Sacerdotes mártires valencianos XXIII

José Zaragoza Ros vio la luz el 5 de agosto de 1908 en Meliana, un pueblo al norte de Valencia. Educado en el colegio de los padres Salesianos, llegó a iniciar el noviciado en el colegio de vocaciones de esa orden en Campello en 1920, pero dos años más tarde lo abandonó para cursar la carrera de clérigo secular en el seminario menor de Valencia, pasando al mayor en 1926. Para entender cómo era el ambiente en la segunda república española, ya en 1932 el buen seminarista pasó quince días en la cárcel modelo de Valencia por cantar canciones religiosas con unos amigos y terminar gritando “¡Viva Cristo Rey!”.

Se ordenó el 1 de noviembre de 1935, y el 12 de enero del año siguiente se le encargó la curatoría del pueblo de Dos Aguas, en la montaña de la comarca de Buñol. Durante su corto ejercicio se esforzó por proporcionar instrucción básica a adultos, contándose entre sus alumnos a algunos de los marxistas que posteriormente intervinieron en su muerte. Tras el Alzamiento, pasó dos semanas refugiado en cada del secretario del juzgado local, y posteriormente se trasladó al domicilio paterno en Meliana. Antes de irse encomendó a un buen amigo que custodiase el Sagrario, pidiéndole “si lo ves en peligro, consúmelo”, y posteriormente dijo entre llantos de los feligreses locales que acudieron a despedirle “¡cuánto siento tener que abandonar a mis ovejas, que mis superiores me encargaron apacentar! Sed buenos y perseverad en el bien”. Ya en su pueblo, el comité local le requirió pagar una fianza que fue satisfecha por su hermano Ramón, con quien se había trasladado, pues don José no tenía bienes propios. Durante varias semanas fueron molestados él y su familia continuamente con registros y requerimientos a declarar. El 20 de septiembre fue detenido junto a los otros once sacerdotes naturales de Meliana, y llevados al comité anarquista de la Metalurgia, en el camino al Grao de Valencia. Don José y otros cinco fueron liberados, y el resto asesinados. Dos días más tarde, a las dos de la madrugada del 22 de septiembre de 1936, un piquete de milicianos se presentó en su casa y se lo llevó detenido con su hermano, encerrándolos en un cuarto a oscuras, junto con otros presbíteros y católicos del pueblo. Aún de noche, sacaron a cinco de ellos, entre los cuales don José, y llevados en dirección a Sagunto. En el quilómetro veinte de la carretera, junto a un lugar llamado granja Pallarés, fueron sacados y tiroteados hasta la muerte, no sin que varios de ellos tuvieran tiempo de gritar “¡Viva Cristo Rey!”. Sus cuerpos fueron trasladados y enterrados en el cementerio de Sagunto. Al finalizar la guerra su cuerpo fue llevado al cementerio de Meliana. Unos años más tarde se depositó en un panteón-cripta dedicado a los mártires del pueblo en la iglesia parroquial. Tenía 28 años.

En la pequeña aldea de Casas del Río (hoy en día en la comarca de Requena-Utiel), a orillas del río Cabriel que le da nombre, nació el 2 de diciembre Tomás Martínez Martínez. Tomado como acólito por el párroco y maestro local, don Pedro García, este se encargó de costearle los estudios eclesiásticos cuando el niño mostró una decidida vocación de ser sacerdote, pues su familia era humilde y carecía de medios. Constante y estudioso, alcanzó una beca por oposición para estudiar en el seminario Conciliar de Valencia, cantando misa el 21 de junio de 1931. Fue nombrado vicario de Chella, en la montañosa comarca interior de Enguera, y en mayo de 1933, párroco de Zarra, un pequeño pueblo entre Cofrentes y Ayora, en las boscosas serranías del río Júcar a su paso por esa zona. Durante su gobierno se preocupó de restaurar el templo, muy dañado por el tiempo y la incuria, y por la cura de almas. El 27 de julio de 1936 se presentaron en el pueblo varios milicianos de los grupos que habían quemado las iglesias de Ayora, y le exigieron las llaves del templo. Aunque se resistió, fue zarandeado e injuriado, y hubo de asistir con gran dolor al asalto, destrucción de imágenes e incendio de la iglesia a cuya recuperación y embellecimiento había dedicado tantos desvelos durante años. El mobiliario de la casa abacial fue saqueado y luego quemado por los milicianos. Pocos días después el comité marxista local le expulsó del pueblo y regresó a Casas del Río. Al llegar a Cofrentes en un autobús con su madre y una sobrina, se encontró que el único taxista del pueblo no le quiso subir hasta su aldea por miedo a un control de milicianos que había en la carretera. Los tres, incluyendo a la anciana, hubieron de abandonar inmediatamente Cofrentes por orden del comité local, y de noche atravesar más de diez quilómetros entre bosques y caminos rurales hasta llegar a un caserío cercano a su aldea donde fue a recogerles su hermano. Tras unos pocos días de tranquilidad, el 4 de agosto el comité local dictó orden de detención contra don Tomás, que huyó a unas cuevas cercanas donde se escondió una semana. Al ser localizado y denunciado, escapó a una pequeña casa de campo de un arrendatario, ocultándose hasta el día 16. Pero la implacable persecución no cesó, y finalmente, al ver acercarse a su refugio al coche del comité, le dijo a una hermana con la que se escondía que le preparase su mejor ropa, porque era su mortaja. Fue llevado a la plaza de la aldea, donde numerosos vecinos testifican que con gran serenidad esperó hasta que los milicianos lo subieron en un coche y en la carretera entre Utiel y Requena lo sacaron y asesinaron el mismo día 16 de agosto de 1936, ordenando a un peón caminero que lo enterrase en la cuneta, en un lugar llamado “Rambla de Estenas”. Al finalizar la guerra el mismo peón indicó el lugar, desde el que fue exhumado y sepultado en el cementerio de Casas del Río. Tenía 31 años.

Francisco Ibañez Ibañez era natural de Penáguila, no lejos de la pequeña ciudad de Alcoy, en la sierra de Mariola que separa las provincias de Valencia y Alicante, donde nació en 1876. Hombre de notable brillantez intelectual, estudió gracias a una beca ganada por oposición, en el seminario conciliar de Valencia. Doctorado en Sagrada Teología y licenciado en filosofía y letras, se especializó en documentación y archivería. Fue párroco de varios pueblos de la comarca, donde destacó por su bonhomía y caridad. Ganó por oposición el cargo de Abad de la Colegiata de Játiva, haciéndose conocido por todos pos su sencillez y modestia. Numerosos paisanos testificaron su entrega a los pobres y su humildad, que le ganaron los apodos de “el Abad de los pobres” y el “santo Abad”. Con la revolución en retaguardia que estalló al poco de la rebelión militar en julio de 1936, fue expulsado de la casa abadía (requisada por el comité) y expulsado del pueblo. Pero al poco fue reclamado de nuevo para exigirle que revelase qué bienes tenía la colegiata y donde se escondían. Lo retuvieron varios días acusado de ocultar dinero al comité, hasta que el sacristán de la misma se presentó con un cheque firmado por el abad dos días antes de su detención, que demostraba que el dinero faltante había sido destinado a pagar la nómina de sacerdotes y empleados. Tras hacerse con el talón y cuantos bienes pudieron sustraer, los marxistas le dejaron en libertad con el dinero justo para regresar a su pueblo. Un miliciano le acompañó hasta la estación del tren, pero una vez llegados allí, apareció un automóvil con unos escopeteros que sin mediar palabra le ordenaron bajar y se lo llevaron. En el puente llamado “dels gossos (de los perros)”, en el cercano término municipal de Llosa de Ranes, fue sacado del mismo. Don Francisco les perdonó y pidió a Dios por ellos, y acto seguido le acribillaron hasta la muerte. Era el 19 de agosto de 1936. Sus restos fueron enterrados en la iglesia de Llosa de Ranes. Tenía 60 años.

Calixto Miñana Bolinches nació en Pobla Llarga, comarca de la Ribera del Júcar, al sur de Carcagente, el 18 de julio de 1875. Estudio en el seminario conciliar de Valencia y se ordenó en 1899. Su larga carrera de sacerdote le llevó como coadjutor a Torre de Lloris (una pedanía al norte de Játiva) y Cullera (en la desembocadura del río Júcar), párroco de Villar del Arzobispo (comarca de los Serranos) y finalmente cura por oposición de la villa de Manuel, a pocos quilómetros al sur de su pueblo natal. En todos estos destinos fue querido y apreciado por su bondad y celo pastoral. En Manuel enfermó gravemente hasta el punto de temerse por su vida, debiendo regresar a su casa paterna durante varios años para recuperarse. Ya repuesto siquiera en parte, se le destinó como canónigo a la colegiata de Játiva, donde llevaba a cabo trabajos ligeros que su estado le permitía. Al poco de iniciada la guerra civil, fue sometido a reclusión domiciliaria como el resto de canónigos. Los milicianos registraron varias veces su casa llevándose sus ahorros y bienes más valiosos. Posteriormente le obligaron a servir como escribiente del comité marxista de la ciudad, junto a otro sacerdote. El 10 de diciembre, con el pretexto de redactar y levantar acta de la incautación de un molino, un piquete se lo llevó en carretera a los límites del término. Sacado del automóvil, sus captores marcharon por el campo y cuando encontraron a un labrador le preguntaron si se hallaban ya en término municipal de Canals (un pueblo adyacente). Al asentir este, y según su testimonio posterior, comenzaron a insultar y golpear al sacerdote. Este, de rodillas, les dijo “vosotros, al matarme, creéis hacerme un gran mal, pero yo os digo que vais a proporcionarme lo que siempre he anhelado, es decir, unirme a Dios. ¡Ay de vosotros si no os arrepentís de vuestros malos actos!” Seguidamente le descargaron no menos de diez tiros en la cabeza, que quedó destrozada. Posteriormente sus verdugos tuvieron a gala turnarse para fumar sentados sobre el acribillado cráneo entre risas. Su cuerpo fue posteriormente enterrado en su pueblo. Tenía 61 años.

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Ruego a los lectores una oración por el alma de estos y tantos otros que murieron en aquel terrible conflicto por dar testimonio de Cristo. Y una más necesaria por sus asesinos, para que el Señor abriera sus ojos a la luz y, antes de su muerte, tuvieran ocasión de arrepentirse de sus pecados, para que sus malas obras no les hayan cerrado las puertas de la vida eterna. Sin duda, los mártires habrán intercedido por ellos, como lo hicieron antes de morir.

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La vida y martirio presbiteriales aquí resumidas proceden de la obra “Sacerdotes mártires (archidiócesis valentina 1936-1939)” del dr. José Zahonero Vivó (no confundir con el escritor naturalista, y notorio converso, muerto en 1931), publicada en 1951 por la editorial Marfil, de Alcoy.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos. Pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros;

Mateo 5, 9-12

2 comentarios

  
Teresa
gracias por mantener viva la memoria de tantos mártires desconocidos, lo que facilita rezar por ellos.
Muchas gracias


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LA

Muchas gracias por leerlo. Creo que casi todos, si no todos, estarán ya rezando por nosotros. Más bien oremos por sus matadores, que bien lo necesitarán, y por nosotros mismos, que no tenemos su valentía y fidelidad a Cristo (Lc 23, 28).

Un saludo cordial.
28/03/23 1:03 PM
  
SS
El régimen fue una farsa, en lugar de recordar sus martirio, se puso letreros, para disolver la realidad , no fueron caídos, sino mártires,
Y el martirio, continúa, con millones de hermanos, asesinados antes de nacer.
11/04/23 4:03 PM

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