InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: Cardenal Ottaviani

28.11.13

La intervención que salvó la ortodoxia de la Misa

EL CAMINO QUE LLEVÓ A LA SANA RENOVACIÓN DE LA LITURGIA DE LA MISA

RODOLFO VARGAS RUBIO

Como se sabe, el concilio ecuménico Vaticano II (1962-1965) emprendió hace cincuenta años la reforma de la liturgia católica, cosa que ya estaba en los planes del venerable Pío XII, quien en 1948 (un año después de publicar su encíclica Mediator Dei, había instituido una comisión con ese objeto. En realidad, no tenía nada de extraordinario el que la Iglesia revisara sus ritos: lo ha hecho siempre y, después de la gran reforma tridentina, no cesó de ponerlos a punto cuando lo estimó necesario (el Misal Romano tuvo varias ediciones típicas después de la de 1570; el Breviario fue ampliamente modificado por san Pío X; el mismo Pío XII encargó una nueva traducción de los salmos opcional para el rezo del oficio). Lo que pasa es que siempre en el pasado se había respetado la tradición (que no hay que confundir con conservadurismo). En las liturgias orientales es un principio sacrosanto la intangibilidad de los ritos. En la Iglesia latina, sin llegarse a esto, sí que existe un respeto por lo que ha sido transmitido a través de los siglos, adaptándolo –cuando se juzga necesario– a las legítimas exigencias de los tiempos. Pero una justa adaptación no implica nunca una revolución. El Vaticano II así lo comprendió y estableció la puesta al día (aggiornamento) de la liturgia en su constitución Sacrosanctum Concilium de 1963. Si se lee atentamente este documento nada hay en él contrario a la sana tradición de la Iglesia y la reforma en él planteada era razonable y podría haber dado buenos frutos si no se la hubiera adulterado a continuación.

El venerable Pablo VI, con el objeto de llevar a la práctica la reforma litúrgica querida por el concilio, instituyó el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, independiente de la entonces Sagrada Congregación de Ritos, el dicasterio encargado de velar por la liturgia. Durante las sesiones conciliares, el ala liberal había acusado constantemente a la Curia de ser conservadora (lo cual era cierto de algún modo) y de obstaculizar los trabajos conciliares (lo cual era falso e injusto, pues precisamente fueron los llamados progresistas los que sabotearon sistemáticamente el reglamento del Vaticano II, aprobado por el beato Juan XXIII). A Pablo VI lo convencieron, pues, de la conveniencia de quitar a Ritos (presidido por el cardenal cordimariano Arcadio Larraona, considerado tradicional) la competencia en la actuación de la reforma litúrgica y darla a un organismo que no tuviera que dar cuenta sino al Papa directamente. El Consilium estaba presidido por el cardenal Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia y significado líder liberal del concilio, y tenía por secretario al P. Annibale Bugnini, vicentino, propulsor del movimiento litúrgico (aunque no el de Dom Guéranger, sino el arqueologista y ecumenista de Dom Beaudoin).

El aspecto de la reforma litúrgica que nos interesa ahora y hace a nuestro tema es el de la misa, por lo cual dejamos aparte la reforma de los demás libros litúrgicos. La del misal romano se llevó a cabo en dos fases. La primera consistió en el desmantelamiento del rito clásico codificado por san Pío V y cuya última edición típica fue la del beato Juan XXIII de 1962, justo el año en el que comenzó el Vaticano II. En 1965 y en 1967 el Consilium publicó sucesivas instrucciones en fuerza de las cuales se mutilaba el ordinario de la misa y se relegaba peligrosamente el uso del latín (considerado, sin embargo, por el propio concilio como la lengua propia de los ritos latinos). Estos cambios ya pusieron sobre aviso a los católicos fieles a la tradición (a los que se comenzó a llamar “tradicionalistas”). Fue en estos años cuando comenzó a organizarse la defensa del rito antiguo, principalmente en torno a la revista francesa Itinéraires (Louis Salleron, Jean Madiran) y a la Federación Internacional UNA VOCE. Hay que decir que estas iniciativas provenían de los seglares, aunque en el ámbito del clero se seguía también con preocupación la evolución de la reforma litúrgica. La segunda fase fue la creación de un Novus Ordo que substituyera al antiguo, para lo cual fueron admitidos a los trabajos del Consilium observadores no católicos (un talmudista judío y algunos expertos protestantes), que a menudo rebasaron su carácter meramente consultivo. El caso es que en 1967, el P. Bugnini propuso al sínodo de los obispos la llamada missa normativa, que no llegó a ser aprobada debido a los reparos de la mayoría de los padres sinodales. Dos años más tarde, sin embargo, ese mismo rito, con algunos retoques, era promulgado por Pablo VI mediante la constitución apostólic aMissale Romanum de 3 de abril de 1969.

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11.11.13

Los cardenales Bea y Ottaviani en el Vaticano II

¿FUERON REALMENTE TAN DIFERENTES AQUELLOS A QUIENES SE PRESENTÓ COMO OPUESTOS? LA RESPUESTA DE MARTÍN DESCALZO

Dos de los padres conciliares del Vaticano II que han dejado mayor huella en la historia contemporanea de la Iglesia han sido, en opinión de muchos, los cardenales Agostino Bea S.J. y el cardenal Alfredo Ottaviani. Sobre la diferencia de estilos y posturas entre ambos cardenales en algunos temas de los que trató el Concilio se ha escrito mucho y comentado, sobre todo el episodio referente al esquema llamado De las fuentes de la Revelación, que el secretario del Santo Oficio defendía con brío. El ala más avanzada de los padres conciliares logró que una mayoría de los prelados lo rechazaran, pero no se alcanzaron los dos tercios necesarios de votos para eliminar un esquema presentado con la autoridad del Papa. Según alguno, Bea habría dicho que semejante propuesta “cerraría la puerta a la Europa intelectual y las manos extendidas de amistad en el Viejo y en el Nuevo Mundo". El cardenal Bea acudió a Juan XXIII y éste decidió retirarlo, nombrando una comisión bicúspide presidida por Ottaviani y Bea, para que se pusieran de acuerdo las dos corrientes enfrentadas en el Concilio sobre un nuevo esquema, que fue la base de la constitución Dei Verbum.

Como recuerda Rodolfo Vargas Rubio en un artículo suyo sobre el cardenal Ottaviani, la libertad religiosa también fue un capítulo polémico. El cardenal del Santo Oficio, que era un excelente canonista, era partidario de la doctrina tradicional de la tolerancia, porque, de otro modo, admitido un derecho irrestricto a la libertad religiosa se lesionaba el Derecho público de la Iglesia. La Declaración conciliar que el cardenal Bea quería sacar adelante sobre el tema, cambiando el concepto tradicional de “tolerancia religiosa” por el nuevo de “libertad religiosa", que al final se impuso en las votaciones, le parecía a Ottaviani que anulaba los concordatos que la Santa Sede tenía con países como Italia y España, en los cuales la Iglesia gozaba de una posición privilegiada, y así lo manifestó dramáticamente en el aula conciliar, provocando una fuerte discusión, que atajó el cardenal Ruffini que aquel día presidía la sesión.

Bea y Ottaviani, distintos por formación, trayectoria y personalidad eran sin duda estos dos purpurados. El primero, tres años después de su ordenación sacerdotal en 1918, ya era superior provincial de los jesuitas de Alemania; enviado a Roma en 1924, fue catedrático en la Pontificia Universidad Gregoriana, especialista en exégesis bíblica y arqueología bíblica; sirvió al papa Pío XII como su confesor durante trece años y se le acreditó un influjo crucial en la redacción de la encíclica Divino Afflante Spiritu. El segundo, empleado en la Curia romana desde prácticamente su ordenación sacerdotal, en 1919 fue llamado a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide en calidad de minutante bajo la guía del cardenal holandés Willem van Rossum, que quería desgajar la acción evangelizadora de los misioneros del colonialismo europeo aí adquiriría ese sentido misional y de universalidad que plasmaría años más tarde Pío XII en su gran encíclica Fidei donum; dos años más tarde, fue señalado por monseñor Borgongini-Duca a la atención del papa Benedicto XV, que lo transfirió a la primera sección de la Secretaría de Estado, y en 1922 entraba a formar parte de la corte pontificia como chambelán privado de Su Santidad, para llegar en 1935 al Santo Oficio, en el que permaneció la mayor parte de su vida.

Dos prelados que aparecen en la historia del Concilio como contrapuestos por su mentalidad y visión de la renovación de la Iglesia, pero ¿Eran en realidad tan diferentes? Esta pregunta se hizo el sacerdote periodista españos José Luis Martín Descalzo, testigo excepcional del gran evento conciliar, y que precisamente en su libro “Un periodista en el Concilio” (editorial PPC), en el volumen 4, aborda el tema de los dos cardenales. Interesantísimas sus palabras que reproducimos aquí:

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22.01.10

Historia de la Reforma Litúrgica (VII): Ottaviani tenía razón

PABLO VI LE DIO LA RAZÓN AL CARDENAL OTTAVIANI EN SUS CRÍTICAS A LA PRIMERA EDICIÓN DEL “NOVUS ORDO”

No vale la pena recoger las piedras que se lanzaron contra el cardenal Ottaviani cuando se le ocurrió dirigirse por escrito al Papa en 1969, a raíz de la promulgación del Nuevo Misal, para pedirle con amor filial una reconsideración del mismo, sobre todo de algunos números concernientes a la “Ordenación general del Misal romano". Los medios de comunicación y no pocos eclesiásticos trataron a dicho cardenal como si se tratara del más encarnizado enemigo de la Santa Iglesia católica. Pero en realidad todo se explica sabiendo la ojeriza que le guardaban los que estaban siempre prontos a acoger cualquier novedad y a darla por buena, o mejor, por la sola razón de ser nueva.

Es un acto de justicia recordar los titulares de protesta y de rechifla contra el gran cardenal, aparecidos en uno de los rotativos de Madrid, a cuenta de uno de estos clérigos “progresistas” que acusaba a Ottaviani de haber dado al Papa el mayor disgusto de su vida. Y hasta revista tan oficiosa como nuestra Ecclesia dio cabida en sus páginas a una crónica de Roma que rezumaba ira y casi desprecio para el cardenal. Su toma de posición acerca del Nuevo Misal se presentaba como exponente máximo de la corriente mas “ultra” del grupo tradicionalista, en un intento de bloquear, “aunque con ninguna posibilidad de éxito, el lento y gradual impulso de reforma en la Iglesia", patrocinado por Pablo VI. Y se recogían juicios y apreciaciones acerca de la postura del cardenal que no miraban a otra cosa sino a dejarle en mal lugar frente al Papa, tachándole, cuando menos, de indiscreto y reaccionario.

No faltaron otros que a cara descubierta le dijeron “soberbio y desobediente". Tampoco faltaron los que señalaron su distinto comportamiento cuando se trató de intervenciones pontificias en otra línea más tradicional, v. gr., la de la Mysterium fidei, Sacerdotalis coelibatus, Catecismo Holandés y Humanae vitae, como si no pudiera estar justificada la distinta toma de posición de una misma persona sobre problemas diversos y hasta sobre distintas decisiones de una misma autoridad, cuando lo que se discute no es la autoridad, sino la oportunidad o el acierto de lo que se ordena, que por lo demás se esta dispuesto a acatar.

Sin embargo, Ottaviani no estaba solo: Aparte que su carta al Pontífice iba apoyada también por el cardenal Bacci, y un escrito adjunto de gran numero de teólogos de valía, otras muchas personalidades, de una forma u otra, expresaron también reservas o reparos. Sin ir más lejos, el mismo arzobispo de Madrid-Alcalá hizo, en una entrevista periodística, algunas puntualizaciones en este sentido. Y monseñor Guerra Campos, secretario del Episcopado español, en unas declaraciones concedidas al diario Ya, de Madrid, a raíz de la publicación en L’Osservatore Romano del comunicado de la Comisión de la Santa Sede, en que se apuntaba la posibilidad o conveniencia de corregir algunas redacciones del Nuevo Misal, vistos los reparos puestos por algunos, dijo entre otras cosas: La Ordenación o “Institución del Misal", no debe confundirse con el texto del Misal. Aquella son la instrucción y norma reguladora del uso de este. Generalmente no es doctrinal. De hecho, el mismo secretario de la Congregación, Bugnini, reafirmo que tal Ordenación no es un texto dogmático, sino mera y simple exposición de normas o ritos.

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7.08.09

Recordando al Cardenal Alfredo Ottaviani a los 30 años de su fallecimiento (y II)

CAMBIARON LOS TIEMPOS EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO PERO EL CARDENAL PERMANECIÓ “SEMPER IDEM”


RODOLGO VARGAS RUBIO

Los primeros años del pontificado pacelliano estuvieron lógicamente condicionados por la Segunda Guerra Mundial, que estalló a escasos seis meses de la elección de Pío XII, que, al igual que su predecesor Benedicto XV, intentó en vano detenerla hasta el último momento, sin que los grandes de este mundo prestaran atención a su conjuro: “Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra”. La Secretaría de Estado tuvo que desarrollar un trabajo mucho más intenso que de ordinario para mantener la neutralidad de la Santa Sede y a la vez defender los intereses de los católicos en los países beligerantes y organizar la ayuda a las poblaciones afectadas a través de la red de las nunciaturas apostólicas, que demostrarían su utilidad y eficacia en un contexto de extrema precariedad.

Monseñor Ottaviani, en su calidad de asesor del Santo Oficio, era recibido regularmente por el Santo Padre en audiencia, por lo que fue un testigo de primera mano de todo lo que se vivió en el Palacio Apostólico en aquellos años trágicos, sobre todo del terrible dilema que tenía ante sí Pío XII de denunciar claramente a la barbarie nazista y provocar con ello, como represalia, su recrudecimiento, o bien mantener una actitud de indirecta censura –sin acusaciones estentóreas– que le permitiera continuar prestando y aumentar su valiosa ayuda concreta a las víctimas. Tanto Ottaviani como el cardenal Maglione, secretario de Estado, y sus colaboradores más inmediatos, los monseñores Tardini y Montini, se mostraron de acuerdo con la vía elegida por el Papa: la de actuar amparado en la discreción, lo cual a la postre resultó de mucho mayor provecho para los perseguidos.

En 1942, en pleno fragor bélico, celebró el Papa su jubileo episcopal. Se filmó para la ocasión un documental sobre él y sobre la vida cotidiana en el Vaticano. La dirección estuvo a cargo de Romolo Marcellini, que le puso por título el lema que en la profecía de san Malaquías correspondía a Pío XII: Pastor Angelicus. En diciembre se proyectó la película, justamente en el Pontificio Oratorio de San Pedro con la complacencia de monseñor Ottaviani, que la juzgó “óptima".
Acabada la terrible contienda quedaba todo por reconstruir. La Iglesia se alzaba entonces como la única autoridad moral incólume y el Romano Pontífice lanzó una cruzada para que el nuevo orden de Europa y del mundo se levantara sobre las bases de la civilización cristiana, tanto más necesaria cuanto que acechaba amenazante un peligro muy real: el del comunismo soviético, vencedor con los Aliados (después de haberse entendido con la Alemania nazi durante dos años) y que había cobrado su parte del botín invadiendo los países del Este de Europa y sojuzgándolos bajo su tiranía a vista y paciencia de un Occidente complaciente, que no quería ver que la ideología misma del marxismo era internacionalista y tenía vocación de expansionismo. Donde no podía plantar su bota de momento, el gigante soviético infiltraba su ideología deletérea a través de los partidos comunistas.

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4.08.09

Recordando al Cardenal Alfredo Ottaviani a los 30 años de su fallecimiento (I)

UNA CIERTA HISTORIOGRAFIA IDEOLOGIZADA HA INTENTADO OLVIDAR A UNO DE LOS GRANDES ECLESIÁSTICOS DEL SIGLO XX

RODOLFO VARGAS RUBIO

Eminencia, ¿sabe que está considerado como el más obstinado conservador del Vaticano?
— ¿Cómo no, hijo mío? Sólo faltaría que precisamente yo me pusiese a querer cambiarlo todo. Yo he sido puesto aquí, en el Santo Oficio, para custodiar el tesoro de la Iglesia, es decir dogmas, posiciones doctrinales, ciertas leyes, ciertos artículos del Derecho Canónico que forman la verdad católica o los medios de tutela de esta verdad. Yo soy el carabiniere que custodia la reserva de oro. ¿Cree usted que cumpliría con mi deber desertando, dejando la vigilancia, descabezando sueños, cerrando un ojo? ¿Y cree usted que estaría bien que precisamente yo respaldase los movimientos que aportan mutaciones en los principio, o bien que favorecen reformas que a la larga pueden dar un significado diferente a los principios? La Iglesia vive un tránsito. Tenía ciertas leyes y ciertas convicciones. Mientras estaba en curso una “constituyente”, yo las he custodiado y las he defendido. ¿Ha comprendido?

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