Censura a un viejo guerrero, hoy desarmado
Durante buena parte de mi infancia y sobre todo de mi adolescencia, me dormía muchas noches con la oreja pegada a un transistor pequeño para escuchar a José María García. Sin duda aquella actividad no era lo más apropiada para quien tenía que levantarse a las 8 de la mañana para ir al colegio, pero sírvame de consuelo que menos justificación tenía el que muchos españoles desatendieran sus deberes conyugales por hacer lo mismo. Ya se sabe: mal de muchos, consuelo de tontos.
Lo cierto es que si hoy soy mucho más radio-oyente que televidente se lo debo a José María García. Su estilo era contundente, incisivo, agresivo con aquellos a los que juzgaba negativamente, a la vez que empalagoso con aquellos, mayormente deportistas, a los que admiraba. De hecho hubo personajes, como Jesús Gil, que "sufrieron" varias veces el ciclo halago-crítica-halago o crítica-halago-crítica. Era el terror de los despachos de directivos deportivos, la pesadilla de los políticos y el terremoto capaz de derribar la torre más alta mediante dossieres periodísticos que, hasta donde yo sé, siempre estuvieron fundamentados en datos objetivos. Y es que, aparte del juicio moral que puede merecer esa forma de hacer periodismo, no se puede negar que García y su equipo, al que me he enterado que trataba con mano de hierro, siempre informaban verazmente. Quizás no contaba toda la verdad, pero lo que contaban era verdadero.