La Iglesia siríaca (I)

Introducción

Continuando con la serie sobre las Iglesias orientales, trataremos en los próximos artículos de la Iglesia siríaca, la más antigua después de la propiamente palestina, y donde el propio Jesús llegó a predicar. Dotada de un rito propio (el antioqueano) y una lengua litúrgica particular, la Iglesia siríaca ha sido asiento de la Escuela teológica de Antioquía, una de las dos grandes de la antigüedad cristiana, cuya importancia en las controversias teológicas de los primeros siglos (particularmente sobre cristología) es difícil de exagerar.

En Antioquía vivió y predicó muchos años san Pablo, fue obispo san Pedro y surgieron auténticos colosos de la teología, desde san Ignacio a san Juan Crisóstomo, pasando por insignes heresiarcas como Pablo de Samosata o Arrio. Como tantas otras Iglesias orientales, fue mártir por partida doble, tanto bajo los emperadores paganos como bajo los musulmanes. Sometida a la tensión entre los elementos griegos y arameos de su alma, fragmentada en pedazos tras la ruptura que siguió al concilio de Calcedonia (451), la Iglesia siríaca ha sobrevivido, dividida y decadente, hasta el día de hoy, en que ha vuelto a ser noticia por el nuevo martirio que sus fieles sufren a manos de las bandas de criminales islamistas que combaten en la guerra civil de Siria.


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Los sirios en el Antiguo Testamento

Desde el comienzo de la historia de salvación, hebreos y arameos se reconocieron como parientes en sus tradiciones. Abrán era hermano de Najor, patriarca de los arameos, que habitó en la región de Aram Naharaim, que significa “tierra de los arameos entre dos ríos, (entre el Alto Eufrates y el Habor)”, es decir, la Siria oriental, al noroeste de Mesopotamia. Allí fundó la ciudad de Padam Aram o “Padan de los arameos” (actual Haran o Jarán).

Es sabido que Abrán se estableció en Canaan, pero envió a su hijo Isaac a buscar esposa entre sus parientes arameos, que adoraban como él a Elí. Al llegar a Padam Aram escogió a su sobrina Rebeca, hija de Betuel, uno de los hijos de su tío Najor (Gen 25, 20). De ella tuvo a Jacob, el patriarca de Israel, que también marchó a la tierra de los arameos para casar con sus sobrinas Raquel y Lía (hijas de Labán, hermano de Rebeca). Tras despedirse amistosamente, Jacob y Labán señalaron el monte de Galed Mispá como frontera de las respectivas áreas de influencia (Gen 31, 45-53). Este monte se ha identificado con diversos cerros en el alto Jordán y el lago de Galilea.

No obstante, los descendientes de Najor (llamados arameos), divididos en principados hasta el mar Mediterráneo, no conservaron el monoteísmo, cayendo en la idolatría que profesaban los cananeos y fenicios nativos (su deidad principal era Baal, una parodia de Elí). Los lazos de parentesco- étnico y lingüístico- se quebraron cuando en el año 1000 a.C se creó el gran reino hebreo de Israel. El rey David derrotó y sometió a vasallaje a los arameos de Damasco (II Sam 8, 5-6) y a los de Zohab- entre Damasco y Hama- encabezados por su monarca Hadadezar bar Rehob (II Sam 12, 6-19).

La división en 930 a.C del reino davídico en Judá e Israel permitió a los arameos recobrar su independencia e iniciar varios siglos de progresiva preponderancia regional. En la guerra entre Asá de Israel y Basá de Judá (alrededor de 900 a.C), el primero empleó la ayuda del rey arameo Ben Hadad de Damasco (2 Cron 16, 1-6). El rey Ajab de Israel (alrededor de 860 a.C), estuvo en guerra permanente con los arameos de Damasco, resistiendo dos sitios de Samaria (1 Re 20, 1-30), pero siendo derrotado y muerto cuando contraatacó en Ramot Galaad (2 Cron 18, 28-34). De esta época es la historia del general arameo Naamán, sanado de su lepra por Eliseo (2 Re 5, 1-19) y del destacamento de soldados arameos cegados por Dios cuando iban a prender al profeta (2 Reyes 6, 8-23) durante un nuevo sitio fracasado de Samaria (2 Reyes 6, 24-33. 7, 1-20). Jazazel de Damasco venció de nuevo a los reyes hebreos aliados en Ramot Galaad (2 Cron 22, 1-6), y en 830 atacó Judá, tomando Gat y amenazando la propia Jerusalén, de donde se retiró tras entregarle el rey Joás todos los objetos preciosos consagrados en el templo por sus antepasados (2 Re 12, 18-19). Alrededor de 820 a.C, Jazazel logró dominar durante un breve periodo el reino de Israel (2 Re 13, 3-7). A su muerte, circa 800 a.C, Joás de Judá recuperó las ciudades perdidas (2 Re 13, 22-25).

En 735 a.C se formó una coalición de Resín, rey arameo de Damasco y Pécaj, rey hebreo de Israel contra Ajaz, rey hebreo de Judá. Ajaz buscó la ayuda de Tiglat Peser III, el victorioso rey de Assur, creador del último y más exitoso de los imperios históricos asirios. Tiglat Peser III derrotó a los reinos arameos e Israel en su campaña de 734-732 (2 Re 16, 5-9). Su sucesor Salmanasar V se llevó deportados a la gran mayoría de los habitantes de Israel y Damasco, dispersándolos por ciudades de Mesopotamia (2 Re 17, 3-6).

Los arameos desaparecieron como estados, pero triunfaron en otro legado más duradero: los asirios impusieron la lengua aramea como lengua oficial de Oriente Medio, convirtiéndose en un símbolo de la nacionalidad siria (véase Is 36, 11-12). El uso extenso del arameo como lengua habitual se impuso incluso a los judíos a su retorno del destierro durante el Imperio persa. Así permaneció hasta que la conquista de Alejandro el Magno (siglo IV a.C) estableció el griego como lengua de cultura y gobierno. En la época de Jesús, el pueblo llano judío hablaba el arameo, con el que se comunicaban directamente con fenicios y sirios, mientras las personas cultas empleaban el griego, que se había convertido en la lengua de intercambio con otras naciones. El hebreo quedó como lengua litúrgica, empleada en los ritos de los sacerdotes del Templo de Jerusalén.


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La Iglesia en Siria según los libros del Nuevo Testamento

La Siria en tiempos evangélicos era una provincia romana. Su capital oficial era Antioquía del Orontes, fundada por el rey Seleuco I en honor de su padre Antíoco alrededor del año 300 a.C, y sede de la monarquía seléucida. Era una gran urbe, la ciudad helenizada por excelencia, centro de pensamiento, cultura, comercio y gobierno. Cosmopolita y rica, Antioquía era una de las grandes ciudades del Imperio- macedonio inicialmente, y romano después-, la más populosa después de Roma y Alejandría. Su población estaba formada por arameos, pero también por griegos (que ostentaban el poder) y judíos en gran número.
Por su parte, Damasco había mantenido su importancia regional. Más pequeña y menos brillante, era el corazón de la Siria aramea, allí donde se mantenían con mayor vigor su lengua y costumbres. La tradición (recogida por Flavio Josefo), afirmaba que había sido fundada por Uz, primogénito de Najor. Tras su conquista por el general romano Pompeyo en 64 a.C, pasó a ser cabeza de la liga de ciudades conocida como Decápolis, en la ribera oriental del mar de Galilea. También en Damasco había una importante comunidad judía, que dependía directamente de Jerusalén.

Los evangelios narran que Jesucristo predicó entre los sirios: “su fama se extendió por toda la Siria, y le llevaban a todos los enfermos” (Mt 4, 23). Conocemos dos viajes donde recorrió el sur de Siria: en el primero visitó la Decápolis y el país de los gerasenos (Mc 5, 1-20); en el segundo, visitó la región de Tiro y Sidón antes de dirigirse de nuevo a la región de Damasco (Mc 7, 24-30).

En la primera comunidad ha quedado el nombre de Nicolás, uno de los Siete diáconos judíos procedentes de la diáspora, llamado prosélito de Antioquía (Hech 6, 5), lo que indica que desde muy pronto hubo judíos seguidores de Cristo en Siria.


Conocido es que el fariseo Saulo de Tarso (uno de los cooperadores del lapidamiento del diácono Esteban) se convirtió al aparecérsele Cristo en el camino que había emprendido para castigar a los nazarenos presentes en la comunidad judía de Damasco (Hech 9, 1-9), a cuyo dirigente Ananías encargó una visión conferirle el Espíritu Santo y abrir los ojos de su ceguera, bautizándolo (Hech 9, 10-18).

Fue en Damasco donde el converso Saulo (san Pablo) comenzó su predicación de Cristo en la sinagoga, hasta que hubo de huir por las amenazas de muerte de los judíos (Hech 9, 19-25). Los judíos de la diáspora que habían huido de Jerusalén tras la ejecución de Esteban se dispersaron por Siria y Chipre, llevando la Buena Nueva, y arraigando muy particularmente en Antioquía, donde Bernabé y Pablo dirigieron la Iglesia, en la que por primera vez se llamó cristianos a los “judíos nazarenos” (Hech 11, 19-26), y la convirtieron en su “cuartel general” durante los viajes que emprendieron para predicar en Asia Menor y Grecia, en los cuales Pablo pasó a convertirse en el gran misionero de los gentiles. De este modo, Antioquía fue la segunda comunidad más antigua, después de la de Jerusalén. Como los conversos del paganismo eran más numerosos que los del judaísmo, se le ha considerado “madre de las iglesias de la gentilidad”.

En Antioquía se suscitó la cuestión de la necesidad de judaizar para ser admitidos en la Iglesia, que trató el concilio de Jerusalén en 49 d.C. Pablo y Bernabé, acompañados por unos delegados de la comunidad hierosolimitana, transmitieron a los gentiles conversos que no necesitaban cumplir la Ley mosaica para seguir a Cristo (Hech 15, 22-29, 41). Cuando Pedro visitó Antioquía y, llevado por la debilidad, llegó a simular judaizamiento, fue reprendido por el propio Pablo (Gal 2, 11-14). Tras la partida de Pablo, la tradición afirma que Simón Pedro pastoreo la comunidad hasta el año 53, siendo considerado el primer obispo de Antioquía.

Así pues, los sirios fueron, tras los judíos, el primer pueblo que recibió la Nueva Alianza, y las primeras comunidades importantes fuera de Palestina estuvieron en Siria. Asimismo, algunas hipótesis sitúan a Siria como lugar de redacción del Evangelio de san Mateo. Desde muy pronto se creó en Antioquía un sentimiento acérrimamente adverso a los judaizantes (generalmente palestinos).


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La primitiva iglesia siríaca. San Ignacio de Antioquía.

Fue un pagano converso por el propio san Pedro, Evodio, ordenado en el año 44, quien sucedió a este al frente de la comunidad antioquena desde el 53 d.C. San Evodio escribió algunas cartas (citadas por Eusebio de Cesarea) que se han perdido, y murió en 69 d.C, siendo sucedido por Ignacio. Apenas nada seguro se sabe de su biografía (aparentemente de joven fue discípulo del propio Pedro), y lo que conocemos principalmente viene por las siete cartas que se conservan: seis de ellas dirigidas a comunidades de Asia Menor, y otra a la de Roma.

Ignacio de Antioquía fue condenado a muerte por el emperador Trajano más tarde del año 100 d.C. En sus cartas afirma su condición de cristiano como causa de su condena. Por algún motivo desconocido, fue trasladado en un penoso viaje por Anatolia para ser ejecutado en Roma. Al llegar a Esmirna sus captores hicieron un alto. Hizo amistad con el obispo de Esmirna, Policarpo, discípulo de Juan Evangelista. Era tal su fama que los obispos de varias comunidades cercanas acudieron a él para pedirle consejo. Por ese motivo escribió en griego las cartas a los efesios, a los magnesios, a los tralianos, a los romanos, a los filadelfios, a los esmirniotas y a Policarpo.

En todas se encabeza como “Ignacio Teóforo (portador de Dios)”. Su estilo es ardoroso e incluso duro, reflejo de la personalidad de su autor. Tratan diversos temas que afectan a las comunidades de Asia Menor:
+El combate contra la herejía gnóstica de un grupo platónico que esparcía el docetismo, una variante del dualismo (separación radical entre espíritu y materia) que negaba la humanidad real de Cristo, que habría sido hombre simplemente en apariencia (particularmente negaban que la crucifixión hubiese sido auténtica, teniéndola por un espejismo). Es probable que se refiera a los mismos nicolaítas que condena san Juan en la carta del Ángel a la comunidad de Pérgamo (Ap 2, 12-16) escrita no más de una década antes. Ignacio defendió con firmeza la postura de la doble naturaleza de Cristo, afirmando la Encarnación, el nacimiento virginal y la muerte y Resurrección, siendo uno de sus más tempranos apologetas.
+El rechazo a los judaizantes que todavía existían, para los que emplea los términos más descalificantes, afirmando de ese modo la definitiva ruptura del cristianismo con la sinagoga.
+La unidad y concordia entre los fieles y bajo la autoridad del obispo, de cuya función litúrgica y pastoral modernas es considerado el primer defensor.
+En la carta a los esmirnotas emplea por primera vez en la historia el adjetivo de católica (universal) para la Iglesia.

Además de la influencia de las cartas de san Pablo, se rastrean en sus escritos diversos punto de contacto con las doctrinas de san Juan, que probablemente conoció por medio de su amigo san Policarpo. Por estas enseñanzas doctrinales, san Ignacio de Antioquía es considerado el primero de los Padres de la Iglesia no apostólicos.
Estando aún en Esmirna, escribió asimismo una carta a los romanos en la que les pedía que no intercedieran para su indulto, pues deseaba morir por Cristo. Es notable por su exaltación del martirio, sus rasgos místicos (los más precoces en autores cristianos) y la primacía y honor que parece conceder a la Iglesia de Roma en época tan temprana.

Llevado finalmente a Roma, fue arrojado a las fieras en el circo el 20 de diciembre de 107 d.C, alcanzando la palma del martirio. Sus restos, recogidos por los fieles, fueron llevados en una urna a Antioquía, donde pronto recibieron veneración como reliquias.

Según la lista de Eusebio de Cesarea (siglo IV), sucediole en la sede antioqueana Herón o Herodiano (un antiguo diácono), que rigió durante 20 años, hasta el 127, cuando fue martirizado. Le siguieron Cornelio, el primero con nombre romano (127-154), y Eros (154-169).


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La Escuela teológica de Antioquía. Teófilo y Serapión.

Teófilo fue obispo de Antioquía de 169 a 183 d.C. Nacido en Siria Oriental (a orillas del Éufrates) de una familia pagana, recibió una sólida formación filosófica, y se convirtió al cristianismo en edad madura tras estudiar las Sagradas Escrituras. Escribió varias obras, de las cuales se han conservado únicamente íntegras los tres libros del Apologia Ad Autolicum (escritos alrededor de 180 d.C). En ellos, con un depurado y elegante griego, Teófilo emplea numerosas citas para sostener que los profetas del Antiguo Testamento (usaba la versión helénica de los Setenta) ya anunciaban la veracidad del mensaje cristiano; critica las contradicciones del pensamiento de los filósofos griegos y la vacuidad de la adoración de ídolos de la religión olímpica.

+Fue el primero en hablar de la Trinidad Divina, aunque empleó los términos más vagos de Dios (en el lugar del Padre), La Palabra o Logos (en el lugar del Hijo) y la Sabiduría o Sophia (en el lugar del Espíritu Santo). En cuanto al Logos, distinguía un Logos inmanente, que habría permanecido junto a Dios toda la eternidad, de un Logos emitido, que sería quién habría actuado en el mundo desde la Creación.
+Fue también el primer autor en tratar en profundidad la inmortalidad del alma (que consideraba un don de Dios y no inherente a la misma) otorgada durante el Juicio Final en función de las acciones en vida.
+En cuanto a la escriturística, citó varios fragmentos aislados de los evangelios de Mateo, Lucas y Juan (particularmente el primer capítulo), y la segunda carta de Pedro, testimoniando que en su época ya circulaban entre las comunidades cristianas. Fue el primer autor que afirmó la inspiración divina del Nuevo Testamento, llamando a los Evangelios- a semejanza de los libros de los profetas- “Santa Divina palabra”.
+Incluyó una cronología del mundo que remontaba la Creación al año 5529 a.C.
+Lo más enigmático de las obras de Teófilo es la ausencia de referencia literal a la persona de Jesús o Cristo. Lo nombraba indirectamente como Logos.

Es conocido también por haber escrito dos obras contra herejes, de las cuales sólo han llegado fragmentos y citas de otros autores. La primera es “Contra Hermógenes”, en la que condena las enseñanzas de este autor de la secta de los patripasianos o sabelianos, una variante del unitarismo (una sola naturaleza en Dios) modalista (lo que se llamaban personas divinas no eran sino “modos” en los que la única persona de Dios se manifestaba), que afirmaba que era el Padre el que había sido crucificado.
Más importante fue su obra “Contra Marción”, un gnóstico de Ponto que enseñaba el dualismo (segregación entre el Dios demiurgo del Antiguo Testamento y el Dios Padre del Nuevo Testamento, dualidad de los principios del Bien y el Mal, dualidad entre la materia y el espíritu). Gracias a su elocuencia y riquezas, tenía muchos corifeos llamados maricionitas, que habían logrado expandir sus ideas por toda la parte oriental del Imperio.
Contra ambos, afirmó Teófilo los principios ortodoxos de la fe al respecto de la naturaleza divina.

Teófilo es el primer teólogo completo de la Iglesia- un logro asombroso si tenemos en cuenta que nos hallamos en la segunda mitad del siglo II- aunque sus tesis son aún rudimentarias y poco desarrolladas. A partir de él, la escuela antioqueana sería vista como una referencia indispensable en todas las discusiones teológicas en el cristianismo.

A su muerte fue sucedido en la silla episcopal por Máximo (183-191 d.C)- autor de un libro perdido sobre el bien y el mal, y la creación de la materia-, y por otro teólogo ilustre, Serapión de Antioquía (191-211 d.C). Serapión escribió dos breves tratados en forma de carta contra el montanismo (herejía profetista y escatológica) y el judaísmo, así como una condena del docético pseudoevangelio de Pedro (recordemos que por entonces aún no se había establecido definitivamente el canon escriturístico del Nuevo Testamento), siendo uno de los primeros textos que prueban que en la Iglesia contemporánea se conocía la circulación de textos apócrifos (falsamente atribuidos a algún apóstol) por parte de sectas heréticas.

Como obispo de Antioquía parece haber tenido preeminencia entre los obispos sirios, pues consagró a Palut como obispo de Edesa para que combatiera los errores gnósticos de Bardasenes.


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Las persecuciones y las herejías

Asclepiades (que escribió varios comentarios bíblicos) sucedió a Serapión y murió martirizado en 217 en la primera persecución de cristianos documentada en Antioquía. Le sucedieron Fileto (218-231) y Zebino (231-237), durante el cual el emperador Maximino Tracio desencadenó una gran persecución de cristianos. Afectó de pleno al obispo san Babilas, del que se cuentan varias leyendas (como que mandó al fondo del templo con los penitentes al emperador Filipo el Árabe- que tenía curiosidad por asistir a la Pascua- por haber cooperado con la muerte de su predecesor en la púrpura). El emperador Decio ordenó su decapitación en 250 por confesar su fe, junto a tres niños: Urbano, Pridiliano y Epolonio. Es conocido por ser el primer mártir cuyas reliquias fueron trasladadas para el culto, concretamente por el césar Constancio Galo en 351.

En defensa del hereje Novaciano (que negaba la posibilidad de recibir de nuevo en la Iglesia a los que habían abjurado en la persecución) y su secta de “puros”, condenados en un concilio romano, tuvo su sucesor Fabio (251-254) correspondencia con el papa Cornelio. Fabio murió antes de que se celebrase el sínodo regional que preparaba para apoyar al novacianismo. Su sucesor Demetrio volvió a la ortodoxia, pero fue llevado como trofeo a Mesopotamia por el rey Sapor de los persas cuando tomó Antioquía en 255. Durante varios años, en los que no se supo nada del obispo, parece que ejerció como vicario un tal Anfilóquio, del que nada se sabe. Finalmente, en 260, al llegar rumores de la muerte de Demetrio, fue elevado a la sede Pablo de Samosata.

Pablo era un intelectual y un político mundano, hábil en las relaciones personales y elocuente en la discusión; generoso con su dinero para ganarse amigos y vanidoso en su trato con los fieles. Gracias a esas cualidades había sido designado procurador de Antioquía, y posteriormente obispo. Había publicado doctrinas unitaristas de tipo modalista (Dios tenía tres manifestaciones, pero sólo una persona o prosopon) en una variante adopcionista (Jesús era sólo hombre que había sido “adoptado” por el Logos- nacido del Padre antes de la Creación- durante su bautismo, habitándolo en unión indisoluble pero no personal o hipostática), de la que se considera precursor, logrando amplia difusión en la región. Los obispos sirios analizaron su doctrina, y entre 260 y 268 convocaron tres concilios en Antioquía para refutarla. En todos ellos mostró su habilidad dialéctica para disimular sus enseñanzas como ortodoxas, y prometer enmendar sus heterodoxias, pero finalmente, en el Tercero (268), el presbítero Malquión (director de la escuela de literatura griega de Antioquía) logró elaborar una condena completa y documentada de las desviaciones de Pablo, y aprobar su deposición.

El final de Pablo de Samosata nos da una interesante pista sobre la primacía del papado en pleno siglo III. Al negarse a renunciar, los obispos sirios acudieron al de Roma, Dionisio, que aprobó las conclusiones del Tercer concilio antioqueno, nombrando en su sustitución a Damno (hijo del desaparecido Demetrio), sacerdote de vida irreprensible. Apeló Pablo al emperador Aureliano, que se hallaba en Antioquía en 272, y este, tras consultar con diversos consejeros, decretó que la sede correspondería “a aquel con quién tuviese correspondencia el obispo de Roma”. Finalmente, Pablo fue desalojado, pero no sin que sus corifeos sostuvieran sus enseñanzas y practicaran bautismos durante casi dos siglos. Destacó entre ellos el presbítero Luciano de Antioquía, hombre virtuoso y fundador de una escuela en la que enseñó una cristología que pretendía llegar a un compromiso entre el modalismo y el trinitarista subordinacionismo (el Hijo o Logos era un ser divino pero subordinado al Padre). En sus tesis, Luciano admitía la divinidad del Logos, pero creado por el Padre en el principio. Tuvo como alumnos a los posteriores cabecillas de la herejía arriana: Eusebio de Nicomedia, Maris, Teognis, y sobre todo su fundador, uno de los más conocidos heresiarcas de la historia, el libio Arrio de Alejandría, que convirtió al Logos en el primer ser creado pero ya no divino. El propio Luciano estuvo separado de la comunión con su obispo durante más de diez años.

Damno rigió ejemplarmente la Iglesia en Antioquía hasta 273, siendo sucedido por Timeo (273-282) y Cirilo (283-303). Durante el gobierno de este último, Luciano fue reconciliado tras arrepentirse de sus errores adopcionistas, y con él todos sus discípulos. Dejó para la posteridad una temprana revisión de la Versión de los Setenta basándose en el original hebreo, notable por su precisión textual, y que inauguraría la característica literalidad bíblica antioquena en oposición al alegorismo alejandrino. Elaboró un primer esbozo de canon bíblico neotestamentario muy usado en Siria y Asia Menor, que posteriormente san Jerónimo empleó con profusión para su Vulgata. Muchos le consideran el verdadero creador de la escuela teológica de Antioquía, claramente aristotélica frente al platonismo de la escuela de Alejandría.

Por aquellos años, el emperador Diocleciano desencadenó la última y más terrible persecución contra los cristianos, como enemigos de las tradiciones romanas. Fruto de esta fue apresado Luciano, y llevado a la corte, sita por entonces en Nicomedia de Bitinia. Allí fue sometido a tormento y privación de comida (en ocasiones le llevaban carne inmolada a los ídolos para que comiese), porfiando de continuo por confesar su fe en Cristo durante nueve largos años de encierro. Finalmente, fue decapitado el 7 de enero de 312, ya bajo el gobierno de Maximinio Daza, y se le venera como mártir.

Los obispos Tiranio (304-308) y Vitalio (308-313) pastorearon al pueblo en lo más crudo de la persecución en Siria y Palestina. Eusebio de Cesarea hace una recensión de las bárbaras torturas, mutilaciones, exilios y ejecuciones decretadas en los sucesivos edictos imperiales a todos aquellos que no sacrificasen a los dioses o a las estatuas del emperador deificado. Se destruyeron casi todos los templos, y hubo una larga lista de mártires, algunos de ellos posteriormente beatificados: Teodosia de Tiro, Domnino, Pánfilo de Cesarea… La curia antioqueana llegó a escribir a Maximinio en 312 pidiendo que se expulsase a los cristianos de la ciudad, a lo que este accedió.
Finalmente, la elevación del emperador de Occidente Constantino, hijo de una cristiana, permitió la firma conjunta con Licinio de Oriente, del Edicto de Milán en 313 d.C, que daba libertad de culto a los cristianos.

Para la Iglesia de Antioquía, no obstante, no hubo apenas respiro. Arrio, el alumno de Licinio, había obtenido éxito con sus tesis, sobre todo entre los intelectuales y teólogos, provocando una gran controversia entre los obispos y fieles. El conflicto estaba por llegar. Acababa la era de las persecuciones de los paganos, comenzaba la era de las divisiones dentro de la Iglesia.

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6 comentarios

  
César Fuentes
Agradecido por esta nueva serie. Animo.
15/05/14 7:55 AM
  
jose de maria
Interesante, gracias.
15/05/14 5:20 PM
  
Palas Atenea
Una pregunta: ¿por qué a San Efrén, que nació en Nísibis (actual Turquía), se le llama también "El Sirio"?
Me encanta S. Efrén, "La Cítara del Espíritu Santo", por eso pregunto.

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LA

Efrén nació y vivió en Nísibis, en la Alta Mesopotamia. Tuvo mucha influencia en la Iglesia mesopotámica (la Iglesia de Oriente), por lo que incluí una breve reseña sobre él en este artículo dedicado a dicha comunidad.
21/05/14 9:50 PM
  
Palas Atenea
Sigo preguntando por afán de aprender. Yo distingo entre los Padres de la Iglesia de Oriente y los de Occidente, pero no entiendo muy bien la diferencia entre la Iglesia mesopotámica y la siríaca y el porqué alguien al que le llaman "El Sirio" pertenece a la primera y no a la segunda. Supongo que se debe a la comunidad a la que pertenecían, si era Antioquía u otra, o tal vez al idioma: griego o arameo.

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LA

Efrén nació en Nísibis (Alto Tigris, por tanto Alta Mesopotamia o Asiria), pero tras la entrega de la ciudad al shah persa Sapor II en 363, huyó- como muchos cristianos- a la ciudad de Edesa (ya dentro del imperio romano), donde desarrolló casi toda su labor catequética. Edesa está situada en el Aram Naharaim bíblico, es decir, la patria de los arameos, entre el Éufrates y el Habor, lo que se conoce como Siria Oriental. Por tanto, mesopotamio de nacimiento, sirio de adopción. Ambas Iglesias pueden reclamarle con justicia, pues a ambas influyó grandemente.
22/05/14 10:30 AM
  
Palas Atenea
Muchísimas gracias.
22/05/14 4:16 PM
  
Migcel Alimon
Permitaseme unas aclaraciones. No existe ninguna iglesia mesopotámica. Mesopotamia es una región geográfica. Lo que existe es la Iglesia Siriaca cuya liturgia es en lengua siriaca y que esta asentada en la región de Mesopotamia, entre otras, desde tiempos apostólicos. Es justamente la lengua siriaca la que usa integramente San Efren de Siria, que no solamente es venerado por la Iglesia Católica Romana, así como la Catolica de rito oriental, sino también por la Iglesia Siriaca Ortodoxa, por la Iglesia Episcopal, La Iglesia Ortodoxa, La Iglesia Anglicana, la Iglesia maronita y la Iglesia Copta Ortodoxa.

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LA

Iglesia mesopotámica es una forma de localizar a una comunidad concreta, como podría ser hablar de Iglesia palestina o árabe.
Sirve también para situar geográficamente a una comunidad que se llamó genéricamente Iglesia de Oriente, modernamente Iglesia asiria o caldea, y que se separó del patriarcado de Antioquía a principios del siglo V, siendo el primer cisma estable de la Cristiandad.

Más detalles en esta serie.

un saludo
04/09/14 12:18 AM

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