Las raices cristianas de Europa: San Bonifacio, evangelizador de la Germania

Patrono de Alemania, uno de los más grandes apóstoles de la Edad Media y quizá de todos los tiempos
Recordamos hoy al más grande de los monjes evangelizadores de la Edad Media y acaso de todos los tiempos: Bonifacio. Numerosas fuentes nos hablan de él; entre ellas, la más límpida: sus propias cartas. Y esta copiosa documentación ha sido repetidamente estudiada, interpretada y utilizada por buenos historiadores.
Su verdadero nombre era Winfrido. Nació en Devon, Inglaterra, hacia el año 672 o 673, en una familia noble. Desde los siete años se educó en el monasterio de Exeter. Mas adelante abrazó la vida monástica en Nursling, bajo el gobierno del abad Wulfardo, al que veneró como su maestro durante toda su vida. Recibió una formación esmerada. Se encariñó con los tesoros de la sabiduría antigua que iba revelándose ante sus ojos maravillados. Alma sensible a la belleza, se sintió atraído por las ficciones de los poetas latinos. Pero, al decir de su primer biógrafo, se dejó seducir sobre todo por la divina Escritura, a la que consagró las mejores horas de su existencia. “Desde su infancia hasta la decrepitud de la vejez, imitando de un modo poco común la sabiduría de los Padres antiguos, se ejercitaba diariamente en aprender de memoria las palabras de los profetas y de los apóstoles… y la evangélica tradición de Dios nuestro Señor".
Aventajado en los estudios, fue nombrado maestro de la escuela monástica. Sería entonces cuando, a imitación de Aldelmo, compuso versos acrósticos, enigmas de figuras caprichosas, poemas en los que alternan las peroraciones de los vicios y las de las virtudes. Juegos ingenuos e ingeniosos, con poca o ninguna poesía. También compuso un tratado de gramática según las reglas de Donato y un tratado de métrica. Con aplauso general ejerció asimismo, en su monasterio de Nursling, el cargo de predicador. La fama del joven monje se iba extendiendo por el país. “Como era tan grande su afabilidad con los hermanos y tanto el caudal de su celestial doctrina", su nombre iba de boca en boca en los monasterios de monjes y de “vírgenes de Cristo".

Por eso, es de indudable gran interés, para conocer de primera mano la preocupación por este tema, no sólo del nuevo Pontífice, sino también de los cardenales de habla alemana, la lectura de algunas parte de la relación de la reunión del recién elegido con los cardenales Bertram de Breslau, Schulte de Colonia, Faulhaber de Munich e Innitzer de Viena, publicada en las Actes et documents du Saint-Siège relatifs à la seconde Guerre Mondiale, vol II. El texto de la relación es largo, por lo que seha resumido a sus puntos principales en los que se aprecia lo espinoso del tema de las relaciones con Alemania y la claridad de ideas de Pío XII, que conocía bien el percal.
Pío XII: Podría enviarse en alemán. Si la consideramos como una simple cuestión de protocolo, podría pasar inadvertida la connotación sobre el mal estado de las cosas para la Iglesia. Y nuestra mayor preocupación es el bien de la Iglesia en Alemania. Para mí esa es la cuestión más importante. Quizás podría redactarse en latín y en alemán.
En este punto una vez más se irguió imponente el cardenal de Aragón en defensa de los derechos y libertades de la Iglesia, que ve amenazados y que los poderes temporales quieren conculcar por pura conveniencia política y no por amor a la justicia. A Aviñón llegaron sendas cartas de Juan I de Aragón y Carlos VI de Francia. El cónclave, a pesar de todo, se hallaba reunido, una vez acabados los funerales por el difunto papa, el 26 de septiembre. Se entabló una viva discusión entre los electores: los cardenales franceses pretendían que se leyera la carta de su rey o que se difiriera la elección. Don Pedro de Luna se opuso tajantemente en nombre de las leyes canónicas. La experiencia del cónclave de 1378 estaba presente en su mente con todo su cortejo de tropelías e irregularidades que no podían repetirse, ya que no debía subsistir la mínima duda sobre el que resultara designado pontífice. Tres días tan solo duraron los escrutinios y de ellos emergió por unanimidad el cardenal de Aragón como nuevo papa con el nombre de Benedicto XIII. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que fueron su talento, su inteligencia, su nobleza y autoridad nata los que le llevaron al sacro solio como el más idóneo para ocuparlo cuando se avecinaban tiempos difíciles para el papado aviñonés.
El pasado martes 21 de junio, en la vaticana Congregación para las Causas de los Santos, se reunieron un grupo de 8 Consultores Teólogos presididos por el Promotor General de la Fe (el que antes se conocía popularmente por el “Abogado del diablo”) para valorar la Causa de beatificación, por vía de martirio, del que fue obispo de Jaen, Monseñor Manuel Basulto Jiménez, asesinado en el madrileño pueblo de Vallecas el 12 de agosto de 1936. Junto a él, se valoraba también el martirio de otros 5 compañeros de la misma suerte trágica: El entonces Vicario general de Jaen, dos sacerdotes, un seminarista y un laico de la Acción Católica. Por si a alguien le pudiera caber alguna duda, ya digo desde el principio que el parecer de todos los presentes fue unánime.
Dicha unanimidad de parecer deja las puertas abiertas al estudio de estas Causas por parte de los Obispos y Cardenales pertenecientes al dicasterio de las Causas de los Santos, cosa que ocurrirá en los próximos meses, sin duda después del verano o “post aquas”, pues ya en estas fechas, los Prelados van a “las aguas”, expresión curial para expresar que se van de vacaciones veraniegas. Después de pasar por dicho grupo, las Causas serían presentadas al Santo Padre para que, aprobándolas, les abra el camino de la Beatificación.
La actitud de los primeros pontífices que tuvieron que intervenir en la organización episcopal americana puede quedar incompleta y erróneamente concebida si se urge demasiado el hecho, también cierto, pero con sus debidos límites, de la omnipresencia del patronato real (o patronato regio) en Indias. Dicho Patronato consistió en el conjunto de privilegios y facultades especiales que los Papas concedieron a los Reyes de España y Portugal a cambio de que estos apoyaran la evangelización y el establecimiento de la Iglesia Católica en América. Se derivó de las bulas papales otorgadas en beneficio de Portugal en sus rutas atlánticas, y de las llamadas Bulas Alejandrinas emitidas en 1493, inmediatamente después del Descubrimiento a petición de los Reyes Católicos. El patronato regio o indiano para la Corona Española, fue confirmado por el Papa Julio II en 1508.
Aunque algunos de los términos empleados en las bulas portuguesas parecen referirse a los derechos patronales, no conceden ese privilegio en forma explícita, y hubo que esperar unos años, cuando León X lo concedió a Portugal, que se benefició del ejemplo español y del tenaz empeño de Fernando el Católico en asegurar aquel patronato universal, que el no menos tenaz pontífice Julio II se resistía a conceder. Además de las facultades especiales concedidas a fray Bernal Boyl, primer delegado pontificio enviado a América a establecer y organizar su Iglesia, el punto definitivo de las concesiones de Alejandro VI se redondeó el 16 de noviembre de 1501 con la donación de los diezmos a los Reyes Católicos, con la obligación de fundar y dotar convenientemente a los eclesiásticos encargados de aquellas iglesias.
Xu Guangqi nació en Shanghai en 1562. A la edad de 19 años, pasó la primera etapa del sistema chino de examen de servicio civil y recibió el grado de shengyuan (licenciatura). Sin embargo, no pasó el segundo grado, juren o maestría, hasta el 1597, e incluso entonces el conseguirlo fue casi un milagro. Cuando el jefe examinador ChiaoHung (1541-1620), preocupado por no poder encontrar a un candidato destacado para el “graduado número uno”, empezó a revisar los exámenes de los candidatos rechazados, sorprendiéndose al encontrar los excelentes ensayos de Xu Guangqi. Rápidamente elevado de la categoría de “no aceptado” a la posición “número uno", se convirtió en alguien bien conocido, pero le costó otros dos intentos en un período de siete años antes de pasar a la tercera etapa de jin-shi (doctorado), grado que obtuvo en 1604. A la edad de 42 años, obtenido el doctorado, estuvo por fin preparado para obtener posiciones importantes en el gobierno, cosa que ocurrió rápidamente.
Se dio cuenta de que la dinastía Ming era diez veces más débil militarmente que la cdinastía Song (Sung o Soong, 960-1279) que había sido conquistada por los Mongoles. La cuestión de cómo hacer la dinastía próspera y fuerte absorbió una gran parte de su pensamiento. Influido por las teorías tradicionales chinas, se convenció por el año 1597 que sólo a través del énfasis en la agricultura China podría ser próspera, y sólo a través de una adecuada formación y unas fuerzas militares bien equipadas la dinastía Ming podría ser fuerte. Según contaba su único hijo, Xu Guangqi albergaba un profundo sentido de patriotismo hacia la nación china. Con su interés en la agricultura, artesanía, tecnología y artes militares, poco a poco desarrolló un espíritu científico y una actitud innovadora. Su hijo dice que Xu Guangqi regularmente investigó las fuentes antiguas y evaluó los registros contemporáneos sobre la economía nacional. Tomaba notas voluminosas y reunió información variada en materia económica.
La muerte sorprendió a Gregorio XI (en la imagen) en plenos preparativos para volver a Aviñón. Como su predecesor, el beato Urbano V, había llegado a la conclusión de que Roma seguía siendo una ciudad insegura y peligrosa y, por lo tanto, el regreso a ella había sido prematuro. A la sazón, el cardenal de Aragón tenía cincuenta años; estaba, pues, en plena madurez, madurez física e intelectual de la que dará clarísima muestra durante los acontecimientos que se avecinaban y en los que iba a tomar parte y ser protagonista con una lucidez y entereza únicas. El 7 de abril se inicia el cónclave que debe elegir al sucesor de Gregorio XI. Los auspicios no podían ser peores. El populacho se hallaba soliviantado ante el temor de que el papa elegido volviera a abandonar la Urbe, sobre todo porque la mayoría de los electores eran franceses (once de dieciséis presentes en Roma, hallándose otros siete en Aviñón). Los ánimos se encrespaban y los cardenales se hallaban atemorizados ante las amenazas –incluso de muerte– que les llegaban desde el exterior. La situación era indudablemente gravísima.
Como los romanos continuaban revueltos, el cardenal Giacomo Orsini quiso apaciguarlos indicándoles: “¡Id a San Pedro!”, con lo cual quería decirles que se congregaran en la Basílica Vaticana para esperar en ella al nuevo papa. Sin embargo, la plebe entendió que el elegido era el cardenal Francesco Tebaldeschi, arcipreste de San Pedro, y comenzó a reclamar su presencia. Para disipar la confusión, otro cardenal empezó a gritar “¡Bari, Bari!”, pero lo único que consiguió fue que las turbas asaltaran el palacio vaticano. En esta gravísima coyuntura, no se les ocurrió a los asediados mejor idea que la de presentar al cardenal Tebaldeschi revestido con el manto papal y las insignias pontificias como si efectivamente fuera el elegido al sacro solio. El anciano príncipe de la Iglesia, renuente a prestarse a la mistificación, no hacía más que negar con la cabeza mientras era aclamado. Pero, antes de que los romanos se dieran cuenta de la estratagema, los príncipes de la Iglesia pudieron abandonar su encierro y ponerse a seguro, aunque pronto se fue en pos de ellos para darles caza al grito de “¡Mueran los cardenales!”. Sólo la llegada del arzobispo de Bari y su entronización tras aceptar la elección papal con el nombre de Urbano VI, el 9 de abril, lograron que los ánimos se apaciguaran. Los romanos aclamaron a su nuevo señor y los purpurados respiraron aliviados… por poco tiempo, sin embargo.
Parece cierto que llevaba una vida tranquila y desahogada gracias a algunos beneficios eclesiásticos de los que gozaba en Vich, Tarazona, Tortosa y Cuenca. Ello le permitía alternar sus estancias entre Montpellier e Illueca. En su tierra natal transcurrió temporadas más largas a partir de 1352, año en el que murió su padre. Ello le permitió ser testigo de las acciones que tuvieron lugar con ocasión de la guerra civil castellana, que enfrentaba a Pedro I el Cruel y su hermanastro Enrique el Bastardo, conde de Trastámara. El año 1367 tuvo lugar la batalla de Nájera, de la que don Enrique salió malparado, peligrando incluso su vida. Los Luna apoyaban al de Trastámara y fue precisamente Pedro quien ayudó le ayudó a substraerse a la persecución implacable de la gente del rey de Castilla, haciéndole cruzar la frontera de Aragón y conduciéndolo a través del reino bajo disfraz hasta ponerle a salvo en Francia, en tierras del conde de Foix. De allá regresó un año más tarde Enrique, con refuerzos y mayor fortuna, pues venció en Montiel a Pedro el Cruel, con lo que su casa quedó entronizada en Castilla.
En el año 862, los eslavos de Novgorod llamaron a Riurik para que los gobernara. Dos de sus compañeros Ascold y Dir, buscando fortuna se fueron de Novgorod al sur del país. A orillas del río Dnieper vieron la ciudad de Kiev y la conquistaron. Desde aquí, en le año 866, realizaron una incursión a Constantinopla. El emperador Miguel III y el patriarca Fotios elevaron sus oraciones a Dios, y, después del oficio de Vísperas realizado en el templo de Vlajern, salieron en procesión a las orillas del Bósforo. Durante la procesión sumergieron la vestimenta de la Virgen en las aguas del golfo. El mar, hasta ese momento tranquilo, repentinamente se agitó y destruyó las naves de los rusos. Muchos de ellos perecieron y los que pudieron volver a casa lo hicieron quedando muy impresionados por el hecho y este acontecimiento posteriormente originó la festividad del Manto de la Madre de Dios.
Después de Riurik, su pariente Oleg gobernó el país. Oleg conquistó Kiev y realizó una campaña bastante exitosa contra Constantinopla (906) concertando un tratado muy ventajoso para Rusia, un contrato comercial con los griegos. El hijo de Riurik, Igor en el año 945, después de otra guerra, nuevamente concertó un tratado comercial en Constantinopla. Al relatar este hecho, el cronista recuerda que la guardia del príncipe juró en Kiev la observancia de este tratado: los paganos delante del ídolo Perún, y los cristianos — en la catedral de San Ilías. Esto indica que en Kiev, durante el gobierno de Igor hasta en su guardia había cristianos. La esposa de Igor, la princesa Olga se destacaba por su belleza, su castidad y su mente clara. Al enviudar, debido a la corta edad de su hijo Sviatoslav, gobernó la tierra rusa. Cuenta la crónica que para los enemigos de su patria era temible y terrible. El pueblo la amaba y la estimaba como a su propia madre por su misericordia, su sabiduría y su sentido de justicia. Santa Olga a nadie ofendía, juzgaba con la verdad, imponía los castigos con clemencia, amaba a los indigentes, a los ancianos y a los lisiados. Escuchaba, pacientemente toda petición que se le dirigía y complacía, gustosamente, las peticiones justas.
En 1965, al cierre del Vaticano II, había treinta y seis mil jesuitas. En 1975 la lenta captación de nuevos miembros y las renuncias al ministerio habían reducido la cantidad a veintinueve mil. Seguiría disminuyendo durante el resto de la década, y también en la de los ochenta, aunque en países como India se acelerase el reclutamiento. A pesar de ello, los jesuitas seguían constituyendo una influencia de primer orden entre las comunidades religiosas del catolicismo romano, tanto masculinas como femeninas. Históricamente habían desempeñado un papel protagonista, y tampoco faltaba quien considerase que la dirección que habían tomado desde el Vaticano II era el camino del futuro. A fin de cuentas había sido confirmada y refrendada con entusiasmo por la trigésima segunda congregación general de la Compañía, celebrada en 1974.
En junio de 1979 el padre Arrupe empezó a mantener conversaciones confidenciales con los cuatro asistentes generales de la Compañía, sus asesores más directos, sobre la posibilidad de jubilarse. Les dijo que había sido elegido ad vitalitatem, no ad vitam (mientras tuviera vitalidad, no vida), y que sentía menguar sus energías. Seis meses después, el 3 de enero de 1980, Arrupe volvió a entrevistarse con el Papa para organizar otra reu¬nión, a la que acudiría con sus asistentes generales con objeto de que estos expusieran sus ideas sobre el porvenir de la Compañía y averiguaran cómo encajaban en las metas del pontificado. Juan Pablo estuvo de acuerdo, pero no se puso fecha a la reunión. El padre Arrupe siguió pensando en la dimisión. En febrero de 1980 comunicó a sus cuatro asistentes generales que ya no tenía dudas sobre su decisión de dimitir. Durante la primera semana de marzo pidió a los asistentes un voto consultivo sobre su dimisión, alegando la edad como motivo de peso suficiente, el que exigían las constituciones jesuitas. Después de una semana de reflexión oficial, los asistentes confirmaron que Arrupe contaba con motivos suficientes para la dimisión. Su veredicto fue comunicado al general por el primer asistente, un estadounidense, el padre Vincent O’Keefe. Siguiendo el procedimiento establecido, se consultó a los ochenta y cinco provinciales jesuitas repartidos por todo el mundo, y el sí obtuvo una mayoría abrumadora.





