La Iglesia siríaca (II)


_
La controversia arriana. El Concilio ecuménico de Nicea

Arrio, retornado a Alejandría en 318, tenía entonces unos 62 años. Fue un paso más allá de su maestro Luciano, y- con fuerte influencia del judío neoplatónico Filón de Alejandría- comenzó a enseñar que el Logos (el Hijo), y la Sofía (El Espíritu Santo) habían sido criaturas del Padre en un momento de la Historia, antes de la Creación (esta postura ya había sido sostenida en su modo adopcionista por Pablo de Samosata, y parcialmente por Tertuliano y Orígenes).

El Logos era la primera y más perfecta de las criaturas, un intermediario divinizado, pero criatura al fin, y por tanto no infinito ni inmutable. De ese modo explicaba la unicidad de Dios.

Las enseñanzas de Arrio y sus seguidores (todos alumnos de Luciano) ganaron simpatías entre los teólogos helenísticos por su aparente mayor fidelidad al monoteísmo. En Siria muchos veneraban como maestro al mártir Luciano y veían en Arrio a su continuador. Alejandro, obispo de Alejandría, convocó en 320 un sínodo con cien obispos de Egipto y Libia, que condenó las doctrinas de Arrio. A la muerte de Vitalio había ocupado la sede antioqueana san Filógono (314-323), un antiguo abogado que reconstruyó la destruida iglesia llamada Palea, ampliándola grandemente. Filógono escribió al obispo alejandrino animándole a que excomulgase a Arrio, y se opuso con gran fuerza a la expansión de sus doctrinas en Siria. A su muerte, fue elevado el proarrianista Paulino de Tiro, que fue sucedido en 324 por Eustaquio, obispo de Beroa, ferviente antiarriano, del que se conoce que ordenó un obispo (Tomás de Caná) para Edesa, el cual, con el tiempo, acabaría migrando a la India con una pequeña comunidad siguiendo los pasos de Santo Tomás.

La oposición de Alejandro y Eustaquio no impidió la expansión de las enseñanzas de Arrio. El ya emperador único Constantino, fiel seguidor de la teoría clásica imperial de la sacralidad del imperio- y que simpatizaba de hecho con el cristianismo-, se sintió obligado a intervenir. Convocó el Primer Concilio ecuménico en Nicea en mayo de 325 d.C. Acudieron 318 obispos; todos menos siete (y dos delegados papales) de la parte oriental del Imperio. Fue presidido por Osio de Córdoba. Las tesis trinitarias, expuestas por Atanasio de Alejandría (discípulo de Alejandro) y Eustaquio de Antioquía (es decir, los dos grandes centros teológicos cristianos) eran seguidas por casi 300 de los obispos. Los otros se fueron retractando, hasta que sólo sostuvieron el arrianismo Eusebio de Nicomedia y Teognio de Nicea, que rechazaron el Credo que el resto de obispos aprobaron, definiendo claramente la existencia de tres personas en la naturaleza divina (doctrina trinitarista o niceana).

Hacemos un excursus para intentar transmitir a los lectores, de la forma más simplificada posible, en qué consistía la polémica. Empleando la terminología filosófica griega, Arrio afirmaba que el Hijo era de distinta esencia o sustancia (ousios) que el Padre, siendo conocida su postura teológica como heteroousiana o anomea. San Atanasio y san Eustaquio defendieron la doctrina tradicional de que el Padre y el Hijo eran de la misma esencia o sustancia (divina, se entiende), enseñanza conocida como homoousiana, que fue la que aprobó el concilio.

El concilio acordó la elevación de iure de la sede de Antioquía al título de metropolitana de Siria, posición que, como hemos visto en varios ejemplos, ocupaba ya efectivamente desde su fundación. Constantino firmó las tesis del concilio como enseñanza oficial para toda la Iglesia, y decretó el destierro de Arrio, Teognio y Eusebio. El arrianismo, no obstante, siguió creciendo, acusando sus partidarios a las conclusiones de Nicea de unitaristas al modo de Sabelio, por confundir las personas de Padre e Hijo, que Arrio había separado de forma tajante.


_
San Eustaquio de Antioquía y Eusebio de Cesarea

Para entonces, la Iglesia siríaca era campo de batalla entre arrianistas y trinitarios. Destaca en esta época la figura de Eusebio, obispo de Cesarea Palestina (la capital marítima ya citada en el Nuevo Testamento, entre las actuales Tel Aviv-Jaffa y Haifa) desde 313. Seguía la escuela de su predecesor y amigo Pánfilo de Cesarea, uno de los más prominentes discípulos del teólogo Orígenes de Alejandría, que murió en dicha ciudad en 254. Además de redactor de una versión crítica y alegórica de los libros del Antiguo Testamento y una Historia de la Iglesia, Eusebio escribió una apología de las enseñanzas de Orígenes, cuya concepción trinitaria daba a entender una subordinación de la divinidad del Logos (el Hijo sería “un dios”, pero no “Dios”). Había dado acogida a Arrio cuando fue condenado en Alejandría, y simpatizaba con sus tesis, aunque afirmando la divinidad del Hijo que aquel rechazaba. En el concilio de Nicea fue uno de los 16 que modificaron su postura inicial pro-arriana. Curiosamente, su propuesta de Símbolo fue la más tenida en cuenta a la hora de redactar el Credo niceno.

A partir de 325 sostuvo una fuerte polémica con Eustaquio de Antioquía, redactor de una violenta diatriba (De Engastrimytho contra Origenem) en la que- en línea con la genuina literalidad antioquena- acusaba al alegorismo alejandrino de Orígenes de estar detrás de los errores arrianos. Eusebio de Cesarea había ganado simpatía a ojos de Constantino (empeñado en aquellos años en su proyecto de una nueva capital en la antigua Bizancio, que recibiría posteriormente el nombre de Constantinopla) y su ascendiente había crecido con el favor de la corte. Respaldado por varios obispos sirios, respondió acusando a Eustaquio de sabelianismo.

A finales de la década, Constantino, influido por su hermana arriana, había suavizado los castigos a los desterrados. El primero en ser repuesto en 328 fue Eusebio de Nicomedia, que se convirtió en el consejero espiritual de la corte (que se hallaba temporalmente en esa ciudad). Con el decisivo apoyo del emperador, Eusebio de Nicomedia consiguió el retorno de muchos de los exiliados y alentó la consagración de obispos arrianos.


_
Los metropolitanos arrianos de Antioquía

El cambio de aires en la corte propició la caída de Eustaquio. A instancias de Eusebio de Cesarea, se convocó un sínodo en Antioquía en 332 d.C, donde el metropolitano Eustaquio, acusado de sabelianismo y de adulterio, fue depuesto por la mayoría de obispos pro-arrianos. El populacho cristiano, que miraba con recelo al arrianismo, provocó revueltas durante varios días, reprimidas por la autoridad imperial. Eusebio, turbado, rechazó la propuesta de los asistentes para ser el sustituto, y finalmente fue el arriano Eulalio el elegido. Calmados los ánimos, Eustaquio fue desterrado a Trajanópolis (Tracia), pero los nicenos le siguieron reconociendo como el metropolitano legítimo, y no acataron a Eulalio ni a ninguno de sus sucesores arrianos.

Eulalio murió en 333, cinco meses tras su elección. El propio Cesareo fue nuevamente postulado como candidato, pero renunció y propuso al arriano Eufronio, cuyo gobierno duró poco más de un año, muriendo en 334. Ese año, los arrianos, nuevamente encabezados por Eusebio de Cesarea, convocaron en Tiro de Fenicia al metropolitano de Alejandría, el gran Atanasio, condenándolo por sabelianismo. Atanasio apeló al emperador, que lo desterró en 335, nombrando en su lugar a Gregorio de Capadocia, el cual hubo de tomar posesión de su sede bajo escolta militar, ante el rechazo popular. Los arrianos dominaban ahora los dos grandes centros teológicos de Oriente; en aquella hora crítica fue la sede romana (a la que apelaron unos y otros) la que se mantuvo fiel a la fe trinitaria de Nicea, y gracias a ella lo hizo toda la Iglesia.

En 337 murieron en sucesión varios de los protagonistas: Arrio durante su regreso trinfal tras el perdón imperial, Constantino en su nueva capital (siendo bautizado en su lecho de muerte por Eusebio de Nicomedia), y Eustaquio de Antioquía en su destierro. En 339 lo hizo Eusebio de Cesarea.
Los hijos del emperador se repartieron el imperio, y se adaptaron a la fe de sus obispos cortesanos: Constancio II, el mayor, heredó Oriente y fue pro-arriano. A instancia suya, el nuevo arzobispo arriano Placencio (334-341), organizó un gran concilio en Antioquía en 341, presidido por el propio emperador, llamado “de la Dedicación”. Acudieron casi cien obispos, todos ellos orientales (y ningún representante del papa). Además de reforzar disciplinariamente la autoridad del metropolitano hacia sus obispos y la convocatoria regular de sínodos regionales, el concilio aprobó nada menos que cuatro nuevos credos, cada uno de los cuales trataba de resolver la controversia sobre la substancia del Hijo. Eusebio de Nicomedia intentó alcanzar una fórmula que fuese aceptable para los obispos nicenos, que eran mayoría, y se creyó hallar en el cuarto de ellos, el llamado Makrostichos (“fórmula larga”), propuesto por Basilio de Ancira, un símbolo semi-arriano, que afirmaba que el Hijo era de substancia similar, pero no igual al Padre (homoiousio). El papa Julio, no obstante, se opuso a las conclusiones de un concilio al que no había sido invitado, por lo que la controversia persistió.

En 342 fue elegido metropolitano Esteban de Antioquía, que encabezó la delegación oriental (la mayoría arrianos) en el concilio de Sardica de Tracia (actual Sofía) en 343, convocado por los emperadores Constancio II (oriental y arriano) y Constante (occidental, niceno), junto al papa Julio. Al estar en minoría, Esteban alentó a los arrianos a abandonar el concilio bajo el pretexto de no admitir la absolución a Atanasio, montando en la vecina Filipiolis un antisínodo que formuló un nuevo Credo, plenamente heteroousio. Los de Sárdica, por su parte, a instancias de los emperadores (que deseaban unificar religiosamente el imperio), aprobaron una variante del símbolo semiarriano (homoiousiano) de Antioquia 341. Esta formulación introducía una nueva confusión que no contentaba ni a unos ni a otros, que fue criticada por el rehabilitado Atanasio- que remitió al símbolo de Nicea- y que no sirvió para nada, pues sus conclusiones no llegaron a aplicarse. Ambos sínodos se excomulgaron, certificando el cisma de la Iglesia.

En un intento de restablecer la concordia, unos delegados nicenos occidentales visitaron Antioquía. Al metropolitano Esteban no se le ocurrió otra idea para desprestigiarles, que introducirles una prostituta en sus aposentos de noche. Fue descubierto el ardid, y los propios arrianos, avergonzados, depusieron a Esteban en un nuevo sínodo de Antioquía en 344. Le sucedió Leoncio el eunuco (344-350), que ordenó presbítero a Aecio, principal cabecilla de los anomeos, aquellos que no aceptaban el semiarrianismo, y seguían fielmente las doctrinas heteroousias de Arrio. Leoncio aceptó la introducción en la liturgia del canto antifonal, una propuesta de los presbíteros nicenos Flaviano y Diodoro que poco después se extendería por toda la Iglesia. El obispo cilicio semiarriano Eudoxio de Antioquía ya había estado implicado en las disputas con san Eustaquio y en los controvertidos sínodos de Antioquía y Filipópolis. Al conocer en 350 la muerte de Leoncio, corrió desde Italia (donde trataba de alentar el arrianismo) a Antioquía y se presentó falsamente como el candidato imperial, logrando ser elevado a la sede metropolitana.

El desorden provocado en la Iglesia en Siria por el avance del arrianismo era ya de gran magnitud. Un sacerdote, Apolinar de Laodicea de Siria, filósofo platónico originario de Alejandría (y gran amigo de san Atanasio), que había redactado un Nuevo Testamento en forma de diálogo socrático, fue expulsado por el obispo arriano de su ciudad. Para refutar el unitarismo, negó la verdadera humanidad de Cristo, a cuya naturaleza humana suponía privada de alma, siendo por tanto “un cuerpo poseído por la divinidad”. Esta enfatización de la naturaleza divina abría una segunda discusión cristológica (la de la relación entre las dos naturalezas de Cristo) que tendría una importancia decisiva el siguiente siglo, prefigurando el monofisismo. Fue conocida como apolinarismo, y por desgracia, tuvo un fuerte partido en Siria.


_
Antioquía en el caos: el cisma meleciano

Eudoxio fue el principal impulsor del Tercer concilio de Sirmio (actual Voivodina, Serbia) en 357, que elaboró la séptima confesión de fe desde el comienzo de la controversia arriana. Nuevamente, se intentó salvar el cisma con una definición de consenso. El redactor fue Acacio de Cesarea Palestina, el sucesor de Eusebio en la sede origenista por excelencia. Argumentando que la palabra ousia no era bíblica (en efecto, era filosófica), se eliminó de la definición de la relación del Padre con el Hijo. Afirmaba este nuevo símbolo que eran igual “en todas las cosas” y que “el Padre era mayor que el Hijo”, y a este pensamiento se le conoció como homoianismo o acacianismo. Su novedad fue que varios obispos occidentales (incluyendo algunos antiguos arrianos o el ortodoxo Osio) encontraron la definición aceptable. El concilio gemelo occidental de 359 en Rímini aceptó la fórmula, pese a la mayoría aplastante de obispos nicenos, que cedieron por una mezcla de debilidad, presión imperial y el anhelo de poner fin al cisma. A aquella jornada la definió san Jerónimo con esta lapidaria frase: “el mundo gimió al verse arriano”. Gracias a Eudoxio de Antioquía el arrianismo alcanzó su pináculo, con la unificación formal de Occidente y Oriente en el nuevo credo semi-arriano.

Eudoxio logró ser elegido obispo de la sede imperial, Constantinopla (de importancia política desproporcionada a su antigüedad como sede) en 360, tras la deposición de Macedonio, conocido heresiarca que había predicado la no divinidad del Espíritu Santo (pneumatomaquia o macedonianismo). Como sustituto de Eudoxio en Antioquía fue elevado Melecio, obispo homoiano de Sebaste del Ponto, que resulto demasiado conciliador y templado para el emperador, que le depuso en 361, designando a Euzoio (un amigo de la infancia del propio Arrio), entre grandes protestas del pueblo, adhiriente al niceísmo al que había empezado a inclinarse Melecio. Muchas parroquias se rebelaron de facto, celebrando sus propias misas separadas y dando lugar al llamado Cisma meleciano. Ese mismo año de 361 murió Constancio II (bautizado en su lecho de muerte por Euzoio) y le sucedió su sobrino Juliano el Apóstata que, influido por sus maestros filósofos paganos y por su desencanto con las disputas teológicas de los cristianos, trató de revivir el paganismo y persiguió a la Iglesia durante su breve reinado de 2 años.

A efectos prácticos, el arrianismo había creado grandísima controversia entre obispos y teólogos, una confusión doctrinal monumental, disturbios por doquier, y la odiosa injerencia del poder civil (el emperador) en la Iglesia. De forma invariable, los nicenos eran mayoría aplastante entre el pueblo en todas partes, mientras el arrianismo estaba asociado a cierta intelectualidad teológica, y sobre todo a la corte. Con frecuencia, la oposición al arrianismo camuflaba también una cierta resistencia a la autoridad imperial.

La muerte de Juliano en batalla contra los persas vio el ascenso del emperador Joviano, simpatizante de la ortodoxia, que prohibió los cultos paganos, y reinstaló a Atanasio y Melecio en sus sedes. La sede antioqueana estaba inmersa en los conflictos entre los semiarrianos encabezados por Euzoio y los anomeos de Aecio de Antioquía (consagrado obispo de Lesbos en su día a instancias de Juliano para aumentar las discordias entre cristianos), tratados sin éxito en un nuevo concilio en Antioquía en 364. Para complicar más las cosas, los nicenos intransigentes que no confiaban en Melecio por haber sido consagrado por arrianos (autodenominados “eustacianos” por seguir las enseñanzas de san Eustaquio), se habían reorganizado en torno a Paulino de Antioquía, consagrado metropolitano en 362 por Lúcifer de Cagliari, con lo que había tres metropolitanos en la misma sede.

Para entonces Joviano ya había muerto, siendo sustituido por Valentiniano. Este era un niceno convencido, pero tomó como coemperador para Oriente a su hermano Valente, un hombre débil de carácter, que pronto cedió al arrianismo prevaleciente en la corte de Constantinopla, y lo hizo en su forma más extrema, el heteroousios genuino de Arrio. Las dos únicas parroquias que se le reconocían oficialmente a los nicenos en la Antioquía les fueron arrebatadas; también los semiarrianos sufrieron persecución a manos de los anomeos prevalecientes. Melecio, cuyas simpatías eran ya manifiestamente ortodoxas, fue otra vez exiliado por el emperador. A la muerte de Atanasio en 373, Euzoio de Antioquia solicitó y obtuvo de Valente tropas y cartas para instalar en Alejandría al arriano Pedro II como metropolitano. A partir de 376 d.C, Euzoio fue hecho obispo de Cesarea Palestina, y fue sustituido por el arriano Doroteo en la sede antioqueana hasta 381.

Para acabar de complicar más el enredo, en 375 d.C, el obispo herético protomonofisista Apolinario elevó a la sede metropolitana a uno de sus corifeos más notables, Vitalio de Antioquía (un antiguo presbítero del propio Melecio), que fue reconocido por los seguidores de la secta. De ese modo, hubo en un momento dado hasta cuatro metropolitanos simultáneos en Antioquía.

_
El fin de la controversia arriana

Valente murió en 378 en combate contra los godos invasores. Regresó Melecio a la ciudad en triunfo, con el apoyo decidido de los nicenos y del influyente obispo Basilio de Cesarea de Capadocia, que había dejado de apoyar a Paulino y los eustacianos en aras a la paz.

Aunque vivió en Capadocia de Anatolia casi toda su vida, interesa conocer algo de la vida de Basilio el Grande- uno de los cuatro padres de la Iglesia griega- por su influencia en la Iglesia siríaca. De profunda fe piadosa desde la infancia, estudió en Atenas y Constantinopla, donde se hizo amigo de otro coloso, Gregorio Nacianceno. Fue seguidor del anacoreta Eusebio de Sebaste, y organizador del monacato oriental en una nueva regla, que tomó su nombre. Gran paladín del niceísmo, al él debemos la definición moderna y definitiva de la Trinidad: una ousía (esencia, substancia o naturaleza divina) en tres hypostasis (personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Se ocupó también de refutar la herejía pneumatomaca o macedonismo al poner de relieve la personalidad del Espíritu Santo. Auxiliado por Nacianceno, su teología fue decisiva para poner fin a la controversia cristológica suscitada por Arrio.

Graciano, el católico emperador occidental, designó como regente del imperio de Oriente al hispano Teodosio, un prestigioso general, que sesenta y ocho años tras el edicto de tolerancia de Milán, lo convirtió en religión oficial, prohibiendo los cultos paganos en Oriente. Por vez primera desde que se legalizara el cristianismo, el monarca de Constantinopla era un firme niceno. Con su apoyo, Melecio pudo convocar un nuevo concilio en Antioquía en octubre de 379, en el que se aprobó el símbolo de Nicea como el único ortodoxo para la Iglesia. Melecio animó a su amigo Gregorio Naciaceno para que aceptara la sede primada de Constantinopla que Teodosio le ofrecía. Pese a la resistencia de los arrianos (que llegaron a herirle gravemente durante un oficio religioso), convocó, con ayuda de Melecio, el Segundo concilio Ecuménico en Constantinopla en 381, donde se reunieron ciento cincuenta obispos orientales, que aprobaron el credo de Nicea introduciendo la fórmula “Creo en el Espíritu Santo, que procede del Padre a través del Hijo”, pasando a llamarse Credo Niceno-Constantinopolitano. Fueron condenados el arrianismo, el apolinarismo y el macedonianismo, así como la herejía gnóstica occidental del priscilanismo. Para poder elevar a Constantinopla a Patriarcado, fueron elevadas también Alejandría y Antioquía.

Teodosio hizo volver del exilio a todos los obispos nicenos, y depuso a los arrianos cuya elección no hubiese sido legítima. Dado que el arrianismo había vivido en gran medida del favor imperial, su pérdida supuso su casi inmediato hundimiento. Verdaderamente, la paz volvió a las Cristiandad oriental, si bien eso no quería decir que hubiesen desaparecido las corrientes y sectas.

Melecio murió durante el concilio, en 381. Gregorio Naciaceno y el papa recomendaron a la comunidad antioqueana reconocer a Paulino como patriarca, pero los recelos estaban muy enraizados, y los nicenos “melecianos” prefirieron elevar a Flaviano (uno de los dos presbíteros que treinta y cinco años antes habían inventado el canto antifonal en la liturgia) como patriarca. Los eustacianos (que no estaban de acuerdo con el símbolo niceno-constantinopolitano por la modificación introducida, y no reconocían a Flaviano por haber sido ordenado por Melecio), no se avinieron. El papa de Roma, de hecho, no reconoció a Flaviano como patriarca legítimo, sino a Paulino y- a su muerte en 383-, a su sucesor Evagrio. Los patriarcas orientales se alinearon con Flaviano, y se produjo un nuevo cisma eclesiástico por este motivo entre Oriente y Occidente.

Evagrio rigió a los nicenos estrictos durante diez años, y murió en 393 d.C. Flaviano logró que ningún obispo consagrara otro patriarca disidente, pero los eustacianos siguieron sin reconocerle, y efectuando sus servicios separadamente, por lo que el cisma en la ciudad persistió. Flaviano rigió una comunidad dividida hasta su muerte en 404.

El arrianismo había dejado de ser un problema, pero la discordia dentro de la comunidad de Antioquía quedó sembrada como semilla del mal, y sus frutos ya no abandonarían jamás a la Iglesia siríaca, marcada por un profundo individualismo (característico del modo de ser sirio). La penitencia de división, enconos, rivalidades y persecución que hubo de padecer fueron el signo que la caracterizó en adelante.

_

Lee, ora por, ayuda a InfoCatólica

_

Si quieres hacer algo por los no nacidos, colabora con Red Madre y con Provida

Por la defensa de los valores cristianos en nuestra sociedad, no olvidemos el arma más poderosa: la oración. Rosario por España

Colabora con Radio María


_
Se permite la reproducción (inmodificada) parcial o total de este artículo, siempre que se haga de forma libre (lo que gratis recibisteis, gratis dadlo) y se haga constar el nombre del autor, la bitácora y el portal que lo aloja.

Todavía no hay comentarios

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.