Las Dos Ciudades

Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor. Aquélla solicita de los hombres la gloria; la mayor gloria de ésta se cifra en tener a Dios como testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria; ésta dice a su Dios: Gloria mía, tú mantienes alta mi cabeza (Salmo 3,4). La primera está dominada por la ambición de dominio en sus príncipes o en las naciones que somete; en la segunda se sirven mutuamente en la caridad los superiores mandando y los súbditos obedeciendo. Aquélla ama su propia fuerza en los potentados; ésta le dice a su Dios: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza (Salmo 17,2).

Por eso, los sabios de aquélla, viviendo según el hombre, han buscado los bienes de su cuerpo o de su espíritu o los de ambos; y pudiendo conocer a Dios, no le honraron ni le dieron gracias como a Dios, sino que se desvanecieron en sus pensamientos, y su necio corazón se oscureció. Pretendiendo ser sabios, exaltándose en su sabiduría por la soberbia que los dominaba, resultaron unos necios que cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes de hombres mortales, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles (pues llevaron a los pueblos a adorar a semejantes simulacros, o se fueron tras ellos), venerando y dando culto a la criatura en vez de al Creador, que es bendito por siempre (Carta a los Romanos 1,21-25).

En la segunda, en cambio, no hay otra sabiduría en el hombre que una vida religiosa, con la que se honra justamente al verdadero Dios, esperando como premio en la sociedad de los santos, hombres y ángeles, que Dios sea todo en todas las cosas (Primera Carta a los Corintios 15,28) (San Agustín, De Civitate Dei XIV, 28).

En este mundo se confrontan dos cosmovisiones: una teocéntrica y otra antropocéntrica. Hay dos visiones del mundo y del hombre que nada tienen que ver entre sí. Dos ciudades en lucha permanente: estamos los que queremos ser siervos de Dios y los que quieren ser dueños de sí mismos, sin depender de nadie: ni siquiera de Dios; los que nos sabemos criaturas de Dios y causas segundas, los que sabemos que nada podemos sin Dios y que en todo dependemos de su amor y su gracia; y los que se creen dioses, causas primeras, creadores de sí mismos: los que defienden su autonomía y su libertad para pecar, los que se autoposeen y se autodeterminan. Estamos los que queremos cumplir la Voluntad de Dios, los que queremos cumplir sus Mandamientos, aun sabiéndonos pecadores y miserables y necesitados del perdón y de la misericordia de Dios, que es la que nos salva, la que nos redime; y están los que no aceptan ninguna sumisión, ningún mandamiento, al margen de la sumisión a su propia voluntad y a los propios mandamientos que legislan para sí mismos.

Los soberbios se ensalzan y se dan gloria a sí mismos: son los que se creen todopoderosos, los que pretenden ser ellos quienes van a redimir el mundo, quienes van a salvar a la humanidad de las enfermedades (“todo va a salir bien”, “juntos derrotaremos al coronavirus”, “saldremos más fuertes”), quienes van a cambiar la sociedad para conseguir un mundo feliz donde todos viviremos como hermanos. Los pseudorredentores pseudomísticos que predican utopías humanistas en las que el hombre es el centro del universo y su voluntad es soberana para que cada uno pueda determinar qué puede ser o cómo puede ser o cómo vivir y cómo morir. Esta ciudad antropocéntrica determina que la felicidad es gozar, disfrutar de los placeres de este mundo. La ciudad terrena es hedonista: bueno es todo aquello que produce placer, que es el fundamento y la finalidad de la vida feliz. Los humanos autónomos y autodeterminados identifican los placeres del cuerpo no solo con el goce sensual, que es fundamental en la felicidad del hombre de hoy (el sexo en todas las variantes imaginables); sino también con otras actividades como la relajación, la paz interior, el ejercicio físico, la vida saludable, el buen comer y beber, el descanso y el turismo o el disfrute de la música o la lectura. Es obvio que comer, beber, descansar, escuchar música o leer son actividades que no tienen nada de malas en sí. Es malo cuando estas actividades constituyen el fin de nuestra vida. Porque el fin de nuestra existencia es Dios. Y todo lo que suplante a Dios se constituye en ídolos. Y así, si comer es bueno y necesario, comer más de lo necesario se convierte en gula. Y el descanso está bien. Pero descansar más de lo necesario es pereza. En definitiva, cuando el hombre se constituye en un fin en sí mismo y su felicidad radica en los placeres de este mundo vive en la ciudad terrena. 

En la Ciudad Terrenal, el hombre es su alfa y su omega, el principio y el fin de sí mismo. El hombre se crea según su voluntad y su único fin es disfrutar de sí mismo y de cuanto ha sido creado para él. Hay que vivir el momento presente, porque el pasado ya no está, ya se fue; y el futuro es incierto, y por lo tanto, es absurdo, preocuparse. El hombre moderno representa el clímax del carpe diem, de la borrachera dionisíaca, del goce de revolcarse en su propia inmundicia, como el cerdo de la piara de Epicuro. El hombre moderno ha pretendido matar a Dios para liberarse a sí mismo de toda atadura y creerse así libre, autónomo y digno: como si realmente el ser humano fuera dios, creador de sí mismo y de la propia naturaleza: tal es su grado de soberbia. Cree que puede dominar las epidemias, las fuerzas de la naturaleza, el clima de la Tierra y pretende acabar con la muerte para ser eterno (eso es el transhumanismo).

El gran reseteo es la pretensión de hacerlo todo nuevo: es el paroxismo de hombre ensoberbecido. Como si el ser humano pudiera por sí mismo apagar y volver a encender lo creado. Quieren hacer tabla rasa para construir un mundo nuevo sostenible y ecológico en el que todos vivamos como hermanos en una nueva civilización utópica. Pero las utopías siempre se tornan distópicas y los paraísos terrenales acaban convirtiéndose en infiernos. La fraternidad sin Dios se vuelve crueldad y tiranía; y el vitalismo y la bacanal terminan en la UCI del coma etílico y en la amargura del vómito seco, verde de bilis.

«Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra.» La Ciudad Terrena pretende llegar a los cielos sin Dios y en contra de Dios, desafiando su poder. Pero solo Dios es Dios. Y basta una epidemia, un terremoto, un volcán, un maremoto… Y toda la Torre de Babel del hombre ensoberbecido se viene abajo como un soplo.

Los necios construyen su casa sobre arena, creyéndose muy sabios. Pero entonces vienen las lluvias, soplan los vientos y la casa se viene abajo. Que nadie se haga ilusiones: “ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los ladrones, heredarán el reino de Dios.” (I Cor 6, 9-10). Por sus frutos los conoceréis.

Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis.” (Mt. 7)

Dice San Pablo en su Carta a los Romanos:

En efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles.

Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén.

Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío.

Y como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, entrególos Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene: llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados; los cuales, aunque conocedores del veredicto de Dios que declara dignos de muerte a los que tales cosas practican, no solamente las practican, sino que aprueban a los que las cometen.

¿Hay mejor descripción del mundo de hoy que el capítulo 1 de esta Carta a los Romanos? ¿Hay mejor descripción que esta de la “Cuidad terrena” de San Agustín?

El Libro del Apocalipsis nos dice que Dios envia plagas sobre la tierra “pero ni así se arrepintieron; en vez de darle gloria a Dios, que tiene poder sobre esas plagas, maldijeron su nombre. La gente se mordía la lengua de dolor y, por causa de sus padecimientos y de sus llagas, maldecían al Dios del cielo, pero no se arrepintieron de sus malas obras.”

Hasta que Dios diga basta: “desde el trono del templo salió un vozarrón que decía: «¡Se acabó!» Y hubo relámpagos, estruendos, truenos y un violento terremoto. Nunca, desde que el género humano existe en la tierra, se había sentido un terremoto tan grande y violento. La gran ciudad se partió en tres y las ciudades de las naciones se desplomaron.” (Apocalipsis 16)

“Son la Últimas Noticias: ¡Estoy leyendo el Apocalipsis!”, decía en gran Castellani.

Dice San Mateo en el capítulo 24:

Tened cuidado de que nadie os engañe —les advirtió Jesús—. Vendrán muchos que, usando mi nombre, dirán: “Yo soy el Cristo”, y engañarán a muchos. Oiréis de guerras y de rumores de guerras, pero procurad no alarmaros. Es necesario que eso suceda, pero no será todavía el fin. Se levantará nación contra nación, y reino contra reino. Habrá hambres y terremotos por todas partes. Todo esto será apenas el comienzo de los dolores.

Entonces os entregarán para que os persigan y os maten, y os odiarán todas las naciones por causa de mi nombre. En aquel tiempo muchos se apartarán de la fe; unos a otros se traicionarán y se odiarán; y surgirá un gran número de falsos profetas que engañarán a muchos. Habrá tanta maldad que el amor de muchos se enfriará pero el que se mantenga firme hasta el fin será salvo. Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin.

Así que, cuando veáis en el lugar santo “el horrible sacrilegio”, del que habló el profeta Daniel (el que lee, que lo entienda), los que estén en Judea huyan a las montañas. El que esté en la azotea no baje a llevarse nada de su casa. Y el que esté en el campo no regrese para buscar su capa. ¡Qué terrible será en aquellos días para las que estén embarazadas o amamantando! Orad para que vuestra huida no suceda en invierno ni en sábado. Porque habrá una gran tribulación, como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás. Si no se acortaran esos días, nadie sobreviviría, pero por causa de los elegidos se acortarán. Entonces, si alguien os dice: “¡Mirad, aquí está el Cristo!” o “¡Allí está!”, no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas que harán grandes señales y milagros para engañar, a ser posible, aun a los elegidos. Tened en cuenta que os lo he dicho de antemano.

Por eso, si os dicen: “¡Mirad, está en el desierto!”, no salgáis; o: “¡Mirad, está en la casa!”, no lo creáis. Porque, así como el relámpago que sale del oriente se ve hasta en el occidente, así será la venida del Hijo del hombre. Donde esté el cadáver, allí se reunirán los buitres.

Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, “se oscurecerá el sol y no brillará más la luna; las estrellas caerán del cielo y los cuerpos celestes serán sacudidos”.

La señal del Hijo del hombre aparecerá en el cielo, y se angustiarán todas las razas de la tierra. Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria. Y al sonido de la gran trompeta mandará a sus ángeles, y reunirán de los cuatro vientos a los elegidos, de un extremo al otro del cielo.

Aprended de la higuera esta lección: Tan pronto como se ponen tiernas sus ramas y brotan sus hojas, sabéis que el verano está cerca. Igualmente, cuando veáis todas estas cosas, sabed que el tiempo está cerca, a las puertas. Os aseguro que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas sucedan. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras jamás pasarán.

Pero, en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre. La venida del Hijo del hombre será como en tiempos de Noé. Porque en los días antes del diluvio comían, bebían y se casaban y daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca; y no supieron nada de lo que sucedería hasta que llegó el diluvio y se los llevó a todos. Así será en la venida del Hijo del hombre. Estarán dos hombres en el campo: uno será llevado y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo: una será llevada y la otra será dejada.

Por lo tanto, manteneos despiertos, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.

La Virgen María nos lo advirtie: hay que hacer muchos sacrificios y mucha penitencia y tenemos que visitar mucho al Santísimo pero antes tenemos que ser muy buenos. Y si no lo hacemos vendrá un castigo. Ya se está llenando la copa y si no cambiamos, vendrá un castigo".

Sólo queda una solución: conversión y penitencia. Estamos en cuaresma: tiempo de gracia. Huyamos de la Ciudad Terrenal y sigamos la senda estrecha que conduce a la Ciudad de Dios. El nombre de Cristo será motivo de división y de confrontación: “El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres y les darán muerte. Seréis aborrecidos de todos por mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése será salvo.”

Pidamos a Nuestro Señor Jesucristo que nos haga humildes y obedientes y nos llene con su gracia para que seamos dignos de presentarnos ante Él con las vestiduras blancas. Seamos dignos hijos de María Santísima, la Purísima, la Llena de Gracia. Por la gracia del bautismo, somos hijos de Dios. Volvamos arrepentidos como el hijo pródigo a la casa del Padre y lejos de las tinieblas del pecado del mundo, seamos luz y sal, para gloria de Dios. 

6 comentarios

  
Vicente
apuesto por la Ciudad de Dios.
14/03/21 12:07 AM
  
Oscar Alejandro Campillay Paz
Tiene usted toda la razón: no hay mejor descripción de nuestro mundo de hoy.

Pero aun estamos a tiempo de caer de rodillas adorando al Santísimo y suplicando, rosario en mano, la piadosa intercesión de Nuestra Madre, gimiendo por que Dios nos asista en nuestra conversión.

Gracias por sus claras palabras.
Bendiciones.
14/03/21 9:43 AM
  
Markus
¿El autor identifica como algo malo el turismo, hacer ejercicio, la paz, la relajación, la música o la lectura? Pues mejor que no vaya a la iglesia, ya que escuchara música. Mejor que ignore la Biblia, ya que de su artículo se deduce que es malo, ya que es un supuesto placer de lo que tanto odia, que es el cuerpo, y que no deja de ser habitáculo del Espíritu Santo. Hacer ejercicio es malo... A lo mejor en su opinión es mejor fumar o ingerir grasa todos los días. La paz, en este caso la interior, pero en realidad también lo sería en general, seia mala... Menos mal que el Señor dijo: “Bienaventurados los que lucháis por la paz, ya que sereis hijos de Dios"
14/03/21 9:40 PM
  
Luis Fernando
Hay gente a la que le encanta ir haciendo el estúpido de blog en blog.
14/03/21 10:31 PM
  
Pub
Si no fuera por no herir tu sensibilidad te diría, Pedro Luis, que tus artículos son capaces de derretir el corazón más duro y alejado de Dios. Infocatólica hizo el mejor fichaje al traerte a su órbita. Dios te bendiga infinitamente.
15/03/21 2:08 AM
  
hornero (Argentina)
Todo parece indicar que la Babilonia ha alcanzado el límite de su desequilibrada construcción, y amenaza desplomarse. Sea como fuere, lo cierto es que debemos desear su derrumbe, es decir, el derrumbe de toda el aparato teológico, filosófico, científico, tecnológico, artístico, político, militar, y demás que sostiene al mundo moderno racionalista-nihilista-materialista-ateo. "Es todo un mundo que debe ser reedificado desde sus fundamentos" (Pío XII). Los cimbrones sacuden a la moderna Babilonia, confusión, anarquía, el virus que la ha paralizado entre aullidos de odio y de mentiras, "no soy viuda ni conoceré luto", y sin embargo está siendo arrasada, hasta su hecatombe final próxima. En la medida que la despreciemos y deseemos su caída, ayudamos a la edificación del Reino, "la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén que viene de parte de Dios" (Ap 21). Los tiempos se han precipitado, María ha inaugurado los "nuevos tiempos" escatológicos de la batalla final contra el anticristo y sus secuaces, y la preparación del camino a la Venida del Señor. Nuestra generación es testigo de los mayores acontecimientos de la Historia desde la creación del mundo, la Historia de la Salvación se aproxima a su culminación. El tiempo del "hombre viejo" concluye, para dar lugar al tiempo de la Aurora que irradia la Luz de la Gloria de Cristo que transfigura la Iglesia, los hombre y el cosmos. Cristo se Manifiesta de modo creciente, como el Sol que amanece hasta aparecer sobre el horizonte en toda su plenitud.



16/03/21 3:00 PM

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