El maltrato a los pecadores no arrepentidos
Imagine usted por un momento que Francisco Porras, tras realizarse una pruebas, va a su doctor habitual, quien le dice: “Paco, tienes algún desarreglo pero nada de importancia. Sigue con tu vida tranquilamente y vuelve dentro de un año”
Resulta que las pruebas daban como resultado que Paco tiene cáncer. Al año no pudo volver al doctor porque ya había muerto.
Ahora imaginen al bueno de Paco pidiendo a un cura que le confiese porque sospecha que lleva una vida de pecado. Y el cura le dice: “No seas rigorista contigo mismo. Si amas a Dios, lo demás es relativo. No te obsesiones con estas cosas. Y no hace falta que vuelvas por aquí, ya que la confesión es algo preconciliar que debe desaparecer. Con que le pidas perdón a Dios alguna vez si te pasas de largo, basta".
Al año siguiente Paco no solo murió sino que no se fue de cabeza al infierno porque Dios quiso apiadarse de su alma y le concedió que un cura católico -especie en peligro de extinción- estuviera como capellán en el hospital (*) donde pasó sus últimos días de vida.
El señor Porras pudo demandar por negligencia al médico que le ocultó que tenía cáncer. Aunque no le dio tiempo a ver el resultado de su demanda, el galeno acabó siendo suspendido de por vida para el ejercicio de su profesión, fue condenado a la cárcel y los familiares de Paco cobraron una indemnización abundante. Pero, ¿dónde se puede demandar al cura negligente que puso en peligro de muerte eterna su alma?