Señores Rajoy y Gallardón, dejen de tomarnos el pelo
Ustedes no tienen vergüenza. Ustedes no merecen formar parte de un gobierno decente. Ustedes llevan tomándonos el pelo a los españoles desde hace casi dos años. Ustedes miran para otro lado ante los cien mil abortos anuales. Ustedes quieren maquillar la actual ley regresando a una situación legal en la que también había ese número de abortos.
Ustedes, para disimular un poco, van a echar un cacahuete a esos monos de feria que -como fieles siervos de sus señores- están ansiosos de aplaudirles y presentarles como defensores del derecho a la vida, cuando en realidad son tan aborteros como el resto.
Ustedes, que no mueven un dedo para que las víctimas de ETA no sean pisoteados por la justicia, dicen que tienen otras cosas que hacer antes que reformar la ley del aborto. Ustedes ponen sus intereses políticos por encima del derecho a la vida de los más inocentes. Ustedes son la prueba de que en España la casta política vive para servirse a sí misma y no a la sociedad y el bien común.

Son varias las personas que en la zona de comentarios de la
Los católicos que se divorcian y se vuelven a casar, ¿pueden comulgar? No. ¿Podrán comulgar? No. ¿Por qué? Porque hacerlo no sería “coherente con la voluntad de Dios, tal como se expresa en las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio“. No lo digo yo, aunque también,
La actitud del presidente de Ecuador, Rafael Correa, en contra de una mayor despenalización del aborto en su país puede que sorprenda a muchos pero no es un caso aislado. Siendo presidente de Uruguay,
A lo largo de los veinte siglos de historia de la Iglesia, muchos fieles, seglares, religiosos, sacerdotes, obispos, cardenales y Papas han cometido actos infames. Ciertamente son una minoría comparada con las miriadas de santos que pueblan el cielo. Pero no hay razón alguna para justificar dichos actos. Tampoco para esconderlos. La Biblia misma está llena de ejemplos de hombres y mujeres que pertenecían al pueblo de Dios cuyo comportamiento no era ejemplar. Sin ir más lejos, el rey David, de cuyo linaje procede el Salvador, se acostó con la mujer de unos de sus soldados, la dejó embarazada y para esconder su pecado cometió otro mayor. Ordenó la muerte de su marido. El profeta Natán se encargó de señalar su múltiple crimen.








