La impiedad. Un estudio bíblico

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Definición de impiedad



Se define impiedad a la falta al deber de piedad, es decir, a la obligación o deuda que contraemos hacia aquello que no podemos restituir. Hay deber de piedad hacia los padres por la vida, hacia la patria por los medios de perfeccionamiento, pero sobre todo hacia Dios por habernos creado (y redimido). De hecho, en lenguaje común, la impiedad es la falta hacia del deber de obligación hacia Dios, llamado comúnmente Religión, que entre otros incluye Su adoración, la honra de Su nombre y el cumplimiento de Sus mandamientos. Es por ello que impiedad e irreligiosidad se suelen emplear de modo sinónimo: un hombre piadoso es religioso, y un impío es irreligioso.



En la literatura se ha empleado el sustantivo asumiendo que la falta al deber de Religión del impío es constante (no puntual) y electiva, es decir, con asentimiento de la voluntad, no forzada por coacción. Los dos principalespresupuestos de impiedad son: o bien Dios no existe, y tampoco la obligación de piedad hacia Él; o bien existe pero no genera obligación de piedad hacia Él (postura sostenida por ejemplo en el deísmo). Por otra parte, aunque en todas las culturas han existido elementos comunes de religiosidad, la diversidad de prácticas o costumbres, hacen irreligiosas para unos creyentes ciertas conductas normativas en otros credos. Es por ello que el conocimiento del Verdadero Dios es fundamental para practicar el verdadero deber de piedad, la Verdadera Religión. Por ejemplo, Yahvé castiga como impías las prácticas religiosas abominables de los cananeos, como la idolatría, la prostitución (pseudo)sagrada, la hechicería, los sacrificios humanos o el infanticidio (véase Libro de la Sabiduría 12, 3-5)



Como desarrolla adecuadamente el Catecismo de la Iglesia Católica en su tercera parte, artículos 2084 a 2109, el deber hacia la Verdadera Religión incluye: el monoteísmo, el cultivo de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), la adoración, la oración, los sacrificios y penitencias, las promesas y votos, el deber social de religión y la libertad para la Verdadera Religión. Asimismo, proscribe como irreligiosos (2118-2128) la idolatría, la superstición, la adivinación, la magia, la hechicería, el espiritismo, la tentación a Dios, el sacrilegio, la simonía, el ateísmo y el agnosticismo.



No es dudoso que en Europa la impiedad es mayoritaria entre la población, y que en América va incrementándose progresivamente. Las causas son múltiples: desde el predominio de la increencia en Dios (sobre todo entre los más jóvenes) sustituida por el ciencismo, o el aumento del número de personas que creen en divinidades o entes sobrenaturales que no reclaman deber de religión; hasta creyentes que, por una teología defectuosa, están persuadidos de que el deber de religión, o bien es innecesario en la práctica (naturalismo), o bien debe quedar confinado a la conciencia (luteranismo y modernismo teológico) sin signo externo alguno. Naturalmente, en este último caso, las carencias o praxis erróneas en la enseñanza de la doctrina han jugado un papel primordial.



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Características de la impiedad según la Biblia



En las Escrituras inspiradas, se identifica la impiedad como desprecio a Dios.

Volveréis a ver la diferencia entre el justo y el impío, entre el que sirve a Dios y el que no lo sirve (Malaquías 3, 18). El impío exclama en el colmo de su arrogancia: “No hay ningún Dios que me pida cuenta". Esto es lo único que piensa. Sus caminos prosperan constantemente; tus juicios, allá arriba, le tienen sin cuidado (Salmo 10, 4). Ellos dicen: “¿Acaso Dios lo va a saber? ¿Se va a enterar el Altísimo?” Así son esos malvados y, siempre tranquilos, acrecientan sus riquezas (Salmo 73, 12).

El capítulo 2 del Libro de la Sabiduría resume de modo adecuado el modo en que las Sagradas Escrituras abordan la problemática de la impiedad. Pone en boca del impío un pensamiento escéptico muy similar al de un ateo moderno:

Ellos se dicen entre sí, razonando equivocadamente: “Breve y triste es nuestra vida, no hay remedio cuando el hombre llega a su fin ni se sabe de nadie que haya vuelto del Abismo. Hemos nacido por obra del azar, y después será como si no hubiéramos existido. Nuestra respiración no es más que humo, y el pensamiento, una chispa que brota de los latidos del corazón; cuando esta se extinga, el cuerpo se reducirá a ceniza y el aliento se dispersará como una ráfaga de viento. Nuestro nombre será olvidado con el tiempo y nadie se acordará de nuestras obras; nuestra vida habrá pasado como una nube, sin dejar rastro, se disipará como la bruma, evaporada por los rayos del sol y agobiada por su calor. El tiempo de nuestra vida es una sombra fugaz y nuestro fin no puede ser retrasado: una vez puesto el sello, nadie vuelve sobre sus pasos (Libro de la Sabiduría 2, 1-5).

Continúa el mismo texto desarrollando el modo en que dicho escepticismo conduce al impío a entregarse a todos los placeres y apetitos, y por ende a abusar sin consideración de aquellos de los que puede obtener algún beneficio

Vengan, entonces, y disfrutemos de los bienes presentes, gocemos de las criaturas con el ardor de la juventud. ¡Embriaguémonos con vinos exquisitos y perfumes, que no se nos escape ninguna flor primaveral, coronémonos con capullos de rosas antes que se marchiten, que ninguno de nosotros falte a nuestra orgía, dejemos por todas partes señales de nuestra euforia, porque eso es lo que nos toca y esa es nuestra herencia! Oprimamos al pobre, a pesar de que es justo, no tengamos compasión de la viuda, ni respetemos al anciano encanecido por los años. Que nuestra fuerza sea la norma de la justicia, porque está visto que la debilidad no sirve para nada(Libro de la Sabiduría 2, 6-11).



También el impío es blasfemo (véase la carta de san Judas Tadeo 1, 15). De forma genérica, la impiedad es equiparada a todo genero de maldad.

¡Que se acabe la maldad de los impíos! (Salmo 7,10), El pecado habla al impío en el fondo de su corazón; para él no hay temor de Dios, porque se mira con tan buenos ojos que no puede descubrir ni aborrecer su culpa. Las palabras de su boca son maldad y traición; dejó de ser sensato y de practicar el bien; en su lecho, sólo piensa hacer el mal, se obstina en el camino del crimen y no reprueba al malvado (Salmo 36, 2-5); El salario del justo lleva a la vida, la renta del impío, al pecado (Proverbios 10, 16).



Así, el impío es orgulloso, arrogante y temerario.

Digo a los arrogantes: ‘¡Basta de arrogancia!’, y a los impíos: ‘¡No levantéis la frente! (salmo 75, 5); el impío y el arrogante proceden temerariamente (Eclesiástico 32, 18); Tú no eres un Dios que ama la maldad; ningún impío será tu huésped, ni los orgullosos podrán resistir delante de tu mirada (Salmo 5, 5-6)

es injusto

La Ley no tiene vigencia y el derecho no aparece jamás: ¡sí, el impío asedia al justo, por eso sale a luz un derecho falseado! (Habacuc 1, 4).

maledicente

Su boca está llena de maldiciones, de engaños y de violencias, detrás de sus palabras hay malicia y opresión (Salmo 10, 4-7). El impío arruina al prójimo con su boca, pero los justos se salvan por su experiencia (Proverbios 11, 9). Estos impíos, en cambio, hablan injuriosamente de lo que ignoran (Judas 1, 10)

opresor de los débiles y pobres

¡Defended al desvalido y al huérfano, haced justicia al oprimido y al pobre; librad al débil y al indigente, rescatadlos del poder de los impíos! (Salmo 82, 3-4).

ladrón y estafador

¿Tendré que tolerar todavía en la casa del impío los tesoros mal adquiridos y la execrable medida rebajada? (Miqueas 6, 10). El impío pide prestado y no devuelve, el justo, en cambio, da con generosidad (Salmo 37, 21)

lujurioso

Lo mismo pasa con estos impíos: en su delirio profanan la carne, desprecian la Soberanía e injurian a los ángeles gloriosos. (Judas 1, 8)

y logra sus objetivos por medio de la violencia.

Los impíos desenvainan la espada y tienden sus arcos para matar al justo; pero su espada les atravesará el corazón y sus arcos quedarán destrozados. (Salmo 37, 14-15). Por eso, el orgullo es su collar y la violencia, el manto que los cubre; la malicia se les sale por los poros, su corazón rebosa de malos propósitos. Se burlan y hablan con maldad; desde lo alto, amenazan con prepotencia; su boca se insolenta contra el cielo y su lengua se pasea por la tierra. (Salmo 73, 6-9). Véase también 1 Macabeos 3, 15.

Mientras en los libros que tratan de la época de los Patriarcas, Jueces y Reyes, se emplaza (como veremos) a Dios el castigo a los impíos por su violencia, en los dos Libros de los Macabeos, en los que los paganos macedonios habían devastado el país y perseguido cruelmente a los judíos que no querían helenizarse, se ensalza explícitamente la retribución de su violencia por los fieles a Yahvé y su Ley.

Así formaron una fuerza armada que comenzó a descargar su ira contra los pecadores y su furor contra los impíos. Los demás tuvieron que salvarse, huyendo a las naciones extranjeras (1 Macabeos 2, 44). Hubo así paz en Israel y Jonatán se estableció en Micmás, donde comenzó a gobernar al pueblo y a exterminar a los impíos de en medio de Israel. (1 Macabeos 9, 73). Véase también 1 Macabeos 2, 44; 3, 5-6 y 8, y 9, 73; 2 Macabeos 12, 23 y 15, 33

De hecho, los gentiles griegos son impíos por definición

Otros vendían todo lo que les quedaba, y al mismo tiempo suplicaban al Señor que librara a los que el impío Nicanor ya tenía vendidos antes que comenzara la lucha (2 Macabeos 8, 14). También mataron al jefe de la escolta de Timoteo, un hombre muy impío que había hecho mucho daño a los judíos (2 Macabeos 8, 32).



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El Juicio de Dios sobre la impiedad



Los autores inspirados se horrorizan ante la maldad de la impiedad, y consideran que el impío lo es de nacimiento, los impíos están extraviados desde el seno materno; desde su nacimiento se descarriaron los impostores. (Salmo 58, 4), pero en otro lugar, sin embargo, se rechaza el determinismo y se afirma el libre albedrío del impío: [Dios] a nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar (Eclesiástico 15, 20).



Todos los libros sagrados coinciden en el duro juicio divino que merece el impío. Dios detesta igualmente al impío y su impiedad (Sabiduría 14, 9). 

Sus propias palabras y obras le condenan, El Señor se dio a conocer, hizo justicia, y el impío se enredó en sus propias obras (Salmo 9, 17); Los designios del impío serán examinados: el eco de sus palabras llegará hasta el Señor, como prueba acusadora de sus iniquidades (Sabiduría 1, 9). Cuando el impío maldice al adversario, se maldice a sí mismo (Eclesiástico 21, 27). Los impíos son como un mar agitado, que no se puede calmar y cuyas aguas arrojan fango y cieno. (Isaías 57, 20).



Tan es así, que el día del juicio de Dios los impíos se lamentarán y arrepentirán

Cuando se haga el recuento de sus pecados, llegarán atemorizados, y sus iniquidades se levantarán contra ellos para acusarlos. Entonces el justo se mantendrá de pie, completamente seguro frente a aquellos que lo oprimieron y despreciaron sus padecimientos. Ellos, al verlo, serán presa de un terrible temor y quedarán desconcertados por lo imprevisto de su salvación. Llenos de remordimiento y lanzando gemidos, se dirán unos a otros, con el espíritu angustiado: “Este es el que antes poníamos en ridículo y convertíamos en objeto de escarnio. ¡Insensatos de nosotros! Su vida nos parecía una locura y su fin una ignominia. ¿Cómo ha sido incluido entre los hijos de Dios y participa de la herencia de los santos? ¡Qué lejos nos apartamos del camino de la verdad! La luz de la justicia nunca nos ha iluminado ni el sol ha salido para nosotros. Nos hemos hartado de los senderos del mal y la perdición, hemos atravesado desiertos sin caminos, ¡pero no hemos conocido el camino del Señor! ¿De qué nos sirvió nuestra arrogancia? ¿De qué nos valió jactarnos de las riquezas? Todo eso se desvaneció como una sombra, como una noticia fugaz […] Sí, la esperanza del impío es como brizna llevada por el viento, como espuma ligera arrastrada por el huracán: ella se disipa como el humo por el viento, se desvanece como el recuerdo del huésped de un día (Sabiduría 4, 20 a 5, 14). Nosotros hemos pecado, nos hemos hecho impíos, hemos incurrido en la injusticia, Señor, Dios nuestro, desobedeciendo todas tus prescripciones (Baruc 2, 12).



El tópico más repetido en las Sagradas Escrituras acerca de los impíos es el de los terribles castigos a los que les somete Dios: la aniquilación de ellos y su linaje (no dejar descendencia era la mayor maldición para los pueblos antiguos). Mientras los justos volverán a la vida después de la muerte, los impíos desaparecerán, junto con su prole. Algunos de los pasajes más duros de la Biblia están dedicados a la condena a los impíos. Esto es particularmente evidente en los Salmos, uno de los libros más antiguos:

Escarmentaste a las naciones, destruiste a los impíos y borraste sus nombres para siempre (Salmo 9, 6); Porque los impíos serán aniquilados, y los que esperan al Señor, poseerán la tierra. Un poco más, y el impío ya no existirá; si buscas su casa, ya no estará (Salmo 37, 9-10); Porque el Señor ama la justicia y nunca abandona a sus fieles. Los impíos serán aniquilados y su descendencia quedará extirpada (Salmo 37, 28); Yo vi a un impío lleno de arrogancia, que florecía como un cedro frondoso; pasé otra vez, y ya no estaba, lo busqué, y no se lo pudo encontrar (Salmo 37, 35-36). Véanse también Salmos 68, 3; 92, 8; 119, 118-119 y 155; y 129, 4.

Pero esta condena también aparece profusamente en el libro de Job…

Tal es la suerte de los que olvidan a Dios, así perece la esperanza del impío. Su confianza es apenas un hilo, su seguridad, una tela de araña (Job 8, 13-14); Sí, la raza del impío es estéril, el fuego devora la carpa del hombre venal. El que concibe malicia, engendra maldad, y su vientre está grávido de mentira (Job 15, 34-35); ¿No sabes acaso que desde siempre, desde que el hombre fue puesto sobre la tierra, el júbilo de los malvados acaba pronto y la alegría del impío dura sólo un instante? Aunque su altura se eleve hasta el cielo y llegue a tocar las nubes con la cabeza, él perece para siempre, como sus excrementos, y sus conocidos preguntan: “¿Dónde está?” Huye como un sueño, y nadie lo encuentra, desechado como una visión nocturna. El ojo que lo miraba no lo ve más, el lugar que ocupaba lo pierde de vista (Job 20, 4-9). Véase también 36, 13-14.

… en el de la Sabiduría…

Pero los impíos llaman a la muerte con gestos y palabras: teniéndola por amiga, se desviven por ella y han hecho con ella un pacto, porque son dignos de pertenecerle (Sabiduría 1, 16); los impíos tendrán un castigo conforme a sus razonamientos, porque desdeñaron al justo y se apartaron del Señor (Sabiduría 3, 10); La numerosa descendencia de los impíos no servirá de nada: nacida de brotes bastardos, no echará raíces profundas ni se establecerá sobre un suelo firme (Sabiduría 4, 3); El justo que muere condena a los impíos que viven, y una juventud que alcanza pronto la perfección reprueba la larga vejez del injusto. Ellos verán el fin del sabio, pero no comprenderán los designios del Señor sobre él ni porque lo ha puesto en lugar seguro; lo verán y sentirán desprecio, pero el Señor se reirá de ellos. Después se convertirán en un cadáver infame, objeto de oprobio eterno entre los muertos. El Señor los precipitará de cabeza, sin que puedan hablar, los arrancará de sus cimientos, y serán completamente exterminados: quedarán sumidos en el dolor, y desaparecerá hasta su recuerdo (Sabiduría 4, 16-19). Véanse también los versículos 10, 6; 16, 16; 17, 2-3 y 19, 1.

… y en el Eclesiástico

Sé profundamente humilde, porque fuego y gusanos son el castigo del impío (Eclesiástico 7, 17); No te deleites en lo que deleita a los impíos: recuerda que bajarán al Abismo sin ser justificados (Eclesiástico 9, 12); No te alegres de los hijos impíos. Por muchos que sean, no te alegres de ellos, si les falta el temor del Señor. No esperes que vivan mucho tiempo ni te sientas seguro porque son numerosos: vale más uno solo que mil y es mejor morir sin hijos que tenerlos impíos (Eclesiástico 16, 1-3);El duelo por un muerto dura siete días; por el necio y el impío, todos los días de su vida (Eclesiástico 22, 12); Los retoños de los impíos no multiplican sus ramas, y las raíces impuras están sobre una roca escarpada (Eclesiástico 40, 15); Un padre impío se atrae los reproches de sus hijos, porque es a él a quien deben su infamia. ¡Ay de vosotros, hombres impíos, que habéis abandonado la Ley del Dios Altísimo! Si nacéis, nacéis para la maldición, y si morís, os tocará en suerte la maldición. Todo lo que sale de la tierra, vuelve a la tierra: así pasan los impíos, de la maldición a la ruina (Eclesiástico 41, 5-11).



También se repite la misma idea de condenación del impío y su descendencia en Habacuc 3, 13; en 2 Macabeos 9, 9; o en 2 Pedro 3, 7 (Esa misma palabra de Dios ha reservado el cielo y la tierra de ahora para purificarlos por el fuego en el día del Juicio y de la perdición de los impíos).

Las ofrendas de los impíos no son escuchadas: Ofrecer en sacrificio el fruto de la injusticia es presentar una ofrenda defectuosa, y los dones de los impíos no son aceptados. El Altísimo no acepta las ofrendas de los impíos, y no es por el número de víctimas que perdona los pecados (Eclesiástico 34, 18-19). De hecho, al impío se le veda comparecer ante el tribunal de Dios, para no beneficiarse de su misericordia, y si llega allí, no será escuchado:

Y esto mismo será un triunfo para mí, porque ningún impío puede comparecer ante él (Job 13, 16); ¡Que mi enemigo tenga la suerte del malvado, y mi adversario, la del hombre injusto! Porque, ¿qué puede esperar el impío, aunque suplique, aunque eleve su alma a Dios? ¿Acaso Dios escuchará su grito cuando le sobrevenga la calamidad? ¿Se deleita él en el Todopoderoso e invoca a Dios en todo tiempo? (Job 27, 7-10); Tú, [Antíoco] en cambio, el más impío e infame de todos los hombres, no te engrías vanamente ni alientes falsas esperanzas, levantando tu mano contra los hijos del Cielo, porque todavía no has escapado al juicio del Dios todopoderoso que ve todas las cosas. […] por el justo juicio de Dios, soportarás la pena merecida por tu soberbia. (2 Macabeos 7, 34-36); Están aterrados en Sión los pecadores, un temblor invade a los impíos: “¿Quién de nosotros habitará en un fuego devorador? ¿Quién de nosotros habitará en una hoguera eterna?” (Isaías 33, 14); No hay paz para los impíos, dice el Señor (Isaías 48, 22 y 57, 21). Por la prueba a que fueron sometidos, aunque eran corregidos con misericordia, comprendieron los tormentos que soportaban los impíos, al ser juzgados con ira (Libro de la Sabiduría 11, 9). El Señor no tardará y no tendrá paciencia con los impíos, hasta quebrar el poderío de los despiadados y dar su merecido a las naciones; hasta extirpar la multitud de los prepotentes y quebrar el cetro de los injustos (Eclesiástico 35, 19).



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El castigo a los impíos, y los impíos como castigo



La Sagrada Escritura enseña que Dios emplea o crea los males como castigo para el impío:

Sus caminos son rectos para los santos, pero están llenos de obstáculos para los impíos. Los bienes fueron creados desde el principio para los buenos, así como los males para los pecadores (Eclesiástico 39, 24-25). Fuego, granizo, hambre y peste: todo esto fue creado para el castigo. Los dientes de las fieras, los escorpiones y las víboras, y la espada vengadora que destruye al impío (Eclesiástico 39, 29-30). Muerte, sangre, rivalidad y espada, adversidad, hambre, destrucción y flagelo. Todo esto fue creado para los impíos, y a causa de ellos sobrevino el diluvio (Eclesiástico 40, 9-10). Tampoco perdonó al mundo antiguo, sino que desencadenó el diluvio sobre una tierra poblada de impíos, preservando sólo a ocho personas, entre ellas a Noé, el heraldo de la justicia. También condenó a la destrucción y redujo a cenizas a las ciudades de Sodoma y Gomorra, para que sirvieran de ejemplo a los impíos del futuro. (2 Pedro 2, 5-6)

Pero Yahvé también emplea a los impíos como castigo a Israel, cuando el pueblo elegido es infiel a la Alianza:

Pusieron su orgullo en la hermosura de sus joyas e hicieron con ellas las imágenes abominables de sus ídolos. Por eso las convertiré en inmundicia: las entregaré como botín a los extranjeros y como despojos a los impíos de la tierra, y ellos las profanarán. (Ezequiel 7, 20-21). Por ejemplo, la ruptura del reino de Salomón se produce por las maquinaciones de los impíos, Pero Jeroboám, hijo de Nebat, servidor de Salomón, hijo de David, se rebeló contra su señor. Unos hombres inútiles e impíos se unieron a él y prevalecieron sobre Roboám, hijo de Salomón, porque Roboám era joven y débil, y no supo hacerles frente. (Segundo libro de las Crónicas 13, 6 y 7); Nos has entregado en manos de nuestros enemigos, gentes sin ley, pésimos impíos, en manos de un rey injusto, el más perverso de la tierra toda. (Daniel 3, 32).

En otras ocasiones, la tolerancia de Israel hacia los impíos que viven entre ellos les atrae los castigos de Dios,

Tú dirás a la tierra de Israel: Así habla el Señor: Aquí estoy contra ti: yo sacaré mi espada de su vaina y extirparé de ti al justo y al impío. Porque quiero extirpar de ti al justo y al impío, por eso saldrá mi espada de su vaina contra vosotros, desde el sur hasta el norte (Ezequiel 21, 8-9). Hasta el profeta y el sacerdote son impíos, aun en mi propia Casa encuentro su maldad —oráculo del Señor—. (Jeremías 23, 11)

O los impíos infiltrados ayudan a los enemigos del Pueblo de Dios, lo cual es explícito en los libros de los Macabeos:

Todos los israelitas renegados e impíos acudieron a él, guiados por Álcimo, que ambicionaba el sumo sacerdocio (1 Macabeos 7, 5). Después de la muerte de Judas, reaparecieron los renegados en todo el territorio de Israel y se envalentonaron los impíos. En aquellos días, el hambre asoló el país y la gente se puso de parte de ellos. Báquides eligió a unos hombres impíos y los hizo dueños del país (1 Macabeos 9, 23-25). El rey eligió a Báquides, uno de sus amigos, que gobernaba la región occidental del Éufrates; este era un personaje importante en la corte y leal al rey. Lo envió junto con el impío Álcimo, a quien confirió el sumo sacerdocio, y le dio la orden de tomar represalias contra los israelitas (1 Macabeos 7, 8-9). Era tal el auge del helenismo y el avance de la moda extranjera, debido a la enorme perversidad de Jasón —el cual tenía más de impío que de Sumo Sacerdote —que ya los sacerdotes no tenían ningún celo por el servicio del altar, sino que despreciaban el Templo (2 Macabeos 4, 13-14).

Por cierto que llama la atención que en dos textos veterotestamentarios, se hacen reflexiones sobre la aparente indiferencia con la que mueren, triunfan, o sufren por igual justos e impíos.

Porque a todos les espera la misma suerte: al justo y al impío, al bueno y al malo, al puro y al impuro. Al que ofrece sacrificios y al que no los ofrece; lo mismo le pasa al bueno y al pecador, al que jura y al que teme hacer un juramento (Eclesiastés 9, 2). ¿No habéis preguntado a los que pasan por el camino? ¿No habéis advertido, por las señales que dan, que el impío es preservado en el día de la ruina y es puesto a salvo en el día del furor? ¿Quién le echa en cara su conducta? ¿Quién le devuelve el mal que hizo? (Job 21, 29-31).

La paciencia de Dios, que en ocasiones no castiga al malvado hasta el día del Juicio, para darle oportunidad de arrepentirse, explica lo que para algunos judíos podía resultar una incomprensible injusticia (que el premio o castigo no se produzca en vida), y está adecuadamente desarrollado en muchos otros libros, particularmente los proféticos.



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Actitud del fiel hacia el impío



En la continuación del capital texto del capítulo 2 del Libro de la Sabiduría que veíamos al comienzo, el impío se presenta como arquetipo del enemigo del justo: le odia porque su moral supone un reproche a su actitud egoísta, injusta y violenta. Y por ello busca su perdición, en un texto que en sus últimos versículos es también una profecía del fin que le espera al Mesías de Israel.

Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida. Él se gloría de poseer el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor. Es un vivo reproche contra nuestra manera de pensar y su sola presencia nos resulta insoportable, porque lleva una vida distinta de los demás y va por caminos muy diferentes. Nos considera como algo viciado y se aparta de nuestros caminos como de las inmundicias. Él proclama dichosa la suerte final de los justos y se jacta de tener por padre a Dios. Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará al final. Porque si el justo es hijo de Dios, él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos. Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará” (Sabiduría 2, 12-20).

En la forma en la que el fiel debe comportarse hacia aquel que cae en la impiedad, la Biblia se muestra enormemente estricta: Dios ha establecido su Ley para resistir a los impíos y malvados (1 Timoteo 1, 8-11), y quien no les resiste, se hace reo de ir contra la ley.

¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche! (Salmo 1, 1-2).

Así, el fiel pide protección al Señor frente al impío y sus obras malvadas

¡Que se acabe la maldad de los impíos! Tú que sondeas las mentes y los corazones, tú que eres un Dios justo, apoya al inocente (Salmo 7, 10); ¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío, de las garras del malvado y del violento! (Salmo 71, 4); Porque los brazos del impío se quebrarán, pero el Señor sostiene a los justos. Espera en el Señor y sigue su camino: él te librará de los impíos (Salmo 37, 17. 34); Defiéndeme, Señor, de las manos del impío, protégeme de los hombres violentos, de los que intentan hacerme tropezar y han tendido una red ante mis pies (Salmo 140, 5); ¿Por qué los impíos hollaron tu Lugar santo y nuestros adversarios pisotearon tu Santuario? (Isaías 63, 18). Véanse también Salmo 94, 16; Habacuc 1, 13; y 2 Macabeos 8, 2

Más aún, el propio fiel es quien pide a Dios que castigue la impiedad.

¡Quiebra el brazo del malvado y del impío, castiga su malicia y no subsistirá! El Señor reina para siempre y los paganos desaparecerán de la tierra (Salmo 10, 15-16). El Señor examina al justo y al culpable, y odia al que ama la violencia. Que él haga llover brasas y azufre sobre los impíos, y les toque en suerte un viento abrasador. Porque el Señor es justo y ama la justicia, y los que son rectos verán su rostro (Salmo 11, 6-7). El justo se alegrará al contemplar la Venganza y lavará sus pies en la sangre de los impíos (Salmo 58, 11). No te avergüences de la Ley del Altísimo y de la Alianza, ni de la sentencia que hace justicia al impío (Eclesiástico 42, 2) ¡Sea siempre bendito nuestro Dios, que entregó a la muerte a los impíos! (1 Macabeos 1, 17); Porque es una señal de gran benevolencia no tolerar por mucho tiempo a los impíos, sino infligirles rápidamente un castigo (2 Macabeos 6, 13); Así, los justos despojaron a los impíos y celebraron, Señor, tu santo Nombre, alabando unánimemente tu mano protectora (Sabiduría 10, 20)

Y no desea tratos o contacto con impíos

¿Quién se pondrá a mi favor contra los impíos? ¿Quién estará a mi lado contra los malhechores? (Sal 94, 16). “Que se ponga contra él a un impío, y tenga un acusador a su derecha” (Salmo 109, 6). Los hombres rectos quedan consternados por esto, y el inocente se indigna contra el impío (Job 17, 8). Sé bueno con el humilde, pero no des el impío: rehúsale su pan, no se lo des, no sea que así llegue a dominarte, y entonces recibirás un doble mal por todo el bien que le hayas hecho. Porque también el Altísimo detesta a los pecadores y dará su merecido a los impíos (Eclesiástico 12, 5-6)

Cuando los creyentes siguen los caminos del Señor, este les protege de ser gobernados por impíos

Él vigila, sin embargo, a naciones e individuos para que no reine ningún hombre impío, uno de esos que son una trampa para el pueblo. (Job 34, 29-30); [El rey Josías] siguió el buen camino, convirtiendo al pueblo, y extirpó las abominaciones impías; dirigió su corazón hacia el Señor, y en tiempos impíos afianzó la piedad (Eclesiástico 49, 2-3). Cuando Josafat, rey de Judá, regresaba sano y salvo a Jerusalén, le salió al encuentro Jehú, hijo de Jananí, el vidente, y le dijo: “¿Tenías que ayudar al impío y favorecer a los que odian al Señor? Por eso has atraído sobre ti la cólera del Señor” (2 Crónicas 19, 1-2); [Simón Macabeo] amparó a los humildes de su pueblo, observó fielmente la Ley y eliminó a los impíos y a los malvados (1 Macabeos 14, 14).



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La redención del impío



No cabe duda de que una de las incógnitas más marcadas cuando se estudia la impiedad en la Biblia es la absoluta ausencia del término en los cuatro Evangelios. Se podría llamar un silencio atronador. ¿Por qué los evangelistas no citan ninguna palabra de Cristo acerca de o contra los impíos?

Una primera razón que se puede aducir es que la misión de Jesús, por su propia boca, está dirigida a “las ovejas descarriadas de Israel” (véase Mateo 10, 5-6 o 15, 24). Los destinatarios de su predicación son judíos, y los pocos gentiles (arquetipo de impíos para la mentalidad israelita) citados, desde luego no son en absoluto impíos, sino incluso más piadosos que muchos creyentes, como el centurión que intercede por su siervo (Lucas 7, 2-9) o la mujer cananea que le suplica expulse un demonio de su hija (Mateo 15, 22-28).

Pero lo cierto es que al Antiguo Testamento también cita como impíos a hijos de Israel que apostatan de su fe, o practican la maldad dando la espalda a la Ley. Se pueden tildar perfectamente de impíos a algunos protagonistas evangélicos que Jesucristo trata, como los publicanos Zaqueo y Leví Mateo, la pecadora que le lava y unge los pies, la samaritana, el rey Herodes y su esposa Herodías, etcétera. Y lo mismo cabe decir de ciertos personajes de sus parábolas (el rico Epulón, los viñadores homicidas, el hijo pródigo, el juez inicuo o el rico necio entre otros). Asimismo, Cristo zahiere y condena en varias ocasiones listados de maldades tradicionalmente asociadas a la impiedad, como ya vimos (quizá el mejor resumen sea Marcos 7, 21-23).

Probablemente sea más exacto afirmar que, en su paso por el mundo, el Hijo de Dios plantea su misión como la última y gran oportunidad de redención para todos los hombres alejados de Dios, es decir a proclamar, en palabras de Isaías 61, 1, el “año de gracia del Señor” (Lucas 4, 18-20), principalmente a los impíos, aunque no se les nombre como tales, sino como pecadores o perdidos (Lucas 5, 32 y 19, 10). Y explícitamente tanto a los judíos que han abandonado los caminos de Yahvé, como a los gentiles que no lo conocen (tarea que deja encomendada a sus discípulos y la Iglesia tras su resurrección, como se ve en Mateo 28, 19-20 y Marcos 16, 15). En su época eran sobradamente conocidas todas las admoniciones de las Sagradas Escrituras contra los impíos, no necesitaba añadir más; el centro del mensaje es que Cristo vino a dar su vida en rescate por los incrédulos, para que creyesen; por los malvados, para que se arrepintiesen; por los pecadores, para que se purificasen.

Pero ese gran sacrificio salvador mesiánico, no es una absoluta novedad evangélica. Hallamos textos en el Antiguo Testamento en los que el terrible Dios que castiga a los impíos, también es el paciente Dios que les llama a la salvación mientras aún están a tiempo, y les advierte del mal fin que tendrán si rechazan su misericordia:

Hacéis sufrir al justo con engaños, cuando yo no lo hago sufrir, y reconfortáis al impío para que no se convierta de su mala conducta y salve su vida (Ezequiel 13, 22); Yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti (Salmo 51, 15); Ciertamente, tú hubieras podido, en una batalla campal, entregar a los impíos en manos de los justos, o bien aniquilarlos de un solo golpe por medio de animales feroces o por una sentencia inexorable. En cambio, ejecutando poco a poco tu sentencia, les dabas oportunidad de arrepentirse (Sabiduría 12, 9-10); No digas: “¿Quién podrá dominarme?", porque el Señor da a cada uno su merecido. No digas: “Pequé, ¿y qué me sucedió?", porque el Señor es paciente. No estés tan seguro del perdón, mientras cometes un pecado tras otro. No digas: “Su compasión es grande; él perdonará la multitud de mis pecados", porque en él está la misericordia, pero también la ira, y su indignación recae sobre los pecadores. No tardes en volver al Señor, dejando pasar un día tras otro, porque la ira del Señor irrumpirá súbitamente y perecerás en el momento del castigo (Eclesiástico 5, 3-7).

En varios relatos de la Biblia, Dios ofrece la posibilidad de conversión y salvación al impío: así reprende al profeta Jonás por no creer ni querer la conversión de los ninivitas que finalmente se produce (véase el capítulo 4 del libro de Jonás), hasta el punto de que Ezequiel advierte al justo que peca y se aparta de Dios, que el impío que se arrepiente le precederá en la salvación

Y tú, hijo de hombre, di a la gente de tu pueblo: Al justo no lo librará su justicia si comete un delito; al impío no lo hará sucumbir su maldad si se convierte de ella. Y cuando un justo peque, no podrá sobrevivir a causa de su justicia. Si yo digo al justo: “Vivirás", pero él, confiado en su justicia, comete una iniquidad, no quedará ningún recuerdo de su justicia: él morirá por la iniquidad que cometió. Por el contrario, si digo al malvado: “Morirás", pero él se convierte de su pecado y practica el derecho y la justicia: si devuelve lo que tomó en prenda, si restituye lo que arrebató por la fuerza y observa los preceptos de vida, dejando de cometer la iniquidad, él ciertamente vivirá y no morirá (Ezequiel 33, 12-15).

¿Qué ocurre tras la llegada de la gran Redención mesiánica anunciada por los profetas? En las cartas paulinas y católicas vuelve a aparecer la problemática de los impíos (y en citas anteriores hemos visto ya varios textos, de san Pablo, san Pedro o Santiago). Muy especialmente, san Pablo y san Judas Tadeo advierten sobre los impíos que hipócritamente se introducen entre los fieles a Cristo, propagando sofismas que pretenden mezclar las enseñanzas cristianas con las prácticas de maldad. Se les relaciona directamente con los malvados que serán abatidos en las profecías esjatológicas del Juicio Final (véanse capítulos 9 y 10 del Apocalipsis), en lo que no vemos sino una reiteración de lo ya advertido en los libros del Antiguo Testamento.

Quiero que sepas que en los últimos tiempos sobrevendrán momentos difíciles. Porque los hombres serán egoístas, amigos del dinero, jactanciosos, soberbios, difamadores, rebeldes con sus padres, desagradecidos, impíos, incapaces de amar, implacables, calumniadores, desenfrenados, crueles, enemigos del bien, traidores, aventureros, obcecados, más amantes de los placeres que de Dios. y aunque harán ostentación de piedad, carecerán realmente de ella. ¡Apártate de esa gente! (2 Timoteo 3, 1-5). Porque se han infiltrado entre vosotros ciertos hombres, cuya condenación estaba preanunciada desde hace mucho tiempo. Son impíos que hacen de la gracia de Dios un pretexto para su libertinaje y reniegan de nuestro único Dueño y Señor Jesucristo (Judas 1, 4).

Así pues, el fiel cristiano está llamado a anunciar la Redención de Nuestro Señor Jesucristo, a proclamar el Evangelio y el “Año de Gracia” cristiano, y a orar por la conversión y salvación de los impíos. Mas también deberá evitar que aquellos que no reconozcan a Dios, o le nieguen el honor debido y el acatamiento de sus mandamientos, puedan infiltrarse en las comunidades de creyentes, y envenenar su amor a la Ley divina del Amor y la adoración

nota: todas las citas de las Escrituras están tomadas de traducciones autorizadas por la Santa Sede.

8 comentarios

  
Vicente
contra la impiedad, temor de Dios.
19/07/20 2:25 PM
  
Jordi
Excelente foto parcial de lo que sucede a la Iglesia y, como mala intercesora, al mundo:

Como desarrolla adecuadamente el Catecismo de la Iglesia Católica en su tercera parte, artículos 2084 a 2109, el deber hacia la Verdadera Religión incluye: el monoteísmo, el cultivo de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), la adoración, la oración, los sacrificios y penitencias, las promesas y votos, el deber social de religión y la libertad para la Verdadera Religión. Asimismo, proscribe como irreligiosos (2118-2128) la idolatría, la superstición, la adivinación, la magia, la hechicería, el espiritismo, la tentación a Dios, el sacrilegio, la simonía, el ateísmo y el agnosticismo.

Ahí está Francisco, muchos cardenales y muchos obispos, que aceptan:

- Laudato si o la Nueva Era ecológica
- Amoris laetitia y Rescripto ex audiencia de 5 junio 2017, que eleva a magisterio auténtico la comunión y absolución de los adúlteros corporales
- Querida Amazonía o la idolatría a Pachamama (equivale a adulterio, prostitución y fornicación espiritual)
- Camino Sinodal de Alemania o asunción del cisma herético de Lutero
- Pacto con China o preeminencia celestial del comunismo ateo
- Omisión de condenas a los regímenes corruptos y despóticos de Cuba, Venezuela y Argentina con Cristina Kirchner
- Asunción del Nuevo Orden Globalista de la ONU: gobierno mundial, emigración, indigenismo, ecología, unión sincrética de las religiones, economía unica

En Francisco y muchos cardenales, obispos y clérigos se cumple Samuel 15.23: Porque la rebelión es como pecado de adivinación, y la desobediencia, como iniquidad e idolatría. Por cuanto has desechado la palabra del Señor, Él también te ha desechado para que no seas rey.

Carecemos de Cabeza en plena comunión, el colegio cardenalicio es indigno para elegir y ser elegido Papa, muchos obispos y clérigos son fuera de la plena comunión. Por eso la Iglesia carece de unción y el mundo va muy mal, empezando los castigos de Dios.

Dudo que sea aceptado, pero es un tiempo el más interesante de la historia nunca jamás recorrido por la Iglesia, y es calcado al abandono y reproche de los antiguos profetas: pueblo, rey y templo se precipitan como ciegos necios al precipicio, y se mata al mensajero profeta. A ver qué pasa aparte de septiembre... Emocionante...
19/07/20 9:32 PM
  
Cipriano. Venezuela
Muy buena catequesis
21/07/20 12:32 AM
  
Carmen L
Dios, en esta época, parece que va a usar al islam, para castigar al nuevo Israel, que se ha tolerado la impiedad masónica en su interior.
22/07/20 4:44 AM
  
Manoletina
Excelente!
Sueles hacer unos post de una calidad buenísima, y es admirable que sin ser la teologia y su vinculación con la filosofía tu especialidad personal, el muy alto nivel de tus artículos.

Muchos de ellos los leo varias veces.

Gracias.

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LA

Gracias a usted.
22/07/20 1:39 PM
  
Luid Piqué Muñoz
¡Bellísimo, esclarecedor y detenido Artículo sobre la Piedad! ¡Enhorabuena, Santas Palabras! El Justo ¡que se Salva! es el pío siempre, el piadoso. La impiedad es siempre injusta y soberbia ¡el Hombre impío se Cree Dios, niega el Espíritu y piensa que no hay Muerte ¡es Inmortal! (!?) y sólo existen los vanos y degradantes placeres del Mundo! El Justo, el Pío ¡la Piedad, la Justicia! tiene que pagar un duro Tributo de Persecución y Sufrimiento ¡pero en definitiva las Pruebas ¡la Cruz! ¡la Pasión redentora! sólo sirven para Purificar en el crisol de Oro de la Virtud! ¡El Pío, el Justo es feliz en esta Vida y ya puede contemplar a Dios! (!?) ¡La Piedad no es sino una maravillosa forma de Amor, a Dios y al Prójimo! ¡Viva la Piedad! ¡Viva el Amor! ¡Viva Dios!
22/07/20 3:24 PM
  
sofía
Tenemos esa obligación de evangelizar, como dices. Pero a veces es muy difícil.
Quizás por tu relación con la medicina me podrías orientar sobre cómo evangelizar a un enfermo mental posible enfermo grave y quizás terminal.
Porque precisamente en su juventud le alejó de la Iglesia la psicoterapia.
No es cuestión de cargarle con más ansiedad y agobios y la religión tal como se predica a veces puede ser una carga para un enfermo mental en lugar de un apoyo.
¿En dónde encontrar pautas para la pastoral de la salud con enfermos mentales?
Paz y Bien

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LA

Estimada sofía, la evangelización siempre pasa por ser testigos de la Verdad que Cristo nos revela.
No hace mucho, publiqué un artículo sobre los impedimentos remotos del acto humano, entre los cuales se hallan las enfermedades mentales. Habría que conocer exactamente cuál es ese padecimiento para poder hablar con más propiedad. En principio, algunas enfermedades mentales pueden alterar el juicio, de modo que afecten a la voluntad, y por tanto, al acto moral, matizando, o atenuando de ese modo su calificación.
Análogamente, el mismo grado de responsabilidad se exige al cumplimiento del deber de Religión, que no es otra cosa que el amor de Dios. Los preceptos que incluye (oración, participación de sacramentos, adoración al santísimo, santificación de las festividades, etcétera) adaptan su nivel de exigencia a las circunstancias particulares de cada uno, como puede ser un trastorno mental.

Las exigencias del Bien, como por ejemplo las obras de misericordia, son mayores en una persona psíquicamente sana. En cambio, el mandato de no hacer el mal persiste siempre, porque el alma sólo enferma por culpa del pecado.

Entiendo que la pastoral a un enfermo mental pasa por adaptar a su caso personal estos principios generales. Y, por supuesto, que siga el tratamiento psicológico o psiquiátrico indicado, pues una mente obscurecida no puede comprender correctamente los conceptos.

Paz y Bien.
13/08/20 7:49 PM
  
sofía
Muchas gracias por tu respuesta, Luis Ignacio.
Espero que la oración me inspire qué decir o hacer en el caso concreto.
Paz y bien.
16/08/20 7:20 PM

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