La única solución es Cristo
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en el amor, predestinándonos a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, por la que nos ha hecho gratos en su Amado, en quien tenemos la redención por la virtud de su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia, que abundantemente derramó sobre nosotros en toda sabiduría y prudencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, conforme a su benévolo designio, que se había propuesto, para realizarlo en la plenitud de los tiempos, de recapitular en Cristo todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra. Todo lo que se ha manifestado, todo lo creado, se resume en Cristo y ha de unirse a Cristo para siempre, porque Él es el camino, la verdad y la vida. Y nada ni nadie vive, si no es por Él: por el Espíritu Santo, que es Señor y Dador de Vida.
Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros; porque la expectación anhelante de lo creado ansía la manifestación de los hijos de Dios, pues lo creado fue sometido a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien lo sometió, con la esperanza de que también lo creado será liberado de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que hasta el presente todo lo creado gime y siente dolores de parto.