El último servicio del Cardenal Osoro: aviso a navegantes

Acertado análisis de don Jorge ayer sobre los medios de comunicación. Solo una apostilla sobre los medios y los obispos.

Muchos han sustituido el «temor de Dios por el temor a los medios» y así nos va. Creer que así son más simpáticos y aceptados por el mundo es una de las causas que nos han traído a la situación actual de descristianización.

Hubo un tiempo que la progrez tenía ascendiente sobre los obispos. Ya quedan muy pocos «obispos del papel», que piensan que un artículo en El País o en El Mundo es algo. Los que los escribían, hoy son la nada, tanto que nadie ha recogido su testigo. Entre otros motivos por desinterés, el progresismo eclesiástico es estéril. Hay que entender la frustración vital de esos personajes en el ocaso de su vida, algunos de ellos traumatizados curas que «colgaron la sotana» y que no han tenido otra cosa con la que cubrirse intelectual y moralmente.

Providencialmente su secularización facilitó que el daño a las almas que en su condición de clérigos o religiosos hubiesen podido hacer directamente en su acción pastoral sea menor que la que hoy pueden ejercer a través de sus medios, tanto en prestigio intelectual como en influencia numérica. Al fin y al cabo, la biología es inexorable, y solo el aumento en la esperanza de vida está retrasando el previsible fin que no quisieron evitar obispos y superiores religiosos. Ver «Vida Nueva» en la sala de estar de muchos centros religiosos puede parecer una desafortunada broma.

Los que han intentado replicar el modelo vigente hasta hace 30 años en el periodismo digital han nacido muertos y deformes. El problema es que por diversos sesgos cognitivos todavía no se han dado cuenta, viven en un mundo cerrado y autoreferencial. Las audiencias y el interés en este ámbito de información no tienen una correspondencia lineal con el dinero invertido. Como señala don Jorge,

«lo que todos vemos es que la gente, cuando quiere conocer la Iglesia, lo que pasa en la Iglesia y cómo interpretar los acontecimientos, en aras de su libertad, acude donde le da la real gana».

El último ejemplo es el protagonizado por el Cardenal Osoro, puedo dar fe de que ya está sirviendo como escarmiento en cabeza ajena. Triste final, apuñalado por «los suyos» según va contando públicamente y con un smartphone silente que hasta hace poco atendía constantemente hasta la mala educación.

Los últimos mensajes que recibe son de los mismos que lo presentaban como el «Francisco de España», «el hombre del Papa», el que estaba llamado a liderar la Iglesia en España. Imprudentemente les hizo caso, les rio las gracias y aceptó su agenda. También estos mensajes desaparecerán en unos días.

Pudo haber desempeñado un pontificado en Madrid espléndido y terminó rehén del dúo sacapuntas y del lobby lavanda-religioso.

El clero y los fieles de la diócesis tomaron nota. El resto de obispos también. A pesar de lo que le decía «su círculo mediático» no pudo desempeñar más que una irrelevante Vicepresidencia, que ni siquiera le han dejado terminar moviéndole la silla.

No es mi intención hacer leña del árbol caído, por muy patética que sea la situación. No lo vio venir, le advirtieron. Para una personalidad no excesivamente fuerte como la suya y que valoraba mucho «sentirse querido» la situación es muy dura. Y más viendo la agenda del Cardenal Rouco, llena de personas que acuden, todavía muchos años después, a pedir consejo, orientación, compartir sus penas o simplemente una agradable compañía.

Pero al menos ha servido de postrer ejemplo. A las puertas de la Asamblea Plenaria para la elección de nuevo presidente, la mayoría de los obispos saben que hay elogios que manchan y críticas y calumnias que son condecoraciones. Los poquísimos alineados con la progrez eclesiástica ahora ocultan sus nombres cuando hacen declaraciones.

Hoy en día un obispo que actúe y ceda a las presiones de ese menguante sector eclesial sabe a lo que se enfrenta, si no tiene miedo al juicio de Dios, al menos lo teniene al de su clero y la grey encomendada, da igual que sea Santiago que Almería, Toledo, Madrid o Barcelona.

Así que, al menos por mi parte, gracias, don Carlos.

A buen seguro, en cuanto se libere de la ‘corte’ que le ha rodeado, no dudo de que volverá a ser el que fue y que este final ha servido de aviso a navegantes y un último servicio a la altura de lo que bienintencionadamente siempre quiso ofrecer.