como reducción de gastos de la corte, aumento de impuestos o reformas en los cuerpos profesionales y mercenarios que le hicieron enormemente impopular entre los nobles y los militares. Además, al tener hijos con Eudoxia, se ganó la animadversión de la familia Ducas, que los veía como potenciales rivales por el trono para Miguel VII y sus hermanos.

Para 1070, Alp Arslán estaba decidido a retomar su vieja idea de ocupar la Siria fatimita, y se mostró favorable a una propuesta del emperador por la cual cedía a este las fortalezas armenias de Manzikert y Archesh, a cambio de la plaza de Hierápolis en Siria, tomada por los romanos unos años antes. Pero antes de que se llegara a un acuerdo, Romano IV , al frente de un poderoso ejército, decidió marchar sobre la frontera armenia y sorprender a los turcos. Alp Arslán volvió sobre sus pasos apresuradamente, y atacó a los imperiales, dispersados entre las dos fortalezas en disputa, dándose la batalla de Manzikert. Los mercenarios turcómanos se pasaron a Alp Arslan apenas iniciada la lucha. No obstante, los romanos tuvieron la ventaja en la primera parte de la batalla. Sin embargo, cuando el emperador llamó a reunir sus tropas, temiendo que la separación provocase emboscadas enemigas, la retaguardia, al mando de Andrónico Ducas, emprendió la retirada sin más. Tras varias horas de combate, los imperiales fueron derrotados y Romano IV Diógenes, emperador de romanos, fue capturado. Ningún césar había caído prisionero en combate en más de ocho siglos.

Alp Arslan vio rápidamente la oportunidad, y pactó la liberación de Romano IV a cambio de la entrega de las fortalezas armenias, el principado de Vaspurakan (la última posesión romana en la Armenia oriental), un fuerte rescate en oro y una paz que le dejase las manos libres para su ofensiva siria. Pero a su regreso a Constantinopla se encontró que los Ducas (que probablemente le habían traicionado en Manzikert) habían coronado a Miguel VII, encerrado en un convento a Eudoxia y puesto a su tío Juan Ducas como regente. Los restos del ejército que apoyaban a Romano IV fueron finalmente derrotados en una breve guerra civil, y Diógenes cegado y enviado a un monasterio, donde moriría poco después.

Miguel VII se negó a reconocer el tratado suscrito por Romano IV con Alp Arslán. En consecuencia, bandas turcómanas comenzaron, no ya a saquear la Capadocia como previamente, sino a instalarse con sus familias poco a poco en el corazón del interior de Anatolia. Los quebrados romanos ya no podían impedirlo.

Grigor II Vikayasser tuvo un largo pero agitado pontificado de cuarenta años. Era hombre erudito y piadoso, magníficas cualidades para un catholicós, pero carecía de interés en el gobierno, lo cual era un grave defecto para un catholicós. En 1071 decidió abdicar y nombró como sucesor al monje Guevorg (Jorge) III de Lori, retirándose a vivir a un monasterio en Tarso. Lo cierto es que los prelados armenios seguían tratándole como su primado, y Guevorg, celoso, comenzó a importunarles. En 1074 los obispos armenios, ante el caos, se reunieron en Tarso donde depusieron a Guevorg III y volvieron a entronizar a Grigor III. Mientras tanto, los romanos elevaron a un catholicós rival llamado Sarkis, que poco después fue sucedido por un tal Teodoro. La Iglesia armenia jamás consideró a ninguno de estos dos, ni a Guevorg III, como verdaderos catholicós.

Poco después de recuperar su título, Grigor III hizo una visita de varios meses de duración a la antigua capital Ani, en manos de los turcos, y regresó, ya para siempre, a Tarso. La vieja capital entraba en una nueva etapa de su historia, la turca, en la que los armenios perdieron progresivamente todo papel. Durante el resto del año 1074 mantuvo correspondencia epistolar (y parece que incluso envió un legado) con el papa tocayo Gregorio VII y visitó Constantinopla. En 1075 peregrinó a Jerusalén y luego vivió en Egipto un año entero, nombrando a su sobrino (también Grigor) como obispo de Menfis.

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La pérdida de la Gran Armenia y el fin de la dinastía Bagrátida

Atom, Abousahl y Constantino Artsrouni, hijos del rey Senaquerib Hovhannes de Vaspurakan, que había entregado su reino al imperio a cambio del principado del tema capadocio de Sebastea, exasperados al ver perderse Vaspurakan en manos de los seljúcidas por la guerra intestina entre los clanes aristocráticos de Constantinopla, entraron en 1079 en una amplia conspiración de nakharar armenios exiliados que pretendían liberar a Gagik II y volver a proclamarlo rey, entre los que se hallaban Gagik Abas II de Kars y Vasak Pahlavouni, duque de Antioquía. Descubiertos por los espías romanos, fueron todos ejecutados por orden del nuevo coemperador Niceforos Botaniates, descabezando así a las familias más importantes del reino. El propio Gagik II fue capturado por tres hermanos gobernadores de la ciudad capadocia de Kyzistra, asesinado y mutilado. Su cuerpo fue expuesto en las murallas y luego enterrado a las afueras, aunque posteriormente fue trasladado en secreto a un monasterio en Pizu.

Así, después de muchas generaciones de conspirar contra su rey (con frecuencia su propio pariente) y tender a la disgregación, la nobleza nakharar armenia se unió en un último y fracasado intento de salvar la monarquía en lo que fue su canto de cisne. Varias familias aristocráticas de la Gran Armenia desaparecieron y el resto quedaron muy debilitadas. Acababa una época y empezaba otra para el pueblo armenio, una en la que hombres y mujeres nuevos tendrían una oportunidad.

El hijo menor de Gagik II, David, fue envenenado por su suegro. El mayor, Hovhannes, había casado con la hija del gobernador armenio (aunque ortodoxo) de Tarso, Ablgharib. Su único hijo varón, Ashot, también fue asesinado poco después y su padre murió del disgusto. De ese modo, en pocos años toda la línea masculina armenia de la familia bagrátida desapareció. Los bagrátidas georgianos, en cambio, prosperaron hasta el punto de seguir siendo hoy en día la dinastía legítima de aquel país.

Únicamente quedaron como príncipes armenios David II y Abas I de Lori, hijos de Gurguen II, que se había sometido como vasallo a los selyúcidas. En 1105 los turcos saquearon Lori y los monasterios anejos de Hakhpat y Sanahin. Presionados al límite, en 1113 abandonaron sus dominios y se refugiaron en las fortalezas montañosas de Matznaberd y Tavush donde, aislados de todo y permanentemente hostigados por los turcos, sus últimos descendientes fueron eliminados en 1249, y con ellos cualquier rastro de poder nativo cristiano en la Gran Armenia.

Mucha de la información de este periodo nos ha llegado a través de Aristakes Lastivertsi, un hiero-monje (monje sacerdote) teólogo armenio versado en lengua y filosofía griegas, que escribió y publicó entre 1072 y 1079 su monumental “Historia acerca de los sufrimientos infligidos por los pueblos extranjeros que viven a nuestro alrededor”, que abarca desde las primeras invasiones selyúcidas de 1047 hasta la batalla de Manzikert. A pesar de ser la principal fuente de conocimiento sobre los reinos armenios en este periodo, poco más se sabe de su erudito autor.

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La superviviencia armenia en Cilicia

El núcleo del antiguo reino cristiano armenio se convirtió en el Shah Arman (reino de Armenia), gobernado por una dinastía de beys (caudillos o reyeuelos) vasallos del Gran sultán seljúcida. Otros territorios armenios se convirtieron en pequeños emiratos musulmanes gobernados por turcos o por árabes armenios vasallos (Kars, Ani, Erzurum…). Mientras el viejo mundo se deshacía tras el desastre de Manzikert, una nueva oportunidad se abrió a los armenios emigrados en las tierras imperiales. La debilidad romana para defender sus posesiones en Armenia no era menor para evitar la disgregación que tuvo lugar en las décadas siguientes, particularmente en Capadocia a manos de los incursores turcos y sobre todo en Cilicia por los propios gobernantes armenios a cuenta del imperio.

La antigua región del sureste anatolio, protegida por la poderosa cordillera de los Montes Tauro, era una vía natural de comunicación entre el centro de Asia Menor y Siria a través de los imponentes pasos de las Puertas Cilicias y las Puertas Sirias.

El primer caudillo armenio que descolló en el caos posterior a la derrota fue Filareto Vraham (o Brajamio), miembro de una familia armenia ortodoxa que había servido durante varias generaciones al trono de Constantinopla, ocupando en su caso los títulos imperiales de curopalate, strategos y dux de Antioquía. Leal subordinado de Romano IV, logró salvarse, y a una buena parte de sus tropas, de la rota de Manzikert, y se refugió en sus tierras del este de Cilicia. Desde allí, con la ayuda de otros magistrados regionales supervivientes, logró formar una línea de defensa cristiana que englobaba desde Cesarea de Capadocia por el norte, Melitene y Edesa por el este, Antioquía por el sur y Tarso por oeste. Fue el más exitoso de cuantos trataron de oponerse a la marea turca que cubrió toda Anatolia durante la década de 1070, salvo algunas ciudades y regiones costeras, ante la inoperatividad absoluta de la corte imperial dominada por los Ducas.

Pronto el territorio dominado por Filareto se tiñó de un claro color armenio: tanto sus rivales (Apelgarib Artrsouni o Vasak Pahlavuni, que mantenían la fe miafisista) como sus subordinados (Gabriel, Thoros o Teodoro, Basilio “el ladrón”) eran armenios. Brajamio mejoró su situación en 1078 cuando el general y nuevo emperador Nicéforo III Botaniates, que destronó al calamitoso Miguel VII Ducas, dio legitimidad legal a su dominio, como vasallo (teórico) de Constantinopla. Filareto invitó al catholicósGrigor II a instalar su sede en Marash (Cilicia oriental, dentro de sus dominios directos). Grigor declinó, pero para aumentar la confusión, le sugirió que invistiera catholicós de su estado a Pablo, abad de Varagavank.

Ahora había nada menos que tres catholicós armenios (recordemos a un tal Teodoro, sucesor de Sarkis y prorromano, no reconocido por el sínodo), a los que en 1081 se unió Parsegh de Ani, sobrino carnal por parte de hermana de Grigor, que fue elevado por los prelados y abades que aún residían en la Gran Armenia, y que consideraban que su tío había hecho dejación al mudarse a Cilicia.

El dominio de Brajamio no fue duradero: a partir de 1084 los turcos lanzaron una ofensiva contra sus tierras. Ese año cayó Antioquía, y en 1087 Edesa. Brajamio murió poco después sin haber logrado consolidar su reino, pero su dominio fue un intervalo imprescindible para que otros pequeños señores armenios lograran asentar sus dominios en las faldas de los Montes Tauro y la fértil llanura costera de Cilicia, en las orillas de los ríos Cidnos, Saros y Piramo, donde lograrían formar un estado armenio que resistiría la presión del islam durante dos siglos más, y que la historiografía conocería como el Reino de la Pequeña Armenia.

El papel de Brajamio fue fundamental (aunque involuntario) para la pervivencia de la cultura y el pueblo armenios en el primero de sus varios éxodos históricos. Por desgracia, su figura nos llega descrita por el importante historiador Mateo de Edesa, que lo escarneció por sus creencias calcedonianas, consideradas heréticas en un armenio, y por incorporar a su servicio caballeros mercenarios francos (la primera mención a los militares latinos en oriente que recogen las fuentes armenias). Mateo, abad del monasterio de Karmik Vanq, cerca de Marash en la Cilicia oriental, comenzó a escribir su “Crónica” alrededor de 1113, siendo nuestra principal fuente de conocimiento sobre los armenios en las primeras décadas del siglo XII. Tomó como fuente de acontecimientos anteriores a su vida al vardapetJakob de Sanahim. Fue particularmente opuesto tanto a la ortodoxia griega como a la catolicidad latina, fanático defensor de la cultura y religión armenia y despectivo con los sirios y los árabes. Murió en 1144 durante el asedio de su ciudad por el atabeg turco de Mosul Zengi.

Varios pequeños señoríos (o principados) surgieron tras la muerte de Brajamio: en las montañas de los Tauro occidentales, Roupen o Rubén (parece que descendiente por vía femenina de los Bagrátidas) y luego su hijo Constantino, instauraron un fuerte gobierno en torno al castillo de Vahka; Gogh Vasil (Basilio “el ladrón”) dominó desde la importante ciudad de Melitene, llegando a titularse “príncipe de los príncipes armenios”, con importantes vínculos con casas nobles armenias en el exilio; Abelgarib Artsrouni se hizo fuerte en Mopsuestia (Cilicia occidental); los Pahlavuni de la familia del catholicós, por su parte, tenían influencia en varios pequeños señoríos cilicios (entre ellos destacó Oshin de Lampron, casado con una hija de Artsrouni). A diferencia de Filareto, todos eran devotos miafisistas. El emperador decidió otorgarles a todos el título de sebastos, legitimando así oficialmente su dominio de Cilicia en nombre del imperio, para que ejercieran de “colchón” frente a los turcos, dada la incapacidad de su ejército para frenarlos.

En 1087, la situación de los múltiples catholicós armenios logró resolverse: tras la muerte de Filareto, Pablo de Varagavank renunció a su título y regresó a su convento. Parsegh de Ani depuso a Teodoro, que ya no podía contar con el apoyo de los debilitados romanos, y se instaló en Edesa. Poco después, a ruegos de obispos y nobles, Grigor II llegó a un acuerdo con su sobrino, por el cual Martirophilos sería reconocido como único catholicós, mientras Parsegh sería su vicario (ejerciendo el gobierno efectivo) y sucesor a su muerte. Así llegó la paz jerárquica a la siempre agitada Iglesia armenia.

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La primera cruzada

En 1081, el fracasado Nicéforo III fue depuesto por otro general llamado Alejo Comneno que, este sí, lograría dar estabilidad y una nueva dinastía fuerte al imperio de Oriente. Los viejos romanos lograban una vez más, y contra todo pronóstico, levantarse de lo que parecía una postración definitiva. En parte le favoreció la suerte: los seljúcidas no tenían interés en Constantinopla, seguían con su impulso hacia Siria, que les llevaría a conquistar Jerusalén poco después y, lo que es más importante, un sobrino de Alp Arslán llamado Suleyman, rebelde a su tío, logró escapar con sus partidarios a Anatolia, donde fundó un sultanato, que se llamaría de Rum (de Roma, por los romanos derrotados que lo habían poblado previamente), permanentemente enemistado con la línea primogénita de Sleyuk, que pasaría a ser conocida como los Grandes Seljúcidas. Un enemigo de menor tamaño con el que lidiar y que, de hecho, ejercía de escudo frente a otras embestidas orientales de mayor envergadura. A la muerte de Suleyman en su ataque a Antioquía en 1086, su hijo Kilij Arslan le sucedió en el trono del sultanato de Rum.

Alejo I Comneno, en cambio, tenía menos suerte en su frontera occidental, donde los normandos del sur de Italia, unidos al frente de su rey Roberto Guiscardo de Altavilla, pretendían asaltar Grecia y hacerse con las riquezas de Constantinopla con la excusa defender los derechos del recluido Miguel VII y su depuesto hijo Constantino Ducas, prometido de la hija de Guiscardo. Durante cuatro años, Alejo combatió contra los normandos por todos los medios, llegando a otorgar a la república de Venecia (antigua colonia imperial) el monopolio del comercio en Constantinopla para que su flota atacara a la de los invasores. Tras muchos reveses y derrotas, de las que siempre se sobrepuso, la muerte de Guiscardo en 1085 obligó a los normandos a abandonar la empresa, y salvó de nuevo la situación para su Imperio. A partir de ese momento, Alejo, reorganizada la moneda, la administración y el ejército, pondrá sus ojos en la recuperación de Anatolia.

Para ello decidió dar un paso que resultaría fundamental en la historia de Oriente Próximo y, a la larga, fatal para la propia Constantinopla. En 1095 envió un legado al concilio de Clermont, solicitando al papa auxilio para reconquistar Jerusalén, tomada por los turcos (que habían prohibido las peregrinaciones cristianas que los árabes sí permitían) y también otros territorios, entre los que, naturalmente, se incluía Anatolia y Armenia. Esperaba así obtener del papado dinero y caballeros pesados latinos (cuya valía había podido comprender personalmente en su lucha contra Guiscardo) para una campaña contra el sultanato de Rum. Para su sorpresa, el piadoso Urbano II decidió convocar la guerra santa contra los infieles para reconquistar Jerusalén y toda la Tierra Santa de sus manos. Había comenzado la primera Cruzada a Tierra Santa (recordemos que en 1064 un papa anterior ya había declarado la guerra santa para la conquista de Barbastro).

La gran expedición militar estuvo formada principalmente por nobles segundones y caballeros pobres, en su gran mayoría del reino de Francia (loreneses, flamencos, borgoñones, normandos y occ¡tanos). Llegaron tras un largo viaje en 1097 a Constantinopla, donde los caballeros latinos juraron lealtad a Alejo y prometieron entregarle las tierras conquistadas a cambio de suministros. Gracias a la ofensiva de los cruzados, el imperio pudo recuperar amplias tierras de la parte más occidental de Anatolia a los turcos selyúcidas (a quienes arrebataron su primera capital, Nicea) que no podían contener a la caballería pesada franca. A finales de año, tras una penosa travesía, los cruzados llegaron a tierras de Cilicia, donde fueron bien recibidos por los armenios. Uno de los jefes latinos, Balduino de Boulogne, se separó del grueso y llegó a la ciudad de Edesa, donde fue adoptado como heredero por el gobernador local, Teodoro (o Thoros) de Edesa, un armenio calcedoniano (antiguo lugarteniente de Filareto) que fue asesinado poco después por odio religioso por sus propios paisanos miafisistas. Balduino se convirtió así en conde de Edesa, el primer estado cruzado de Ultramar, apoyado principalmente en la población armenia.

A diferencia de los recelos crecientes entre griegos y latinos conforme la expedición se adentraba más y más hacia el corazón del sultanato seljúcida, los señores armenios recibieron a los cruzados con sincera amistad, esperando que su fuerza les respaldara en su proyecto de independencia tanto frente a los turcos como al emperador. Constantino Roupen, señor de Vahka y el más importante de todos ellos, abasteció de víveres y armas a los latinos en su complejo asedio de la ciudad de Antioquía a finales de 1097, lo que le valió el título de marqués y la investidura como caballero de un agradecido cruzado, Bohemundo de Tarento, hijo del difunto Roberto Guiscardo, y por tanto, enemigo acérrimo de Alejo I, que se intituló como Príncipe de Antioquía cuando la plaza fue finalmente tomada a los turcos, negándose a entregarla a los romanos. Oshin de Lampron logró que Balduino de Boulogne le cediera la conquistada Tarso a cambio de provisiones en su trayecto hacia Edesa, y allí instaló su capital.

En julio de 1099 los cruzados conquistaron al fin Jerusalén (parece que el catholicós armenio, Grigor II asistió al sitio y toma de la ciudad), saqueando y masacrando a la población musulmana durante varios días. La convirtieron en la capital del nuevo reino de Jerusalén, el principal de los estados cruzados en Tierra Santa, del que se convirtió en “protector” Godofredo de Bouillón, hermano de Balduino (que le sucedió a su muerte un año después, ya con el título de rey). Para los armenios, hubo un antes y un después de este hecho. Mientras para turcos y griegos los cruzados fueron un factor extranjero que despertó su hostilidad permanente, los armenios hallaron en ellos un aliado natural contra los anteriores. Se puede afirmar que fue gracias al apoyo de los latinos (incluyendo matrimonios entre nobles) que se pudo constituir el Reino armenio de Cilicia, o Reino de la Pequeña Armenia, que Constantino Rupénida asumió en lo sucesivo ya sin la tutela, siquiera teórica, del emperador de Constantinopla.

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El reino y la Iglesia armenios en Cilicia

Grigor II aceptó en 1103 las reiteradas peticiones de Kogh Vasil para que instalara su sede en sus dominios, cerca de la ciudad de Kesun (Montes Tauro orientales, junto a la frontera siria), en el monasterio de Karmir. Empleó como sus acólitos a dos sobrinos suyos (hijos de una hermana distinta de la madre de Parsegh de Ani), Grigor y Nersés, futuros catholicós. Basilio el Ladrón además liberó a Bohemundo príncipe de Antioquía del cautiverio de una tribu turcómana y le nombró su heredero ese mismo año.

El peregrino y estudioso Grigor II Vikayasser murió finalmente en 1105, tras un tumultuoso pontificado de cuarenta años, que habían visto la desaparición del reino de Armenia del Cáucaso y su sustitución por la Armenia cilicia. Nombró sucesor a su sobrino Parsegh de Ani, que ya ejercía de vicario, pero le impuso también que a su vez sería sucedido por su otro joven sobrino, Grigor. Fue enterrado en el mismo monasterio de Karmir donde había vivido sus últimos años.

En el reino armenio, la familia Rupénida se estaba consolidando como la más fuerte ante otros linajes: los Pahlavuni de Oshin de Lampron y Barbaton quedaron confinados en Tarso y sus alrededores. Basilio el Ladrón, de Kesun, se vio acosado por turcos y cruzados, encerrado en un juego de alianzas de unos latinos contra otros. Perdió Melitene en 1102 pero rechazó dos invasiones turcas en 1107 (auxiliado por los rupénidas); se enemistó con Tancredo de Antioquía, sucesor en 1101 de su tío Bohemundo, y se avasalló primero al emperador Alejo, que lo nombró sebastos, y posteriormente a Balduino de Jerusalén para obtener apoyo contra el príncipe normando. Murió en 1112 y su sucesor no pudo evitar que su territorio fuese anexionado en su mayoría por el conde de Edesa. Fue Constantino Rupénida quien logró ser reconocido como “príncipe de los príncipes de Armenia” por el resto de la nobleza, y su hijo Thoros (Teodoro) Rupénida inauguró a partir de 1105 una Cilicia donde no quedaban ya sucesores de Filareto vivos. Desde Vahka gobernó a una miríada de señoríos armenios semi-independientes (sin olvidar importantes poblaciones de griegos, árabes y sirios), y expandió su influencia por la llanura cilicia, expulsando en 1107 a las guarniciones imperiales que aún quedaban, y estableciendo su capital en Sis, ciudad en la edificó una basílica y cuyas murallas reforzó. Un nuevo ataque de los selyúcidas de Rum fue rechazado por Levon (León), hermano de Thoros, en 1111, logrando de ese modo alejar la amenaza turca del naciente reino. En 1112 el roupénida llevó a cabo una ejecución muy simbólica, cuando atacó la fortaleza capadocia de Kizistra e hizo asesinar a los tres hermanos romanos que habían matado al último rey armenio Gagik II (al que de ese modo se vinculaba como sucesor Thoros) casi treinta años atrás.

Parsegh de Ani alternó su sede como primado de la Iglesia armenia entre Edesa, donde moraba anteriormente, ya en manos de los cruzados, y el monasterio de Karmir donde había residido su antecesor y tío. Se ocupó de la educación de sus jóvenes primos Gregorio y Narsés, y procuró continuar con la organización de la Iglesia armenia en Cilicia. Murió en 1113 y como estaba previsto Gregorio III Pahlavuni o “de Cilicia” le sucedió.

Grigor III se parecía a su tío homónimo. Tuvo un pontificado muy largo y era un erudito y literato. Escribió una colección de himnos litúrgicos (conocidos como sharakans) de profundo contenido doctrinal, y al igual que aquel, tradujo de latín y griego y compuso varios martiriólogos, que le valieron el apodo de “Martirophilos el joven”. Sabemos que (probablemente gracias al contacto con los caballeros francos) también mantuvo correspondencia con el papa Inocencio II, algunas de cuyas cartas se han conservado en su versión armenia.

Después de un largo reinado, en el que había asentado la preeminencia de su familia sobre el resto de nobles armenios de Cilicia, en 1129 murió Thoros Rupenida, siendo sucedido por su hijo Constantino II como monarca. El joven murió al año siguiente en una intriga palaciega, que elevó al trono a su tío Levon. Durante su reinado aparecieron los primeros recelos con los príncipes latinos de Antioquía a cuenta de la propiedad de ciertas fortalezas fronterizas. Levon buscó el apoyo de los romanos, en plena recuperación con la nueva dinastía Comneno, y en 1137 se reunió con el emperador Juan II, hijo de Alejo, que había emprendido una campaña para reconquistar Cilicia apoyado en el fuerte ejército reconstruido por su padre. El emperador traicionó a Levón durante la entrevista, encerrándole junto a sus dos hijos en Constantinopla. Durante ocho años, el imperio logró reincorporar la región a su soberanía.

Levon y uno de sus hijos murieron en cautiverio, mientras Juan II proseguía sus victoriosas campañas, logrando en 1143 convertir en vasallo al príncipe latino de Antioquía, junto al que acometió el sitio de Edesa. Pero el asedio fracasó (cayendo la ciudad definitivamente en manos de los turcos zengidas) y poco después el emperador murió tras herirse en una cacería. Thoros, el segundo hijo de Levon aprovechó para escapar de su cautiverio, regresó a Cilicia en un rocambolesco periplo a Través de Chipre y Antioquía, y encendió una insurrección general de los señores armenios que pronto incendió toda la provincia. Durante ocho años fue expulsando mediante la guerra de guerrillas a las guarniciones imperiales, desasistidas por el ejército oriental. Finalmente, en 1151 el nuevo emperador Manuel, hijo de Juan II, envió a su pariente Andrónico Comneno con un nuevo ejército para reducir a los rebeldes de Thoros. Los imperiales fueron auxiliados por armenios de la casa Pahlavuni, al mando de Oshin II de Lampron, celosos de la privanza de los Rupénidas. En la batalla de Mamistra, Thoros derrotó a sus oponentes, expulsando a los imperiales de la mayor parte de la llanura cilicia.

Thoros II fue un gobernante enérgico pero hábil: se reconcilió con el cautivo Oshin II casando a su hija con el heredero Hethum de Lampron. Reanudó las relaciones amistosas con los latinos, y en 1154 derrotó una invasión de selyúcidas (espoleados por el rencoroso Manuel I) con ayuda de un contingente de caballeros templarios. Cuando Manuel se alió con Reinaldo de Chatillon, nuevo príncipe de Antioquía, prometiendo reconocer su independencia frente al rey de Jerusalén si acababa con Thoros a cuenta de las fortalezas fronterizas en disputa, el rey armenio no sólo logró rechazar a los antioqueños en combate sino que entregó voluntariamente las plazas a los templarios (sellando una alianza inquebrantable con ellos), de modo que dejó sin casus belli a Reinaldo, desbaratando así una nueva conjura contra él del emperador romano.

Apenas dos años más tarde, aliados ahora, Thoros II y Reinaldo saquearon la isla imperial de Chipre. Indignado, Mateo Comneno olvidó otros frentes y en 1158 levantó un nuevo ejército que dirigió personalmente contra Cilicia. Su ataque sorpresa fue un éxito, tomando rápidamente toda la llanura ciliciana y confinando a Thoros y su familia en los Montes Tauro. Por intermediación del rey Balduino III de Jerusalén, Thoros fue perdonado tras hacer sumisión a Manuel en su campamento, y se le permitió conservar sus posesiones montañosas. En 1164, el príncipe armenio se unió al príncipe de Antioquía Bohemundo III y el conde de Trípoli en levantar el asedio de la ciudad por Nur ad Din, miembro de la dinastía turca (pero no selyúcida) de los Zengidas. Obtenido el éxito, los aliados persiguieron a los turcos en retirada, contra la recomendación de Thoros, que recelaba de una huida fingida, para ser derrotados en la emboscada de la batalla de Harim. El cauteloso rey de Armenia y su hermano Mleh (que había tomado los votos templarios) lograron escapar a tiempo de la trampa. Irritado por lo que consideraba una traición, Bohemundo III se avasalló al emperador Manuel, y cambió otra vez de bando, dispuesto a vengarse de los armenios.

Mientras tanto, Grigor III había logrado mantener unida y próspera a la Iglesia armenia en Cilicia en el vaivén de numerosas incursiones militares extranjeras. Su hermano Nersés fue su mano derecha durante todo su pontificado. Hubo de trasladar la sede catholicosal a Tsovak, junto al lago Sevan en la Gran Armenia, en 1116, y a la fortaleza de Hromgla, no lejos de Aintab (ciudad a medio camino entre Alepo y Kesun, en Siria septentrional), en 1149. Encomendó en 1165 a Nersés que mediara en las querellas entre el rey Thoros II Roupenian y Oshin II de Lampron. Grigor III murió en 1166 tras un largo y pacífico pontificado, y su hermano Nersés IV Pahlavuni fue elevado sin discusión como su sucesor, recibiendo el sobrenombre de Shnorhali (“el Gracil”).

En 1167, Thoros II peregrinó a Jerusalén. Poco después, durante una cacería, su hermano menor Mleh trató de asesinarle. Fracasado, se refugió en tierras del emir Nur ad Din Zengida, de quien se hizo vasallo y consejero, y donde al parecer se convirtió al islam. En 1169, cansado y enfermo, Thoros II abdicó en su hijo Rouben II, un niño de cinco años que puso bajo la tutela de su suegro latino Tomás, y se retiró a un monasterio, donde moriría poco después tras una vida verdaderamente aventurera. Por desgracia, los nobles armenios se habían traído a Cilicia la misma tendencia a la fragmentación y la conjura familiar que habían caracterizado su política durante siglos en la Gran Armenia. Los golpes palaciegos habían asolado a los bagrátidas, y también lo harían con los rupénidas.

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Los intentos por recuperar la comunión eclesiástica

Apenas supo que su hermano había fallecido, Mleh Roupenian invadió Cilicia con un fuerte ejército de turcos de Nur ad Din, emir de Alepo. Para evitar convertirse en una provincia de los zéngidas, las mayoría de los nakharar decidió aceptar al invasor como rey legítimo. Mleh tomó el poder pacíficamente, pero persiguió al regente Tomás, que hubo de exiliarse, dejando al pequeño Rouben II bajo la custodia del catholicós Nersés IV en Hromgla. El implacable usurpador envió unos sicarios que no dudaron en acabar con la vida de su pequeño sobrino en la propia fortaleza.

A diferencia de sus predecesores (y de la inmensa mayoría de prelados armenios), Nersés IV sentía un genuino interés por lograr la comunión de la Iglesia armenia con la ortodoxa griega y la católica latina (que por entonces ya habían perdido la comunión entre ellas). Poco después de su acceso al solio, inició con el emperador Manuel y el patriarca de Constantinopla Miguel III un intercambio epistolar en aras a lograr una declaración conjunta que pusiese fin al cisma. La propuesta de Nersés IV se basaba en las actas de Éfeso que ambas Iglesias aceptaban. En su contrapropuesta de 1171, los delegados griegos (Teoriano y Juan Atman) acordaron con el catholicós una profesión de fe sustancialmente similar a la ortodoxa. Tras su revisión en Constantinopla, sin embargo, Manuel y Miguel III endurecieron más su posición, incluyendo puntos de doctrina calcedonianos, cuestiones litúrgicas, el uso de pan sin levadura y vino sin diluir en la eucaristía, la disparidad de calendarios y la exigencia de que el emperador pudiera nombrar al catholicós como hacía con el patriarca constantinopolitano.

El alto clero armenio rechazó de plano las nuevas propuestas, y Nersés IV hubo de aparcar el acercamiento, aunque escribió cortésmente al emperador para evitar una ruptura total. Como otros miembros de su familia, Nersés IV fue un brillante estudioso y literato. Dominó la versificación, en la que compuso el Vipasanoutyoun (una novela), la Voghb Yedesyo (una elegía o lamentación con motivo de la caída de Edesa en manos de los turcos) y el Hisous Vordi (un resumen de la Biblia e historias de la Iglesia). Escribió también obras de teología como el Toukht Enthanrakan (sobre pastoral cristiana y organización eclesiástica), una colección amplia de oraciones e himnos (algunos de ellos adaptados para la liturgia armenia), y un pintoresco comentario al Libro del Génesis, que incluye una descripción del Edén por varios monjes que lo habrían visitado personalmente. Se cree que este escrito (o más bien una versión), llevado a occidente por los cruzados, está (junto a otros similares) detrás de toda la literatura latina medieval acerca de viajes al Oriente o al Jardín del Edén (los “libros de las maravillas de Oriente”).

Nersés IV enfermó gravemente en 1173, contando casi setenta años. Después de varios pontificados largos y (relativamente) estables y fructíferos no había discusión para que el sucesor perteneciera a la familia Pahlavuni. Nersés IV trató de nombrar a un sobrino homónimo, pero el rey Mleh impuso a otro, llamado Gregorio IV y apodado “el Joven”. Nersés murió poco después, y fue canonizado por las Iglesias armenia apostólica y católica.

El nuevo rey armenio empleó el ejército turcómano entregado por Nur ad Din para arrasar con sus enemigos internos y externos. Atacó a la rama Hethumida de los Pahlavuni en su fortaleza de Lampron, pero sin lograr tomarla. Asaltó sin cesar las guarniciones imperiales y los fuertes templarios, expulsando a unos y otros, hasta el punto que el rey de Jerusalén Amalarico I llegó a aliarse con el emperador y el príncipe de Antioquía para incursionar contra él en Cilicia. En 1173, por fin, Mleh Roupenian llegó a un acuerdo con el emperador Manuel Comneno, por el cual le reconocía como gobernador en su nombre a cambio de que permitiera guarniciones imperiales en algunas plazas y respetara el paso de peregrinos y comerciantes por Cilicia. Su suerte se torció cuando murió el poderoso Nur ad Din Zengid en 1174, poco después de conquistar Egipto. Su hijo y heredero era muy joven y se desató una guerra entre diversos señores turcos por la regencia. Las tropas turcómanas que le sostenían regresaron apresuradamente a Alepo, y Mleh, privado de su apoyo, fue asesinado poco después en Sis por los nobles armenios, que elevaron al trono a su sobrino Roupen III, hijo de Esteban Roupenian, el último hijo del cautivo Levon I.

Después de un usurpador y asesino, quiso Dios que los armenios fuesen gobernados por un hombre justo y amable. Roupen III se hizo muy amigo de Bohemundo III de Antioquía, restaurando una excelente relación con los cruzados. En 1180 los selyúcidas del Rum, que habían hecho la paz con Saladino, regente del emir de los Zengidas, atacaron Cilicia, pero Roupen hizo una alianza con su sultán Kilij Arslan II. En 1181, peregrinó a Jerusalén y casó con la hija de un señor latino, Isabel de Toron.

A su regreso a Cilicia, fue víctima de las conspiraciones entre los poderes vecinos. Isaac Comneno, gobernador de la Cilicia meridional, quiso levantarse contra el nuevo emperador y sucesor de Manuel, Andrónico Comneno. Buscó para ello la ayuda de Bohemundo III, el cual le traicionó y vendió, junto a la ciudad capturada de Tarso, al propio Roupen (los templarios pagarían el rescate del escarmentado Isaac). Poco después, el príncipe antioqueño cambió de alianzas y pactó en secreto con Hethum de Lampron, la otra gran casa armenia de Cilicia, invitándole junto a Roupen a un consejo en Antioquía donde arbitraría el fin de sus diferencias. Apenas llegó a la ciudad, Roupen fue hecho prisionero por su supuesto anfitrión. Mas Levon, el hermano de Roupen III, derrotó a los Pahlavuni de Lampron y tomó sus territorios. Luego reunió un ejército y amenazó con marchar sobre Antioquía. Bohemundo finalmente liberó en 1185 a Roupen a cambio de un cuantioso rescate y las ciudades de Adana y Mamistra, que el rey armenio recuperó al poco de regresar. Irritado, el traicionado (y traicionero) Bohemundo emprendió una campaña para recuperarlas por la fuerza, pero fue derrotado. Roupen III solo tuvo hijas, y en 1187, sintiéndose gravemente enfermo, abdicó en su leal hermano Levon, muriendo poco después en el monasterio de Drazark.

El catholicós Gregorio IV Pahlavuni el Joven continuó con la política de su predecesor de buscar acercamientos a las Iglesias ortodoxa y latina. En 1179 tuvo lugar un concilio en Hromgla, en el que no se llegó a ningún acuerdo, puesto que los delegados ortodoxos no modificaron las exigencias de Manuel y Miguel III, y los monjes armenios que estaban bajo el gobierno musulmán (mucho más radicales en su anticalcedonismo) las rechazaron de plano. En 1180 murió el emperador Manuel y las negociaciones para la reunificación con Constantinopla prácticamente murieron con él. Gregorio IV entonces orientó sus esfuerzos a la unidad con los católicos, enviando diversas cartas y hasta un legado al papa Lucio III, pero sin fruto alguno. En 1193 sufrió un accidente y cayó del caballo, muriendo poco después. Fue sucedido por su sobrino Gregorio V de Cilicia, cuyo desempeño nada tuvo que ver con el prudente y culto de sus predecesores. Se enfrentó ásperamente a muchos prelados y la arrogancia de su juventud le granjeó muchas enemistades. Finalmente, por presión del sínodo, el rey Levon II ordenó su reclusión en la sede-fortaleza de Hromgla. En 1194, tratando de escapar por una ventada del arresto, cayo al vacío y murió. Levón III presionó para que fuese elegido Grigor VI, otro sobrino de los catholicós Grigor III y Nersés IV, que fue siempre leal al rey.

Levon II fue un rey hábil y prudente. En el mismo año de su entronización se alió de nuevo con Bohemundo para repeler una gran invasión desde el norte de bandas turcómanas. Poco después se casó con Isabel, sobrina de la esposa de Bohemundo III, Sibila de Jerusalén (y por tanto, de sangre real), y aprovechó la crisis sucesoria desatada en el sultanato del Rum cuando Kilij Arslan II dividió en vida sus posesiones entre sus muchos hijos (provocando de inmediato el caos y el conflicto entre hermanos), para atacar y anexionar la región de Isauria y su capital, Seleucia, en la costa del oeste de los Montes Tauro en 1188. Llegó a amenazar la propia Iconio, capital del sultanato del Rum, obteniendo un tratado de paz favorable con el sultán.

El comienzo de su reinado precedió por poco a la conquista de Jerusalén en 1189 por el kurdo Saladino (ya convertido en sultán efectivo de los dominios zengidas). El papa y los reyes latinos organizaron la Tercera Cruzada para recuperar la Ciudad Santa, y Levon auxilió en todo cuanto pudo a los cruzados de Federico Barbarroja: provisiones, bestias de carga, caballos, guías nativos. Su ejército participó personalmente en el sitio de Acre entre 1189 y 1190, y cooperó con las tropas de Ricardo “Corazón de León”, rey de Inglaterra, en la conquista de Chipre en 1191.

Al igual que había sucedido con su hermano, su relación con el longevo Bohemundo III de Antioquía no acabó bien. Saladino había ordenado la destrucción de la fortaleza fronteriza templaria de Baghras (entre Cilicia y Siria, cerca de Antioquía) y su abandono, pero Levon II la ocupó y reconstruyó apenas se hubieron marchado los kurdos. Bohemundo III protestó y exigió que fuese devuelta a los templarios, reclamando ante el propio Saladino, al que se había avasallado para conservar su principado. Este dio la razón a Bohemundo, pero Levon no devolvió la estratégica plaza. Cuando murió Saladino en 1193, Levon invitó a Bohemundo y su esposa (familiares políticos suyos) a una reunión para negociar un tratado. Como había ocurrido a la inversa con su hermano Roupen (y al parecer ocurría con cierta frecuencia entre los orientales), Levon hizo prisionero a Bohemundo III apenas llegó Baghras, exigiendo para liberarle que le entregara nada menos que la propia ciudad de Antioquía. El príncipe aceptó y un ejército armenio al mando de Hethum de Sassoun tomó posesión de la plaza, pero poco después los latinos y los griegos de la ciudad se aliaron por una vez contra los ocupantes. Hethum evacuó la plaza y poco después, ante la amenaza de intervención del rey Enrique de Jerusalén y todos los nobles latinos que aún conservaban posesiones en Tierra Santa, Levon liberó a Bohemundo, y se consoló con retener Baghras y la ciudad de Alejandreta, que controlaban a poca distancia a la propia Antioquía.

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La corona de la Pequeña Armenia y la unión con Roma

Levon II pasó los siguientes años empeñado en obtener un reconocimiento de los poderes cristianos a su coronación real. Quería pasar de simple “príncipe de príncipes” o rey informal, a un auténtico rey al mismo nivel que los que existían en la Cristiandad latina, lo cual reforzaría su posición jurídica tanto ante sus vecinos como entre los propios nakharar, siempre proclives a la autonomía.

En 1196 se dirigió primeramente al emperador de Occidente, Enrique VI Hohenstaufen (hijo de Barbarroja) para solicitar su investidura, pero este dilató la cuestión, y entonces Levon envió legados al papa Celestino III. Este supeditó su reconocimiento oficial como rey, como era previsible, a la unión doctrinal a Roma y el reconocimiento de su autoridad religiosa y jurídica sobre el catholicós armenio. Levon II encargó a su leal Grigor VI Apiratsi la convocatoria de un sínodo con tal fin en 1198. Al igual que diez años atrás, la mayor parte del clero rechazó la fórmula de las dos naturalezas. Con gran desenvoltura, Levon se dirigió a los prelados asegurando que aquella unión era meramente formal y personal, con un objetivo político (al igual que harían en 1439 el emperador de Oriente Juan VIII y en 1449 su hermano Constantino XI) y que él no impondría las tesis calcedonianas ni la autoridad del papa en su reino. Bajo esa premisa Grigor VI proclamó la unión de la Iglesia Apostólica armenia con la Católica latina, para satisfacción de los enviados papales, pero nulos efectos prácticos. Menos cooperadores, los pocos prelados que quedaban en la Gran Armenia eligieron un anticatholicós de poco recorrido en protesta por este concilio.

El tema de la coronación de Levon II tuvo tanta trascendencia en su momento que el emperador oriental Alejo III Ángel le envió una corona en 1197, que este aceptó, en un intento de que Levon aceptase ser su vasallo formal (que no real), dejando fuera de juego a los latinos. Asimismo, fue enviada una legación a Constantinopla encabezada por el obispo Nersés de Lampron para intentar una vez más resolver las diferencias doctrinales. No hubo avances y fue el último intento de sinaxis entre el patriarca de Constantinopla y el catholicós de los armenios.

El asunto concluyó en enero de 1198: una delegación del emperador de Occidente, encabezada por el obispo Conrado de Hildeshelm y el legado papal arzobispo Conrado de Maguncia, fue testigo de la coronación de Levon en Tarso, en presencia de la nobleza y clero armenios, los señores francos, delegados del califa y los arzobispos ortodoxo y siríaco. Fue Grigor VI Apirad quien le colocó físicamente la corona sobre su cabeza durante la ceremonia, pero Levon recibió las insignias reales de Conrado de Maguncia, estableciendo así su vinculación con la Cristiandad latina y el papa (y por su medio, por los cruzados), antes que con el emperador romano. Numerosos autores contemporáneos corroboran que la solemne ceremonia fue vista entre los armenios como una auténtica restauración del reino de la Gran Armenia perdido a manos de los turcos y los imperiales siglo y medio atrás.

Se cerraba así un ciclo en la historia de Armenia. La mayoría de la población y la nobleza armenias se había trasladado a Cilicia, donde eran el grupo dominante (pese a que existieran otras antiguas comunidades presentes, como griegos, sirios, turcos o latinos). Mientras los armenios que habían permanecido en el Cáucaso estaban sometidos a los turcos o se veían obligados a hacerse musulmanes para evitar la opresión, a orillas del Mediterráneo, la Pequeña Armenia veía resurgir un estado armenio independiente y fuerte, con un hábil y valiente monarca al frente.

1 comentario

  
Marisol
Muy interesante
Yo le aconsejaría dividirlo en dos ediciones, se hace largo por la cantidad de datos que aporta.


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LA

Gracias por su recomendación, Marisol. Lo cierto es que esta ya es la quinta parte de una serie.
03/09/23 12:51 PM

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